Cardúmenes a la deriva
Hay poetas felices que captan el instante de las cosas.
Los poetas chinos, por ejemplo, captaron en los ojos de los peces
la eternidad del hombre.
Baudelaire dijo que en el fondo de sus ojos siempre veía con nitidez la hora, siempre la misma, una hora vasta, solemne, grande como el espacio, sin división en minutos, segundos, una hora inmóvil que no estaba marcada en los relojes…
El mal del francés era una flor tranquila: sabía que el instante era el poema.
En el nudo de las horas, aligeraba el dolor inútil para darle paso al huracán de su voluntad. Navegaba su propio barco y cada noche lo sumergía.
Es raro que yo, como los chinos, también encuentre sosiego en la esquela de cardúmenes. En esas cadenas que oscilan en los mares, como una gran sombra en pena.
Es raro que, como Baudelaire, encuentre poética la deriva eterna de su deceso:
el abismo que nos mira
sólo puede venir desde el fondo de sus ojos.
II
Siendo niño, sentí en mi corazón dos sentimientos contradictorios:
el horror a la vida y el éxtasis de la vida.
Fue en un acuario, primero, cuando la mandíbula de un tiburón cercenó la cabeza de un hombre, y después, en su majestuosidad, le marcó un corte perfecto a la altura del corazón, como una flor de cartílagos coronando su superioridad.
Es verdad, hay poetas felices que captan la metafísica del instante como una fotografía,
hasta que nos destazan el alma con una cuchilla.
Por eso,
recordemos resistir al desamparo del poema cuando caiga sobre nosotros con tanta ferocidad
que deseemos acabar así: mordidos tan perfectamente por ella.
Construyo el poema a través de las sonoridades
a medida que las olas avanzan y desprenden
la paradoja del pez transmutado en mariposa
y logra hacer temblar un edificio
al otro lado del mundo
O quizá
sólo sea
el aleteo de mi mano
invocándote en las viejas fotografías del puerto
nací
en el funeral de todos los días
la rendija de un cuarto antiguo
reveló la herida que alumbró mi madre
muerta en un quirófano mientras mi llanto
era la última música del fuego:
la ceniza de mi vida atravesándole el vientre
Dejé a bordo de un ataúd
los restos de mis padres
navegaron con el esqueleto de una barca hundida
dejaron la marca de su tristeza
en la humedad que forma el contorno del tiempo
la casa desde entonces
se ha vuelto un cúmulo de polvo
y en los muebles
inertes motas del pasado dormitan
el viento sopla las velas de ese entierro perpetuo
…………y los peces han depositado en la madera del navío
…………algún anuncio de bienes inmuebles abandonados
patrem
alguna vez pescamos juntos
los días
para atarlos a nuestras muñecas
el silencio miraba con
furia
a través de las arterias del olvido
pescamos noches parecidas a esta:
bálsamos hirientes de la rutina
la larga planicie donde se disipa la ausencia
ahora pienso……………………….también
el infierno son los otros………..mientras el espejo
desparrama su aliento sobre una figura
que se aleja
es acaso mi padre abandonándome
o un árbol viejo de raíces distantes
miro la vieja fotografía colgada en la pared
todos sonríen
es un diciembre lejano
y tú te encuentras en los escombros de la azotea
en un cuarto vacío
en las lágrimas de una anciana
parecida a mi madre
que parte en dos
la mirada, el mar, el pan
las ansias, con que de veras
clamó que dios tampoco se haya quedado solo
ahora
se dividen las paredes
rotas y agrietadas
me preguntas:
¿también tu casa se derrumba?
yo te respondo contemplando la hilera picada del recuerdo
y la foto se deteriora con el paso de nuestras voces
En esta foto seguimos esperando
la gestación de nuestro olvido
el nacimiento de nuestra agonía
se deshace el daguerrotipo
el calcio y los pulmones
petrificados
se adhieren al álbum
donde te miramos sonreírnos por última vez
y tú, con paciencia
terminas cerrando esa hoja
y descubres que tus palabras
están formando el poema
O tu muerte.
- Poemas de Aless Segovia Haas - miércoles 18 de marzo de 2020