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Los abismos de Marchena

miércoles 30 de enero de 2019
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Adolfo Marchena
Adolfo Marchena es uno de esos enormes poetas personalísimos, no comestibles ni dóciles al uso. Fotografía: Pilar Barco • Noticias de Álava

“En mi barrio no hay Quijotes”, de Adolfo Marchena

En mi barrio no hay Quijotes
Adolfo Marchena
Poesía
Literarte Editorial
Bilbao (España), 2018
ISBN: 978-84-947626-3-5
94 páginas

Al respecto del libro Perplejidades y certezas de otro magnífico poeta, José Luis Zerón Huguet, escribí que cuando un poeta alcanza una madurez en una trayectoria tan personalísima tiene el derecho y la obligación de transformar los lugares comunes de su obra en lugares propios, abismos e infancias, luces y sombras incluidas, y de apropiarse de ellos y tirar la llave. Y Adolfo Marchena (Vitoria, 1967) es otro de esos enormes poetas personalísimos, no comestibles ni dóciles al uso que tanto proliferan hoy día en los periódicos. Quijote pero, y que me perdone Adolfo, consciente y doloroso, consciente de sus dolores, no un loco con atenuantes por su incapacidad receptiva, sin perder tampoco la fe en un Dios de tú a tú con el que puede estar tomándose un refresco.

Marchena es consciente, tremendamente consciente de su entorno, siempre su entorno, el que su poesía refleja, tanto si atendemos a este poemario como a sus anteriores entregas. El cansancio, casi la apatía, ahí también su esencia. La insobornable soledad del caballero andante en un desierto, en un columpio del parque sin ir más lejos, ni más cerca tampoco. La madrugada tras los fracasos y el frío ambiental y personal, dolorosamente humano, la infancia por repetir, la fiebre de todo lo cercano aunque en su tragedia llegue a soñar con El Bosco o con Escandinavia. La perenne compañía de sus Art Pepper, Patti Smith, Keith Richards o el boss Springsteen.

La poesía de Marchena no es una poesía lastimera, simplona, fácil para atraer legión de seguidores.

Pero el tiempo pasa, Haciéndonos viejos, iba a decir que para todos menos para César Vallejo, pero también, y más aún para nosotros los perdedores. Y ese entorno cercano, ese entorno que Marchena patea cada día, se hace abismo. Cómo si no explicar que los ascensores de Marchena no se expliquen por ser rápidos o modernos sino por sus huecos. Cómo si no explicar los cactus que ocupan el lugar destinado a las rosas y camelias. En vez del ruiseñor, la partitura del cisne, con todas sus románticas connotaciones. Las estatuas, cómo no, calladas.

No, pero no nos engañemos. La poesía de Marchena no es una poesía lastimera, simplona, fácil para atraer legión de seguidores. La poesía de Marchena es tan profunda como implicada en toda la dimensión de la supervivencia humana. Rezuma la presencia de un Baudelaire que soñamos ser todos de jóvenes. Que a Dios gracias no fuimos.

Si no lo dejé escrito por algún lado, digo que me van, me van los poetas incorruptibles como Marchena, como mi César Vallejo, sobre todo por sus momentos de debilidad, por su humanidad tremenda y espiritualidad máxima, porque me agotan. Porque se nos puede compadecer incluso. Acta est fabula, amigos.

Alfonso Pascal Ros
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