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Textos
Es la tarde guardada que ya se estremece de sólo pensar en el crepúsculo. Hay alguien que trenza agua y rosas, hay un perfume que nace muerto. El eterno regadío arranca ásperos aromas del hormigón caliente. Zumban ebrias avispas agitando el calor; hay leves caricias apenas coloreadas entrelazándose por doquier en un vasto y flotante encaje de aromas, una mesa de piedra que cede triste ante la parra de pequeños movimientos, una sombra abrazada por los jazmines y tarde o temprano todas estas cosas sabrán que es un manto de oscuridad quien los guarda de la espuma salada de la noche. ¿Cómo se llama la ausencia solitaria que sentada en el césped canta la caída del sol? Todos la odian y temen, y se sirve de un coro, metafísicamente de estatuas blancas sobre el verde, y un cielo que celestea el nuevo gris. El mundo es el mosaico del perpetuo avance de las sombras. Acaban la ceremonia, la resignación y el juego. Rápidamente se ha hecho un agitado mar oscurecido, saludado por la secreta metamorfosis de los árboles, ahora guardianes enormes. Hay, finalmente, alguien que, asustado ante el súbito olor de la arena y el rumor del oleaje, nos llama desde adentro de Casa, que nos guarda de la flotante Luna.
Hay algo que nos arrastra hacia el mar y es el mar. Desde cualquier parte de la Ciudad sentimos el llamado y obedecemos, nos dejamos introducir y nos disolvemos llenándonos de la religión que nace de las olas, de la oscuridad del agua, del reflejo de la luna y las estrellas. Somos, así, peces que miran con mente de hombre el sagrado y secreto principio del tiempo, buceamos en la profunda tiniebla azuloscura de los enigmas más básicos, que nadie ha planteado en la sequía de la tierra. Así, tantas veces, nos hemos proclamado adoradores del agua... Pero surge a nuestras espaldas el sol, y ¿cómo seguir negándolo? Nos basta con recordar el cine de nubes que se trocan ángeles y carruajes, castillos y pagodas, cazadores y presas; nos basta con recordar el centro-joya de las sombras que se irradian, nos basta con recordar el primitivo lago de luz donde se sume la ciudad, nos bastan las fogatas, luces en la luz, que tan tiernamente dioses menores nos señalan al padre, que nos trazan nuestra peregrinación hacia el resplandor, hacia el reino y la gloria, la fuente de toda verdad... El mundo será entonces el diálogo divino entre el sol y el mar, el crepúsculo intermedio que enfría la luz y que tiñe de sangre u oro al líquido donde nos sumimos. Hemos encontrado, hermanos, nuestro dios.
Pálido, todo el mundo aplastado por la luz: Las casas perfectas ruinas, ruinas ocultas bajo fachadas muertas e intactas. Escaleras, acrópolis, ropa tendida, verano pudriéndose tórrido en los bordes de los segundos... Falsa eternidad de horno. Es la luz de un sol equilibrado justo antes del crepúsculo (un bostezo lo precipitaría pero no). El discurso del vapor invisible, el vaho, a sí mismo es una arenga; desde el púlpito, el sacerdote-vapor intenta conmover a la vapor-manada, que se cierne sobre las calles. No hay, empero, nubes, y los niños juegan tranquilos, "waiting for the summer rain". ...Todo nada en el resplandor (parece imposible que haya un mundo rodeando esta calle y estas casas), el calor es un dios celoso que intenta, abrazándolos, atrapar la atención de los árboles inmóviles, vueltos, adoradores, al sol. Y finalmente las sombras se extienden sobre la fina pantalla.
Viniste a mí con tu costado atravesado por un recuerdo, sangrando tiempo que recogí después en mis manos: Impasible lo vertí un cáliz del que bebí (yo que nunca tuve corazón), y ahora soy tu eternidad de sufrimiento, ahora que he añadido otro velo a mi rostro y el diseño que soy se acerca un poco más a la Belleza. Celebro mi bebida esparciéndome cazador por algún bosque, plaga destructiva sobre cada árbol y cada animal, y culmino mi partida refugiándome en un castillo que da al infinito desnudo y revelado, los dioses de los árboles disolviéndose en mi sangre, y este es el momento donde tú regresas, arrastrándote vampíricamente y bebes, secreta venganza, ceremonia sublime, equilibrio.
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