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La dulce mi enemiga

lunes 24 de junio de 2019
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Dulcinea del Toboso
Aldonza Lorenzo era su nombre, pero a nuestro caballero recién nacido le pareció oportuno, según Cervantes, “darle título de señora de sus pensamientos”: Dulcinea del Toboso. Dulcinea del Toboso (c. 1855), por Célestin Nanteuil
“yo fui, yo fui la que le volví loco”.
(Vida de Don Quijote y Sancho, Miguel de Unamuno)

Dulcinea no habla. Tampoco responde cartas ni retribuye miradas. Beatrice, la niña de nueve años, aparece en cierta calle florentina; nueve años después, aparece un poco más, saluda o niega saludos, pero nada le dice al giovanissimo Dante de la Vita Nova. Las Damas no hablan. O sí. A veces, incluso, hablan demasiado. La Bice purgatorial y paradisíaca (que me perdone Dios) habla demasiado; la Rosalind de Shakespeare habla mucho pero con ingenio y gusto educador; casi todas las damas y doncellas del Furioso tienen el hábito de la queja y del socorro. Bradamante, magnífica Dama guerrera, heroína tanto del Innamorato como del Furioso, habla cuando no combate, y a veces cuando combate también. En todo caso, cuando se habla de Damas (y aun de damas sin mayúscula) no es mucho lo que podemos despachar con alguna lúcida, redonda y arbitraria generalización. El caballero (o el poeta, que bien pueden ser lo mismo) tiene la Dama que se merece. Él la engendra a partir del recuerdo incesante al mismo tiempo que ella lo puebla a partir de un misterio. Empleo el verbo poblar porque antes de encontrar a su Dama el caballero no es sino una cosa deshabitada. Ella visita y se ausenta; no tiene que hacer más para instaurar en el cuerpo peregrino una corte de fantasmas.

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Dulcinea no es un cuerpo, pero alude a un cuerpo; es el fantasma custodio de una fe oceánica.

Vuelvo a la Vita Nova sencillamente porque no hay relato que mejor nos muestre cómo nace un poeta. Allí se nos habla de la memoria como un libro que Dante lee con cavernosa atención. La memoria se lee; es decir, se imagina, se reordena y recrea a partir de su romance con el olvido. Recordar es volver a nadar nel lago del cor. Pero también es inventar, olvidar que se ha inventado y sentir incesantemente lo que no sabemos si inventamos. Lo cierto es que allí está Dante a sus nueve años, ante su Bice, ante el Todo concentrado en un cuerpo de niña, y la tarde —¿habrá sido tarde o mañana?— de ese encuentro se repite entre muchachos innumerables y de imposible sed. Luego un saludo negado y la muerte traen la ausencia y la distancia necesarias para que el joven del encuentro singular recuerde y escriba. Del saludo negado —de la muerte— surge la herida inmortal. Y una vez que no hay más Dama que la que llevamos dentro, el peregrinaje se hace urgente.

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Alonso Quijano el bueno anduvo algún tiempo enamorado de una moza labradora de buen parecer. Ella vivía en cierto lugar muy cercano al del ocioso hidalgo y nada supo de aquel amor, nos dice Cervantes. Juan José Arreola (Teoría de Dulcinea) expone otra hipótesis:

…una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.

El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía.

Aldonza Lorenzo, en todo caso, era su nombre, pero a nuestro caballero recién nacido le pareció oportuno, según Cervantes, “darle título de señora de sus pensamientos” y le buscó un nombre “que no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora”. Alcanzó un nombre “músico, peregrino y significativo”: Dulcinea del Toboso. Juan José Arreola nos advierte que don Quijote era un hombre que “se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta”. Yo creo que en todo caso, don Quijote, a partir de su amor inconfesado y de la ausencia de su buena moza labradora, engendró un fantasma a medio camino entre sus recuerdos de la muchacha y su nobleza superlativa. Dulcinea no es un cuerpo, pero alude a un cuerpo; es el fantasma custodio de una fe oceánica. Y la fe no es otra cosa que aquello que dice por nosotros el sí de cada día.

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Dulcinea, como toda Dama interiorizada, es una insuficiencia y una figura compuesta e inimaginable.

El cultísimo pastor Vivaldo le reprocha a don Quijote el hecho de que ningún caballero se encomiende a Dios cuando “se ve manifiesto peligro de perder la vida”. Dice el pastor: “Antes se encomiendan a sus damas, con tanta gana y devoción como si ellas fueran su Dios, cosa que me parece que huele algo a gentilidad”. Vivaldo, aunque era “persona muy discreta y de alegre condición”, no se da cuenta de que sus frases no tienen nada de reprimenda, como él quisiera, sino que dan con la verdad, que bien puede ser gentil o cristiana. De ahí que la respuesta de don Quijote sea: “Señor, eso no puede ser menos en ninguna manera”. Porque las Damas son precisamente el dios de los caballeros: su principio anímico, su motor primario. No hay caballero andante sin Dama porque no hay caballero andante que no ande, y no se puede andar sin Dama. Y poco importa, nos dice don Quijote, que la Dama no esté junto al caballero, porque él la lleva siempre consigo y le murmura. El caballero “está obligado a decir algunas palabras entre dientes, en que de todo corazón se le encomiende”. Vivaldo entonces podría preguntar: ¿y quién lo obliga? Y don Quijote, o cualquier caballero, sabría responder: la misma Dama; es el tributo que ella exige por animar el cuerpo y la imaginación. Finalmente, el curioso pastor le pregunta a nuestro caballero por su Dama, y don Quijote responde:

Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta o no de que el mundo sepa que yo la sirvo. Sólo sé decir… que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de La Mancha; su calidad por lo menos ha de ser princesa, pues es reina y señora mía…

Si es reina y señora del hombre cuya mirada todo lo ennoblece y cuyo reposo adoncella prostitutas, ¿cómo no va a ser por lo menos princesa? Don Quijote enternecido describe un rostro ridículo y nos hace pensar en Dulcinea y en Aldonza, esa dulce muchachita; entonces alteramos un poco un verso famoso y exclamamos: “those are pearls that were her eyes”. De los ojos, labios, cejas, dientes y demás que configuraban el rostro de la bella labradora no quedan sino tristes soles, perlas y arcos del cielo. Porque Dulcinea, como toda Dama interiorizada, es una insuficiencia y una figura compuesta e inimaginable, pero al mismo tiempo “es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal, que puede dar generoso principio a las más ilustres familias de los venideros siglos”. Dulcinea, falta de cuerpo, tiene un lugar y un nombre (a local habitation and a name, mandamiento de Shakespeare): desde allí es capaz de originar y de animar familias ilustres; es decir, poblar cuerpos, páginas de novelas, dramas, poemas.

Saúl Figueredo
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