El café no apaga mi corazón nevado
tengo un enorme hueco en mis entrañas
donde estabas puse aire
algodones de colores
manzanas encendidas
Es urgente vacíame esta tormenta
porque cada noche duermo sola
en la cama congelada del desierto
¿Caminaste en las arenas?
¿En qué rincón del mundo
dejaste mis poemas?
Es tarde y yo te amo.
Este invierno duele.
Mi cabello se cae como las hojas de este árbol
me produce angustia ver mi cabello
desprendiéndose, tirado en las plazas concurridas.
Cuánto dolor saber que una parte de mí está pisada por
gente con el destino roto.
Diciembre es el mes en que me dejaste con el corazón volando,
besabas un cabello ajeno cuando sentí que la muerte
me escupía en la cara.
Anhelé tenerte en mí
con las últimas fuerzas, hablar contigo.
Decirte mío cuando los incendios
convirtieron los poemas en papel quemado.
El sábado recibí la noticia de tu hospitalización
y no sentí absolutamente nada.
Fingí desprecio, azoté mis manos contra el pavimento.
Me arrepentí esa noche.
Imploré a Dios. Alumbró mis ojos.
Naciste de nuevo para quererme
en la habitación iluminada
me bendicen tus labios
a la mitad del día
un presentimiento:
se termina el mundo,
se acaban los deseos,
la soledad oscura,
los tristes árboles
desaparecen.
Volamos, lejos.
El cielo, el cielo.
El invierno sirve para abrazar tus manos entre las mías
con la luz abrigadora de diciembre
tu aroma es eterno como las estrellas
de mar y los claveles
El mundo se destruye solo
qué doloroso es ver el mundo
a punto de acabarse
En el fin del mundo
nadie recordará los poemas
de los poetas heridos
la gente correrá a los montes
con ganas de sacudirse las espinas
Mi vuelo será en un abrir y cerrar de alas
olvidaré mi vida
mi título universitario
mi tarjeta Bancomer
Todo vuelve a donde pertenece:
la ceniza a la ceniza
el barro al barro
el espíritu al cielo
mis abrazos a Cristo
Mi estancia aquí es eterna
como tus ojos.
- Cuatro poemas de Nayeli Rodríguez Reyes - miércoles 10 de febrero de 2021