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Tres poemas de Mitya Gronlund Leáñez

viernes 10 de noviembre de 2017
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Mitya Gronlund Leáñez

Suda

Hay que sudarla
hay que sudarla sudarla sudarla
sudarla sudarla sudarla sudarla
sudarla sudarla sudarla
hay que sudar fuera este veneno de la vida,
el vehículo está muy infestado de alma,
así que hay que sudar
o una sangría, quizás,
para combatir el escorbuto,
hay que sudar,
hay que sudarla,
sudarla, sudarla, sudarla.

Darla Flores
—sí, chamo, en serio—,
yo me acuerdo,
mascaba Chiclets del paquetico amarillo.
Hay mujeres que dan de pensar
como que Dios se acordó de uno
y luego se olvidó
¿Qué dios se asienta en las cumbres nubosas y somnolientas de San Bernardino, me preguntan?
Es el dios del sudor, o de la segunda temporada de Stranger Things,
yo subo el volumen porque me gustan las referencias a Lovecraft
y afuera se están matando otra vez,
válgame dios, no quiero que nadie sufra,
no quiero oírlos sufrir
sin hacer nada
eso me hace sufrir,
sufrir llena este cadáver que conduzco
de ese olorcito sulfúrico,
hay que sudarla,
hay que sudar el alma afuera,
hay que olvidar los nombres y recordarlos
hasta que sean sólidos
hasta que haya suelo
y se pueda caminar con las plantas
y no con la náusea y el corazón herido
hay que sudarla,
sudarla, sudarla, sudarla.
“Tú eres burda’e atlético, chamo”
dice
“tú lo haces por el runner’s high
¿Berdá?”

—Jeje —digo yo.
—Aah… sí, sí, una vaina toda fitness, chamo—
estoy corriendo para alcanzar a mi padre Sol
yo sé que no voy a llegar,
pero me gusta pretender alcanzarlo,
estoy corriendo de las calles vacías a las 2 de la mañana que llevo dentro,
soy uno de esos animalitos que entran y como parece un chipo les caen a palos,
pero no tengo una línea argumentativa preparada,
yo sólo sigo lo luz por mero tropismo,
yo sólo quisiera sudarla
sudarla sudarla sudarla
sudarla sudarla su
Darling?
Could you please
look at me with those big pretty eyes
and give us a kiss.

I might be a bit late for dinner.

 

Poema “poema”

Quédate quieto, poema
¿No decía algo así el poeta?
Quédate quieto,
la poesía es así,
tú, ahí, tendido, cual cadáver,
yo que bisturí, cincel,
esmeril, soplete y segueta.
“Así” —así— “hacemos belleza”
—dicen.
La ciudad es una máquina poyética
ética, política, pelempempética,
poblada, peluda,
en la mierda,
candela.
Paso por el ministerio de los engranes para la soberanía de las subjetividades
y me machuco un dedo.
Se ha llenado la ciudad de grotescas gentes tristes
no sé cómo han migrado tantos acá,
habríamos de haber cerrado la frontera
cuando hubo tiempo
¿Hubo tiempo, antes de antes?
¿Cuando el Taita y su combo
tenían sus aventurillas de Dragon Ball?
No, el mal siempre estuvo dentro
—el mal que no se atreve a decir su nombre—
el mal de poder nombrarla y no llamarla,
un país cuyo espíritu
son sólo bellas tristezas
bienintencionadas,
está condenado a la fealdad.
Debimos ser racionales y gélidos,
como pintamos a los de fuera,
debimos ser otra cosa
no esta cosa que somos
¿Debimos?
¿Devinimos?
¿Divinos?
Tranquilo, chamo,
tranquilo, poema.
De la podredumbre de la parra
el elixir.
En módicas cuotas está este vellocino
tejido con lágrimas doradas.

 

Zoom in

Vivir mediada y mediáticamente,
con un dramatismo que prefigura la vida
—(porque antes de vivir te venden el paquete)—
y samples de risa *on cue* en la mezcla de audio
provoca
que uno desarrolle
curiosas enfermedades.
Hay una cámara en la vida,
no sé si ustedes la han sentido,
yo la siento pasar por encima de mi hombro izquierdo
al cruzarme con el señor senil que cosecha los basureros
Vollmer arriba
y abajo,
de Bellas Artes
hasta Crema Paraíso.
La vida tiene una cámara,
y cuando el bachiller saluda a la noviecita con un beso,
oigo rodar el cilindro de cinta magnética,
que me agarra mirándole el culo
y yo sonrío para la cámara
y hace zoom-out.
O si tengo un pensamiento solitario
o noción de mi propia locura
de mi desvanecimiento
en una ciudad enorme
como lo que cabe en una cintura
un pliegue nasolabial
o un ceño fruncido.
Ya hay veces en que los ojos
me quedan obsoletos,
la cámara
me muestra desde afuera,
irradiando el amor que no tengo
en la cara,
mirando por una ventanilla de transporte superficial sin propósito,
o en las veces que me hablo
a mí mismo
desde otro día
con las teclas
—se traba este rollo—
—se escoyeta el obturador—
—chamo —dice el técnico— se jodió el carrete
y se reventó la cinta.
Ah, okay.

Mitya Gronlund Leáñez
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