
La incertidumbre
es mirar más adentro
sin encontrarnos.
Con este poema, llamado “Incertidumbre”, abre su autora, la poeta Efi Cubero, este libro, Rizoma, y hay algo que quisiera destacar de él. En primer lugar la certeza con la que se define aquí la incertidumbre, transmitiendo de ella la idea de desconcierto. De búsqueda sin encuentro. Y por otra parte la sabiduría de intuir que este pequeño poema a modo de haikú resume un libro entero y colocarlo como frontispicio de todo el edificio poético que Rizoma representa. Y lo resume porque en estos tres versos está implícito, como en una pequeña célula nuestro ADN, el reconocimiento de que en ella, en su poesía, hay una profunda tensión entre el yo consciente, ese ente externo que reconocemos como persona —la que en este poema ejerce la acción de mirar, tan importante en el conjunto de su obra— y el yo vital que en su interior se manifiesta a través de la palabra y se erige como enunciador del poema.
En realidad ese íntimo desdoblamiento y desgarro entre el territorio exterior de la persona y el interior del poeta siempre está presente en la verdadera poesía, así que con decir que aquí también existe aún no se ha dicho nada, tan sólo se establece un punto de partida. El comienzo tal vez de un largo viaje.
Y otro gran acierto de este poema es que, al hablar de su propia experiencia, de sus incertidumbres, Efi Cubero lo hace hablando de todos nosotros. Esa persona del verbo, nosotros, remite al universal tan presente en su obra que ella define como poesía de la extrañeza. Y desde su comienzo nos introduce en ella.

Rizoma
Efi Cubero
Poesía
Mahalta Ediciones
Ciudad Real (España), 2023
ISBN: 978-8412691610
388 páginas
Porque toda poesía está para alguien y para algo, la única y verdadera forma de comprender el enigma existente en este libro y entender la naturaleza de la relación que en estos poemas se da entre ese ser consciente que ve y siente alrededor un mundo que lo envuelve, que percibe sus estímulos sensoriales, las emociones que despierta, la herida que produce (sin herida no puede haber poema), y el yo vital que crea el poema como una forma de representación introspectiva en lo universal, es leyendo a su autora.
Es entrando en la realidad que surge de su escritura, única forma de reconocer el paisaje por el que esta poesía llega a nosotros. Es, en definitiva, asumiendo ser lo que Paul Celan en su discurso de Bremen definió como playas del corazón hacia las que los poemas se dirigen con la esperanza, siempre difícil, de encontrarlas.
Decía Joan Margarit que el poema sólo alcanza su valor cuando el lector, al leerlo, cree que ha sido escrito pensando en él. Cuando se siente concernido e identificado con la emoción que despierta. Cuando entre poema y lector se produce lo que expresó Salvador Gutiérrez Ordóñez en feliz metáfora: la misma reacción que se da cuando al vibrar un diapasón cerca de un instrumento de cuerda hace vibrar la cuerda que está afinada en la misma nota.
¿Y qué vamos a encontrar en este libro que en estos días comienza su andadura?
Rizoma es la descripción de un proceso, de una travesía de su autora hacia el descubrimiento de una voz.
De forma más inmediata una colección de extraordinarios poemas repartidos en las ocho partes en que se ha dividido (“Ver”, “Hora prima”, “Travesía”, “Lugares habitados”, “Natura”, “Huellas”, “Creación” y “Amar”). Pero con ser eso mucho, este libro es más: es un conjunto de poemas en el que cada uno es en sí mismo un todo y a la vez parte del todo que es el libro, haciendo recordar lo que se preguntaba Paul Valery: la producción de una obra de arte ¿no es a su vez una obra de arte? Estar en el camino que nos lleva a algo, ¿no es ya una meta en sí misma?
Rizoma es la descripción de un proceso, de una travesía de su autora hacia el descubrimiento de una voz, y es por ello que aunque la idea inicial fuera hacer un libro recopilando a modo de antología su trayectoria poética a petición de la Editorial Mahalta, los poemas aquí recogidos no se eligieron atendiendo a un orden cronológico ni quedan agrupados en función del libro en el que se publicaron o si son inéditos, sino que se convocan y sitúan atendiendo a las razones y emociones bajo las que nacieron, a las fuerzas que los atraviesan, buscando que cada poema esté aquí colocado atendiendo a ese carácter de travesía que el libro tiene, razón por la que, como muy bien señala en su magnífica introducción Javier del Prado Biezma, existe una estructura que el lector debe respetar, sin caer en la tentación generalizada en poesía de ir leyendo a brincos de saltamontes.
Este libro, como la vida, es un viaje, sí, pero consciente de que, aunque nuestros afanes nos lleven de un lugar a otro, nuestro verdadero viaje es siempre el que hacemos a través del tiempo.
Un viaje que para nuestra autora comienza en Granja de Torrehermosa, Badajoz, donde nace y vive hasta los once años y donde el despertar de su voz y su mirada se produce en un entorno en el que lo sensorial estará íntimamente asociado a la naturaleza y lo espiritual a las vivencias propias de una niña que recibe desde su nacimiento un impulso moral que viene de la superación de las heridas provocadas en su núcleo familiar por la injusticia de una guerra, de sus mutilaciones y secuelas, para transformarse en la fortaleza que preside la vida de aquellos primeros años, la dignidad que viene del amor, de la resistencia del padre para evitar que el dolor se transforme en ira, en rencor. Un padre sobre cuya heroicidad nos dice, en su poema “Ritmo”, que fue capaz de devolver vida a lo inerte, domeñar sombras o medir el sufrimiento y todo ello con la fuerza del hombre y su cordura.
Serán también piedra angular la madre que lavó y curó las heridas con amor, que detenía la costura para narrar historias, que fue para la hija un regalo de vida y de luz; la abuela, un faro de sabiduría capaz de entender los tiempos de la vida.
Pocas veces nos habla la autora de Rizoma de sus propias vivencias, entendiendo que la biografía de un poeta es su propia obra, pero serán todas estas vivencias, sensaciones, influencias, que acompañan al nacimiento de su voz, donde estarán los cimientos sobre los que el edificio vital y poético posterior se levante y se defina. También el inicio de la condición vitalicia del extraño, que los demás notaban, si seguimos lo que nuestra poeta nos dice en su poema “Juegos”:
A veces te marginaban sin saber por qué.
(…)
Puede ser que notaran,
con la intuición que otorga el primer tramo,
que algo en ti era distinto…
Será este tiempo donde intuye que será poeta como quien cumple un destino y devuelve lo que se le otorgó al nacer.
Luego, con once años, llega en el tiempo Barcelona, adonde la familia se traslada, y el mundo de la naturaleza se transforma en el mundo de la ciudad y el paisaje es ahora el de los edificios, sus calles y plazas. La piedra toma ahora protagonismo, en sus manifestaciones particulares, también como sinécdoque de la urbs. Barcelona será una ventana propicia al mundo del arte, al de la lengua y la literatura. Ciudad de los prodigios. También en su dimensión como civitas: el intercambio de ideas, de la participación en el mundo de la cultura, del arte, de la poesía que se oculta, porque nuestra autora entiende la poesía como algo íntimo, lejos de focos y cenáculos.
Barcelona encarnará para ella la ciudad en que encuentra el amor.
Será el tiempo del esplendor, pero sobre todo Barcelona encarnará para ella la ciudad en que encuentra el amor, siendo un eco de la ciudad sin nombre del poema de Walt Whitman que comienza Once I Pass’d Through a Populous City. El amor eviterno, con principio y sin fin, del que algún día se dirá: Amor más poderoso que la muerte.
Vivir luego en el mundo a través de múltiples viajes, que van dejando su huella en los poemas, París, Londres, Florencia, Viena, Nueva York…, antes de volver al lugar del origen, Granja de Torrehermosa, donde ahora reside. Un viaje, éste, que ella no entiende sea de regreso a nada pues, es consciente de que todo en nosotros es un viaje de ida (cuando no de huida). Pero sí es una recuperación de la naturaleza percibida ahora como un camino interior. Un día, más adelante, sobre el “Otoño”, nos dirá:
Nada te pertenece
Ni siquiera la sed de la granada.
Y en la plena conciencia de nuestra continua ida, en el poema “Linderos” afirma:
Me encuentro en el zaguán de los linderos,
el mundo se inaugura cada día
en un andar de ida
porque nunca me vi de vuelta a nada.
Siendo esta una poesía que nace de la vida y del dolor, hay en ella una invitación a encontrar lo libre, lo inefable, aquello que es veraz y fugitivo para ir desde ahí a la celebración de la vida. No es una poesía de nostalgia y melancolía. Es, como ella suele decir, una poesía del presente, una voz que nace de la fusión entre la forma de mirar y lo mirado que da lugar a la presencia de una voz propia, personal, fuera de tendencias, grupos, única e irrepetible. Y por tanto una voz en soledad. De lo que ella es consciente.
Pero ¿cómo se obtienen unos ojos para ver desde la extrañeza y el asombro, desde la autenticidad? Hay una mirada que se ilumina con una luz interior dirigida a lo esencial, surgida de las vivencias personales, pero que huye de la narración literal de esas vivencias y las transforma en la impronta que deja tras de sí una visión universal y reflexiva sobre los materiales de la vida: sobre las cosas, los seres, los acontecimientos.
Se construye en la poesía de Efi Cubero el universal desde la experiencia particular, el roce de lo exterior a flor de piel que se hace interior. Así, en su poema “Puntos de orientación” nos dice:
La sangre fluye en mar y sacrificio
el mundo habla por ti desde interiores.
Nace esta poesía sabiendo que hay heridas en la piel que dejan el alma en carne viva y que los poemas vienen para ser brechas en la oscuridad.
Verse a sí misma al mirar el mundo. Mirarse a sí misma y encontrar dentro de ella el mundo.
De lo que se trata es de saber mirar. O como ella dice: saber encontrar la luz secreta que ilumina el límite, la cualidad secreta de ver el interior, lo cerca de nosotros que no vemos. Saber entender que cuando miramos un paisaje somos parte del paisaje que otro mira. Quizás desde más alto. Y en el poema esos dos observadores son el mismo.
Verse a sí misma al mirar el mundo. Mirarse a sí misma y encontrar dentro de ella el mundo. Estar dentro y fuera a la vez. Lo que Unamuno pidió fuera pensamiento sentido y sentimiento pensado. Lo que Joan Brossa, a una pregunta suya, afirma: “La poesía es el reflejo emocional del pensamiento”.
Ver por lo tanto más allá de lo visible una presencia invisible, un juego de transparencias.
Y deseos imposibles. La dimensión del tiempo cuando nos sobrepasa. Así, una torre, elemento del mundo exterior y objeto del paisaje, puede ser parte de su propia travesía vital:
Cercada por la sombra
medieval del ladrillo
su sigilo de siglos
añade dimensión
a mi infinito.
¿Cómo será esta imagen
cuando no la contemples?(“Torre”).
En el poema “Grafía” el protagonismo es de la nieve, una nieve que cae sobre el cristal de la mañana, sobre el asfalto, sobre el tedio de los edificios, sobre el mundo exterior pero también sobre elementos no físicos: sobre el absurdo, sobre las voces, sobre el olvido, también sobre la mano que sostuvo un instante su belleza, para terminar diciendo:
Nada queda en la mano cuando intentas
retener en el hueco de la palma
un poco de su ambigua transparencia.
Y en este lamento por lo efímero de la belleza de la nieve está implícito el deseo que expresó Yves Bonnefoy cuando en Principio y fin de la nieve dijo: À ce flocon / Qui sur ma main se pose, j’ai désir / D’assurer l’eternel (A este copo que en mi mano se posa, yo quisiera asegurarle lo eterno).
En su poema “El oro de la tierra” se incluyen estos versos sobre la mirada:
La mirada jamás será madura.
Porque no está de vuelta vuelve como los niños
a asombrarse de todo(…)
Volverán los prodigios. La sal de la ternura
en lo imprevisto de las despedidas,
vibrará la pureza de los mármoles fríos,
los dedos que se acercan sin llegar a rozarse
o los labios que sueñan sin llegar a probarse.
Y en algún lugar de su obra, sobre esta forma de mirar Efi cita a René Char: “Y sólo los ojos son aún capaces de lanzar un grito”.
Parte su mirada con una desnudez espiritual no exenta de sensualidad.
Ella sabe que ver no es sólo mirar, sino encontrar la luz que la mirada necesita. La que ella ve en la mirada de Caravaggio, a quien dedica un poema. La luz con la que miran los extraños que para ella no son los diferentes, los que representan la alteridad, sino los más próximos, los que como ella poseen el don de ver desde la extrañeza. Parte su mirada con una desnudez espiritual no exenta de sensualidad y de la que nos dice, sabiendo incorporar en una luz nueva la luz de la tradición:
El enigma después llegó más tarde,
cuando el interrogante sin respuesta
firme sellaba lo que te alentó:
esa mirada en soledad desnuda
acompañada siempre por los ojos
de los extraños que te precedieron.(“Idus”).
Celebración, sí, pero sabiendo que sólo en el instante en el que la celebración es también elegía. O como ella dice:
Y el corazón sintió
que aún es tiempo de siembra.(“Aguas”).
Efi es consciente de que la escritura va trazando una especie de hilo de Ariadna que no es capaz de sacarnos del laberinto, pero ayuda a entenderlo, ayuda a vivir en él. A saber que a veces el mayor riesgo espera afuera. Y por eso nos advierte en su poema “Laberinto”:
Si penetras las claves de cualquier
laberinto
recuerda que te aguarda la salida.
Las alas que sucumben en descenso
abrasadas de sol y de utopía.
En botánica, rizoma es un tallo subterráneo que crece en horizontal con la función de almacenar nutrientes y agua, emitiendo raíces y brotes de la planta que desde fuera pueden parecer autónomos pero que forman en realidad parte de un mismo conjunto, definiendo un territorio propio.
Y sobre esta identificación metafórica con el árbol, un ser viviente cuyo camino va de la oscuridad en que crecen sus raíces bajo tierra a la luz que se apropia en su dosel, nutriéndose por igual de lo oscuro y lo luminoso, como esta poesía lo hace del dolor y el gozo, ella ha escrito:
La luz cierta y secreta del abrazo del árbol
donde tu corazón, que arde en silencio,
extrae la savia para sus verdades.(“Vivir”).
Trasladado este símbolo a su poesía, Efi entiende que rizoma alude al trenzado invisible de la sustancia poética y reflexiva que subyace en el conjunto de su obra y la define, un concepto filosófico que unifica espíritu y materia, simbolizando todos los elementos en ella presentes: naturaleza y filosofía, esencia y existencia.
Efi puede decirnos, rememorando lo que aceptaba con naturalidad la niña y lo que fue aprendiendo: El enigma después llegó, llegó más tarde.
La extrañeza no surge de la ignorancia, exige superar una paideia necesaria que viene del aprendizaje de lo que se adquiere al vivir. Viene del conocimiento, de un tiempo que llevó sucesivamente a nuestra autora al conocimiento de la naturaleza y de la ciudad como los dos sistemas en que se van a definir sus coordenadas de vida. Es por eso que Efi puede decirnos, rememorando lo que aceptaba con naturalidad la niña y lo que fue aprendiendo: El enigma después llegó, llegó más tarde.
Quiero recordar al hablar ahora del don de la extrañeza tan presente en esta poesía que sobre la extrañeza Luis Rosales dijo que nos acompaña toda la vida. En definitiva, no se trata de buscar por sistema lo asombroso de la vida, sino mirar la vida con ojos asombrados.
Y para terminar, decir que, en esa travesía que Rizoma supone, su autora, en la última parte, denominada “Amar”, nos sorprende haciendo más visible su fragilidad. Más visible la persona que vive aquí y ahora un tiempo detenido por la ausencia de la persona amada. Que se manifiesta herida de realidad, en poemas que el dolor de su pérdida los acercan más a lo vivencial, sin por ello romper esa manera de decir que toma de la emoción el profundo mensaje de lo reflexivo. Conviven lo invulnerable y lo frágil, la idea de que la muerte no interrumpe nada, validando así el verso de Quevedo que se ha colocado en la cabecera de esta estancia: Amar más poderoso que la muerte. Se podría traer aquí, aunque dándole un distinto sentido, el verso de Cernuda en que dijo: que el amor es lo eterno y no lo amado. Tal es la polisemia de la poesía. En Cernuda, un eco del dolor de Salicio en la Égloga primera de Garcilaso, en Efi, del de Nemoroso por la muerte de la persona amada. Para ella, la de Alfonso.
Amar para sentir la presencia del ser amado ahora en la niebla de su ausencia. ¿Quién dice que lo ausente no se ve? Un tiempo detenido que da vueltas sobre sí mismo como la vieja noria de aquel día en Viena, que se recuerda en su poema “Compás de ¾”, donde dice:
Transformamos en aire los recuerdos
y el recuerdo nos niega.
Es lo confesional que inclina a la pureza
de un aire inextinguible que elige sus principios
esta noche de lluvia donde convoco al sol.
Abrir la puerta, cerrarla tras de mí con noche dentro,
la noche que tirita sin consuelo
sabiendo que aunque vuelvas ya no vuelves,
que bajo nuestros pies no existe rosa
en la ciudad que danza entre cristales.
Y es aquí donde esta travesía hacia el interior de una voz más nos acerca a la persona, la persona que sigue siendo, como alguien la ha definido en su propia tierra, por donde pasa ahora su viaje de ida, una persona de la puerta de al lado. Alguien que sabe que dando lo que tenemos podemos evitar que lo que guardamos con el tiempo se convierta en pérdida.
Y ese estar abierta y ese estar asequible son cualidades que también la definen como poeta y como persona, si es que en Efi Cubero ambos términos se puedan separar.
- Una persona de la puerta de al lado
(sobre Rizoma, de Efi Cubero) - lunes 20 de noviembre de 2023