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Cinco poemas de María Eugenia Marínez Garcés

lunes 20 de septiembre de 2021
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Identidad

Quizás debí nacer donde no olviden,
entonces yo también sería memoria.

Nací donde el recuerdo es un vil prófugo,
un renegado escondido en cada historia.

En mi tierra que es la mímesis de Cronos,
condenaron reo ausente al testimonio,
en la corte del horror fue sentenciado
a callar que es el morir de la memoria.

 

Biografía

Cada hombre habita
con temor su biografía,
la cárcel de escombros
que es su memoria.

Tiene un techo de letras,
testimonios,
y paredes de tiempo,
muertos y vivos.

La condena es impuesta
por la vida
bajo un nombre,
y el cadalso es su cuerpo
y sus miserias.

A tres pasos de sí
descubre
que existen soles
y también tinieblas.

 

El país que llevo

Llevo un país pequeño a las espaldas,
no tiene geografía, es de tiempo,
persiste como huella en la mirada.

Soy de esa tierra océano y continente,
mi cuerpo sus fronteras,
mi alma un símbolo.

Soy arena del Pacífico lejano,
mar que es mi sangre,
mi memoria vaivén de su marea.

Cuando sus olas regresan
traen consigo los olores de un estero,
las especias aferradas a mi lengua,
una casa que me brota bien adentro,
una tarde que revive a mis ancestros,
y en el alto horizonte que me espera,
soy ese mar,
un mar que es tiempo.

 

Aún con la muerte

No se abandona el mundo al morir,
imposible,
pervivimos en las flores, hechas polen
y pétalos en rosas que despuntan.

Anidamos en los vientres de insectos,
en sus alas ligeras y traslúcidas,
en el viento, su mapa, su camino,
y las tierras que éstos preñan de oquedades.

Anhelamos pastar con las vacas,
jugar con los perros,
ronronear como gatos en los tejados,
volar junto a las mariposas en verano,
caminar sobre el pasto y ser verde,
el intenso color de la llanura.

Aun con la muerte seguimos vivos,
en la luz de una mañana dilatada,
somos calor que anhela el rocío
y exhala cuerpos abrazados en sus camas.

Frío en la montaña
y aroma en el café recién servido.

Somos vértigo, sombras,
pulsión y angustia,
dolor en manos
cansadas de arañar los miedos.

Temblor en piernas atrofiadas
por las dudas,
palabras, ecos, silencios
y vacío en las grutas del alma.

Persistimos en el olvido
del nombre que no conserva una lápida,
del rostro impreciso en las fotografías,
y del registro público que inscribe la pérdida.

Uno vive en la muerte
para nacer en la forma de otros seres,
sin más propósito
que volver a ser
el hondo aliento de la vida.

 

El voyerista

En la foto hay un hombre,
me observa,
me sonrojo y esquivo la mirada,
con sus ojos de ayer ve un crucigrama,
la cuadrícula gris donde me escondo.

Mi refugio de piel no me resguarda,
de un mirar que desnuda el pensamiento.

Seguro afirma que mañana yo habré nacido,
y sé bien que en el hoy, apenas cuento.

Tiene el privilegio de emboscarme,
el hombre que la foto ha conservado.

Desde un lugar distante,
su memoria,
sus ojos me descifran
sin juzgarme.

María Eugenia Marínez Garcés
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