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Los últimos días de John McCormick, de Eduardo Cobos

sábado 5 de enero de 2019
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“Los últimos días de John McCormick”, de Eduardo CobosLos últimos días de John McCormick
Eduardo Cobos
Cuentos
Ediciones Inubicalistas
Colección Narrativa
Valparaíso, 2018
ISBN: 9789569301377
80 páginas

Creo estar en presencia de un libro de relatos de viaje, de aventuras, pero no al estilo clásico de un Tom Sawyer o de un diario de crónicas lemebelianas, donde la peripecia lucha en su rememoración por trasplantarse a un presente virtual. Aquí los hechos se anclan en la memoria, y su esfuerzo está en rescatar fragmentos de objetividad. Es en esa reinvención donde el olvido pasa a ser el gran creador. Si ya no duele es porque el recuerdo ya no importa, nos dice Nietzsche en su Genealogía de la moral. Y los protagonistas de estos relatos, al volver o permanecer en un exilio voluntario, en un destierro mental, en un volver y no volver al hogar de los mayores, se remecen marcando una huella naturalista de la cual no podrán zafarse. El paisaje común es el fin de la dictadura en Chile, un ambiente que para muchos sólo se hace respirable con la lucha en las calles o con ver a la distancia cómo la evasión de la realidad no es la panacea para sentirse mejor.

En “Beruti”, el primer relato, este chileno se encuentra en Argentina. 1986. En un refugio, en una casa ocupa, un sueño comunitario donde conoce a dos de sus habitantes, el Rengo y la Flaca. Hay una imagen esencial en este relato: los tres, borrachos en un colchón, viendo el partido de Argentina contra Inglaterra. ¿Cómo se podría llevar al extremo a esta situación? El relato florece cuando la pasión por el fútbol no se torna bovina, Las Malvinas es una pena profunda y no quiere mancharse con la bandera patriota. Cosas que pasan en medio de la soledad. Este chileno no aguanta el barullo del triunfo y escapa por las calles rehuyendo el carnaval.

Al leer el relato “Los últimos días de John McCormick” se me hace ineludible recordar al Bolaño de “Prefiguración de Lalo Cura”.

En los relatos “Itaí” y “Urupagua” la soledad de este chileno, extraño a los pueblos tropicales de Sudamérica, cae en la trampa de parecer nunca lo suficientemente distante del horroroso baldío de Lihn. En “Itaí”, un inglés que conoció en sus andanzas le pide que algún día viaje a Itaí. El chilenito llega, pero al día siguiente es revisado, interrogado y expulsado del pueblo. ¿Por qué ocurre esto? El inglés algo hizo en ese lugar y lo mandó solo como una señal, la señal de que él todavía vive en la memoria de esa comunidad. En la zona de Urupagua, Lalo, el protagonista que además está indocumentado, sólo quiere apagar la calentura del cuerpo con la picardía provinciana, jura que la está haciendo de oro, pero es casi asaltado por la policía, rechazado por una prostituta que huele que ahí no hay guita y se esfuma. Y al final la carencia sólo le permite penetrar a un trozo de carne en un cuartucho oscuro, un trozo de carne frío como las calles de Urupagua. En el fondo el chileno es una costra, un calorcillo vacío en un pueblo extraño que puede ser cualquier otro.

En “Retornados” se hace un fresco de la época del plebiscito de 1988. Los retornados volviendo en cantidades llamativas, los militares dando avisos de apertura, de falsa apertura, la esperanza mezclada con el miedo. “¡Mueran los malditos ochentas!”, parecen decir todos los personajes que configuran la trama. La aparición del Griego, un tipo que dice ser hijo de exiliados, los aterriza a todos. Los 80 se desangran lentamente, pero ahora los sapos de la CNI pronto dejarán las parrillas eléctricas y serán reemplazados por un lumpen moldeado finamente por dieciséis años de represión. ¿Qué hará esta sociedad frente a los 90, donde el enemigo verdadero ya ha criado a su pequeño ejército de bestias?

Al leer el relato “Los últimos días de John McCormick” se me hace ineludible recordar al Bolaño de “Prefiguración de Lalo Cura”. Ese cuento donde el protagonista ve uno de los vídeos de su padre actor porno teniendo sexo con una actriz embarazada, que es su madre y él, por cierto, también actúa dentro de la barriga. En el relato de Cobos se dibuja la crónica de un actor porno que ha caído en desgracia, ha dejado el trabajo, sus colegas lo desprecian y sólo el amigo de la primera juventud quiere ir por su rescate. El destino de John también está prefigurado. ¿Se contagió una venérea mortal, el ego profesional le desbarató las ganas de competir o simplemente se cansó y no pudo más? No importa, el pequeño héroe ha muerto y no hay nada que lo salve de la desaparición.

En el relato “Una década después”, Ricardo Azuaje esboza una crítica contra la narrativa de la época. Este escritor le plantea al protagonista la idea de arriesgarse más en el desarrollo de los personajes y exprimir la trama hasta el extremo. Quizás Azuaje (y es aquí donde divago) percibe esa presión entre los escritores no tan viejos de la época, que es la de escribir la gran novela de la dictadura y morir en el intento extremando esos fragmentos de realidad histórica en función de que la anécdota objetiva pueda tener muchos más caminos de creación. Total, como termina diciendo Azuaje: si los muertos sólo viven en nuestra imaginación los podemos articular a nuestro antojo.

Todo termina en una fiesta, la fiesta de la literatura, la fiesta de la ficción, de las coincidencias, de los retornos a los viejos momentos.

En “Hacia la medianoche”, Ceni Blixen es la Cenicienta a la que se le ha prohibido ir a la gran fiesta por verse tan bella con una minifalda y unas pantis a punto de estallar en su rotura. Ceni Blixen se escapa por la ventana, donde se junta con su yunta y la lleva en su moto. Hija de un europeo que luego se volvió a casar y que le da una madrastra con tres hermanas envidiosas. Ceni Blixen lo logra, al igual que su par del cuento de hadas, aunque ésta no tiene hadas sino un viejo traficante que se lleva la mejor parte. Son los tiempos que corren, diría el Griego de hace un par de relatos atrás, mientras lanza una risa monstruosa, signo del entrecruce de siglos.

Llegamos al último relato, “Santiago, otra visita”, donde el protagonista conoció en Caracas a Roberto Bolaño. En la conversación recuerda cómo el narrador se ríe de sus colegas chilenos y sólo le recomienda a Pedro Lemebel. Aquí comienza la aventura por llegar a entrevistar al poeta. Pero todo es una bella coincidencia, tanto poeta como periodista hace diez años se vieron y la entrevista se realiza con un afecto distante. Todo termina en una fiesta, la fiesta de la literatura, la fiesta de la ficción, de las coincidencias, de los retornos a los viejos momentos, como si el espíritu de estos relatos se condensara en unos versos de César Vallejo: “¡Alejarse! ¡Quedarse! ¡Volver! ¡Partir! Toda la mecánica social cabe en estas palabras”.

Claudio Maldonado

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