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Tres poemas de Ricardo Arellano Rivera

viernes 20 de marzo de 2020
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Transmutación

La aurora toca apenas la mejilla del ser
cuando cree estar a salvo,
y éste camina cierto paso petulante, indócil;
se ciñe risa de cascada rota en boca esperanzada.

Dicen, pues, los que huyen a cada luz de ojo abierto:
la muerte sigilosa, como suspiro ido llega
y apenas la piel que vigila siente su embiste.
Pero, eso refutable es cuando el alma agoniza.

La muerte llega vívida, y acapara todo
para hacerlo nada. No hay sigilo en sus pies.
Sus pisadas abren hueco en arena firme y,
estruendo es la espuma del mar al caer dentro.

Y cómo duele estar no existente,
donde la tristeza no tiene ya razón
y aquel pétalo de rosa que lanzada como lágrima
yaciente con nosotros se marchita.

 

II.

Todo ojo observa lo que respira,
ignorando lo que vive después al morir,
porque costumbre somos en reír, creer,
besar, tocar cuerpos desfallecidos en
copos de luz híbrida, que a veces centellean
sobre los recuerdos más lúcidos.
El que entienda esto, sabrá que la muerte
reside en un pensamiento/colectiva idea
arraigada al ras de tierra cenicienta: cultural es;
y cuando en frívola sepultura un cadáver
—sea de humano, animal o planta—
tornase lejos de existir, entonces sólo es
transmutación: formas distintas de andar
sin ser vistos, ya por el polvo silvestre,
canto de un domesticado bosque,
o en sangre mineralizada saciando
soñadores girasoles en despierto cenit del cielo.

 

III.

Si no creen la voz del poeta, entonces habrá de decirse
ejemplos tales de consecutiva transformación.
¿Serán en vano las cenizas sombras de árboles
acallados por la voz feroz de llamas consumiendo
la Australia verde?

O bien, ¿carne calcinada de animales bravos,
más nobles a veces, alimentando la tierra fría?
Es muerte si olvidan los que lloran esta tragedia,
pero si siente la reminiscencia, y
florece una esperanza, todo nuevo es.

Y si el amor nos embiste con daga (¿también tú, Bruto?),
profundamente penetra el costillar/deceso
dentro de las venas vivientes de cada caricia.
Entonces aquel desamor que ignorado fue,
muere en el olvido, más si aprendimos,
entonces metamorfosis del corazón brillante
no prepara sendero hacia nuevos labios.

 

Cicatriz desnuda

Hay amores que nunca debieron ser,
—así nunca debió ser Australia ardiendo—
pero acontecieron como aguja
haciendo costura en cada sendero del alma.

Y las guerras en la cama donde se quisiera
ganar placer en cada arrebato de miradas,
tuvieron que izarse blancas banderas en ceniciento aire
—como nunca debió haber sangre en Irak.

Jamás se necesitó educar labio sobre labio,
o manos cosechando el trigo de un pecho,
—porque Adán y Eva no tenían que pecar—
y aun así fue refugio las carcajadas del amor.

Pero todo lo vuelve ficticio el amor
para que el recuerdo viva real;
son las palmas aún jóvenes las que delinean
surcos nuevos donde sembrar corazón fértil.

 

Abismo delineado

Avanzar es una dicha. Zapatos traviesos
pisan hojarasca hacia adelante y se agota
el chasquido en cada liberación del preso otoño
tal fuese un cabello enredado
escurridizo hasta el pecho del amante.

Seguir avanzando es lo que por cultura
ha ceñido la mente humana, tras brincar
lunas, soles, abismos, desiertos donde
con lágrima seca crecen tulipanes.
Y caminar/caminar terco.

Pero, ¿quién está preparado?
al sucumbir con el crepúsculo.
Quién será tan hábil para sobrepasar
el límite de circular abismo,
el cual se delinea y se llega al mismo punto.

Ricardo Arellano Rivera
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