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Llévame a casa, de Jesús Carrasco

sábado 2 de julio de 2022
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“Llévame a casa”, de Jesús Carrasco
Llévame a casa es sin lugar a dudas el libro más redondo de Carrasco, hermoso, conmovedor y sobre todo literariamente deslumbrante.

Juan se lleva la mano a la cara, se repasa la frente con ella, se hunde los párpados con dos dedos. Se nota el rostro apergaminado, insensible. Sigue en pie porque la burocracia funeraria le ha ido llevando a empujones de un momento al siguiente, de un lugar a otro. Su cuerpo ha respondido razonablemente bien, pero nota cómo lo horizontal le atrae ya irremisiblemente. Ayudan el alcohol, la flama, la sequedad del aire y, sobre todo, el tener ya al padre bajo tierra y no expuesto en un frigorífico mortuorio. Descuidar, lo llama a eso su madre.

Jesús Carrasco, Llévame a casa.

Estimo que Jesús Carrasco es uno de esos fenómenos que el mundo literario estaba esperando como agua de mayo durante mucho tiempo para poder así reconciliarse con la esencia original de su negocio y que no es otra que la Literatura con mayúscula. Sólo así se entiende el entusiasmo con el que la primera obra de Carrasco, Intemperie (2013), fue recibida tanto por la mayoría de la crítica como por un prototipo muy concreto de lectores que las editoriales parecían haber dado ya por extinto a tenor de su apuesta casi que exclusiva por la literatura llamada comercial, o lo que es lo mismo, de lectura ligera más que fácil y sin otro objetivo que entretener sin plantear excesivas disquisiciones al lector. Con Intemperie llegaba un tipo de novela literaria que apostaba tanto por el texto trabajado a conciencia en cada frase, una apuesta por la precisión con las palabras con el único objetivo de expresar del modo más sucinto y nítido las imágenes que quiere trasladar al lector sin irse por las ramas, como por un regreso a escenarios que la literatura española contemporánea, siquiera la de las últimas décadas, parecía haber abandonado del todo en la convicción de que todo lo que había que contar sobre el mundo rural contemporáneo ya lo habían dicho otros desde Sender, Cela y Delibes, puede que el último de todos Julio Llamazares.

La gente joven ya no escribía de esa retaguardia de la sociedad española en la que ya nunca pasaba nada reseñable porque ya apenas quedaba nadie y los que se habían quedado aparentaban haberse adaptado tanto a los tiempos que ya apenas se distinguían de la gente de ciudad. Siquiera, todo lo más, lo rural aparecía de vez en cuando como escenario de las escapadas de fin de semana de personajes esencialmente urbanos. También algún que otro remedo moderno, patrio y sobre todo bufo de Henry D. Thoreau, como en el caso de Los asquerosos de Santiago Lorenzo. Entonces, de repente, aparecía Carrasco con una historia tan a la contra de las de los escritores de su generación. Una historia que en un principio se despachaba con tanta displicencia como incomprensión, como un wéstern hispano. Algo así como si el autor se hubiera limitado a ubicar una vulgar historia de persecuciones y venganzas al más genuino estilo de las películas de John Ford en ese campo extremeño y toledano que le es familiar para poder así dedicarse, con la seguridad que da escribir sobre lo que se conoce de primera mano, a la redacción de un texto en el que sabe desde un primer momento que la sencillez de la trama sólo es una excusa para ceder todo el protagonismo del libro a una escritura deslumbrante. Y sin embargo, puede que con Intemperie, más que con ningún otro fenómeno editorial, esté justificada la manía de recurrir a las etiquetas para intentar clasificar un éxito literario como el de esta ópera prima de Jesús Carrasco: neorruralismo. Lo digo tanto porque, en efecto, Carrasco nos ha “redescubierto” lo rural tras décadas de abandono literario, como porque gracias a él parece haber surgido una corriente de escritores jóvenes que no han dudado en volver su mirada hacia esos escenarios que durante un tiempo fueron habituales en la literatura española; autores como, por ejemplo, Iván Repila, Manuel Darriba, Óscar Esquivias, Jenn Díaz y Lara Moreno.

El éxito de Intemperie fue tan grande que, como sucede en estos casos, el autor debió sufrir el síndrome de la segunda novela.

El éxito de Intemperie fue tan grande que, como sucede en estos casos, el autor debió sufrir el síndrome de la segunda novela, ese que obliga al escritor primerizo a, si no superar su primer y gran éxito, al menos a no desmerecerlo. Carrasco lo intentó con La tierra que pisamos (2016). En este caso se diría que Carrasco pretendió marcar la diferencia respecto a su primera y exitosa ópera prima con una historia cuyo hilo argumental parecía lo opuesto a la sencillez argumental de Intemperie. Así pues, si la trama argumental de su primera novela era la de la persecución de un niño por unos extraños a través del paisaje desolado y al mismo tiempo intensamente lírico del sur de España, una historia en la que primaba más cómo se decían las cosas que lo que se decía, más las imágenes que los personajes, en La tierra que pisamos nos encontramos con una ucronía enmarcada a comienzos del siglo XX: España ha sido anexionada por un gran imperio de otro país europeo y, tras la pacificación, las élites militares eligen un pueblo de Extremadura que a modo de gratificación se les ofrece a los mandos a cargo de la ocupación. Eva Holman, esposa de uno de ellos, vive así un idílico retiro… hasta que en su huerto aparece un hombre que acabará por invadir su vida entera. Una trama en apariencia extraordinariamente compleja que podía haber corrido el riesgo de desbordarse en manos de cualquier escritor carente del talento de Carrasco para embridar un planteamiento argumental tan ambicioso. Porque el gran mérito de Carrasco en esta novela es hacernos olvidar el trasfondo de la ucronía con la que arranca el libro, centrando la atención del lector en temas mucho más cercanos, objetivos, como puede ser, una vez más, la relación entre el ser humano y la naturaleza. Claro que en el contexto ucrónico de La tierra que pisamos, siquiera en ese pujo de alejarse de la sencillez de su anterior novela, a veces da la impresión de que Carrasco quiere abarcar demasiado: grandes catástrofes, episodios de la historia más reciente como la guerra civil española, los totalitarismos europeos, la colonización, los choques identitarios y culturales, la violencia en forma de campos de concentración, ultrajes y atropellos en los territorios conquistados. Demasiado para el cuerpo, que diría un castizo. Sin embargo, Carrasco ya ha demostrado en su primera novela que no es un escritor convencional, uno más, sino uno especialmente dotado para el que las tramas, ya sea por sencillas o por todo lo contrario, son ante todo retos literarios. De ese modo, Carrasco evita enfangarse en una historia acaso excesivamente ambiciosa desde el punto de vista conceptual, gracias al talento demostrado en su primera novela, el cual le hace alterar la línea narrativa con saltos temporales según la intensidad de cada momento, pudiendo medir así el tiempo que dedica a las emociones de los personajes y ese otro a la narración pura y dura de la historia. Sólo así consigue salir airoso en esta segunda entrega por la que sabía que iba a ser mirado con lupa para poder así confirmar o no que era digno de todos los elogios que se le habían hecho como escritor revelación a raíz de Intemperie. Con todo, digamos que lo hace por los pelos, puro trámite.

“Llévame a casa”, de Jesús Carrasco
Llévame a casa, de Jesús Carrasco (Seix Barral, 2021). Disponible en Amazon

Llévame a casa
Jesús Carrasco
Novela
Editorial Seix Barral
Barcelona (España), 2021
ISBN: 978-8432237737
320 páginas

Y entonces llega la tercera entrega de Carrasco, ya libre de la necesidad de demostrar nada que no sea subir un peldaño más en su carrera como escritor esencialmente literario, puede que hasta como relevo generacional de los pocos que todavía se dedican a algo más que a entretener a los lectores en exclusiva: Llévame a casa (2021).

En Llévame a casa Carrasco relata el regreso de Juan al pueblo, en la provincia de Toledo, para el entierro de su padre desde su residencia en Edimburgo. Su intención es pasar unos días allí antes de regresar a Edimburgo, donde reside desde hace cuatro años trabajando como jardinero. Sin embargo, las circunstancias familiares relacionadas con el estado de salud de su madre y los planes profesionales de su hermana mayor, le obligarán a trastocar sus planes indefinidamente. Se trata por lo tanto de una historia de relaciones familiares enmarcada en ese territorio ya mítico de Carrasco, el entorno rural del que procede y que utiliza como escenarios de sus historias con la competencia del que sabe de lo que escribe porque lo lleva dentro, y no un escritor que se acerca desde fuera para empaparse de lo que ve o lee con el fin de ambientar una historia que lo mismo que la ambienta en un sitio lo puede hacer en otro. Aquí hay que subrayar que, tanto los escenarios que aparecen en Llévame a casa como las circunstancias vitales de Juan, coinciden con varias de las peripecias vitales de Carrasco, pues, al igual que su protagonista, él también trabajó en la hostelería fregando platos en Escocia y corrió campo a través por las llanuras toledanas, concretamente en la comarca de Torrijos, donde pasó gran parte de su infancia y juventud. Datos que, como todo buen lector debe tener siempre cuenta, no significan bajo ningún concepto que el autor nos esté contando una historia basada exclusivamente en su propia biografía, asunto que nos debería traer completamente sin cuidado a la hora de enfrentarnos al texto. Sin embargo, tampoco es un asunto baladí, dado que esta circunstancia de Carrasco resulta primordial para percibir en cada una de las líneas de la novela una autenticidad, siquiera una implicación con lo que cuenta, que hace posible que el lector conecte enseguida con los personajes y su entorno dado que el autor no tiene que convencerlo de que conoce el terreno sobre el que pisa, que se ha empapado de todo lo que hay que empaparse para que la historia resulte real; simplemente se da por hecho.

Llévame en casa transcurre en una geografía concreta, un pueblo de Toledo y alrededores y una época que es la nuestra.

Una autenticidad que es además la marca de esta tercera novela de Carrasco, pues, si Intemperie era un amago de wéstern hispano ambientado en ese territorio rústico, incluso salvaje, del sur de España, sobre el que Carrasco construía su historia dándole incluso más protagonismo que a la propia historia, a decir verdad como si la historia sólo fuera un pretexto para escribir sobre el paisaje que le es tan caro, si La tierra que pisamos era una complicada ucronía que resolvía narrativamente enfocándola en el que denomino el mundo rural de Carrasco convertido en territorio mítico, si ambos textos se caracterizan por una indefinición espaciotemporal, Llévame a casa es todo lo contrario, puede que hasta la superación de un recurso literario en el que hasta el momento podía haberse sentido cómodo como narrador. De ese modo, Llévame en casa transcurre en una geografía concreta, un pueblo de Toledo y alrededores, una época que es la nuestra y unas circunstancias que son las previsibles en cualquier familia española que ve trastocada de repente la que hasta el momento ha sido su rutina ante el hecho luctuoso de la muerte de un familiar.

Llévame a casa es sin lugar a dudas el libro más redondo de Carrasco, hermoso, conmovedor y sobre todo literariamente deslumbrante. Lo es porque Carrasco parece haber vertido todo el talento literario que atesora y además ya había demostrado para crear los escenarios telúricos y la tensión de los diálogos de Intemperie. Ahora lo hace para hablarnos de lo verdaderamente humano ya sin contemplaciones. Así pues, en Llévame a casa Carrasco nos habla de la tan pesada como frágil consistencia de los lazos familiares y, muy en especial, de cómo éstos obligan a hacer frente a las circunstancias que afectan a la familia en su conjunto en contra incluso de los intereses particulares de cada individuo. Nos habla, en suma, de cómo hacer frente a esas leyes no escritas que son las obligaciones éticas ineludibles como el cuidado de los padres cuando se hacen mayores y, ya por extensión, de todo aquello que atañe al patrimonio familiar más allá incluso de lo estrictamente material.

En resumen, en Llévame a casa nos damos de bruces con una de las vicisitudes más importantes a las que se enfrenta cualquier ser humano, esa que atañe a lo más profundo de su ser y las consecuencias imprevisibles que derivan del hecho de tener que asumirla. Todo un reto literario que no deja de ser sino uno de los grandes retos de la Literatura: hablar del ser humano como tal, no sólo como personaje.

Un reto que Carrasco asume con la obligación de contar una historia muy cercana, cotidiana, doméstica incluso. Y lo hace sin caer de lleno en las trampas del folletín, es decir, en la exposición tan evidente como impúdica de las emociones con el único fin de atrapar así fácilmente al lector. Para ello Carrasco habla de lo cotidiano, de objetos y olores, de los convencionalismos asumidos peor o mejor según cada cual, de los afectos recuperados y aquellos otros siempre velados por simple pudor, siquiera ya sólo por la inercia de la costumbre. Pero, sobre todo, nos habla del compromiso ético de atender a tus seres queridos aunque eso suponga renunciar a tus proyectos o ilusiones. Un compromiso que plantea todo un dilema vital al protagonista, Juan, el cual ve cómo el estado de cosas que se encuentra tras regresar a su pueblo lo obligará a tomar unas decisiones que poco a poco van transmutándose de provisionales en indefinidas. Dicho de otra manera, asistimos a la evolución del protagonista desde el joven con ambiciones que quiso dejar el pueblo para emprender una nueva vida lo más lejos posible de un entorno que lo oprimía con su falta de oportunidades y, muy en especial, con esa resignación de la mayoría de la gente del campo a lo ineluctable que suele ser asumir sin mayores disquisiciones aquello a lo que parecen destinados casi que desde la cuna, a ese otro ya más maduro que simplemente se rinde a la evidencia de que a veces resulta imposible escapar a los mandatos éticos que nos tocan en suerte por nuestro origen o condición.

Es una historia que evoluciona desde esas tinieblas que se abaten de sopetón sobre el futuro del protagonista a un final donde poco a poco va atisbándose la luz.

Se trata, por lo tanto, de una historia dura y envuelta bajo una capa de pesimismo en la que el tono oscila entre lo oscuro y triste de la mayor parte del libro con los destellos de esperanza que aparecen de vez en cuando para ser arrollados al rato por el peso de la realidad. Con todo, también es una historia que evoluciona desde esas tinieblas que se abaten de sopetón sobre el futuro del protagonista a un final donde poco a poco va atisbándose la luz en forma de, no tanto una aceptación resignada por parte de Juan del cambio de vida que se le impone, como de (re)descubrimiento de un mundo familiar de afectos y sensaciones que hasta entonces había pasado por alto, o del que simplemente se había olvidado al haber centrado todos sus esfuerzos en sí mismo. Así pues, el protagonista consigue adaptarse a una nueva vida que le es impuesta en lugar de derrumbarse del todo por haber tenido que renunciar a esa otra que había elegido. Y lo hace tras reencontrarse no sólo con su familia y su entorno, sino sobre todo consigo mismo, aprovechando unas facultades que no había sabido o querido desarrollar hasta ese momento, aceptando incluso la evidencia de que todo ese mundo relacionado con el pueblo y las obligaciones familiares no le disgusta tanto como lo hacía cuando todavía su padre estaba vivo y él era un joven que apenas había tenido la ocasión de salir del pueblo, de escapar de todo lo que entonces se le antojaba lo más parecido a una muerte en vida.

En cualquier caso, una historia de intimidades y emociones que escapa del dramón al uso gracias al cincel narrativo de Jesús Carrasco, el cual convierte cada frase, cada párrafo, en una delicia, ya sean los exclusivamente descriptivos por esa precisión de la que hacía gala en Intemperie, como en unos diálogos donde todo suena auténtico como pocas veces en la literatura de mero entretenimiento a la que últimamente estamos acostumbrados. Una escritura limpia y precisa que consigue el milagro de que el lector no caiga en la tentación de leer el libro a saltos para no empacharse de la aparente desesperanza que parece caracterizarlo en un primer momento, sino que lo atrapa desde la primera página y lo lleva a través del pasado, presente y futuro de Juan y su familia en un viaje donde no faltan todo tipo de emociones debidamente dosificadas, pero de una autenticidad que abruma hasta al más duro de corazón. Un estilo tan propio y poderoso que es ya la marca de la casa convirtiendo a Jesús Carrasco sin el menor atisbo de duda en el más dotado de su generación.

Txema Arinas
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