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¿Matar por amor?
El amor en tiempos de pandemia

domingo 14 de febrero de 2021
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¿Matar por amor? El amor en tiempos de pandemia, por Douglas Bohórquez
No es gratuito que ya desde la antigüedad muchos poemas o textos literarios vinculen el amor a una especie de enfermedad o locura que todo lo trastoca. Escena de “El imperio de los sentidos” (1976), film de Nagisa Oshima

1. Amor, erotismo y agresión

Amor está, de su veneno armado…
Luis de Góngora

Algunas escenas de la película El imperio de los sentidos me impactaron cuando la vi en el año 1976. El film, del realizador japonés Nagisa Oshima, basado en una historia real de pasión y de sexo extremo, narra el asesinato de un hombre por su amante, en pleno acto sexual. ¿Matar por amor?, me pregunté en aquel momento. Después supe que los franceses llaman petite mort (pequeña muerte) al momento inmediatamente posterior al orgasmo, cuando ocurre en la mujer un cierto desvanecimiento o pérdida del estado de conciencia. Las imágenes de aquel film, que nada tienen que ver con el mito del amor romántico alimentado por la industria del cine de Hollywood, no han dejado de rondar mi imaginación y las he recordado en estos días. Me revelaron descarnadamente que el amor es el sentimiento más complejo del ser humano. Cada cultura, sabemos, ha generado sus propios ritos y mitos del amor. En Occidente, uno de los más extendidos es precisamente ese mito del amor romántico que se ha venido elaborando históricamente, creo, desde la misma invención de una filosofía del amor-pasión en la Francia del siglo XII. Es decir, la idea, un tanto controvertida, del amor romántico, estaría asociada al surgimiento del amor cortés en la Edad Media, que involucra un amor a la vez sublime y trágico, tal como lo plantearon los trovadores y los poetas provenzales en rechazo del matrimonio convencional que muchas veces obedecía a pautas de orden económico. Lo que me hizo comprender El imperio de los sentidos es que el amor como pasión carnal está estrechamente ligado al erotismo y a la furia del sexo y puede ser una experiencia límite a través de la cual entra en riesgo la propia vida

Juego de máscaras, el lenguaje de los amantes no es nunca inocente. Eros es un solícito demonio mediador.

En efecto, la palabra pasión, derivada del latín passio, significa padecer y le presta a la palabra amor una constelación semántica que la asocia al sufrimiento. No es gratuito que ya desde la antigüedad muchos poemas o textos literarios vinculen el amor a una especie de enfermedad o locura que todo lo trastoca, generando muchas veces la pérdida del sentido de realidad y alterando la perspectiva racional de la vida. Los poetas, los dramaturgos o los novelistas más significativos siempre han representado esta locura amorosa como delirio, como rapto, como pérdida de la propia voluntad. Desde Safo pasando por Shakespeare o los poetas románticos hasta llegar a los surrealistas, el amor es una experiencia celebratoria pero también una tentativa de lo imposible ligada a la belleza así como al dolor, a la angustia, a la locura y a la muerte. La idealización amorosa, propia del enamoramiento, puede afectar el equilibrio de nuestros sentidos y mutarse en sentimiento de aflicción. La queja de amor es una de las constantes del bolero latinoamericano, de la salsa o del tango, y en general de muchas canciones en el mundo. Si nos atenemos a sus letras, los celos, la infidelidad y el desengaño conspiran contra la felicidad.

De este modo, el amor, considerado en principio como uno de los sentimientos más hermosos, es también un riesgo y una amenaza. Las relaciones amorosas, que por lo general parecieran no estar fundadas en el reconocimiento del otro sino más bien en una omnipresencia de narcisismo, devienen frágiles. En ese resbaladizo territorio del reconocimiento del otro resulta difícil desentendernos del Narciso que habita en nuestro inconsciente. Discurso que se presta al exceso, al desbordamiento emocional, el amor, en tanto pulsión libidinal a veces incontrolable, puede ser agresivo. Después de la euforia de las primeras relaciones eróticas estamos propensos, en el roce cotidiano, por efectos de algún inhóspito contexto o de algún malentendido que nubla el horizonte de fantasmas, al desencuentro, la intolerancia o la incomprensión. Juego de máscaras, el lenguaje de los amantes no es nunca inocente. Eros es un solícito demonio mediador. Como dice Góngora: “Amor está, de su veneno armado”. Los sentimientos de celos, de enojo o de melancolía, amenazan el castillo de las ilusiones. La sexualidad y el erotismo son, como lo han reconocido distinguidos estudiosos, dominios malditos y encantados. La fantasía pero también la ansiedad y la fantasmagoría suelen acechar en las relaciones eróticas y amorosas. Fenómeno no exento de paradojas y contradicciones, el amor es un reino asediado por la perversión y la violencia; el sadismo es sólo una de estas formas de furia gobernada por la compulsión.

Sabemos desde Freud que el deseo, siempre insatisfecho, ligado estrechamente a las pulsiones sexuales, impregna desde la primera infancia nuestras vidas y obedece a la sinuosa y oscura lógica del inconsciente. La mujer, en la figura de la madre, rige como significante oculto de ese deseo. Nunca logramos escapar a esa estela femenina que pauta la madre. El pasado personal y familiar, las imágenes y recuerdos de la infancia y de la adolescencia, los prejuicios, las obsesiones y las angustias personales, los modelos familiares, los estereotipos generados por una educación sitiada por la vigilancia y la represión, son sólo algunos elementos que pueden incidir en nuestra educación sentimental y sexual. Oscilante entre el deseo materno, los modelos familiares y la prohibición que instaura el padre, el amor parece ser entonces más que un idílico asunto entre dos personas. Soñamos y amamos entre fantasmas. El sexo, lo ha reconocido Paglia, lectora de Freud, “es cenagoso y turbio”, su carácter demónico implica un giro hacia lo que el fundador del psicoanálisis denominó la perversidad polimorfa del niño. En ceremonias como el sexo oral esta estudiosa ve un ritual cercano a la antropofagia con elementos místicos, de reverencia y de sadismo (Cf. Paglia, 2020: 39-105). Se ha señalado que en los rituales mistéricos y orgiásticos antiguos en honor a Dionisos (Grecia) o a Baco (Roma) los placeres sexuales, llevados al límite del éxtasis y el desenfreno, podían entrañar mutilaciones orgánicas o derramamientos de sangre. Pero también el erotismo es un lenguaje cercano a la poesía. A ambos los une una misma vocación imaginativa y ritual que incluye tanto la representación simbólica como la transgresión de las normas o convenciones. Los amantes son como perversos dioses en el exilio. Intentando llegar el cielo, están siempre cercanos al sacrilegio y al sacrificio.

Territorio fronterizo entre la naturaleza y la cultura, el amor, en tanto involucra al sexo, comporta agresión. Tal como lo ha señalado Bataille, el erotismo, esa frontera entre el sexo y el amor, es un campo propicio a la violencia. En la desnudez de la pareja el erotismo da rienda suelta al deseo y éste, lo sabemos con Freud, es una energía, una maquinaria que puede crear o arrasarlo todo. Eros está siempre en tensión con Tánatos. La desnudez puede ser un acto de entrega amorosa y liberadora pero puede implicar igualmente desposesión o enajenación de sí. El desnudarse, tal como lo señala Bataille, “si lo examinamos en las civilizaciones en las que tiene un sentido pleno, es, si no ya un simulacro en sí, al menos una equivalencia leve del dar la muerte” (Bataille, 1997: 22-23). La excitación pasional que estimula la desnudez de dos cuerpos voluptuosos provoca un extrañamiento del sujeto que podría conducir a la violencia, una de cuyas formas extremas sería la muerte.

La publicidad y los medios de comunicación convirtieron al cuerpo femenino en objeto de idolatría y de consumo.

En el clímax de intensas relaciones eróticas suele ser el hombre el agresor y la mujer la víctima, aunque lo contrario es igualmente probable. Los dramas o tragedias pasionales que tanto publicitan los medios de comunicación, y ahora en particular las redes sociales, nos muestran cómo el sexo, salido fuera de control, puede asumir la violencia de un huracán. Ciertamente la hembra, a la vez amada y asediada o violada, ha sido siempre un misterio para el varón. Depositaria de una sabiduría y una capacidad de intuición mítica, la mujer, a la vez ángel y demonio, ha encarnado un conocimiento y una fuerza de la naturaleza que el hombre ha envidiado y temido. Su representación en el arquetipo de la Gran Madre está inscrita en nuestro inconsciente colectivo. Entre la prostitución y la santidad, el cuerpo de la mujer ha sido siempre un objeto privilegiado del deseo. De allí, la ansiosa y lasciva admiración que se le ha tenido, pero también el afán de dominación del hombre sobre ella que no ha cesado de convocar la violencia. Su fertilidad a través de su complejo aparato genital, concebido para dar vida por medio de la gestación y el parto, sus extraños ciclos menstruales, la ocultación de sus órganos sexuales, su identificación en fin con la naturaleza al asociársele a los ciclos lunares y de la tierra, han creado alrededor de ella una potente mitología erótica y sexual. Su vagina ha sido amada y temida. Da vida pero exige entrega y en ocasiones sacrificios. El miedo a la castración se ha expresado a través de mitos como el de la vagina dentada, un fantasma inscrito en el imaginario masculino que ha hecho presencia en múltiples tradiciones culturales.

Venus o Afrodita, Hera, Artemisa o Hécate, la mujer ha ascendido al Olimpo compartiendo poderes con Zeus o Júpiter, pero también ha descendido a los infiernos, convertida en hechicera. Coatlicue en la mitología azteca es la diosa terrestre de la vida y la muerte. Era terrible: usaba una falda de serpientes y un collar de corazones arrancados a sus víctimas. Eva hace pecar a Adán y le transmite de este modo a la mujer el estigma del pecado. Para redimirla, Dios la hizo madre de Jesucristo, dando lugar a uno de los dogmas y misterios fundadores del catolicismo. Su rostro, como su humor y su semblante, pueden por lo tanto cambiar según las transformaciones de su propia naturaleza: madre, hija, esposa fiel o amante pero también virgen o ramera. La mujer es una y múltiple, otra y la misma. A la vez divinizada y amada, es susceptible de ser satanizada y vilipendiada según su conducta amorosa y sexual. Durante mucho tiempo y particularmente durante la Edad Media, la belleza de la mujer estuvo ligada a un cierto demonismo. La cultura occidental reprime el sexo a la vez que hace de la mujer un objeto de deseo. La publicidad y los medios de comunicación convirtieron al cuerpo femenino en objeto de idolatría y de consumo. La fascinación que ha ejercido la belleza y el seductor encanto de la mujer la convirtieron en centro de atracción, a la vez que de algún modo incitaron la violencia.

Uno de los patrones de conducta más generalizados y convencionales en Hispanoamérica ordenaba que la mujer debía ser atractiva y sumisa mientras que el hombre estaba obligado a ser fuerte, valiente, conquistador. La estética de un cuerpo femenino bello y seductor se ha expresado a través del uso de prendas de vestir ajustadas que sugieren formas voluptuosas. Por otra parte, el lenguaje de la moda femenina en Occidente se ha prestado siempre al juego erótico de mostrar y ocultar. El vestido con escotes y ceñido al cuerpo lo esconde a la vez que lo exhibe, incitando discreta o abiertamente a la lujuria. La prohibición en la que se funda la relación erótica estimula la transgresión y la violencia. A la vez tabú y fetiche, históricamente el cuerpo femenino ha sido objeto de sacralización y de agresión. No es la realización amorosa o la felicidad sentimental lo que distingue a los grandes íconos cinematográficos de la belleza femenina. Un mismo libreto de soledad, angustia y escándalo sexual rige la imagen de la mujer de Cleopatra a Marilyn Monroe.

En los países latinoamericanos y del Caribe, la tradicional desigualdad entre hombres y mujeres ha sido generadora de agresiones. En las relaciones eróticas, una etapa de cortesía amorosa es el noviazgo, durante el cual el hombre se suele manifestar amable y gentil, y otra etapa es el matrimonio, que el varón, en su secular machismo, ha entendido como certificado de posesión de la mujer. Hasta hace relativamente poco tiempo, se suponía que la mujer debía llegar al matrimonio, atendiendo a la misma tradición hispánica, virgen, con lo que el ritual de bodas no estaba exento de la violencia del desgarramiento del himen. Una vez convertida en esposa, tradicionalmente la mujer latinoamericana se ha dedicado a las tareas del hogar y a la crianza de los hijos mientras el hombre trabaja fuera de la casa. Esto ha supuesto en la mayor parte de los casos la dependencia económica de la mujer con respecto al hombre y su consecuente sometimiento moral y espiritual. Aunque ello ha cambiado en gran medida en las ciudades, pienso que la situación persiste en los medios rurales de la mayor parte de los países latinoamericanos.

 

2. Feminicidios en tiempos de pandemia. Algunos datos y observaciones

Le había enseñado que nada de lo que se haga en la cama es inmoral
si contribuye a perpetuar el amor.
Gabriel García Márquez

El amor, entendido como pasión, no es pues esa cosa melosa y dulce, mágica, que nos han trasmitido los relatos de cierto cine hollywoodense y en general de la industria cultural. A la vez que involucra búsqueda de la felicidad y conocimiento del otro, el amor puede revertirse en odio o estar acompañado de celos, egoísmo, envidia, venganza o deseos de dominación. Ese otro lado oscuro del amor parece gravitar en estos días de miedo y de crisis a causa de la pandemia del coronavirus. En efecto, la pandemia del covid-19 lo está transformando todo. ¿Cambiará también nuestra noción y práctica del amor? Es cierto que una nueva retórica erótica se ha impuesto en esta era digital. Nuevas ceremonias y acuerdos amorosos ocurren o tienen como espacio propio el Internet y más particularmente las redes sociales. Pero ahora mismo las relaciones humanas en su conjunto, sus maneras, sus protocolos tradicionales, se han visto seriamente afectados o modificados. No nos podemos saludar, abrazar, besar o tocar con la espontaneidad o frecuencia de antes. La pandemia del covid-19 ha intensificado, creo, la virtualización erótica del amor. Hoy las parejas pasan más tiempo juntas pero son, muchas de ellas, menos amorosas y más infelices. Las preocupaciones económicas debido a la reducción de los puestos de trabajo, las limitaciones en la movilidad pública y privada, la falta por lo tanto de libertad aunados a la angustia y al miedo que ha generado la transmisión del virus, han tenido terribles efectos psicológicos. Esta atmósfera de opresión, que ha dificultado incluso la respiración normal debido al uso obligatorio de mascarillas, ha originado una inédita dinámica de relaciones interpersonales en las parejas que ha movilizado sentimientos negativos (rabia, indignación, tristeza, celos, desconfianza, etc.) que a su vez han generado agresiones, deteriorando o revirtiendo el amor en odio. La mujer, que ha venido conquistando inéditos espacios de expresión y libertad personales, se ha visto de nuevo constreñida al hogar, sometida muchas veces a la autoridad del marido. Nunca, desde la aparición de la mal llamada gripe española en 1918, que acabó con más de cuarenta millones de personas, la amenaza de enfermedad y de muerte había sido tan inminente.

Según datos de las Naciones Unidas, tres de los diez países con mayor tasa de violación de mujeres y niñas se encuentran en el Caribe.

Ha habido, según algunas estadísticas confiables, mayor violencia en muchos hogares, y ha aumentado la tasa de feminicidios. El confinamiento de las parejas ha evidenciado esa otra pandemia de la violencia contra la mujer que tantas formas asume. Particularmente en España y en países latinoamericanos y del Caribe, en los que el machismo ha sido parte tradicionalmente de la violencia de géneros, la amenaza de la enfermedad del covid-19 ha incrementado el número de mujeres víctimas. América Latina es una región particularmente violenta en lo que respecta al acoso, violación o victimización de mujeres. Evidentemente una de las causas de esta violencia de género es la discriminación de la mujer como consecuencia de la tremenda desigualdad de poder que siempre ha existido en esta región, entre el varón y la hembra. El machismo es en estos países una enfermedad crónica. La falta de una educación pública de calidad y las frecuentes condiciones de pobreza conspiran contra la mujer. En muchos casos es ella la que se ve obligada a llevar el peso del hogar pues su pareja la ha abandonado. En otros casos han decidido ser madres solteras ante la falta de compromiso del hombre.

Las sociedades latinoamericanas son sociedades patriarcales en las que la mujer tradicionalmente ha estado subordinada al varón. En una perspectiva cultural, en lo que respecta al amor, se ha observado que la idea del amor romántico, muy extendida en el arte, en las canciones y en general en las distintas formas de expresión de la cultura popular, muchas veces genera violencia pues vincula la pasión amorosa al sufrimiento y al dolor. Es creencia inscrita en el imaginario de los latinoamericanos que los celos, por ejemplo, son consustanciales al amor, lo cual se ha derivado, creo, de la consideración de la persona amada como propiedad personal. Ya antes de la pandemia del coronavirus, el Observatorio de Igualdad de Género, adscrito a la Organización de las Naciones Unidas, informaba que, de acuerdo a registros oficiales de quince países de esta región y cuatro países del Caribe, sólo en el año 2019, 4.555 mujeres fueron víctimas de feminicidio.

Según datos de las Naciones Unidas, tres de los diez países con mayor tasa de violación de mujeres y niñas se encuentran en el Caribe. Si nos limitamos a un país como México, tal como lo reporta la organización no gubernamental Marea Verde a través de su vocera Renata Villarreal, desde los inicios de la cuarentena, en el transcurso de un mes han ocurrido 57 feminicidios más que el mismo período del año pasado, para sumar el asesinato de más de 210 mujeres desde el inicio de la enfermedad del covid-19 en marzo de 2020 hasta el 14 de abril del mismo año. Por lo general se trata de asesinatos cometidos por la pareja o ex pareja de la víctima. El portal El Pitazo, en su “guía de casa” del 22 de enero de 2021, informa que “el monitor de Utopix registró 256 feminicidios en Venezuela en 2020 para un promedio de cinco asesinatos semanales”. Se trata la mayor parte de ellas de víctimas de la violencia de género en el contexto de la pandemia del coronavirus. Continúa El Pitazo señalando que la mayoría de estas mujeres tenían entre dieciséis y cuarenta años de edad. Como vemos, no son sólo cifras, son asesinatos de mujeres en plena realización de sus vidas. Dada la creciente crisis económica, social y política en la que está inmersa Venezuela, el confinamiento que ha impuesto la pandemia ha exasperado, crispado pudiéramos decir, la convivencia social. Una sociedad que como esta se ha visto sumida en la anomia y en la pobreza, producto de una total ineficiencia por parte del actual gobierno en el manejo de los recursos del Estado y de las instituciones públicas, ha hecho de la violencia una manifestación cotidiana. Cuando las normas y las leyes se relajan, la fuerza natural y brutal del sexo se expresa en sus más variables y endemoniadas perversiones. Lamentablemente la mujer ha sido una víctima propiciatoria de esta fuerza salida de control.

 

Referencias bibliográficas

  • Bataille, George (1997): El erotismo. Barcelona, Tusquets.
  • Paglia, Camille (2020): Sexual Personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson. Bilbao, Deusto.

 

Referencias electrónicas

Douglas Bohórquez
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