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Ojo alucinante en el peregrinaje final
(sobre la poesía de María Ester Chapp)

martes 11 de octubre de 2022
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María Ester Chapp
En el hallazgo metafórico de María Ester Chapp se escucha el canto esperanzador de John Lennon, se advierte el resurgimiento de Lázaro entre pájaros muertos, se invoca al alimento divino que permanece intacto en el desierto y en las Sagradas Escrituras.

Carlos Fuentes afirma que “un escritor conjuga los espacios, los tiempos y las tensiones de la vida humana con medios verbales”.1 Es decir, transmite ideas, emociones y ficciones a través de una realidad alterada que tiene un pasado inicial, un presente latente y un futuro en pleno giro de construcción. De alguna manera tal aseveración recae en la propuesta de la poeta argentina María Ester Chapp, a través de sus libros La sed (2005), El ojo peregrino (2008), y Luz de agua (2014) —los tres con Ediciones El Mono Armado. Versos que decantan las ruinas de piedra, los vestigios rupestres predispuestos a la adoración, el Dios que bendice nuestros logros y derrotas, el enigma de la “tierra prometida”, el sacrilegio y la ceniza, la devoción por la heredad consanguínea.

Poesía que transmite el holocausto de la humanidad, la crueldad desde los orígenes del hombre, los conflictos geográficos y mentales de las naciones entrelazadas por la historia, la identidad cuestionada en sus laberintos, la existencia del ser increpada en cada amanecer, la luz y la sombra al filo de la desmemoria, la ceremonia del silencio en toda su plétora. En caligrafía de María Ester: “en las manos del poeta / flotan letras que un día fueron magas / curiosamente dormidas”, o “(…) esa voz ajena y mía / verbo sangrante / se enhebra hoy como poema”.

Los espejos reflejan en imágenes elocuentes el exterminio y atentado entre hermanos (marionetas bajo sombras), la locura de los ejércitos armados de odio y oscuridad. No obstante, en el hallazgo metafórico de María Ester Chapp se escucha el canto esperanzador de John Lennon, se advierte el resurgimiento de Lázaro entre pájaros muertos, se invoca al alimento divino que permanece intacto en el desierto y en las Sagradas Escrituras, se contempla dar del manantial al sediento, se esgrimen preguntas en la superficie de la hoja, y certezas en el largo y fatigado peregrinaje: “Yo doy mi luz / cuerpo destello / una visión / en el violeta / un sonido primordial / del cuerpo templo // (…) Yo guardo las señales del misterio / escritura sutil / cuerpo poema”.

“Buenos Aires gigantesco / barco a la deriva”, o cualquier metrópoli perturba a la autora.

Miradas lobas reaparecen en los textos mientras las llamas arden y se agitan como materia incandescente. Es la traslación de los cinco sentidos a la espera del prodigio. “Buenos Aires gigantesco / barco a la deriva”, o cualquier metrópoli perturba a la autora, quien advierte (sumando el cuestionamiento social) la agonía de rostros desaparecidos o redescubre la plenitud del templo que se yergue tras el blasón femenino: “la ciudad me desconcierta / tengo sed / pero un destello basta // aromas leves / aguas del gran espejo / tan cerca la gracia / un templo en el cuerpo / algo de cielo // en esta tierra”.

La esencia del mar, el espesor del árbol, el resplandor y el abrazo, la tarde de colores humedecidos, el tren que viaja sin dirección fija, marzo tras la comunión de la brisa y la perturbación de la lluvia, las manos gitanas jamás leídas, el desvarío de la muchedumbre, miradas propias y extrañas escondidas tras el telón de las obsesiones, de las frustraciones, de los extravíos, la mitad del orbe y su línea imaginaria, la luz interna de los ciegos, las máscaras que impiden acariciar la claridad de los días, la naturaleza en su amplio fulgor, en definitiva, “palabras escritas en agua”.

Para María Ester: “no es el poeta quien habla / un torbellino lo circunda / un cristal lo sostiene / le dicta / palabras brotan del relámpago / como espasmos de la fuente inagotable // la letra pulsa en lo indecible / cabalga el poema en luminosa / espesura // (…) no es el poeta quien habla / es el gran ojo que recuerda”.

Nada es fortuito en sus versos que brotan como brillantes estalactitas. Rasgos biográficos se funden con el artificio verbal plasmado en la evocación de la abuela y la madre, a través de un viaje prolongado de los antepasados, cuya remembranza transmuta barcos, exilios furtivos, antiguos refugios, pañuelos blancos, y el horizonte violeta: “mi casa este barco / desde la tempestad / alumbra mi palabra / mi tributo // en los pliegues del agua”. Así también, atraviesan los pasos lúdicos de aquella niña de cabellos rojizos, la juventud rebelada en 1968, los ríos centellantes del mundo (el Nilo, el Ganges, el Sena, el Tigris, el Tajo, el Dniéper, el Mississippi, el Paraná). Hay un arraigado devenir bíblico con el Jordán, el Éufrates, Galilea y los salmos horadando como milagro y temblor. El acto de la escritura está contenido de otras huellas poéticas: Whitman, Rilke, Blake, Valéry, Hölderlin, Nervo, Celan, Orozco, Paz, Vallejo, Neruda, Mistral, Vilariño. Y de variados territorios: Kiev, París, Venecia, Estambul, Benarés, San Francisco y, siempre, Buenos Aires.

Chapp profesa su mantra a partir de una enérgica voz lírica, catalizadora de ensoñación y firmamento.

El alcance versal es de corta longitud física, aunque se desprende en su conjunto un ramaje de poemas largos, como “Ley mayor” y “Cuerpo de río”. Chapp profesa su mantra a partir de una enérgica voz lírica, catalizadora de ensoñación y firmamento: “mientras tiembla la tierra / esculpo sobre máscaras / el poema en el hueso / el hueso en el poema / (…) oh poeta / que inhalas manjares / del crepúsculo / cuando hablan los dioses al oído / te vuelves hojarasca / brizna galgo manantial”.

Se aprecia la limpieza textual y la sensación diáfana del hablante, en torno a la búsqueda incesante del torrente que en medio de la intemperie permita el sosiego y la desnudez escrita. Aunque los ríos se dividen y separan —como la vida y la muerte—, queda la mirada creadora para exaltar la herida y el regocijo transcrito “en rituales de agua”.

Aníbal Fernando Bonilla

Notas

  1. Literatura y sociedad, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión; Quito, 2000, p. 12.
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