Vientre de luto
La mujer borda besos en la sien
de una hija imaginaria,
ruega sobre el pesebre vacío
y la habitación sin risas
como si las trenzadoras de destinos
hubiesen robado el telar de Penélope
condenándola a tejer y destejer, sin pausa,
nuevas canciones de cuna.
Otros besos laten en su vientre
cobija mariposas,
planetas,
galaxias nacientes en sus ojos.
Hoy a la casa le brotaron girasoles,
atardeceres, peces dorados
y un carcajeo de chapitel
que fue a clavarse en la cúpula
justo en el momento que quiso ceñirlo.
Sucumbe un déjà vu
la mujer teje besos en la sien de su hija imaginada
y ruega al batir casi traslúcido de una manita
allá a lo lejos…
que parece dibujar adioses en el horizonte.
Moriré sin conocer la nieve
He de morir sin conocer la nieve,
sin guardar un copo volátil en la boca
o dibujarle alas a su blancura…
De la nieve todo lo que tengo
es la foto de Ana Karenina
caminando por la urbe en la última nevada,
imbuida en un montón de abrigos
como una matrioshka bonita
y el beso del ocaso en su frente.
Las pisadas bordan un rastro pulcro
que se aleja, se evapora….
Yo sólo he dejado huellas en el lodo,
descalza,
con el fango escurriéndose en los dedos
y algunas ondas de agua sobre los charcos.
Pero el agua simple no deja huellas,
ni el fango hila rastros impolutos.
Total,
que yo he de morir sin conocer la nieve
con el grito de un sueño pudriendo mi garganta.
Mi pecho es un vergel
Sobre la tierra planté girasoles
pero el río arrastró su furia, arcilla,
peces sobre el jardín.
En el resquicio de una nube
dejé nuevos capullos
pero lloró, envejecida y negra,
y escupió los pétalos al mar.
Pude tejerle a la roca bosquejos
y la ventisca
laceró con su aguja los estolones.
Hastiada, sin fuerzas,
clavé el arado en mi pecho
abrí la carne como dos alas
y planté allí las semillas…
Ya viene el río con su furia y los peces.
La nube escupirá mis entrañas
en el próximo aguacero.
El frío, despacio, congela la huerta…
y yo, pujando sucumbo
en el afán de parir girasoles.
Yo morí en octubre
A mí me cosieron la boca
una tarde de octubre.
La aguja rompió la piel contra la herida
el hilo ceñido a su ojo unió ambos labios
y en un intento final de parir primaveras,
gotas de sangre tiñeron las hojas del otoño.
Después vino la noche
con un cendal de pecas sobre su tez negra
y la media luna adornándole el cabello.
El enterrador silbó una tonada triste
de gaviotas sin mares,
de una copa tardía en aquel bar lejano,
de mi sangre pariendo primaveras
sobre las hojas del otoño,
el hilo,
la aguja…
A mí me cosieron la boca
una tarde de octubre.
Parir tulipanes
“Yo soy un sapo negro con dos alas”.
Baldomero Fernández
La noche separó mis piernas
con sus manos de plata,
puntas de estrellas hincaron mis senos.
Algo suyo ha de habitarme y lo busca,
ahonda
exhala suspiros,
se enreda desde mi sexo hasta la garganta.
La noche vio a una mujer parir tulipanes rubios,
pujar un campo de yemas
con una lágrima roja en los pistilos.
Pero yo no recuerdo los matices de la luz,
ni germinan bulbos dorados en mis entrañas.
Abrazo la paz que petrifica,
aun cuando mis alas mustias,
me llevan al borde del abismo.
¡Pobre de mí, que no sé caminar en la planicie!
¡Ay de la sombra!, que quiebra su última carta,
ceñida al cuarto menguante de la luna
y se evapora como en un suspiro.
Soy la criatura que hizo llorar a la noche:
Mi corazón sólo puede parir tulipanes negros.
- Cinco poemas de Yuraima Trujillo Concepción - lunes 16 de octubre de 2023