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Alegría, de Manuel Vilas

sábado 6 de noviembre de 2021
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“Alegría”, de Manuel Vilas
Alegría, de Manuel Vilas (Planeta, 2019). Disponible en Amazon

Alegría
Manuel Vilas
Novela
Editorial Planeta
Barcelona (España), 2019
ISBN: 978-84-08-21785-5
360 páginas

Me resulta verdaderamente difícil escribir una reseña sobre Alegría, en tanto en cuanto una reseña siempre revela una opinión personal, una impresión producida en el ánimo. Eso sucede siempre: todos los críticos, ante una obra de cierta enjundia, se convierten en lectores que leen desavisadamente, por mero disfrute, aunque uno siempre trate de controlar esa faceta y se obligue a tomar las consabidas notas acerca de la acción, los personajes, los ambientes, el uso del lenguaje y tantas otras características de nuestra labor. No se espera tal cosa de mí, sino, por así decirlo, una lectura profesional, una visión crítica que conjugue distintos aspectos, que dé idea de una métrica, de unos valores, de un número determinado de estrellas, que es como se tiende a clasificar hoy.

Vayamos a su génesis, porque la tiene, y es muy relevante. Su autor ha indicado que es un título que se puede leer de forma independiente. Independiente de Ordesa, naturalmente, libro precursor del que nos ocupa y que arroja cifras mareantes para cualquier escritor: más de 100.000 ejemplares vendidos y traducido a catorce idiomas, no en vano sí es una de esas obras con enjundia que mencioné antes.

Es importante tener en cuenta esto, sin entrar en honduras ni en destripamientos argumentales, porque en Ordesa era un hijo el que hablaba y nos contaba la historia de sus padres. Ahora es el autor el que habla como padre (o eso se nos dice), pero sigue hablando como hijo. Sigue presente el hijo que añora a sus padres, pero ya divorciado, casado en segundas nupcias y a salvo de las garras del alcohol. Es una segunda parte de Ordesa, en la que vive su presente con más o menos tino y se pregunta por el futuro, pero no sólo por su futuro, sino por el de sus hijos, que son para él su futuro, porque considera que la familia es una cadena de infinitos eslabones estrechamente ligados. Todo discurre con el autor y el protagonista, puesto que aquí son uno, en la mitad de un puente imaginario desde el que contempla los dos extremos, el pasado y el futuro. Desde esa mitad del camino, trata de controlar la tensión generada entre esas dos fuerzas centrífugas.

Reconozco que siento admiración por el valor de la exposición de la vida personal sin ningún tipo de ambages, sin circunloquios ni medias tintas. Ha de ser duro, y muchos de sus lectores verán en ello un extraordinario estímulo, pero es un recurso que no se emplea con fuerza decisiva y que no lleva la obra a alcanzar la excelencia.

A lo largo de más de trescientas páginas, Vilas se esfuerza por encontrar motivos para la alegría, pero nunca fructifican.

Alegría, pese a la implicación personal, es un pastiche de pensamientos, recuerdos y anécdotas que quedaron fuera de Ordesa, uso de materiales de desecho, acogimientos a sagrado para que perdonemos una y cien veces las referencias a padres, a hijos, a la nueva esposa, a otros familiares, a amigos de sus padres, a lugares visitados y por visitar, a descripciones sin fin de habitaciones de hotel para, así, conformar unas páginas que desmerecen a Ordesa. Parece hecho de retales, hecho por encargo para ser presentado a un premio que, cabría pensarlo, contaba con que el éxito de su predecesor hiciera obtener pingües beneficios.

Hay atisbos de brillante prosa poética, porque el idioma y los recursos literarios, la profusión de vocabulario y el cuidado de la palabra no son reproches que se le puedan hacer a Vilas… Aun así, existe un segundo pero: no percibo fuerza y consistencia en la narración.

Si es un patchwork, ¿no hay un hilo conductor? ¿No cuenta con la alegría como nexo de tantas piezas inconexas? Retrocedamos para tomar perspectiva. La alegría es una de las emociones humanas clásicas (miedo, ira, asco, tristeza, sorpresa y alegría). Viene definida en el Diccionario de la lengua española como “sentimiento grato y vivo que suele manifestarse con signos exteriores”. Por aquí desea Vilas que discurra su libro. Se supondría que ha abandonado los antiguos pesares que lo aniquilaban en Ordesa y que ha decidido caminar por senderos de luz, pero no es así. A lo largo de más de trescientas páginas, se esfuerza por encontrar motivos para la alegría, pero nunca fructifican. Si se leyera el libro esperando un resurgir personal, se podría considerar publicidad engañosa. Su técnica consiste en reflexionar, en teorizar, más bien, sobre en qué espacios se puede encontrar la alegría, pero él jamás se logrará con plenitud.

Indica el mismo diccionario que esta emoción es “irresponsabilidad, ligereza”. Si algo hay relativo a tales cuestiones, desde luego, el autor las sitúa en su infancia, donde él no tenía responsabilidad alguna y la vida era más ligera y más feliz. Quizá podríamos pensar que Vilas nos invita a ahondar en el hecho de que debemos ser responsables de nuestro paso por este mundo, que debemos trabajar el hecho de llegar a la alegría. No lo deja claro, y esta es una conclusión personal. Él se confiesa irresponsable, ciertamente, lo cual nos hace receptores de ese corolario: si no eres responsable, no vivirás la alegría. ¿Era esa su intención? No queda claro.

No alcanza en ningún momento un grado aceptable de tensión narrativa, por lo que esto causa que se tenga la percepción de estar ante un edificio deslavazado.

Es de agradecer que se aleje del concepto de felicidad, tan abusivo, tan inalcanzable, y lo transmute en alegría, que es más transitorio y asible. Y es que sí cuenta Alegría con fogonazos que son verdaderamente destacables. Podemos hallar pensamientos, semillas filosóficas, reflexiones políticas, un sentimiento noventayochista de dolor por España, recuerdos y notas sobre autores señeros de nuestras letras, referencias al cine clásico, remembranzas musicales, etc.

Porque no es Vilas un escritor inculto ni falto de talento, de eso no lo puede acusar nadie. Lo que sí cabría reprochar es que, más allá de su extraordinario manejo de las palabras, de su fabulosa prosa intimista, el edificio se cae, no se sostiene, no tiene suficiente masa como para apuntalar los muros; no hay una entidad que lo sostenga todo, precisamente porque fía a la figura de sus padres la construcción del mismo y no se hace responsable de ella, por lo que no es de extrañar que no logre encontrar la alegría que busca.

Sí se le puede acusar de haber escrito un libro que pareciera ser de encargo, de haber “estirado el chicle” de su obra más sobresaliente. No alcanza en ningún momento un grado aceptable de tensión narrativa, por lo que esto causa que se tenga la percepción de estar ante un edificio deslavazado, desestructurado, insuficientemente apuntalado. Realmente, que haya sido premiada una de sus obras menores parece ser profético, puesto que él mismo ha dicho en alguna ocasión que no era partidario de mezclar literatura y productos editoriales. Esperemos que, en breve, pueda darnos alguna alegría de verdad, porque no le faltan cualidades para ello.

Y es que segundas partes nunca fueron buenas.

Javier Úbeda Ibáñez
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