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Arte poética

martes 11 de julio de 2023
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Arte poética, por Aníbal Fernando Bonilla
La poesía subyace en el laberinto de las impresiones como todo y como nada.

La poesía es conjuro de palabras mágicas sustraídas de la luz de días febriles y del ocaso de noches tristes. Desde el cofre que vierte evocaciones, los versos emergen de manera inefable para deleite y/o padecimiento del lector/a. Es el efecto de la lluvia repentina y la conjetura de lo indecible/inasible. Es lágrima que brota más allá de los confines imaginarios, y del sosiego de atardeceres verídicos. Es revoltijo que agita aguas corrientes. Es la vasta descripción de la vida y de la muerte.

La poesía es huella ignota que cabalga sigilosa en la historia. Es el recorrido iluminador de los astros. Es la línea incandescente que deviene en fuego, cuyo calor somete sin clemencia en la hendidura que fragmenta ilusiones. Es magma incontenible en el desconsuelo de los vencidos. Es el arrecife que atraviesa el caminante en la madrugada. Es el enigma que traen los amaneceres convulsionados ante lo desconocido. En su composición abarca la mirada contemplativa que otea en la planicie de la geografía inacabada. Ojos sigilosos que devoran al demiurgo. Ojos hambrientos de aire, de albor, de imagen.

Desde la pira de la ensoñación, la poesía —fantasma lúcido y lúdico— arremete de modo insolente en los vértices del quebranto y la esperanza. Es el meticuloso hurgar de los códigos que se aferran al reloj de arena. Es el tránsito sin final. Es la ruptura del silencio, tras su extendida prevalencia, desde los estertores de la oscuridad. Es anhelo de beso aturdido en el azaroso peregrinaje hacia el hallazgo sempiterno.

La poesía subyace en el laberinto de las impresiones como todo y como nada. Enunciado peculiar del poeta, tras su exploración particular. Un atisbo genuino entre el aliento y la angustia; dicotomía que fecunda en el poema su necesaria vitalidad exploradora.

No obstante de lo dicho, cuesta reafirmar el sentido de la poesía, ya que ningún concepto será abarcador ante su verdadera esencia: enfrentar al arcano plasmado en la textura del mensaje escriturario.

 

La poesía transita el propio camino del esteta, en su cotidianidad, hechos mundanos y sobresalientes, cumbre paisajística, sobresaltos íntimos, conflictos sociales.

Generalidades sobre la poesía

Menuda es la interrogante acerca de qué es la poesía, aunque de inevitable razonamiento para todo cultor de este apasionante oficio. Y, por supuesto, para el público lector. Ante lo cual, en una aproximación a sus entretelones, pudiera decir que la poesía transita el propio camino del esteta, en su cotidianidad, hechos mundanos y sobresalientes, cumbre paisajística, sobresaltos íntimos, conflictos sociales. Género literario que divisa y examina la dimensión humana (en una profunda confesión creativa, tal como sugiere Rainer Maria Rilke).

La poesía además recoge impresiones, sentires, decires como expresión intrínseca del ser, que no sólo puede sublimarse en el verso, sino en otras manifestaciones artísticas, teniendo como requisito básico la mirada sensible y contemplativa del celebrante.

Paul Valéry resalta del vate su manejo respecto del lenguaje tras la “sensación de universo”, cuya exigencia implica la superación del tratamiento anodino, en un estallido emocional contenido en lo posterior de orfebrería lírica. La exaltación creadora va acompañada de la técnica en el empeño escritural. Por lo tanto, el poema no sólo es solaz de un domingo de verano, sino la conjunción de herramientas y métodos (lingüísticos, semánticos, estilísticos) que iluminan la estética en el papel en blanco.

José Gorostiza explica que la esencia poética emerge del mundo exterior, o sea, de los conflictos, preocupaciones, agobios, incertidumbres, deseos, quimeras del hombre y su naturaleza circundante. En tal marco, el escribiente yuxtapone la materia prima recogida para el procedimiento versal. Con finura y cadencia. Con rigor y precisión sintáctica. A fin de cuentas, como asevera Harold Alva, “se escribe porque un poeta no sabe cómo comunicar sino mostrándose, enseñándonos su naturaleza, el cuerpo textual al que viste de imaginación, con el que logra una voz, un registro único que alimentado por la vocación alcanza a hacer del lenguaje su pista de aterrizaje”.

La escritura de un poema baila con la complejidad de la vida, en los lugares más recónditos de la inventiva geográfica.

He aquí algunos motivos para su plena vigencia.

 

Sendero y luz imaginativa

La literatura descuella —a ratos con ruido, otras de forma sigilosa— pese al tiempo lacerante (y hasta convulso) que nos ha tocado transitar, en donde predomina la pompa mercantil, la trivialidad y el escándalo. Hay la percepción de que se lee poco; sin embargo, se publica cada vez con más afán, en sus formatos físico y digital (en este último caso, las condiciones tecnológicas desbordan las posibilidades de comercialización, aminorando los costes de la cadena de valor del libro). Aunque eso no sea un indicador del estado de salud literaria, lo que sí se evidencia es que su espíritu redentor ronda como un elemento necesario para que se haga menos rutinario y más llevadero el pálpito de los días. Que falta autoexigencia en muchas ediciones, es cierto. Pero también es palmaria el ansia de expresión desde los adentros del ser, aun a riesgo de engendrar apenas paraliteratura.

¿Qué se transmite en la creación literaria? Los dolores. Los anhelos. Los afanes. Los pensamientos. Los sobresaltos. Las conmociones. Los cansancios. Los temores. Las huellas que va dejando la vida, ya que es precisamente el vertiginoso acontecer de la vida, compuesta de alusiones propias y extrañas, lo que se asume en la confección textual. La pequeñez del hombre en la grandeza de la palabra dicha.

Desde ese lenguaje que emana del corazón, la poética destella luz en las tinieblas. Es remanso, pero a la vez una fuerza incontenible de menciones y sentires que se vuelcan en pieza con ritmo singular (como tango, samba o cumbia), afianzada en la pragmática escritural. Nada es casual en el enunciado literario. El narrador o el poeta fijan horizontes en la complejidad de su travesía, lleno de lecturas y amaneceres. Como afirma Juan Marqués: “Si tu poesía no es tu propio camino, algo así como la prolongación de tu conciencia, de tu mirada, de tu sensibilidad… entonces, ¿qué es?, ¿para qué la escribes?”.

Tal vez para ampliar surcos. O compartir soledades. Para que la paloma, el beso, el lago, el geranio, el viento, la madre, no se limiten a cada una de sus acepciones, sino que extiendan alas a otras significaciones lúdicas que subviertan a la misma lingüística. Sin perder, por supuesto, la cualidad literaria innata, esto es, la hermosura total.

 

Más allá del demiurgo inventivo, cabe en todo ejercicio lírico la aplicación de la técnica estilística que se apoya de la semántica y de la morfología.

Poesía y poema

Es aleccionador y desafiante delimitar las fronteras entre poesía y poema (aunque en la práctica sabemos que aquella línea demarcadora siempre será relativa). Ante lo cual queda claro que, más allá del demiurgo inventivo, cabe en todo ejercicio lírico la aplicación de la técnica estilística que se apoya de la semántica y de la morfología, consolidando al poema como tal, en su fondo y forma.

¿Qué es el poema? Cadencia, ruptura, persuasión. Y, desde luego, confidencia y evocación indeleble. Aquel axioma que considera al texto versal como artificio es pertinente, en tanto este artefacto se nutre de las vivencias del poeta para su depuración/recreación. Tal experiencia se torna vital en la manufactura poética. El material primigenio adquiere sentido artístico a través de la sensibilidad escrita. En tal dimensión, se considera el poema como instrumento cargado de poesía.

La lúcida perspectiva ensayística de Octavio Paz acierta en el planteamiento de que la poesía es una acción revolucionaria, ya que con el lenguaje el poeta bosqueja y fragua piezas sublimes que modifican lo ordinario (entendiéndose dichas piezas en el más amplio sentido de la manifestación artística). La poesía y el poema son dos aristas que se bifurcan y, paradójicamente, se contraen en el enunciado. Se apropian de él y elevan su connotación al nivel de obra poética (el propio Paz suscita reflexión metapoética).

¿Cómo desentrañamos los códigos poéticos? Desde la tradición histórica (contenida de estilos) y desde la existencia misma del poeta. Contando con la noción de lo abstracto, la iluminación del inconsciente, el instinto de lo imposible, el impulso fidedigno. La instrumentalización poética ya mencionada supera la localización del estilo, ya que lo sustancial es alcanzar la emancipación del verbo. Algo que tiene su máxima representación en la génesis del significado y significante de las grafías, el sonido y el ritmo comprendido en el poema.

 

El poema y sus maneras de expresión

Antonio Gala consideraba que la poesía es “como un líquido que toma la forma del recipiente en que se vierte. Hay poesía de pintura, de literatura, de música, de escultura, de arquitectura”.

En lo que atañe a este comentario final, del amplio abanico tipológico del poema(s) nos interesa la forma en que danzan las palabras acertadas, ardientes y vitales. Efectivamente, desde que el hombre asume su condición primaria ya existen indicios de rudimentos poéticos, que han fructificado con el tiempo, cuya evolución ha dado una taxonomía según el germen modélico planteado por el poeta, como fruto de la necesidad básica por exponer sus impresiones, sentimientos y pasiones.

A lo aludido, no podemos dejar de lado el contexto histórico de las sociedades en donde fueron desarrollándose las variadas características que resaltan en los poemas provenientes desde la mirada épica hasta los que tienen sello experimental, atravesando por su extensión o su imbricación prosística. Como es conocido, el poeta en su afán irreverente llega hasta a desacralizar la tradición poética; por ello aparece, como un golpe de efecto contrario a los salones de la lírica clásica, el antipoema. Y, con carga ideológica, sin duda, el poema social. De aquella corriente que reivindica lo coloquial, el lenguaje de la calle, y la vida de la gente común, cito a autores que han marcado senda sobresaliente: Juan Gelman, Jaime Sabines, Roque Dalton, Mario Benedetti, José Hierro, Ángel González. Y reproduzco los versos de María Mercedes Carranza, desde la lacerante realidad: “Un pájaro / negro husmea / las sobras de / la vida. / Puede ser Dios / o el asesino: / da lo mismo ya”.

¡Bendito sea el artefacto contenido en poema, sea cual fuere su molde subgenérico!

Aníbal Fernando Bonilla
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