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Cinco poemas de Polet Andrade

lunes 2 de julio de 2018
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Peces

No había otra forma de nacer
más que por esa larga herida.

Nuestros sexos ya estaban
haciéndole el amor a la vergüenza
desde antes que despertáramos a la vida
y la vida también se sonrojó
cuando vio nuestra carne recién cortada.

Respiramos ese aire crudo que se cuela por nuestras rejas
y agitamos los esternones
—aunque nunca pudimos hacerlo
con el pudor de nuestros hermanos.

Yo sé, la guerra también aleteaba
desde el fondo de mis entrañas.

Recuerdo cómo hacíamos tambalear
el agua sin necesidad de tocarla.

Engañamos a todos los que nos decían
que debimos haber sido peces,
cuando nos olvidamos de caminar,
cuando en lugar de saciar la sed,
convertimos el agua en susurros.

Respiramos ese aire minúsculo
hasta que parecía demasiado
y entonces todos creyeron
que nos habíamos vuelto profundos.

Supe que no había
otra forma de morir
más que quedarnos varados
hasta que nuestras vísceras
se desbordaran por los aires.

Y a medida que llovían todos pensaron lo mismo:
efectivamente, siempre habíamos sido peces.

 

Hermanas

A mi mamá le dijeron que nunca
nos llamaríamos hermanas.

Que nadie debía llorar,
porque afuera siempre hay
raíces más fuertes que esta.

Afuera existen posibilidades
que se precipitan y terminan
embarradas como carroña,
sin que nadie les deje flores.

Que nadie mata por amor
a menos que sus pétalos
sean números impares,
como mi madre contando
las patadas en su vientre.

Preguntándose si sería
otro ciclo de zapatos sin usar
o una herida diminuta
entre espina y dedo.

Una por una,
mis hermanas
arrancaron sus brotes,
hasta sólo quedar un sí.

 

Manos

Mi padre me dio sus manos
a falta de un futuro
donde guarecer mi caída
cuando desapareciera su sombra.

Tenía doce años el día
que enterré mis sueños
en el pecho de mi padre
y atravesé sus ojos
como un par de desiertos
hasta llegar a una altitud
no deseada.

Lancé al vacío mi nombre, mis apellidos
y tantas palabras inventadas
hacia el filo del mundo,
como un par de semillas
con los brotes cancelados.

Ahora, después de tanto tiempo
bien podrían ser estas tus manos
las que sostienen un presente prístino,

como una esfera caduca que,
de tanto temblar sobre los dedos,
se ha ido agrietando
por miedo a romperse.

 

Madriguera

Hay otras formas de escape
antes que el mundo adopte
la tangente de tu vientre.

Somos montículos de sed
apilados sobre el sonido
de las cosas al caer.

Esta es una sequía
que gotea hacia adentro,
con las piernas cerradas.

Semillas invertidas
que se esconden
entre los muslos.

Animales de suelo roto.

Venas que gotean algo
que no son lágrimas.

Pienso en el ruido
de las ramas al romperse

Cuánto nos parecemos
a la madre naturaleza
que para arreglar el ciclo
lo repetimos.

 

Sentencia

Desde que nací, me compraron un ataúd
del tamaño de una caja de cerillos.

Cada día, enterraba a los muertos entre terrones de azúcar
y me lamía el dedo índice como quien da vuelta a la página.

Sembré mi rostro entre tulipanes;
nombré cada uno de los pliegues
con que disfrazaba mi cuerpo de fantasma.

A los dieciocho me prometí que haría algo de esto.
Que me quitaría la piel;
que de todos los vivos, me tejería una nueva carne.

En lugar de eso, me tiré a la vida.
Aprendí a sacarle agua a la sed.
Dejé que los dolores de la rutina
se enroscaran sobre mis cabellos

y dejé que su hilo me desnudara
al mismo tiempo que me ataba la garganta,
muerdo mi saliva, corto el aire
hasta encontrar una nota dulce en la sangre.

……………………….Me lamo el dedo. Y doy vuelta a los días.

Polet Andrade
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