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Cinco poemas de Milho Montenegro
(Del cuaderno inédito Mala sangre)

viernes 27 de marzo de 2020
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Mala gente

De gente que pensaste buena
se fue hilvanando el infierno de tu vida.
Un día extendiste la mano
y arrancaron tu miembro
dejando los restos a las hienas
que merodean los rincones
oteando una huella mínima de suplicio.

Tantas veces ofreciste tu carne
que mordisco a mordisco
fue reduciéndose a esos grumos
que ahora nadie quiere llevar a cuestas.

En la subasta de tus miserias
siempre habrá algún postor
dispuesto a pagar con su propia sangre
el deleite de mancillar la tuya.

Ofrecemos la mejor versión
de nosotros mismos
para despistar a los otros
y encontrarles una brecha
algún pequeño desliz con que mitigar
el ánfora sin fondo de nuestra malicia.

Cuando brillas un poco
tu luz araña los ojos
de aquellos que no tuvieron
otra cosa que la oscuridad.
Por eso en este instante
eres parte del infierno de alguien
y tal vez otro alguien conjura
tu martirio
tu desgracia
y tu muerte
sólo para consolarse
sabiéndote más infeliz.

De mala gente está lleno el mundo
y el trance infernal de tu vida:
gente que un día pisoteaste
cuando mordieron tu alma
y te forzaron a ser como ellos.

 

Vaciamiento

El frío ha dado frutos en mi vida
Roque Dalton

Me río de los locos y los suicidas
por ellos alzo mis ojos al sol
para incinerar esos telones
que trastocan las frágiles pavesas
de la memoria.
Carcajeo por la muerte de mi madre
sus huesos fulguran en esta conciencia
que duele de tanto vacío.
Mi padre es un grumo que se diluye
en el olvido ancestral de mis afecciones
y esta indolencia con que le canto
profana su mutismo de piedra vencida.

Glorifico a los ángeles caídos
a los presos y a los asesinos
entono mis alabanzas por aquellos
que ensucian el mundo
con la lepra infernal de su odio
mientras sus proles van amotinándose
como hienas contra la mansedumbre
de este siglo enfermo.

La ausencia de sangre en nuestras manos
no nos hace menos culpables:
algunos hemos llevado mucho tiempo
el infierno en la cabeza.
La línea que separa lo fértil de la muerte
es un rastro difuso
pero he sobrevivido a la ruina
igual que una cariátide al tiempo:

para conjurar el milagro
arrojé el corazón fuera de mí
y fue aplastado
por la marcha horrenda de la multitud
que en su huida devastó
lo único vivo de este reino.

Un poco de paranoia podría salvarte
cuando el mundo es un sitio cercenado y frío.
El corazón se vuelve lastre
si todavía vibra frente al hambre de la jauría:
bendito sea el infierno de mi cabeza
y esta mano ensangrentada
con que aplaudo el acto redentor de mi vaciamiento.

 

Mala compañía

La soledad es una elección
una manera de coexistir
entre los restos calcinados de este mundo.

Las multitudes me huelen a víscera
y las revoluciones siempre tienen dos caras.
Tanta amabilidad me confunde
y el odio desmedido me asquea.

Prefiero este silencio que duele menos
y esta nada donde valgo un poco más.

Las calumnias contra el prójimo
es un modo de resaltar nuestras carencias:
aunque parezca que despistamos al ojo ajeno
nos exponemos en el ágora de la miseria.

En esta soledad no tengo que esforzarme
para lidiar con tanta escoria
ni ponerme la máscara
con que amordazo mis propios demonios.

Los hombres sólo escupen excusas
para calmar sus conciencias enfermas
pero sus almas traen la desgracia
apestando en su mala sangre.

Yo elijo esta soledad de sarcófago
de leproso
de perro sin dueño:
cuando estoy frente a los otros
me acuerdo que soy igual a ellos.

 

Una centella contra la noche de tu alma

Hay cosas que crecen del dolor
Marcelo Morales

No me compadezco
de aquel que ha perdido un hijo
ni del que le han amputado un miembro.
Tampoco de los ciegos
los locos
ni de los indigentes:
ellos permanecen a pesar del vacío.

En cada pérdida hay un aprendizaje
una manera diferente de ver
a través del cristal del tiempo:
quienes han sobrevivido
a los desprendimientos
vuelven a levantarse
sobre las cenizas de su propio ser.

El dolor va moldeando tu centro
como a un pedazo de barro
y al salir de las llamas de su infierno
te descubres más duro
revestido por una cáscara
contra el filo del mañana.

Agradezco haber rodado
hasta el fondo de la aflicción
y embarrar mis huesos
con el tizne de la deshonra.
El padecimiento puede ser un incentivo
una centella contra la noche de tu alma.

Que nadie se compadezca
en la hora de mi declive:
cada vez que me vean caer
se activarán los mecanismos
que generan mi expansión.

 

Ciclo del mal

Yo podría ver el mundo arder
y no sentir siquiera un minúsculo temblor:
soy el resultado de aquello que los otros
han arrancado de mi centro.

Prefiero ser quien apriete el gatillo
y se masturbe sobre el cuerpo vaciado.
En la muerte siempre hay algo de exótico
sobre todo para el asesino que cree tener
cierto poder sobre el tiempo de los vivos.

Somos una hebra en el flujo de la existencia:
pequeños montículos de polvo
que el viento de las ambiciones
empuja hacia un lado y otro.

Los momentos felices perduran
lo mismo que un cirio en la ventana:
nada pueden contra la ráfaga brutal del dolor
que deja su cicatriz en tu cáscara y tu alma
como una sentencia.

Por eso prefiero arañar la vida
con la pezuña de mi odio
y aullar en las esquinas de la noche
igual que un lobo hambriento
para confundir a los rebaños
y alimentarme con el abismo de su espanto.

Para los buenos hay compasión y olvido
para los crueles habrá tirria y memoria:
todo el mal que los otros despertaron en mí
ahora lo sembraré en el espíritu de aquellos
que se asomen a mi infierno.

Y así en la malicia que en ellos se encenderá
viviré como una enfermedad hereditaria
imposible de borrar.

Milho Montenegro
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