
Ernesto Sábato (Argentina, 1911-2011) es bien conocido por El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador (1974). Pero a más de su vuelo ficcional, también destacó con su aliento reflexivo, entre otros, en El escritor y sus fantasmas (1963), Antes del fin (1998) y La resistencia (2000), libros llenos de fulgor, devoción y estética literaria.
Su prestancia ética es irrebatible, tomando en cuenta el rol protagónico asumido al presidir una comisión de civiles que se encargó de develar las atrocidades (crímenes, desapariciones y torturas) cometidas en la dictadura militar de su país entre 1976 y 1983, recopiladas en un voluminoso y exhaustivo informe conocido como Nunca más.
A Antes del fin quiero referirme en época ciertamente aciaga, cargada de incertidumbres. ¿A qué alude Sábato en esta obra? A sus memorias (aunque él niegue tal clasificación). A una declaración íntima de buena parte de su existencia, colmada de satisfacciones y dolores (su reconocimiento internacional en contraste con las muertes de su hijo Jorge Federico, y su esposa Matilde). Hombre predestinado para la ciencia, aunque prefirió el otro llamado virtuoso de la palabra escrita que está consignado para aquellos seres atormentados por la solitaria labor de inventar historias al filo de la madrugada: “De alguna manera, nunca dejé de ser el niño solitario que se sintió abandonado, por lo que he vivido bajo una angustia semejante a la de Pessoa”.
De esa angustia está atravesada Antes del fin, concomitante a la inquietud de carácter escritural (subdividida en tres partes: “Primeros tiempos y grandes decisiones”, “Quizá sea el fin”, “El dolor rompe el tiempo”, sumado el epílogo). Ya lo dice él mismo: “La escritura ha sido para mí el medio fundamental, el más absoluto y poderoso que me permitió expresar el caos en que me debatía, y así pude liberar no sólo mis ideas sino, sobre todo, mis obsesiones más recónditas e inexplicables”.
Para Sábato el problema central de nuestras sociedades es la prevalencia materialista y economicista antes que la consideración del ser.
Es la crisis mundial en todos sus órdenes lo que le empuja a Sábato a profundizar en cavilaciones que desdeñan el avance tecnológico que trae como consecuencia el menoscabo de los valores del espíritu. Las solidaridades son atropelladas ante la acelerada imposición capitalista. Transitamos por “un mundo que parece marchar hacia su desintegración, mientras la vida nos observa con los ojos abiertos, hambrientos de tanta humanidad”.
En efecto, para Sábato el problema central de nuestras sociedades (en estadios próximos a los siglos XX e inicios del XXI, en donde se ha ido ahondando) es la prevalencia materialista y economicista antes que la consideración del ser, como tal. Es que la deshumanización galopa al ritmo de los males modernos reflejados en maltrato infantil, expoliación, déficit en las áreas de salud y educación, deterioro ambiental, alteración climática, limitaciones de los servicios básicos, conflagraciones entre países, suicidios, hambrunas, fanatismos, violencias, penurias, exclusiones, injusticias…, en un pernicioso individualismo que somete a la persona en presa de su medio y de sus circunstancias: “Hoy no sólo padecemos la crisis del sistema capitalista, sino de toda una concepción del mundo y de la vida basada en la deificación de la técnica y la explotación del hombre”.
Para Sábato, no hay duda de que hemos alcanzado una involución social, sin embargo, de la parafernalia mediática que induce a la alabanza neoliberal. Su voz es hasta cierto punto premonitoria de lo que sucede en la hora actual. Aunque excesivamente desencantado, esa advertencia de los vericuetos equivocados del hombre se erige en lacerante realidad que atormenta a los seres que menos tienen, siendo en la estadística la mayoría de la población, esto ante la paradójica codicia de unos pocos: “Extraviado en un mundo de túneles y pasillos, atajos y bifurcaciones, entre paisajes turbios y oscuros rincones, el hombre tiembla ante la imposibilidad de toda meta y el fracaso de todo encuentro”.
En esta “especie de testamento”, Sábato —tan cercano y luego tan distante de Borges por discrepancias políticas— le apuesta a la juventud.
Es en la hoja en blanco en donde, con extrema prolijidad —al colmo de incinerar varios escritos inéditos insatisfecho por su contenido—, se vieron consumadas las tensiones, preocupaciones y contradicciones, a partir del acto creador configurado por este novelista y pensador (en cuya adolescencia lo entusiasmó el comunismo para desanimarlo prontamente), quien también complementó el trance artístico a través de la pintura de corte expresionista. Este impulso vehemente tuvo sus coqueteos con el surrealismo en la etapa parisina nocturna, en que el autor merodeaba el delirio del esteta, entre el vino y la elaboración de cadáveres exquisitos. Contando con febriles lecturas de Salgari, Verne, Schiller, Chateaubriand, Goethe, Rousseau, Ibsen, Dostoievski, Tolstoi, Chejov, Cervantes, Wilde, Poe, Chesterton, Stevenson, Kierkegaard, Heidegger, Mann, Faulkner, Kafka, Nietzsche, Unamuno, Sartre, Camus…
En esta “especie de testamento”, Sábato —tan cercano y luego tan distante de Borges por discrepancias políticas— le apuesta a la juventud, heredera del abismo, como el abrazo del abuelo al nieto, con un mensaje (y con los versos de Miguel Hernández) que alienta a la utopía en franca comunión de dignidad y esperanza, y en noble propósito que encauce el futuro de “aquel Hombre Nuevo que hoy nos urge rescatar de los escombros de la historia”.
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