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La teatralidad ante el desafío tecnológico
El teatro tecnológico en el lenguaje escénico venezolano (aproximación desde la dirección teatral)

lunes 23 de mayo de 2016
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Teatro tecnológico

El teatro en el siglo XX vivió cambios significativos en la concepción de la puesta en escena, de la representación, cambios estos que buscan una nueva manera de crear y de traducir esas imágenes. Por ello para comenzar a disertar sobre el tema les relataré mi experiencia, a grandes rasgos, en esta dupla arte-tecnología.

Debo comenzar diciendo que al recibir la invitación para participar como ponente en la primera edición del encuentro “Directores que dialogan con directores”, en la Universidad Nacional Experimental de las Artes, acepté la misma como una mágica posibilidad de poder compartir algunos datos e inquietudes que me acompañan desde el año 1995, cuando la dirección teatral se me presenta como un gran reto y como una gran sensación de vértigo, de vacío en el estómago. Mi formación como directora se dio en el Taller de Teatro de la Escuela de Letras de la Ucab, en el cual fui alumna desde 1991 de mi profesor Frank Spano. Asumir la premisa “ensayo y error”, asumir el hecho de la dirección desde la práctica, desde la intuición, me ha ayudado en gran medida a entender esta responsabilidad como un gran hecho de virtualidad, si tomamos en cuenta que el director debe poner en tercera dimensión, lo que llamaríamos 3D, lo que propone un dramaturgo.

Pensar como dramaturga o escritora una obra donde se toque el hecho tecnológico ya supone una necesidad de disertar y de hablar de un tema que nos circunda.

Entonces, ahora puedo decir que este tema de la virtualidad siempre estuvo rondándome, tal vez sin concienciarlo verdaderamente. Pero antes de seguir con mi relato como novel directora, tengo que hacer referencia a una experiencia en este mismo taller de teatro, y así me remonto al año 1997. Allí se nos plantea el reto de escribir y realizamos un taller de dramaturgia con el mismo profesor Spano. De esta manera, puedo referirles que escribo mi primer ejercicio dramático llamado Huma(qui)nidad, un ejercicio para dos actores. Uno de ellos representaba al último hombre en el mundo y ella representaba la tecnología, era una mujer robot o humanoide, sé ahora que así se llama este tipo de creaciones. Ella vendía un celular con tecnología de punta. La obra se sitúa en el último día de fin de milenio, el 31 de diciembre de 1999, existía para mí una gran incertidumbre sobre qué iba a pasar con lo humano en este cambio de siglo. Puede decirse entonces que pensar como dramaturga o escritora una obra donde se toque el hecho tecnológico ya supone una necesidad de disertar y de hablar de un tema que nos circunda, innegablemente. Y, así, este fue mi primer contacto con lo tecnológico. Recuerdo que revisé literatura sobre el tema, que los experimentos con la oveja Dolly y la clonación me llamaban mucho la atención. La obra Huma(qui)nidad se montó el año siguiente, dirigida por otra de las compañeras del taller, y mi profesor y yo hacíamos las voces de los personajes; voces grabadas, los actores no hablaban, realizaban la interpretación sin el recurso de la palabra en vivo, teatro experimental dirían algunos, para nosotros la necesidad de hacer cosas nuevas nos creaba una sensación de bienestar única.

Posteriormente, y ya entrado el siglo XXI, esta mi primera obra se lleva a un concurso de teatro, un festival en el Instituto Universitario Pedagógico de Caracas (IUPC), y fue dirigida por una gran amiga llamada Claudia Campos. Mi obra Huma(qui)nidad se hizo acreedora del premio a Mejor Dramaturgia, era el año 2005 y eso para mí fue gratificante.

Así, desde entonces trato de que muchos de los espectáculos que realiza la A. C. Pathmon Producciones, de la cual soy directora general, contengan una cuota de lo que se ha denominado teatro tecnológico. Mi segunda obra original, SOS, Navidad en peligro, escrita en 2005, también utiliza el recurso de la proyección de video; en esta ya soy escritora y directora, ambas sin publicar, pero ya llevadas a escena. Esta última con temporadas largas hasta la actualidad. Todo esto me ha llevado a la reflexión y a considerar que cada año que pasa debemos refrescar la imagen que se proyecta, o los adelantos que se den, para que el niño o el espectador en general se identifiquen, de alguna manera, con el arte teatral, y lo sientan cercano.

Pienso que lo tecnológico siempre ha existido en el teatro, no estamos inventando el agua tibia, dirían los apocalípticos; pero sí creo que el director de teatro como traductor de ideas, de imágenes, de mensajes, debe entender que vivimos en otro paradigma, el de la incertidumbre. El ser humano actual aplica las leyes de la simplicidad, tal y como lo apunta el investigador John Maeda (2007)1 en su libro Las leyes de la simplicidad, en el cual nos relata cómo en la vida cotidiana se unen el diseño, la tecnología, los negocios, la vida. La tecnología se ha simplificado tanto que en herramientas u objetos como el iPod, el nano, cabe tanta información, figúrense que ya se habla de capacidades de almacenamiento insospechadas en pequeños receptáculos de información. La humanidad cambió hace rato ya y muchos aún no se han dado cuenta. Ahora se habla de civilización poshumana, de neohumanos, y ya no es solo tema de ciencia ficción.

Ahora cabría preguntarse cómo ven estos temas los jóvenes directores venezolanos, puedo decir que sólo conozco pocos casos. He visto de cerca las propuestas de Juan José Martín, de Juan Cordido, de Miguel Issa y de Juan Carlos Souki, investigadores, inquietos pensadores de la escena que han encontrado en las nuevas tecnologías una manera de expresarse.

Desde mi experiencia con Pathmon Producciones hemos creado varios espectáculos bajo esta concepción. En el año 2002 con Las criadas, de Jean Genet, nuestro primer montaje como agrupación y en el cual el concepto multimedia lo entendíamos como la incorporación de video, apoyando a la representación y música en vivo. Montaje dirigido por José Gregorio Franquiz. Luego de la aceptación y éxito de nuestra primera producción llevamos a escena una adaptación de la novela de Mary Shelley, Frankenstein. Y la llamamos Frankenstein, el juego, un espectáculo multimedia para niños que seguía con el concepto de uso de pantalla de video y música en vivo. Dicha adaptación fue hecha por mí y es este el primer montaje que dirijo en Pathmon Producciones en el año 2003. Este montaje presentó una gran aceptación en el público y los niños disfrutaban mucho observar en pantalla efectos, dibujos animados y seguir la historia de un loco doctor que creó a un monstruo, pero en este caso un monstruo amigable que le enseñaba valores como la amistad, el respeto y la solidaridad. Por tanto, no se usaba el recurso tecnológico como mero recurso efectista, sino con la premisa de guardar el equilibrio con lo artístico, lo bello y lo estético.

En el año 2005 escribí mi primera obra para niños, SOS Navidad en peligro, la cual contaba también con acotaciones en las que se sugiere la proyección de imágenes en video. En esta oportunidad me toca asumir el rol de directora también. Investigar qué les gustaba a los más jóvenes y tratar de llevar una historia de Navidad a un lenguaje atractivo y tecnológico.

En el año 2006 retomamos La madre pasota, de Darío Fo. En esta versión dirigida por José Gregorio Franquiz se creó un apoyo visual para recrear los pensamientos y la vida pasada de este personaje.

Hemos observado que cuatro espectáculos de Pathmon Producciones han conjugado proyección de video, música en vivo, utilización de efectos musicales y los habituales usos de la luz y el sonido. Propuestas tímidas, si se quiere, pero que van con nuestras experimentaciones y procesos creativos. Poco a poco fuimos adquiriendo recursos tecnológicos para poder hacer nuestros espectáculos. Contar con cámaras de video, equipos de grabación de video y sonido nos ha facilitado al paso del tiempo asumir estos proyectos.

Decir que el director teatral deba convertirse en ingeniero robótico o informático, o ser un experto en tecnologías de la información y la comunicación (TIC), pareciera ser una exigencia muy grande e innecesaria. El director teatral sí debe rodearse de expertos que lo asesoren, que sepan traducir a su vez su propuesta tecnológica de acuerdo a las herramientas que tenga a su alcance.

Nosotros en Pathmon Producciones contábamos con una especialista en el área. Nuestra encargada de la Gerencia Audiovisual en la agrupación era Claudia Campos. La dinámica era hacer una reunión previa donde el director explicaba qué se quería y luego vendrían los ensayos, los errores, los aciertos; así es la experimentación.

Después de esta sistematización de experiencias nos ubicaremos ahora en la perspectiva de investigadores y nos formularemos varias preguntas. La primera de ellas es la siguiente: ¿debe considerarse la etiqueta de “experimental”, una marca que acompañe a los creadores que hemos encontrado en la unión arte-tecnología, una razón para crear? No lo creo así. Por ello no nos quedaremos en lo anecdótico; los ubicaré desde lo teórico en una corriente que se ha llamado “teatro tecnológico”. Desde la academia me he acercado al tema del teatro en su vertiente “tradicional”, en un estudio que versaba sobre un análisis semiótico de dos obras de César Rengifo, allá por el año 1991 cuando me graduaba en Letras. De este estudio podemos rescatar en este momento una aseveración de Rengifo en la cual apuntaba que no hay arte puro. Luego mi experiencia como investigadora en el tema arte-tecnología me ha dado luces en cuanto a qué está ocurriendo en esta aldea global llamada sociedad del conocimiento. Después de hacer mi tesis en Unearte y encontrarme en etapa de preparación del enfoque robótico en el teatro en los estudios de posgrado, puedo decir que es una necesidad saber del tema, más allá del rol de directora de teatro. Por lo menos ya nos queda claro que no hay ningún arte puro, y menos el teatro, que tal como apuntó Roland Barthes en una oportunidad, es un engranaje de signos.

En esta oportunidad observaremos cómo la ciencia, la física, la filosofía, la comunicación, la tecnología y el arte se unen para transmitir mensajes a una sociedad del conocimiento, en la era de la información, de una sociedad con conciencia fragmentaria y donde los medios son extensiones del ser.

Así encontramos el texto dramático, el cual se nos presenta como doble posibilidad: literatura y representación. Y son precisamente estas dos características las que convierten al teatro en un arte colectivo. Por el contrario, los otros géneros como la poesía o la narrativa son más íntimos y permiten la individualidad del acto de la lectura. En cambio el teatro se materializa cuando se lleva a escena. Es esta una postura, claro está, una visión de este arte, ya que hay quienes sostienen que existe un teatro para leer. Sin embargo, ya lo decía Lope de Vega, para hacer teatro sólo hacen falta dos actores, cuatro tablas y una pasión. La pasión de comunicar, de transmitir, de traducir.

Y esta traducción se puede realizar desde el cuerpo. Este es el instrumento de los artistas de la escena, es el vehículo por el cual se transmiten emociones y acciones físicas. Desde los griegos antiguos hasta nuestra era la humanidad y las formas de comunicarse han sufrido importantes transformaciones.

En este orden de ideas, Humberto Valdivieso (2006)2 nos recuerda la concepción que sobre el artista tenía Marshall McLuhan: “McLuhan concibe al artista como un ser capaz de lidiar impunemente con la tecnología. Su facultad de percibir el cambio que sufren los sentidos cuando son ampliados le permite reaccionar frente a los nuevos medios y a la mitificación que éstos producen (…)” (p. 130).

El teatro en nuestros días todavía tiene la vigencia que tenía en siglos pasados, por consiguiente es una de las formas de expresión de los pueblos. Se puede afirmar que esa sensibilidad que ha de despertarse en los pueblos la generan también los creadores de espectáculos, los directores, quienes ofrecen una diversidad de opciones al espectador a partir de una obra escrita por un dramaturgo y materializada en una puesta en escena. En este sentido se vienen perfilando términos importantes para nuestro estudio: dramaturgo, director, actor, público, representado en los pueblos o sociedades. Pero pareciera una verdad demasiado evidente decir que el teatro es vida o que sirve para la vida, cuando nació de las manifestaciones performánticas religiosas de los pueblos primitivos y, por tanto, como una manifestación viva de la mímesis de la realidad. Sin embargo, la aparición del director de escena es relativamente cercana en el tiempo, no es sino hasta el siglo XIX que se le denomina como tal; se le ha designado como aquel creador que lee las palabras y sueña las imágenes, todo ello frente a un público que reconoce en ocasiones esas imágenes, porque tal vez las ha soñado. Por consiguiente, la labor de los puestistas de escena o directores será comprender y traducir la obra dramática, ahora enmarcados en la sociedad del conocimiento.

La llamada sociedad del conocimiento y la información crece de una manera vertiginosa y los instrumentos multimedia han pasado a ser extensiones del hombre.

Almela (2000)3 cita en su estudio respecto a este punto a un autor llamado Agustín Iglesias, y resulta pertinente la referencia en miras a hacer un primer acercamiento a las posturas que sobre el tema de las nuevas tecnologías en el arte se vienen suscitando:

En este siglo que acaba los avances tecnológicos, los cambios estéticos, los hábitos creados en el espectador por el mensaje publicitario, etc., han hecho cambiar radicalmente la puesta en escena. “Trabajar como antaño es condenarse al anacronismo, ignorar la tecnología es dormir en la ignorancia, y confiar en un teatro exclusivamente discursivo es hacer el ridículo”, decía hace once años Agustín Iglesias, pero aún hoy hay directores anclados en el pasado y autores que se resisten a las propuestas de los directores (Almela, 2000; 18).

De todo lo anteriormente expuesto podemos observar que naturalmente, a la par que avanzan las sociedades, cambian también sus sistemas de signos, por tanto su sentido y la semiosis, esa manera de entender y construir el mundo, también va cambiando y se hace ilimitada. En la época de Sófocles había una técnica, se utilizaban herramientas propias de la época, se explicaba su tragedia a partir del sistema de signos imperante. Igual en los siglos siguientes hasta la actualidad.

El teatro tecnológico es un término híbrido. Es decir, la llamada sociedad del conocimiento y la información crece de una manera vertiginosa y los instrumentos multimedia han pasado a ser extensiones del hombre; tal es el caso de los teléfonos celulares, computadoras personales, aplicaciones multimedia para la educación, para el arte, entre otros instrumentos que han facilitado ciertas herramientas para simplificar algunos aspectos de la vida. Es así como creo imperiosa una investigación sobre este tema en el caso del teatro venezolano, y empezar a reflexionar cómo podemos hacer para acercar a esa juventud que está ansiosa de nuevas experiencias tecnológicas y cree que en el teatro jamás las encontrará.

Ha llegado el momento y nos hacemos la siguiente pregunta: ¿la dirección escénica venezolana es apocalíptica o integrada, en relación con el tema de lo tecnológico en el teatro? Aquí nos acercaremos un tanto a este fascinante mundo.

Fulgio Vaglio (1996)4 defiende el término teatro tecnológico, y de él lo tomamos:

El teatro es un juego de simulación completamente interactivo, en el que experimentamos indirectamente lo que sería demasiado costoso vivir personalmente. En esta luz el teatro aparece, desde el principio, y por su propia naturaleza, como la verdadera realidad virtual. Si aceptamos este principio, el auxilio de los ordenadores para la representación teatral se puede considerar como una mejora útil y legítima de las herramientas comunicativas y cognitivas; si no lo aceptamos, si creemos que la realidad virtual está en las máquinas y no en nuestras mentes, caeremos en un avatar más dentro de la palingénesis modernista del espejismo tecnológico (p. 3).

Por eso creemos, junto con Mamet (1999),5 que “no es el teatro el que está muriendo, sino los hombres y mujeres: la sociedad. Y mientras ésta muere, aparece un nuevo grupo de exploradores, artistas, cuyos informes son repudiados, luego sacralizados, luego repudiados” (p. 56).

Así llegamos a los conceptos de apocalípticos e integrados, acuñados por Umberto Eco en el área de la comunicación social y que hemos encontrado en el área teatral en palabras de Pablo Iglesias Simón como tecnófilos y tecnófobos.

Al ser el teatro un terreno híbrido, diversas posturas rondan esta nueva aplicación, unas a favor y otras no tanto. Pablo Iglesias Simón (2006)6 nos refiere que en la sociedad actual existen dos posturas, una a favor y una en contra de los aportes de la tecnología en la vida del ser humano. Así, llama tecnofilia a aquella postura que hace ver la necesidad imperiosa que siente el ser humano por los avances de la tecnología. Pareciera, según esta postura, que el hombre ya no puede vivir sin estos aportes y objetos tecnológicos que le han facilitado la vida sobre la Tierra. Por otra parte se encuentran los tecnófobos, quienes desechan toda importancia de la tecnología y asimismo la determinan como la culpable de todos los males de la sociedad contemporánea.

No es este el escenario para dedicarnos a verificar quién tiene o no la razón; por ello nos parece interesante sólo dejar estas maneras de ver el mundo a raíz del término nuevas tecnologías y las implicaciones que ellas tienen en la vida del hombre contemporáneo.

El concepto de nuevas tecnologías exige plantear los problemas que se desprenden del calificativo “nuevas”, siendo este un marcador de temporalidad. Las nuevas tecnologías tienen diferente sentido en correlación con la época en la que se desarrollan. Lo que en el siglo XVIII significó la máquina de vapor, en el XIX la imprenta, en el XX la utilización masiva de la energía eléctrica y en la actualidad lo que representa el avance en el tratamiento de la información y las comunicaciones. Pero debemos tomar en cuenta además la velocidad con que se producen los cambios tecnológicos (…) (Sassone, 2005:50).7

Para nosotros, deben ser estos nuevos artistas los llamados a traernos las denominadas nuevas tecnologías como parte de una nueva escena, de una nueva mirada, de un nuevo tiempo en el que lo virtual sube a la palestra.

Hasta el momento hemos verificado distintas concepciones de cuerpo-signo en la historia del hombre, del simulacro, de la virtualidad en la que vivimos. El hombre construye su mundo a través del lenguaje; a partir de allí establece las relaciones con el entorno, con el ambiente.

Y dentro del teatro tecnológico debemos mencionar la incorporación del robot en la escena, con las experiencias vividas en Japón por el profesor Oriza. Ya lo expresaba Baudrillard (2007):8 “El robot es interesante por más de un concepto todavía. Porque es el fin mitológico del objeto, reúne en sí todos los fantasmas que pueblan nuestras relaciones profundas con el entorno” (p. 139).

Finalmente podemos decir el teatro no va a morir mientras sigamos existiendo. Habría que preguntarle a la civilización poshumana qué pasará después, pero por el momento la tecnología, lo multimedia, el avatar, lo virtual está allí a la vuelta de la esquina.

Mi agrupación Pathmon Producciones sólo pretende ser el escenario para el encuentro. El escenario en el que unos inquietos creadores le hablen a un público de temas de la literatura universal, de la literatura venezolana o de los acontecimientos que ocurren, a partir de códigos que les va enviando la herramienta tecnológica: los celulares, iPods, telefonía móvil, las proyecciones de video y el robot. El cambio del concepto de cuerpo, espacio, movimiento, simulacro y la creación de antiambientes es los que nos depara el teatro tecnológico. Buscar un equilibrio en el mismo es la idea.

Recordemos que el teatro debe ser siempre una excusa para encontrarnos.

Ponencia presentada en el I Encuentro “Directores que dialogan con directores” (Unearte; Caracas, Venezuela, 2009).

Notas

  1. Maeda, J. Las leyes de la simplicidad. España. Editorial Gedisa.
  2. Valdivieso, H. (2006). “Ambiente y antiambiente en la contemporaneidad”. En: revista Baciyelmo. Venezuela. Ediciones de la Escuela de Letras de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab).
  3. Almela, M. (2000). “Puestas en escena fin de siglo”. En: revista Signa, de la Asociación Española de Semiótica. Nº 9.
  4. Vaglio, F. (1996). “Actores, personajes y tecnología: apuntes sobre el teatro tecnológico”. En: Razón y Palabra, Nº 2, Año 1, marzo-abril. 14 p.
  5. Mamet, D. “La tradición del teatro como arte”. Cita del libro del autor Profesión de putas (1995). En: revista El Malpensante. Bogotá, 2006. 90 p.
  6. Iglesias Simón, Pablo. “Tecnofilias y tecnofobias”, ADE-Teatro. Nº 109. Enero-marzo 2006. Págs. 49-53.
  7. Sassone, R. “Inscripción de la escena teatral en el contexto de la escena ‘neotecnológica’”. ADE-Teatro. Nº 106. Págs. 49-59.
  8. Baudrillard, J. El sistema de los objetos. México. Editorial Siglo XXI Editores.
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