
Servando Cano Rodríguez, uno de los más importantes empresarios de la música norteña mexicana, nació el 13 de septiembre de 1942 en General Bravo y fue registrado en China, Nuevo León. Olivia Rodríguez de León fue su madre y José Santos Cano Sáenz fue su padre. Su abuelo paterno, Leandro Cano, nativo de Cerralvo, y su abuela paterna, Agustina Sáenz, de Los Herreras, Nuevo León. El abuelo materno, Benito Rodríguez, de General Bravo, Nuevo León, y la abuela materna, María de los Santos, de León, de Arteaga, Coahuila. Dueños de un rancho ganadero, la familia de Servando Cano no sufrió penurias económicas. La señora madre de Servando Cano estudió como maestra normalista y ejerció la profesión.
A los doce años de edad, Servando Cano se fue a Reynosa, luego de salir becado. En la ciudad tamaulipeca estudió comercio bilingüe. En tanto sus padres emigraron a Reynosa, en 1955, Cano Rodríguez vivió con su tío Alberto, hermano de su papá. Luego de años sirviendo a la policía, el papá de Servando Cano murió con 45 años de edad. Su madre continuó con una guardería que, previamente, había establecido en su casa. Servando Cano y su familia vivieron en la colonia Jorge Castañeda.
Es verdad que letras vallenatas apelan a la naturaleza como constructo lingüístico, pero la misma realidad fue experimentada por la música norteña mexicana.
Los dos párrafos anteriores son producto de una paráfrasis construida a partir de información contenida en el libro Servando Cano, impulsor y visionario de la música norteña, de Katia Schkolnik, editado en México en 2011 por Lago Ediciones. Son un ejemplo contundente, desde la metodología de la investigación, de cómo se ha abordado la historia de la música norteña mexicana. La escuela historiográfica dominante homogeneizó los estudios sociales de la música norteña. Casi siempre, pretendiendo abordarla desde el personaje, desde la anécdota y desde la épica.
Ciertamente, la profesionalización de la historia que ocurre en México desde hace veinte años ha permitido que de forma lenta, pero esperanzadora, los estudios sociales de la música norteña mexicana vayan apuntando hacia la complejización. Desde luego, los datos biográficos de los actores que dan vida a la música norteña son importantes, pero en la problematización académica universitaria es necesaria la descripción densa si queremos obtener resultados historiográficos diferentes.
En Monterrey, Guadalupe y San Nicolás mucho se habla, con cierto grado de nostalgia, del culto a la naturaleza que representan las letras del vallenato colombiano. La observación es precisa, pertinente y necesaria; sin embargo, la lírica de la música norteña no es ajena al fenómeno ético y estético evocado. El tiempo, concepto central al interior de la historia académica, ocupa un papel importante en el planteamiento. Sí, es verdad que letras vallenatas apelan a la naturaleza como constructo lingüístico, pero la misma realidad fue experimentada por la música norteña mexicana. El diálogo con la naturaleza también está en la norteña.
Por cierto, la historia musical decadente de los últimos veinte años no sólo afecta a la norteña mexicana, también al vallenato colombiano, a la salsa caribeña, a la música sertaneja brasileña, a la canción ranchera y al corrido mexicano. La desculturalización es global, no piensen que sólo atenta contra la música norteña.
En la misma temporalidad en que Rafael Orozco grabó Dime pajarito y Abel Antonio Villa inmortalizó Pájaro cenzontle, la lírica norteña llenaba de memoria y educación emocional a México con Flor hermosa y Los pinos y los ciruelos, melodías que hoy son reinterpretadas, magistralmente, por Los Ramones de Nuevo León (hermanos Flores). Otros ejemplos emblemáticos que fortalecen a la música norteña mexicana están en Una palomita con el Dueto Alma Norteña, El palomito con Los Cadetes de Linares, Flor de María con Lorenzo de Monteclaro, Florita del Alma con Los Alegres de Terán, Mi más hermosa paloma y Cantan los jilgueros con Las Alteñitas Hermanas Arias de Pénjamo, Guanajuato. Sin olvidar a La pajarera con Marcelo y Aurelia y Quisiera ser pajarillo con el Dueto Río Bravo. La música norteña mexicana es bella y educativa, sólo hay que acercarnos desde sitios que construyan.
La norteña es una música que interactúa, que se mueve, que transita entre la tradición y el comercio. Es en su carácter tradicional donde debe buscarse su trascendencia. La norteña será inmortal en tanto se reinvente desde la tradición. Estoy pensando en la herencia de Pesado, en las grabaciones de Buyuchek con la abuela Irma, en los recientes videos de Eduardo Hernández hijo con Lalo Mora de Los Herederos de Nuevo León y con Eliseo Robles de La Leyenda, y en las entrevistas de Zagar con referentes históricos de la norteña mexicana. La clave está en hacer de la norteña una música más tradicional y menos comercial. Desde este lugar, todos ganamos. La norteña mexicana debe entenderse como una familia.
Fuera de lo norteño, pero manteniéndonos en lo mexicano, enumero Los cazahuates con Vicente Fernández, Los laureles con Miguel Aceves Mejía y Árboles viejos con Dueto Amanecer; Paloma sin nido con Miguel y Miguel, Paloma azul con Los Nuevos Llaneros. En lo texano: La rama del mezquite con Emilio Navaira y Las gaviotas con Flaco Jiménez. Como dije, el vallenato colombiano no es la única música que se construye, líricamente, desde la narrativa naturalista.
Hay que tener la sabiduría para leer lo que la música nos dice de las sociedades que habita.
Lo referido en las líneas que anteceden al presente párrafo nos lleva al problema de la violencia. La pérdida de contacto con la naturaleza hizo de nosotros personas insensibles. El nuevo modelo educativo mexicano y la Ley General de Educación, promulgada en 2019, hablan de empatía, de inclusión, de emociones y de justicia social. En tanto continuemos perdiendo comunicación con la naturaleza, la deshumanización seguirá fluyendo. El reggaetón, los corridos alterados, los narcocorridos, los corridos tumbados y la sexualización de las músicas populares demuestran el desequilibrio provocado por la ausencia de diálogo con la naturaleza.
La respuesta al humanismo está en la naturaleza. Hoy todo lo construimos desde entornos urbanos; por eso el desapego, la falta de empatía y la monetarización del amor, y no me refiero a los estereotipos transmitidos por Hollywood. Hablo del amor como cuidado y respeto de los animales. El amor es una construcción interior permanente que nos humaniza. La naturaleza es el amor, en sentido puro y duro.
La música es reflejo de sus sociedades. Para su estudio, se descompone en lírica, instrumentación, performance, sonido y tecnologías de grabación. La música es multitask. Hay que tener la sabiduría para leer lo que la música nos dice de las sociedades que habita. La música mala, en sentido ético y estético, narra la oscuridad en la que vive el colectivo humano que la crea. A través del arte se transmite lo sublime y lo aberrante. El estado de la música ofrece un diagnóstico de sociedades que, en su infinita arrogancia, se extraviaron al dejar de comunicarse con la madre naturaleza. El bajo sexto es un árbol, un ente vivo que comunica emociones. El acordeón representa la homogeneización-globalización de la música.
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