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El señor de Iguazú

lunes 8 de abril de 2019
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Los dedos del señor de los cielos
están aquí.
Aunque la garganta me anuncie
que el ceño de mi cintura
se va a sumergir desde el balcón
mi cuerpo, mi mirada
se recuestan sobre el infierno de este sueño.

La lluvia cae
infinitas estocadas de duelo
entre mis ojos y esa garganta
dicen del Diablo, digo de Dios.

Tan sólo la magnificencia de Cristo
puede hacer que esos vencejos
vuelen y sobrevuelen, el puñal de agua
que penetra esta profundidad.

Yo me agarro a la mano de una niña
que el cielo me regalo aquí, Iguazú.

En esta selva hoy torrencial
me agarro y me deslizo hacia ella.
Y me elevo a esa luz tan poderosa
que es un cisma en mis pensamientos
socava huellas de imágenes anteriores.

Yo te siento y escucho, Iguazú.

En el tren, el ciclo de los pájaros
retorna con colores incandescentes.
Coatíes, selva y fantasmas
sobrevuelan el carnaval de estos rieles.

La niña ya no lo es.
Es una diabólica mujer de ojos azules
piernas temblorosas y largas
y cabello del silencio.

Yo te prometo que cuando este avión
se recueste sobre la selva exterior
los labios de estos dos estigmas
convertidos en santidad
este tiempo
se convertirán en señales
de un desgarro intenso.
Y eterno.

El cielo firme sostiene la enorme nervadura
de esta franca e infinita raíz,
de agua de ríos.
La noche se hace eterna y lucida
y tus ojos no se despegan de mi mente.

La secuela de tu luz está aquí.
Elaboro en mis pensamientos
cielos y selva.
Noches de hielo y cansancio,
lunas rodeadas de vapor.

Hay pronto, en mí, imágenes
de calles zigzagueantes.
Puestos de ternura y calor
ómnibus llenos de locura,
y de nuevo cielos
llovizna, soledad, amor.

Y tal vez por todo esto
te extraño tanto.

Sí. Sólo tu imagen
acerca mi distancia
a la vida.
Y cuando te veo,
Dios, eres esa voz
que me eleva.
Iguazú, tú, el ave acorazada
de plumas con colores
incandescentes.
Y en tus pies
llevas a mi niña.

Hoy ya mujer
penetrante y voraz.
Ojos verdes, de rocas que penden
de un ciclo de mitos alunados.
Brillo de amatista.
Y me acompañas
hasta el final.

César Javier Altamirano
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