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Rafael del Castillo: poemas elementales o la mecánica del alma

martes 8 de agosto de 2023
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Rafael del Castillo
La poesía del escritor colombiano Rafael del Castillo atrapa por su liviandad poética. Mirador Provincial

Lo veo por primera vez. Respira modestia en su mirada. Él sabe que la modestia y la humildad son dones que resisten egos o petulancias. Sus palabras son breves, sus frases son precisas, sus versos límpidos de disonancias. Sus poemas son suaves, están vestidos de murmullos, de tiempos de inocencia. Hacen de la memoria una elegía a pasados de casas y ventanas modestas, por donde transitaba la intimidad de las emociones y el trepidar de los tiempos irremediablemente marcados por el vértigo.

Ellos, sus poemas, hacen memoria del vuelo de aves no caducadas por los desatinos de las caucheras. Y es que los francotiradores no entendieron el graznido de los cuervos, mientras escuchaban a los ruiseñores de Emil Cioran, quien sí creyó, como Rafael y yo, en la melancolía, que es la razón por la cual los pájaros cantan y no eructan.

Leyendo su poesía, rememoré el recreo en el patio de la escuela y la algazara entre los brevos y los curubos en el solar de un hogar de detalles; esas tardes de asueto intentando encontrar, en el horizonte, la incerteza de un futuro.

Él proviene de allí, de esa sumatoria de ladrillos o adobes que se traban en un juego de amores y dolores en transparencia.

“El poeta construye su casa con palabras”, dice, “…mientras crece el poema”, remata. Y él proviene de allí, de esa sumatoria de ladrillos o adobes que se traban en un juego de amores y dolores en transparencia. Dispuestos desde el alma hasta la piel, a manera de laberinto, cuya entrada se conoce, pero no su final o su destino, como desprendimientos de las cosas de ayer que siguen siendo hoy nuestro solar y nuestra génesis.

Atrapa el poema de Rafael por su liviandad poética; es como un susurro que alguien, tras de ti, te dicta con dulzura y afecto. Sin apuros, sin vehemencias, sin sentencias. Sin imposiciones dramáticas. Eso sí, demostrándonos que vienen de la misma poesía el canto de los cuervos y de los ruiseñores.

Quizás a todos nos pasa que intentamos encontrar líneas temáticas, tendencias, estilos o improntas características cuando leemos un poeta. La poesía de Rafael es frugal, pero profunda, limpia en sus intenciones y en sus mensajes. Su palabra no necesita una estructura poética convencional, avanza sin reiteraciones del objeto poético o de la circunstancia, sino que cada poema se defiende solo y solo nos provee de un sueño o una circunstancia lírica.

“Sanos consejos a una prostituta” podría ser un cuadro menos absurdo, mordaz, mezquino y desolado, si no fuera por los sanos consejos para quienes ejercen el oficio de su propia traición. Dice también en “Bumerang”: “Humo cenizas / nada / una llama fugaz / tú también / para ella / en la noche más fría…”.

Desde el cafetín, la mirada sutil sobre la ciudad y sus espejos de agua que la repiten en sus temblores; la sociedad compromete su poesía, es el sustrato, la matriz desde donde transitan a su voz las emociones y las tragedias cotidianas.

Personajes creados que sorprenderían si pasaran de largo, si el poema no los detuviera y les pusiera un alma para animarlos por fin. Y otros, no menos exultantes y locos, como nuestro poeta cartagenero, quien, como Rafael del Castillo, nos mostró, en sus mágicos desvaríos, la más diáfana transparencia del alma.

Y esa “Canción de cuna…. Para el padre”. De una belleza misteriosa. Semblanza de un amor compartido (padre-hijo) como debe ser, círculo, periplo de un punto al mismo punto, cierre circular, redondo, completamente unido a ese centro de la filialidad y de la sangre. Protegido por los pasos del aire del jaguar, que en la noche hace la ronda de los sueños del nido, y protege con sus filosas pupilas la camada.

Es una poesía que flota, que trasciende, es una nave ascendiendo en sus misterios hasta tocar los bordes de la belleza, con una estética, una poética y una ética a prueba de subterfugios. Celebrar la belleza que está en la circunstancia, no en el trucco prefabricado del espectáculo y el escenario. La poesía de Rafael del Castillo nos permite encontrar el alma que anida entre las cosas y entre las circunstancias.

Siento en la poesía del tunjano del 62, director de la revista Ulrika y del Festival Internacional de Poesía de Bogotá, no tanto una búsqueda, como una narrativa de imágenes, de circunstancias, de ocasiones engranadas con la precisión de la emoción frente al objeto poético.

Es como una desmitificación del mal-genio, definiendo o convirtiendo el herir con la nostalgia, o la melancolía, que no son otra cosa que la felicidad de estar tristes. Acaso otro grito desgarrado, a lo Janis Joplin o Joe Cocker, reclamando a un amigo en la penumbra.

Me encanta la libertad que se da, siendo él un ser tan espiritual, para explicar la mecánica del alma.

No es fácil: hablar de la poética que construye Rafael a partir del silencio, desde el retiro de las creaturas en su aislamiento, recogidas en su propia alma, es batir un enjambre de mariposas ocultas en el silencio, invisibles, pero tan delicadas que basta un lance de mano con su lápiz sobre la cuartilla para que se desparramen en energía viva y vital.

Me encanta la libertad que se da, siendo él un ser tan espiritual, para explicar la mecánica del alma; en “Maneras de mirar una piedra” dice: “Piedra / trozo de ti mismo / que al final de los tiempos / alguien habrá de colocar piadosamente / sobre el hueso de tu alma…”, y en “Hambre”: “He aquí que un animal terrible / almuerza con mi alma”.

Sin ningún abolengo, este poeta, con sus cinco letras, que son pocas para dimensionarlo, no tiene más pedigrí que su sinceridad y su propio consuelo, y resulta suficiente, aunque su poesía sea mucho más que elemental y necesaria.

Carlos Arturo Arbeláez Cano
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