
“Es ist der alte Bund: Mensch, du mußt sterben!”
Bach-Werke-Verzeichnis 106
Mi lectura sobre las Tesis de Benjamin prodújome la sorpresa de la reflexión acerca del tiempo —inesperada a pesar del título que ostenta la obra—, idea cronológica de cuyas versiones solamente conocía la que se condensa en Nietzsche con el eterno retorno y en la progresividad lineal de un pasado hacia un futuro, mediando el presente. Incluso, puede que haya intuido la tetradimensión en mis sesudas cavilaciones sobre la relatividad restringida y general de la teoría postulada por Einstein.
La cogitación del corcovado —buckliger, adjetivo que le asignó Hannah Arendt a su amigo— sobre el tiempo me asaltó sobremanera. El curso temporal benjaminiano, para mí, tiene forma de palimpsesto.
Lo anterior concuerda con la habituación compulsiva de Benjamin al escribir de todo en todas partes, reiterando sus filosofemas en el espíritu del “borrón” o “raspadura”, la cual deja un remanente posterior a lo suprimido.
La escritura y el tiempo son huellas, señales subyacentes que emergen sobre signos superpuestos, cuyos trazos y cursos manifiestan el pálpito tembloroso del presente, tanto del escritor como del viviente, pudiéndose pensar que el proceso de escribir es, ante todo, una categoría cronológica, siguiendo a Platón y su Fedro en la concepción de la escritura como pharmakon de la memoria.
El pasado y el presente se intersecan en la memoria; por ello, Benjamin en la tesis VI pide que se proteja a la tradición, frente a la multiplicidad de máscaras que asume el dominador a través de la historia.
Y es que pensar el tiempo y las temporalidades es un acto de protección. El poder emerge en un espacio: la potencia es constreñida en limitaciones espaciales. El dominador erecto extiende su poder hasta donde sus fuerzas le alcancen, que en último término se agotan en el sepulcro. El dominado, así, se protege en la intensidad de la persistencia, en el eje que el poderoso no puede trastocar: el tiempo.
El peligro del potente contra la tradición y la memoria ambiciona coronarse con los laureles de la gloria; su talla, honor y valía los posiciona como hitos inamovibles de la historia. La salvación, para Benjamin, es un acto de redención pero también de lucha contra el Anticristo, id est, contra toda expresión de poder desaforado y su particular sevicia.
El componente salvífico y protector inscrito en la temporalidad exige que se reinterprete la concepción histórica no ya como sucesión de eventos que predican las ambiciones y conquistas de las personalidades relevantes sino como “orden del día”, elenco pormenorizado de las acciones de todo sujeto histórico, de cada sujeto, en la construcción pluriforme y concatenación de sus instantes. Para Benjamin, la orden del día es la del Juicio Final: todos seremos interpelados por aquello de lo que fuimos responsables, es decir, por nuestros actos y omisiones, en el mosaico de fugacidades que es nuestra vida.
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Miramos los hechos del pasado como si fuesen un presente, condicionando el aquí y ahora en términos causales, pero también en términos de sentido.
Pensar el tiempo benjaminiano es hacerlo desde una paradoja, según lo veo en la tesis II. Miramos los hechos del pasado como si fuesen un presente, condicionando el aquí y ahora en términos causales, pero también en términos de sentido: es “el secreto compromiso de encuentro entre las generaciones del pasado y la nuestra”. El pasado, de esta forma, lo es desde el presente.
Podríamos entender esto a propósito de Einstein y la teoría de la relatividad. La luz celeste que nos llega desde el firmamento seguramente es un rastro lineal cuya fuente, digamos, un astro, feneció, pero que persiste en su existencia mediante su aparición lumínica. Es una huella presente del pasado, un presente del pasado.
Por esto mismo, el presente tiene la cualidad de incidir en el pasado, de activarlo o actualizarlo. “Tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo si éste vence”, sentencia Benjamin en su tesis VI.
La responsabilidad protectora que soslaya al eje de la temporalidad frente al eje de la espacialidad —en el cual se sitúan los potentes, reitero—, consiste en atrapar la fuga del aliento auténtico de todo sujeto histórico, exhalado en la agitación ante el peligro; el presente debe remitirse a la imagen del pasado que “amenaza con desaparecer con todo presente que no se reconozca aludido en ella”.
Se configura, a mi entender, la paradoja total: en la fugacidad del tiempo mediante la tradición —[re]construida— se logra preservar y reivindicar, memorísticamente, el desequilibrio de la injusticia, propia de la relación existencial y desproporcional entre el dominante y el dominado, el vencedor y el vencido.
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Para que mi lectura sobre la perpendicularidad de los ejes temporal y espacial y sus predicados tenga sentido, podría representarlos inscritos en un receptáculo mayor que los abarque, en significado y figura. El tiempo, la historia y el drama humano, en Benjamin, son consecuencias de la ubicuidad de la eternidad. Lo cronológico sólo puede ser entendido dentro de la eternidad.
El ángel de la historia de su tesis IX es la figura que compacta la interdependencia de lo trascendente y lo inmanente, el tiempo y la historia con su condición de finitud constreñidos en el siempre presente de la eternidad. El devenir histórico mirado desde el foco perceptivo angélico es la reiteración de lo mismo, predicados multívocos y plurales de “una catástrofe única”, ruinas que señalan la pérdida constitutiva del hombre en su calidad de criatura infundida de gracia, iniciada en el paraíso perdido o Edén, en la consecución y retorno a ese estado de gracia con el paraíso recobrado o Sión —la Civitas Dei agustina, si hacemos una lectura cristiana. La concepción del progreso, para Benjamin, se da en el tránsito de la pérdida a la restitución, es el huracán que arrastra al ángel hacia el futuro.
De esta manera, mi señalamiento de la figura de la historia en Benjamin como palimpsesto cobra entero significado: la historia del hombre se compone de predicados de una misma y única tragedia, huellas que se acumulan sobre otras huellas, reescritura del mismo acontecimiento, según nos cuenta Salomón en Eclesiastés —“vanitas vanitatum et omnia vanitas”.
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La ideación cultural moderna, asumida por los políticos, es señalada cómplice de la lógica de poder.
El pensamiento histórico benjaminiano es un método de ascesis, una suerte de fuga mundi. Su carácter teorético implica necesariamente el aquí y ahora de la praxis.
En las tesis VII y X pone en entredicho la idea de cultura y la cogitación moderna sobre el campo del saber al decir que “no hay documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie”. La ideación cultural moderna, asumida por los políticos —de allí que la política moderna, con su exacerbación paroxística en la primera mitad del siglo XX, se describa como “derrota”—, es señalada cómplice de la lógica de poder, que en último término destruye —en la época de Benjamin la contraposición (socialdemócrata) al fascismo lo referenciaba a este mismo, puesto que ambos partían de los mismos presupuestos (imperio de la técnica, progresismo, legitimidad soberana en la figura de la masa, el concepto concreto de Estado, etc.), cuya máxima expresión disgregadora fue la Shoá.
El planteamiento histórico de Benjamin se centra en alejar del mundo a aquellos que confían en los políticos que se adjudican la oposición frente al poderoso, al dominador, avatar concreto de los vencedores de siempre. Plantea, pues, una vía crítica de la complicidad entre los poderosos y sus aspirantes, los que en su comunicación pública dicen enfrentarse pero les subyace la misma identidad, suerte de bifrontismo jánico.
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Que la realidad política moderna sea una sola y la misma, independientemente de la asunción dialéctica entre bandos (tirios y troyanos), para Benjamin es entendido según la idea que la arropa: el progreso.
En su tesis XIII apunta que el progreso es de lo humano, infinito e indetenible. Es decir, cabe la posibilidad de que mediante el imperio de la ciencia y la técnica el hombre sea transformado en su esencia formal, transformación que supone una perpetuidad imparable.
La interpretación que doy a los predicados del progreso en Benjamin revelaría la constante propia del ser del hombre: su impulso hacia la inmortalidad, esta vez por vía técnica —ya no por la escritura o la tradición.
De esta forma, si el hombre es un ser mediano entre el animal y el dios —en términos aristotélicos—, con la idea de progreso su situación de medianía lo ubica concomitante, si no rayano, a la inmortalidad divina; asumiendo, como dice Benjamin, que el tiempo “homogéneo y vacío” permite la perfectibilidad inagotable del hombre y sus componentes, lo propiamente “transhumano”.
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El calendario detiene el tiempo, el reloj marca su devenir.
Frente a la concepción moderna del progreso, en las tesis XIV y XV expone lo que entiende como el “tiempo del ahora” —jetztzeit—, lo cual interpreto en la figura eterna que sostiene lo histórico.
El calendario es el instrumento que mide el tiempo a través de su detención, rememorando hechos. Contrariamente, el reloj como otro instrumento de medición temporal marca su transcurso. El calendario detiene el tiempo, el reloj marca su devenir.
De esta forma, veo que los instrumentos de medición del tiempo condicionan el modo de percibir lo temporal. El “tiempo del ahora” es una detención, un siempre presente, la presencia positiva y efectiva como singularidad atómica del instante, su “experiencia única”, situado en el calendario.
Por lo cual Benjamin contrapone la representación temporal homogénea y vacía, cronológica, cuyo instrumento de medición es el reloj, a la representación temporal como un ahora, cuyo instrumento de medición es el calendario.
Lo anterior configura los dos elementos principales del saber histórico: la res gestae o hecho histórico —el ahora de “lo dado”, lo que acontece— y la rerum gestarum o los relatos historiográficos.
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Las palabras de Benjamin —logos, siempre el Logos— resonaron hondamente en mí. La Verdad, la dulzura y la virtud permanecen, lo demás pasa. Ante nosotros, inamovible, está el “enano de la teología” de su tesis I, respondiendo a lo que permanece en los términos de la permanencia, predicados de lo divino.
Sus Tesis nos recuerdan, amable lector, que debemos conservar la esperanza: nuestra última y más íntima posibilidad de ser salvados.
- Glosas acerca del tiempo:
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