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Hacia rutas salvajes, de Jon Krakauer

miércoles 12 de agosto de 2015
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Hacia rutas salvajes Jon Krakauer Ediciones B, S.A., para el sello Zeta Bolsillo Colección: Zeta Ensayo Barcelona (España), 2008 ISBN: 978- 84-9872-162-1 Título original: Into the wild Traducción del inglés: Albert Freixa 285 páginas
Hacia rutas salvajes
Jon Krakauer
Ediciones B, S.A., para el sello Zeta Bolsillo
Colección: Zeta Ensayo
Barcelona (España), 2008
ISBN: 978- 84-9872-162-1
Título original: Into the wild
Traducción del inglés: Albert Freixa
285 páginas

El 13 de septiembre de 1992, en el periódico The New York Times, se publicaba la siguiente noticia:

El domingo pasado se encontró en un lejano campamento del interior de Alaska el cadáver abandonado de un joven autoestopista que había sufrido un accidente (…). Por el momento se desconoce su identidad (…). En el lugar de los hechos fueron hallados un diario y dos notas que describen la estremecedora historia de sus desesperados e inútiles esfuerzos por sobrevivir (…).

La primera era una nota de socorro por si alguien se acercaba al campamento mientras el autoestopista se encontraba buscando comida en las inmediaciones. En la segunda, el joven se despide del mundo.

La autopsia realizada por el laboratorio forense de Fairbanks ha revelado que murió de hambre…

Anterior a este artículo, aparecido en The New York Times, una gran avalancha de medios de comunicación de América del Norte había hecho referencia a la muerte por inanición de un joven, sin identificar, en el interior de un autobús abandonado en los agrestes bosques de Alaska. La noticia corrió más rápido que la pólvora. Las extrañas circunstancias en las que fue encontrado el cadáver, su juventud, las notas y los libros que lo acompañaban en el momento de su muerte desataron un interés general por saber más acerca de lo ocurrido.

Wayne Westerberg regresaba a su pequeño pueblo de Dakota del Sur, Cartaghe, cuando escuchó por la radio que la policía de Alaska intentaba conocer la identidad de un joven que había muerto de hambre en los bosques de Alaska. Wayne Westerberg, apenado y sabiendo ya de quién se trataba, nada más llegar a Cartaghe telefoneó a la policía montada de Alaska; les dijo que creía conocer la identidad de aquel joven. Era así y como en algún tiempo había trabajado para él les facilitó su número de la Seguridad Social.

El 17 de septiembre de 1992, y gracias a los datos que les había facilitado Wayne Westerberg, pudieron localizar en Annandale (Virginia) a Sam, hermanastro del joven fallecido. Éste sería el encargado de comunicarle a su padre, Walt, a la actual mujer de éste, Billie, y a su hermana, Carine, la muerte de Chris McCandless, alias Alexander Supertramp. Una vez averiguada su identidad, el mundo enseguida se haría eco de esta trágica noticia.

Cuatro meses después de haberse adentrado en los bosques situados al norte del monte McKinley, unos cazadores encontraron su cadáver.

En el año 1990, el joven Chris McCandless, perteneciente a una acomodada familia de Virginia, tras graduarse en la Universidad de Emory (en Atlanta), desapareció sin dejar rastro. Donó todo el dinero que le quedaba en su cuenta de ahorros a la ONG Oxfam América (un total de 24.000 dólares), regaló sus pertenencias, dejó su apartamento, cogió su viejo Datsun, y sin más se lanzó a una aventura sin rumbo fijo en dirección oeste. Durante el camino decidió que se cambiaría de nombre, reinventaría su vida; tenía que dejar atrás un pasado doloroso, así que, sin misericordia, enterró a Chris McCandless y encarnó a Alexander Supertramp, un hombre que sería dueño de su propio destino.

Debido a una tormenta que provocó una fuerte riada en las inmediaciones del lago Med —situado en el río Colorado—, donde se encontraba acampado el día 6 de julio de 1990, su viejo Datsun se quedó estancando en la arena. En un afán desesperado por rescatarlo de entre los lodos ahogó la batería de su coche. Tras meditar qué sería lo mejor, si avisar a los guardas forestales para que le ayudaran, en cuyo caso tendría que dar su verdadero nombre, o abandonar el vehículo, optó por esta última opción. Una tormenta le había aligerado su equipaje; sin coche, se sentía mucho más libre. Como ya no iba a necesitar dinero para gasolina, en un gesto épico de auténtica novela al más puro romanticismo quemó los 123 dólares que llevaba encima y, satisfecho, se colgó su mochila alrededor del hombro: comenzaba su odisea en estado puro, desde cero, sin dinero, sin casa ni pertenencias. Su nueva vida daba comienzo sin ataduras materiales ni ligaduras emocionales, y él casi que por primera vez se sentía feliz. De hecho, da sobrada cuenta de ello en su diario personal.

Durante dos años vagó —haciendo autoestop, subiendo en canoa y yendo de polizón en los trenes— por las tierras de América del Norte mientras iba alimentándose de lo que la naturaleza le ofrecía, por otra parte, trabajaba cuando lo necesitaba y compartía su experiencia y su forma de vida con las personas que se iba encontrando —de alguno de ellos se hizo amigo—; eso sí, como Alexander Supertramp. Aunque en algunas ocasiones, y por puro despiste o inocente descuido, les daba su verdadero nombre. Lo que viene a demostrar que no llevaba ningún plan establecido ni seguía ningún patrón concreto en su andadura.

Para completar su periplo personal, de encuentro consigo mismo y con la libertad, decidió vivir durante una temporada en las tierras salvajes de Alaska, solo y alimentándose de lo que hubiera en el bosque.

Quería demostrarse que era capaz de sobrevivir en un medio extremo en pleno contacto con la naturaleza, respirando libertad absoluta y sin necesitar ni dinero ni coche ni teléfono o medios de transporte; en definitiva, nada de lo que le ofrecía la civilización asfixiante y burguesa en la que se había criado y de la que, sin lugar a dudas, estaba huyendo. Necesitaba conocer su interior, y para él no existía mejor forma de hacerlo que ésta.

Cuatro meses después de haberse adentrado en los bosques situados al norte del monte McKinley, unos cazadores encontraron su cadáver en avanzado estado de descomposición dentro de un antiguo autobús abandonado de la línea 142 de Fairbanks. Daba entonces comienzo con esto la leyenda de Chris McCandless, alias Alexander Supertramp.

En el año 1993, la revista Outside, haciéndose eco de la enorme repercusión que había tenido la historia de este joven aventurero, le encargó a un conocido periodista especializado en temas de montañismo, Jon Krakauer (12 de abril de 1954, Brookline, Massachusetts), un artículo sobre la vida de Chris McCandless y su trágico final. El reportaje quedó finalista del National Magazine Award y fue el que más comentarios recibió por parte del público de todos los que se habían publicado hasta la fecha. Cientos de lectores, unos indignados, otros fascinados, mandaron dichos comentarios para poner de manifiesto lo que sentían ante la actitud de Chris McCandless. La mayoría eran críticas del que consideraban un comportamiento absurdo e irresponsable de un joven demasiado impetuoso, que cargado de ideales románticos, pero no de comida ni de herramientas, ropa o utensilios imprescindibles para poder salir airoso de una situación así, se había adentrado en los bosques de Alaska con una mochila repleta de libros de sus autores preferidos más otros para simple entretenimiento, 5 kilos de arroz, un rifle de segunda mano, munición, una cámara de fotos… Pero sin ningún mapa o brújula. Una mochila excesivamente ligera para intentar vivir durante meses en un medio desconocido y difícil, sin nadie a la vista en muchos kilómetros a la redonda.

Un lector de la revista se hacía estas preguntas en voz alta. Unas preguntas que quería compartir con los demás lectores. Una invitación a la reflexión de un país entero.

¿Por qué alguien que pensaba vivir de lo que encontrara en el monte durante meses olvidó la regla número uno de cualquier boyscout que es “ir bien preparado”?

¿O por qué un hijo tiene que causar un daño irreparable a sus padres y familiares?

Para otros, Chris era lo más parecido a un héroe, una persona valiente y generosa, un excelente ser humano que había intentado hacer realidad sus sueños dejándose llevar por un impulso innato al margen de una sociedad que continuamente estaba dictándole unas pautas de comportamiento con las que no se sentía ni cómodo ni a gusto. En esa sociedad burguesa y capitalista de la que Chris huía, sin dinero no eres nadie; en la que anhelaba Chris —Alexander Supertramp— el dinero era un obstáculo, un virus contagioso, y la naturaleza, la máxima belleza, un lugar donde poder ser uno mismo y experimentar la libertad absoluta.

Jon Krakauer se quedó enganchado por esta historia; de alguna manera se sentía identificado con este joven aventurero, con su forma de actuar, con su personalidad. Tan fascinado estaba por esta historia que durante un año entero estuvo siguiendo e investigando todos sus pasos, sobre todo los que dio desde que decidió, voluntariamente, abandonar su vida de acomodado universitario para ser a partir de ese momento un simple vagabundo.

Realizó un seguimiento minucioso que finalizó con la visita del escritor al desvencijado autobús, situado en medio de los bosques de Alaska, donde Chris, finalmente, murió de hambre.

Tras profundizar en las motivaciones del drástico cambio que dio a su vida Chris McCandless, y siempre buscando entender los porqués de su comportamiento y de su muerte, todas estas cuestiones se vieron plasmadas en 1996 en un libro que tituló Hacia rutas salvajes, y que pronto se convertiría en un famoso best-seller.

En el año 2007, el actor y director de cine Sean Penn, que llevaba una larga andadura también hechizado por la historia del intrépido Chris McCandless, basándose en el libro de Jon Krakauer, escribió y dirigió el guion de la película Hacia rutas salvajes. Dos horas y veinte minutos de metraje centrados en la historia de un joven que lo dio todo por vivir a su manera, en total libertad, sin ataduras sociales y en perfecta comunión con la naturaleza. Un joven que en su recorrido nómada durante dos intensos años buscó reconciliarse consigo mismo y con lo que le rodeaba.

Una película bellísima, con unos paisajes increíbles y una música espectacular que invita a la calma y al reencuentro con nosotros mismos.

Tanto el escritor Jon Krakauer como el director Sean Penn se sintieron atrapados por la mezcla de osadía y rebeldía de las que dio sobradas muestras Chris McCandless, y así nos lo hicieron ver, cada uno a su modo: Jon Krakauer a través su libro y Sean Penn a través de su filme. Se trata de dos sinceros homenajes, realizados desde el respeto y la admiración que siente uno al verse reflejado en otra persona.

Jon Krakauer se identificó con Chris McCandless porque sus experiencias vitales tenían algo en común; los dos habían seguido pasos similares, aunque en épocas y circunstancias distintas. Por eso, Jon Krakauer no dudó en meterse en la piel de este muchacho para intentar comprender sus decisiones y, sobre todo, su repentina pero meditada conversión en Alexander Supertramp.

Al igual que Chris, Jon también había tenido un padre muy inteligente, controlador e impulsivo, acostumbrado a dar continuas órdenes y con un nivel de exigencia altísimo. No en vano el padre de Chris era ingeniero aeronáutico y había trabajado para la Nasa. Un padre endiosado que no entendía de rebeldías. Aunque tras la lectura de Hacia rutas salvajes llegaremos a la conclusión de que el padre de Jon Krakauer fue, afortunadamente, mucho más cariñoso y comprensivo que el de Chris McCandless, para quien parece que hasta la generosidad tenía un precio. Y que únicamente fue consciente de sus equivocaciones cuando su hijo desapareció, de manera voluntaria, sin dejar rastro.

De los 17 hasta los 30 años, Jon Krakauer se sintió profundamente atraído por el alpinismo; atracción que casi rayó en la obsesión. Soñaba a menudo con las montañas de Alaska y de Canadá, con escalar los picos de rincones perdidos. Quería experimentar emociones nuevas mientras escalaba; sentir que podía tocar el mundo, mirarlo de frente sin pestañear siquiera y conteniendo el aliento.

Reconoce Jon Krakauer que durante esos años de pasión absoluta y sin freno por el alpinismo, él era un joven más bien terco, idealista, poco comunicativo, temerario y amante de la soledad, pese a que necesitara también en algún momento rodearse de mucha gente.

Jon Krakauer relata en Hacia rutas salvajes que un año después de terminar su carrera, en 1977, cuando contaba con 23 años, mientras estaba sentado a la barra de un bar de Colorado reflexionando con tristeza sobre sus heridas existenciales, se le metió en la cabeza la idea de escalar una montaña, la del Pulgar del Diablo: “Decidí que iría a Alaska, me aproximaría al Pulgar del Diablo desde el mar (…). Es más, decidí que lo haría solo”.

Jon Krakauer se propuso escalar el Pulgar del Diablo (Devil’s Thumb), un pico relativamente bajo de Alaska (267 metros sobre el nivel del mar), por una ruta nueva.

Necesitaba enfrentarse, solo, a aquel cometido, de modo que durante tres semanas dedicó todas sus energías a ese objetivo. Y, finalmente, en la escalada casi estuvo a punto de caer al vacío, aunque al final acabó viendo su meta cumplida. Esta experiencia de amor, cabezonería, soledad, libertad y superación se convirtió en una lección que le sirvió, con el paso del tiempo, tanto en su vida personal como profesional. De hecho, hablaría más tarde de ella en dos libros: Eiger Dreams —un diario de lecturas donde se recogen doce breves pero intensas historias que fueron publicadas a modo de artículos en las revistas especializadas de montañismo Outside y Smithsonian— y en Hacia rutas salvajes, donde el escritor intenta comprender a Chris McCandless basándose en sus propias experiencias.

Enfrentarse a un reto complicado y salir victorioso es una sensación indescriptible. Así lo sintió Jon Krakauer al lograr coronar con 23 años la cima del Pulgar del Diablo, y así lo sintió también y nos lo transmitió Chris McCandless en su diario: “¡Dios, qué fantástico es estar vivo!, ¡gracias, gracias!”, podemos leer cuando después de renunciar a una vida de comodidades pudo valerse por sí mismo durante dos años en los que se dedicó a vagar por el mundo o cuando continuó esta experiencia en los salvajes montes de Alaska. Una lástima que al final no lograra ver del todo cumplido su sueño, ya que, aunque durante dieciséis semanas sobrevivió en los bosques de Alaska, como ya sabemos también de ellos nunca salió con vida.

Además, a los dos les unía una pasión extrema por los retos desconocidos y difíciles… Porque un reto que se puede afrontar con total garantía de éxito no constituye un verdadero reto.

Chris, al igual que Jon Krakauer en su día, no se adentró en la naturaleza para reflexionar sobre el mundo y la naturaleza, sino para conocerse mejor a sí mismo y explorar, en soledad, las profundidades de su alma encontrando algo de paz y sosiego en esta comunión con la naturaleza.

Chris quería vivir, amaba la vida por encima de todas las cosas. No buscaba la muerte, sino la vida en estado puro.

Vivir durante un tiempo considerable en un lugar inhóspito agudiza sin duda tanto la percepción del mundo interior como exterior en cualquier ser humano. De hecho, no se puede sobrevivir en un lugar así sin desarrollar unas habilidades de empatía extraordinarias con todo lo que te rodea. Se trata de una experiencia de la cual sales muy enriquecido a todos los niveles.

Quizá el nivel de exigencia de Chris, como el de su padre, era demasiado elevado para poder alcanzarlo sin repercusiones negativas. Un amigo de Chris, entrevistado por Krakauer, tenía esta misma impresión: “Había nacido en el siglo equivocado. Esperaba más aventura y libertad de la sociedad actual de la que ésta podía proporcionarle”.

Pero Chris quería vivir, amaba la vida por encima de todas las cosas. No buscaba la muerte, sino la vida en estado puro, así lo afirmó varias veces con vehemencia en su diario; además, compartió esos sentimientos con personas con las que se fue encontrando y con las que de alguna manera conectó a lo largo de esos dos años que llevó de vida nómada.

Es en las experiencias y recuerdos, en el inconmensurable gozo de vivir en el sentido más pleno de la palabra, donde puede descubrirse el significado auténtico de la naturaleza.

Los meses que pasó en Alaska le cambiaron por completo la visión que tenía de sí mismo. Había cumplido su sueño, conseguido un reto imposible, y quiso regresar a la civilización con las ideas sobre sí mismo mucho más claras. Fueron dos errores garrafales, dos meteduras de pata, las que aceleraron y provocaron su muerte; a él, que tanto amaba la vida. De no haber sido así, Christopher Johnson McCandless podría haber salido de los bosques de Alaska por el mismo sitio por donde había entrado unos pocos meses antes, y su leyenda no existiría. Leyenda que plasma con gran acierto y cercanía el escritor Jon Krakauer en Hacia rutas salvajes.

Un libro que está compuesto de 18 capítulos, narrados con un lenguaje muy sencillo, que recorren pausadamente la vida de Chris McCandless, su familia, su entorno; su antes como Chris McCandless y su después como Alexander Supertramp. Nos relatan cómo abandonó su vida de universitario y a su familia, y se lanzó a la aventura —convertido en Alex Supertramp.

18 capítulos buscando unos porqués, unas respuestas a los interrogantes que todo ser humano se puede plantear en un momento dado después de haber conocido la historia de Chris. Para intentar comprender al máximo esta historia el escritor también se sirve de su propia experiencia personal y de la de otras personas que, como Chris, se lanzaron a vivir aventuras en solitario en lugares difíciles de la naturaleza.

18 capítulos que analizan la personalidad de Chris McCandless, un joven que inspiraba ternura y deseos constantes de ser protegido. Un espíritu libre que acostumbraba a disfrutar con la lectura de sus escritores preferidos —Tolstoi, Jack London, Thoreau—, por los que se sentía verdaderamente deslumbrado. De Tolstoi admiraba su entrega a los demás y su talento. También que repartiera sus riquezas y se relacionara con los más pobres. De Jack London y de Thoreau su pasión por la naturaleza. Y su condena del capitalismo y de la vida burguesa.

18 capítulos repletos de sus citas preferidas, de sus ilusiones, de sus miedos… de notas tomadas de los amigos y conocidos del joven y que podrían ser resumidos así:

El electricista Jim Gallien fue la última persona que vio con vida a Chris McCandless. Lo recogió en el trayecto de Fairbanks. Chris se le presentó como Alex y le pidió que lo acercara al Parque Nacional Denali porque pensaba vivir unos meses de lo que se encontrara en el bosque. A Jim le pareció que no iba lo suficientemente provisto para esa aventura, y así se lo hizo saber. Chris no le escuchó, y aceptó a regañadientes las botas y la comida que Jim le ofreció antes de despedirse.

El capítulo II se centra en la ruta que siguió McCandless hasta adentrarse en tierras salvajes por la Senda de la Estampida, y de la historia de esta senda desde que un minero la descubriera en los años 30.

El capítulo III da comienzo con una cita subrayada por McCandless de Felicidad conyugal, de León Tolstoi: “Quería acción y no una vida sosegada, con unas buenas dosis de emoción y peligro, así como la oportunidad de sacrificarme por amor”.

El libro fue encontrado junto al cadáver del joven.

Jon Krakauer en su peregrinaje por todos los lugares y personas que conoció Chris McCandless durante los dos años que estuvo vagando se detiene en Cartaghe. Ya han pasado dos meses desde que fuera hallado el cadáver de Chris, y Krakauer habla con Wayne Westerberg en el bar El Cabaret. Vuelve su vista atrás para recordar cómo conoció a Chris, y la relación de amistad que mantuvieron durante dos años.

Wayne recogió a Chris —que se presentó como Alex— cuando éste estaba realizando autoestop el 10 de septiembre de 1990. A Wayne le llamó la atención la vulnerabilidad de la mirada de Chris; sintió enseguida que debía tratar de protegerlo de alguna manera. Le dio trabajo en Cartaghe y le alquiló una habitación. Aunque Wayne descubrió por un impreso de Hacienda que no se llamaba Alex, no quiso entrometerse en su vida privada haciendo preguntas. Por un problema anterior con la ley, Wayne fue detenido y encarcelado durante cuatro meses. Chris abandonó Cartaghe el 10 de octubre de 1990, cargado de afectos y de cariño.

Por fin, había conseguido liberarse de las ataduras que tenía hasta la fecha y sentir como él quería el lado salvaje de la vida. Su alter ego, Alexander Supertramp, era ya toda una realidad.

Hasta ese momento el destino de Alexander McCandless había estado en manos de sus padres, de la universidad y de las normas de una sociedad que lo estaba consumiendo. Ahora había llegado la hora de tomar firmemente las riendas de su destino.

A finales de agosto de 1990, los padres de Chris, preocupados por no saber nada de su hijo, viajaron hasta Atlanta y descubrieron que éste había desaparecido sin dejar rastro. Desolados, regresaron a Virginia y contrataron los servicios de un detective privado para que lo encontrara.

En el siguiente capítulo se cuenta cómo llegó con su viejo Datsun hasta el lago Med. Cómo su coche se quedó estancado y no lo pudo ya sacar de allí, y cómo comenzó así su particular odisea a pie.

Durante dos semanas recorrió a pie el Oeste, seducido por sus grandiosos paisajes. En autoestop llegó hasta el lago Tahoe, un lago de agua dulce que se encuentra en la frontera entre California y Nevada. Se adentró después por Sierra Nevada y estuvo andando una semana entera por la Senda de la Cresta del Pacífico, disfrutando de las vistas espectaculares de estos grandes espacios naturales antes de abandonar las montañas y regresar a la carretera.

En Arcata (California) conoció a Jan Burres y Bob. Él se les presentó a los dos como Alex y les contó que estaba recorriendo el país a pie y que se alimentaba de las plantas que iba encontrando. Ellos le cogieron enseguida afecto y, como Wayne, sintieron enseguida la necesidad de protegerlo de alguna manera. Estuvo con ellos una semana, y mantuvieron el contacto por carta durante los dos años siguientes.

Llegó a Arizona a pie y en autoestop. Se compró una canoa de segunda mano, ya que pretendía bajar remando por el río Colorado, hasta el Golfo de California, situado a 650 km al Sur, al otro lado de la frontera de México.

A finales de noviembre de 1990 llegó a la ciudad de Yuma, se abasteció de provisiones y le mandó una postal a Wayne a la cárcel: “He decidido que me dejaré arrastrar por la corriente de la vida durante una temporada. La libertad y la simple belleza son algo demasiado valioso como para desperdiciarlo… Alexander”.

Y lo cumplió. Se dejó arrastrar por la corriente de la vida y por la del río Colorado.

El 16 de enero de 1991 dejó la canoa y se puso a caminar. Apunta en su diario una nota que se refiere a Alexander Supertramp en tercera persona, es como si mantuviera distancias con su otro Yo. De hecho, era habitual que utilizara la tercera persona cuando escribía acerca de Alexander Supertramp. Como si ese otro Yo fuera solo una caracterización pasajera, un Yo para sentirse libre, el Yo nómada, aventurero, intrépido, con el que daba rienda suelta a sus verdaderos sueños. Y, una vez cumplidos éstos, regresaría como Chris McCandless, reintegrándose de nuevo sin problemas en la sociedad.

Alexander se decide a abandonar la canoa y regresa al norte.

Dejó de vagabundear durante dos meses y se puso a trabajar en una hamburguesería de Bullhead City, en la que se presentó como Chris McCandless y no como Alexander Supertramp. ¿Por qué?, pues no lo sabemos a ciencia cierta.

Desde allí le mandó una carta a Wayne a la cárcel: “Puede que al final me establezca aquí y abandone mi vida de vagabundo. Veremos qué sucede cuando llegue la primavera porque es la época en la que me entran ganas de vivir”.

No sabemos qué hizo desde que abandonó Las Vegas hasta mayo de 1991, ya que se le estropeó la cámara de fotos —la solía dejar enterrada junto con el dinero, para que no le robaran, antes de entrar en una ciudad—, y entonces dejó de tomar también notas. Sin paisajes, no había tampoco palabras escritas.

Por una carta que le mandó a Jan Burres sabemos que durante los meses de julio y agosto de 1991 estuvo en la costa de Oregón.

El capítulo VI da comienzo con un pasaje subrayado por Chris de Walden de La vida en los bosques, de H. D. Thoreau. Otro libro que se halló junto a su cadáver.

Chris McCandless conoció al anciano Ronald A. Franz poco antes de adentrarse en los bosques de Alaska. Franz recogió a Chris en la carretera mientras éste hacia autoestop en enero de 1992. Se le presentó como Alex y le comentó que estaba esperando a que llegara la primavera para irse a Alaska a vivir una gran aventura, al igual que Wayne, Jan Burres y Bob, Franz también sintió la necesidad de cuidar de él. Incluso le llegó a insinuar que quería adoptarlo. Cuando Chris fue consciente de los intensos sentimientos de Franz decidió huir para no hacerle daño. Franz le acompañó hasta San Diego. El 19 de febrero Chris llamó a Franz para felicitarle por su cumpleaños.

El 28 de febrero, Chris le mandó una postal a Jan Burres contándole que había viajado de polizón en un tren, en lo que sin duda había sido una emocionante experiencia.

El 30 de julio escribió: “Extrema debilidad. Me falta comida. Semillas. Tengo muchas dificultades para mantenerme de pie. Me muero de hambre. Gran peligro”.

A principios de abril de 1992 escribió a Franz informándole que llevaba dos semanas trabajando con su amigo Wayne en Cartaghe. Le da buenos consejos que Franz sigue al pie de la letra.

Durante cuatro semanas Chris estuvo trabajando con su amigo Wayne en Cartaghe; quería conseguir dinero para acabar de comprarse lo que él pensaba que iba a necesitar durante su estancia en los bosques de Alaska. El 15 de abril se despedía de Cartaghe y emprendía camino a Alaska.

El 27 de abril le mandaba una postal a Wayne, a Jan Burres y a Bob desde Fairbanks. Sería la última carta que recibirían todos de él, ya que unos meses más tarde ya estaría muerto.

Durante dos capítulos, Jon Krakauer se centra en la personalidad de varios personajes que un día entraron en los bosques de Alaska en busca de nuevas experiencias, y nunca más se supo de ellos.

Para intentar acercarse a la figura de Chris se detiene en Everest Ruess, un joven de 20 años que en 1934 se adentró a pie en el desierto, y nunca salió de aquella particular aventura con vida.

Los dos eran románticos en exceso, poco prácticos, imprudentes y buscaron hacer realidad a toda costa sus sueños. También coincidieron ambos personajes en que los dos intentaron cambiar radicalmente de vida y se bautizaron con otro nombre —bueno, en el caso de Everest con varios. Los dos acabaron pereciendo: Everest en el desierto y Chris en Alaska. Hielo y fuego para un mismo desdichado final.

En el capítulo XII sus padres y su hermana lo recuerdan con cariño. Chris estaba resentido con su padre porque les había mentido. Su padre se había casado con Marcia, mujer con la que tuvo seis hijos. Conoció a Billie, su segunda mujer, pero no se casó con ella, y estando con Billie tuvo a otro hijo aun con su ex mujer Marcia. Cuando Chris se enteró de esta situación comenzó a alejarse de sus padres. Le horrorizaba la hipocresía. Le comentó a su hermana que nunca podría perdonarles, que se sentía herido y engañado por la farsa que continuamente representaban.

En el capítulo XIV se habla de la última carta que le envió Chris a Wayne antes de adentrarse en los bosques de Alaska. Y Jon Krakauer relata, en los capítulos XIV y XV, su solitaria y enriquecedora experiencia, en 1977, con 23 años, cuando alcanzó la cima del Pulgar del Diablo.

El 25 de abril de 1992 Chris McCandless hacía su entrada triunfal en los bosques de Alaska, ligero de equipaje, pero cargado de ilusiones y buenas intenciones. Cruzó el río Teklanika, tras dos días caminando, sin complicaciones.

El 1 de mayo tropezó con un autobús, que le iba a servir como refugio y tumba durante los próximos meses. Tras varios intentos por seguir adelante, decidió quedarse en el autobús.

Cazar le resultó sumamente complicado, pero lo consiguió. A los dos meses de vida solitaria, alejado del mundo, decidió regresar, satisfecho, al mundo civilizado. Ya se sentía con ganas.

Llegó hasta el río Teklanika —el mismo que hacía dos meses había cruzado sin problemas—, pero resulta que dos meses después, debido al deshielo y al calor del verano, se había convertido en un río violento y desbocado. Si Chris hubiera llevado un mapa de la zona, podría haber atravesado el río en una cesta de aluminio, a través de un cable que colgaba sobre el río. Triste y desanimado, decidió volver al autobús, y anotó en su diario: “Desastre. Llueve. Imposible cruzar el río. Me siento solo y asustado”.

No sabía cómo cruzar el río porque no llevaba ningún mapa, ya que se había desecho por el camino de él. De haberlo llevado se hubiera dado cuenta, también, de que el autobús se encontraba a menos de 50 km de una carretera por donde pasaban cientos de turistas para adentrarse en el Parque Nacional Denali, y por el que, además, patrullaban a diario varios guardias forestales. Y que en un radio de 10 km, además, había cuatro cabañas, aunque durante ese verano, casualmente, estuvieran todas desocupadas.

En el capítulo XVII, Jon Krakauer, en su intento por conocer y comprender los últimos movimientos de Chris McCandless, los que acabaron provocando su muerte, acude con dos amigos a las inmediaciones del río Teklanika. Y a primera vista se da cuenta del primer gran error que cometió Chris McCandless y es que si hubiera llevado un mapa, podría haber atravesado el río.

¿Por qué se murió de hambre en el autobús? Jon Krakauer necesitaba ir hasta el autobús para poder saberlo. Y, ¿por qué no intentó regresar al río?

En el capítulo XVIII, Jon Krakauer repasa las notas que Chris dejó apuntadas en los libros que leyó antes de morir.

El 30 de julio escribió: “Extrema debilidad. Me falta comida. Semillas. Tengo muchas dificultades para mantenerme de pie. Me muero de hambre. Gran peligro”.

El 5 de agosto anotó: “Día 100. Lo he conseguido, pero nunca me había sentido tan débil. La muerte comienza a ser una grave amenaza. Estoy demasiado enfermo para salir andando y me he quedado literalmente atrapado en el monte. No hay caza”.

El 12 de agosto dejó una nota escrita pidiendo auxilio, y la firmó con su nombre verdadero. Cuando se dio cuenta de que la muerte lo estaba rondando de cerca, redactó también una nota de despedida: “He tenido una vida feliz y doy las gracias al Señor. Adiós y que Dios os bendiga”.

El 19 de agosto ya se había muerto. Su final fue muy rápido. Se pensó que quizá se hubiese intoxicado con las semillas de la patata silvestre. He aquí el segundo error garrafal, que cometió por puro desconocimiento. La intoxicación le produjo mucha debilidad, y por ese motivo no regresó otra vez al río para cruzarlo.

Dieciocho días después de su fallecimiento unos cazadores encontraron su cuerpo.

Sus padres, Billie y Walt, desconsolados, decidieron visitar el autobús donde murió su hijo. Su madre se reconfortó pensando que Chris pasó sus últimos días en un paisaje increíblemente bello. Su padre acabó comprendiendo las razones de su huida y viaje a Alaska.

Nada será igual para ellos. Nada ni nadie les podrá devolver jamás a su hijo, pero están intentando conocer mejor a Chris para entender y asimilar los porqués.

El libro finaliza, y una reflexión queda en el aire: ¿valió, realmente, la pena?

Javier Úbeda Ibáñez
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