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Letralia, Tierra de Letras Edición Nº 71
7 de junio
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Jamonetta

Iván de Paula

Alguien subió irresponsable sobre tu cama y se acostó a tu lado sin saludar y sentiste el calor viril y el sudor salpicando tu cuerpo y las sábanas demostrando una gran vocación de amante y se revolcó junto a ti tumbando la mesita de noche y la lámpara sin bombilla pero es que el amor inmediato no concibe ningún tipo de reglamento y recorrió tu anatomía sin accidentarse e introdujo febrilmente su agonía en los poros de tu piel y quisiste prolongar la reunión dejándote manejar a su antojo apretándole la cintura y moviéndote sin entusiasmo al compás de sus subidas y bajadas y tú llorabas emocionada porque creíste por fin abandonabas el Club de las Jamonas con honores pero él se levantó con las braguetas al aire con su sombrero ocultando medio rostro y el miembro descubierto para mostrar al curioso-a su grandeza omnipresente y abandonó la estancia plasmando en el aire su olor de semental satisfecho y te quedaste como quien sufrió un escape de combustible cuando iniciaba el despegue y con la mirada buscaste en el ventanal con la esperanza de encontrar una sombra peluda oculta entre las cortinas pero el tiempo se extendió y a partir de ese evento lo esperas cada noche acostada en la misma posición con las piernas arqueadas en ciento ochenta grados de ansiedad colocada boca arriba para ahuyentar tus temores de mujer inexperta recitando los consejos de Dale Carnegie uno por uno hasta cansarte de aguardarlo y dormirte crucificada hasta las seis y despertar sobre el polvo y el moho propio de los objetos abandonados dentro de un sótano centenario y prepararse metódicamente a una rutina más en tu trabajo de secretaria auxiliar (pero con funciones de principal y con el mismo sueldo... ¡malditos empleadores!) para soportar nuevamente las invitaciones procaces de tu jefecito valentón y no, no, no, yo no soy de esas, cara seria, ojos posados sobre tu olivetti ochenta y dos, todas usan computadoras e impresoras pero a ti te corresponde la vieja máquina de escribir porque aún no has dejado que el patrón acaricie tus senitos treceañeros y él no te ha despedido debido a la obsesión que tiene contigo, ignoramos si con tu rendimiento o con tu físico, si es por lo último te felicitamos de todo corazón porque por lo menos tienes un admirador a mano y ahora intentas continuar la carta que ayer dejaste sin concluir y en medio del tecleo y la fijación continua de las letras sobre el papel recuerdas anoche te transformaron en una mujer con todas las de la ley y ahora te condenas por no preguntar su nombre y su voz era ronca segura de sí misma y él supo que tu nombre comenzaba con K porque rompió bruscamente el medallón que se entretenía en tu cuello hasta esa noche y lo restregó sin temor entre sus manos hasta sangrar levemente y siguió martillando dentro de tu orificio añejo resollando como toro gallego y tampoco pudiste captar su rostro por la oscuridad cómplice de los hechos y por la emoción que te hizo cerrar los ojos para sentirlo más hondo y en un instante desquiciado tocaste su nariz roma y a partir de ese descubrimiento estás tan confiada que observaste en las calles a todos los hombres que se te acercan ajenos a tus preocupaciones anatómicas con la certeza de que reconocerás la nariz sólo con mirarla otra vez, pero días después te percataste de que no iba a resultar tan fácil esa pesquisa debido al exceso de hombres ordinarios que transitan enmascarados corriendo contra la avaricia del reloj.

Ya que pasó una semana y no has vuelto a sentir el revoloteo furioso de tu adorado alterego comenzaste a pensar que aquella noche sencillamente alucinaste, quizás el efecto secundario del valium (excúsanos, pero todos sabemos que a veces se te exceden las dosis correspondientes) o reviviste alguna escena suelta de un filme pornográfico del canal Sexo TV y a partir de esta última conclusión intentaste convencerte de que él nunca existió, por lo menos, que no entró a tu habitación y te hizo sentir tan bien y te acostabas más temprano que de costumbre jugando con tus peluches de dimensiones casi humanas o escuchando a través del teléfono las grabaciones de las líneas amistosas a las cuales tenías acceso mediante un número que no llevaba el prefijo 1-976 o a veces releías la carta amorosa que te escribió el bizco nervioso cuando estabas en bachillerato... y ese hombre nunca existió y lo escribiste varias veces sobre las paredes blancas en grafos gigantescos usando tu lápiz labial: "ESE HOMBRE NUNCA VINO AQUÍ" y ya no te acuestas boca arriba esperando que acaso rebotara desde el ventanal y luego de tu autosugestión comenzaste a llevar cierta época de tranquilidad espiritual aunque en tu fuero interno algunas sensaciones continuaban reprimidas y a finales del mes te integraste a un grupo de oración nocturno que inició sus sesiones analizando la integración familiar de finales de siglo y terminó condenando a la masturbación y sus demás derivados y renunciaste a asistir en la sexta reunión porque ya no soportabas las críticas directas a tu práctica compañera desde tu pubertad además de que no sabías la razón pero te estabas sintiendo aludida pero antes de claudicar definitivamente le dejaste tu número telefónico a un muchacho tímido quien siempre se sentaba al fondo y nunca participó en los debates y tuviste el valor de localizarlo e invitarlo a tu apartamento y él entró inseguro y tembloroso quizás deseándote o con ganas de marcharse al visualizar la telaraña para cazar las moscas y tú que ya habías suprimido tus pensamientos nocivos sufriste una regresión tan brusca que volviste a fabricar la sensación de que éste pudo ser el hombre aquel por tener la narizota roma y ahora pretende hacerse el desentendido chequeando con frecuencia la hora desde el reloj de pared y no obstante guardar múltiples dudas acerca de cuándo se debe ser decente o vulgar olvidaste toda la moralidad enseñada de niña por las monjitas Hermanas de la Caridad y te lanzaste sobre el sofá en actitud retadora y él se quedó pasmado ignorando qué hacer con sus manos y lo incitaste a repetir aquella noche delirante y él abrió los ojos y te preguntó que de qué hablabas y tú le mostraste tus senitos treceañeros que crecían al calor del deseo y él siguió varado en el mismo sitio sin inmutarse dando golpecitos monorrítmicos sobre una mesa cercana y te enfureciste saboreando por primera vez un ¡coño!, no seas pendejo que nadie se ha muerto por un revolcón a menos que tenga el Sida y yo no lo tengo ¡carajo!, y él palideció dejando de repiquetear la mesa y te respondió dos veces que la religión evangélica le impedía practicar el amor libre por lo cual no podía hacerle excepción a la regla a menos que el deseo carnal le rompiera las braguetas del pantalón (y ese no era el caso exactamente) y se fue dejándote desparramada y ardiente y la reciente conclusión de que ese no era el macho innovador volvió a rebosar tu mente y tomaste tu agenda que sólo tenía un número y arrancaste la página masticándola como goma de mascar hasta que se te amargó el paladar y escupiste sobre el suelo que esperaba ansioso algún estrujón sobre su alfombra nueva y por un momento pensaste en alguna aventura con tu jefecito, pero después te estremeció la idea de convertirte en un objeto sexual de alguien que no te excitaba y por primera vez sentiste un deseo tan grande de que te penetraran las entrañas que quisiste usar un rollon que no encontraste a mano o tus deditos que no alcanzaban y a veces te asustabas con tus pensamientos tan pecaminosos como el de invitar a un marica o reprimir el querer tener aunque fuera un gatito para sentarlo en tus piernas o alguna amiga desinhibida y sin hogar con quien bañarse y toda esa lujuria la causó un sinvergüenza que ahora no quiere asumir tu realidad y decidiste pausar un momento en tu desesperación y contaste uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez... y por fin te calmaste y ahora recuerdas que próximamente cumplirás veintinueve años, o sea, que ya no eras una adolescente para estar ofreciendo estas ridículas escenas que se repetían cada cierto tiempo y finalizaban en la misma conclusión y que era tiempo de afrontar la verdad tal cual era y aún quedaba una brecha para enlazar tu vida con alguien apropiado (o aproximadamente apropiado) para tus aspiraciones y disfrutar así del inmenso placer de compartir con dicha persona y evadir de una vez la aburrida aventura de vaqueros que leías para culturizarte pero además de ese repentino deseo de progresar volvías de nuevo a aguardar que ese ángel asqueroso retornara jadeante y subiera confiado sobre tu ansiedad y jugaba a su antojo con tu cuerpo al compás del golpeteo trepidante de la lluvia sobre los tejados intentabas zafarte de sus garras de ave de rapiña y él te callaba con su mano rectora sobre tu boquita indecente y se mueve candorosamente hasta bajarse sin más ni más y abrigarse como mejor le convino dejando un charco lácteo y tan nauseabundo que te motivó a vomitar la poca emoción que recién habías conseguido gracias a su llegada omnipotente y a la mañana siguiente despertaste con un dolor que te recorrió el abdomen y el vientre y quisiste llamar a tu jefecito para confesarle que te sientes indispuesta porque un morón te cabalgó casi la noche entera pero como eres tan formalista subiste a la cuarta planta de tu oficina mundana con el mismo rostro inanimado con el que eras reconocida en el mundo real y a pesar de que el día lo pasaste sentada en tu escritorio dibujando muñequitos horrendos sobre el papel engañabas a tu patrón cada vez que entraba a piropearte dizque diseñando el borrador de una carta para después escribirlo en tu máquina olivetti ochenta y dos y quisiste disipar la mente silbando la única canción que te sabías de memoria y los problemas no se van a resolver por arte de magia porque simplemente así lo quieras ni mucho menos usando una varita inanimada y entonces los días posteriores te sentías como si estuvieras fuera de tu cuerpo con una livianez cercana a la de los zombies de los filmes de misterio y cuando te hablaban había que repetir varias veces el mensaje porque tú nunca comprendías al primer intento y volteabas la cabeza buscando quien te llamaba y era solamente un teléfono timbrando al fondo de la estancia y por primera vez en seis años tu jefe se acercó hacia ti en actitud paternal y te llamó por tu nombre el cual hasta para ti sonaba ambiguo porque estás acostumbrada a tu primer apellido y te pasó una tarjetita azul celeste con el nombre y dirección del famoso psiquiatra el del programa matutino de consultas insulsas para la gente simple quienes siempre preguntan lo mismo pero de distinta forma y tú te opusiste inicialmente al sentir que te trataban como enajenada pero después recordaste que en algún momento consideraste que estabas alucinando con lo de tu héroe nocturno entonces no era tan descabellada la idea de visitarlo aunque fuera sin la mínima convicción de resultados positivos.

Así, luego de dos semanas y media jugueteando con la tarjetita entre tus manos, decidiste visitar al reputado profesional de la salud mental...individuo respetadísimo en nuestra sociedad, tan, pero tan respetado, que sus palabras eran consideradas verdades irrefutables...en este apartado debemos resaltar que tú, pobre empleada privada pésimamente remunerada tuviste que sacrificar tu quincena y un dinero que tenías guardado bajo tu colchón para el regalo de las madres en aras de reunir el monto de la consulta, por lo tanto, debido al inmenso sacrificio que estabas realizando suponías que este señor iba a encauzar tu vida en la forma adecuada que no pudieron realizar los religiosos hipócritas del grupo nocturno... cuando entraste al consultorio no encontraste tantos pacientes como esperabas: solamente una señora con apariencia de experta en ciencias ocultas, y un joven perfectamente trajeado en negro con pinta de yoopie de Wall Street quien constantemente respondía las llamadas de su inseparable celular Ericsson... escuchaste tu nombre como a los veinticinco minutos de buscar la ubicación más adecuada sobre el incomodísimo asiento de la sala de espera, en ese momento la secretaria del doctor recogía sus pertenencias mientras el paciente yoopie aparentemente la esperaba junto a la salida... cuando entraste al consultorio el doctor leía las noticias vespertinas con cierto dejo de consternación... dijiste "Buenas tardes, doctor" entre dientes y él continuaba empeñado en la lectura... permaneciste de pie aproximadamente diez minutos hasta que el reconocido galeno te prestó atención y te invitó a tomar asiento (te dolían las nalgas por la dureza del asiento de la sala de espera, por eso, secretamente deseabas que este fuera más cómodo)... el médico, según tu opinión, lucía un tanto hastiado, como quien quiere irse tan pronto se le presente la oportunidad... te preguntó cuáles eran tus síntomas y balbuceando intentaste describir tus aventuras nocturnas, luego de terminar esa parte el doctor súbitamente se entusiasmó con la historia y de nuevo preguntó por tus síntomas, quiso saber de tu infancia, tu adolescencia y de tu modus vivendi actual... te sientes confundida como quien no sabe hilvanar las ideas coherentemente... el psiquiatra te aconseja debes cambiar el rumbo de tu vida, ¿cómo es posible que vivas prácticamente encerrada en tu habitación?, ¿que sigas la misma rutina de ir del trabajo a tu casa, día a día, semana tras semana, mes tras mes, sin ningún cambio ni siquiera cuando caminas por las aceras? y aunque fueran certeras esas inquietudes, eso no era lo que viniste a escuchar, mucho menos esperabas que te fueran a cuestionar a ti (en última instancia quien debía hacer las preguntas —según tus suposiciones— eras tú y quien estaba supuesto a ofrecer las soluciones era el influyente médico psiquiatra)... después de todo, por más fama que le adjudicaran y por más diplomas y reconocimientos que saturaran la mirada de sus pacientes él no era nadie como para inmiscuirse en tu vida privada de esa manera tan abrupta, ¿por qué escuchar advertencias de un individuo que ni siquiera te pregunta el nombre..? entonces, en una de esas inusuales muestras de comportamiento impulsivo, te pusiste de pie y sin más ni más abandonaste la estancia, aparentemente de verdad el doctor te trató como una demente sin solución (¿?).

Al salir del edificio por un momento sentías que las lágrimas te quieren traicionar... no, por favor, no lo hagas, sabemos que eres una persona muy susceptible que se deprime con increíble facilidad cuando se siente ignorada... a pesar de que, como cada cabeza es un mundo, quién quita si tu deseo de llorar no sea más que un desahogo por haber desperdiciado tu dinero de esa manera... y pensándolo bien, ¿quién te manda a seguir los consejos de quien siempre ha querido aprovecharse de tus encantos femeninos..? solamente a ti se te podía ocurrir semejante estupidez.

Los días siguientes fueron de lo peor: los errores que cometías en tu oficina ya estaban comenzando a causar contratiempos para los clientes: recordamos aquel jueves turbulento en el que el Sr. Crespo, uno de los clientes "mimados" por el Presidente entró furioso a la oficina e insultó hasta llegar al plano personal a tu jefecito quien no tuvo otra salida que la de excusarse constantemente diciendo "sí, sí, sí, está en lo cierto..." ¿el error que cometiste?, muy sencillo: al Sr. Crespo le correspondía recibir un cheque con valor de cincuenta y cuatro mil pesos (RD$54.000,00) y tú emitiste el cheque con RD$5.400,00... tremenda metida de pata, cuando el percance fue resuelto tu jefe te llamó hacia su despacho, tanto a ti como al Contador, entonces sentiste un ligero alivio porque suponías que la amonestación iba a ser compartida: a ti te correspondería la reprimenda por no tener precaución con lo que escribes en tu olivetti ochenta y dos, y al Contador, entonces le tocaría lo concerniente a la poca (o ninguna supervisión) que estaba realizando el Departamento de Contabilidad con los cheques emitidos en las últimas semanas... sin embargo, al momento de iniciar su discurso, el jefecito solamente mencionó el creciente disgusto que le estabas causando, la parte más diplomática de toda su perorata fue el aspecto de que hacía tiempo que notaba cierta displicencia en tu trabajo y él, paciente, con ese amor casi paternal que siente hacia ti, trataba de hacerse de la vista gorda... pero esta situación ya tocaba al summun con el desagradable incidente del Sr. Crespo, impasse éste que podría costarle inclusive su puesto actual, cosa a la que no estaba dispuesto de ninguna manera que sucediera... te mantenías mirando el rostro irascible de tu jefe que contrastaba con la silueta de algunas de las secretarias que intentaban escuchar desde afuera... lo único que respondiste fue que procediera con lo que considerara correcto, y así lo hizo.

Ese mismo día se ordenó tu cancelación, la secretaria del Contador te explicó que pasaras al otro día a recoger tu cheque correspondiente a tus prestaciones (suponemos que dicho cheque no podría tener ningún error en el monto)... tomaste este percance con una naturalidad inusitada... recogiste tus pertenencias y saliste sin despedirte de nadie... ya en la calle te sentías extraña al palpar al sol de las dos y quince de la tarde y no recordabas cuándo fue la ultima vez que viste la calle a esa hora en un día laborable... ahora mismo lo que te inquietaba era el resolver el asunto de tu amante nocturno, a medida que caminabas sin rumbo ibas maquinando cuál sería la mejor conclusión para esta historia, por un momento recordaste la consulta de antier con el psiquiatra prestigioso y reconsideraste que realmente el médico que debiste visitar era a un ginecólogo, quien sí tendría la suficiente autoridad para determinar tu status actual... sí, caramba que te equivocaste en tu elección, eso no era raro en ti, siempre escoges el camino equivocado... avanzas por las calles de la ciudad virulenta sin rumbo fijo, no sabes si llegar directamente a tu habitación o si entretenerte observando los escaparates de la Plaza Gigante, los cuales te invitaban a gastar desmesuradamente comprando las últimas modas de la temporada, pero en sí, la ropa chic no era tu fuerte, y te detuviste mejor a soñar con los electrodomésticos de la tienda holandesa, sobre todo con el televisor de treinta y cinco pulgadas que ocuparía tres cuartas partes de tu habitación y te permitiría botar por una ventana tu TV blanco-negro obsoleto y sucio... te quedaste pasmada observando las imágenes reales o ficticias que se superponen en la pantalla: las nuevas aventuras de la Pantera Rosa con voz y todo, los programas vespertinos donde cada tarde presentaban una orquesta que repetía las mismas canciones, los últimos videos de los rockeros argentinos o mejicanos... cuánto realismo a un precio tan alto... de repente, el dependiente de la tienda detuvo el surfeo televisivo en las noticias de la tarde, en donde se destaca el apresamiento de un violador que era buscado desde hacía varios meses por la Policía debido a las acusaciones formuladas por varias mujeres (sobre todo solteras, viudas y divorciadas), de ser atacadas justamente en el momento en que se iban a la cama, el individuo era de tez mestiza con una nariz ancha la cual ayudó bastante para elaborar el retrato hablado... según los detalles de la información fue sorprendido la noche anterior cuando intentaba violar a la esposa de un Primer Teniente del cuerpo del Orden, las cámaras hicieron un close-up con su rostro castigado por ojeras acumuladas del exceso de trabajo nocturno, el individuo no mostraba señales de arrepentimiento o rencor, incluso podríamos asegurar que luce dispuesto hasta a aceptar una condena a muerte de muy buena gana, te quedaste frisada como quien se reencuentra con un conocido distante, a tu alrededor te rodeaba un grupo de transeúntes quienes también se sintieron intrigados por la noticia... entre ellos, una señora septuagenaria se posó a tu lado sonriente y te dijo como si te conociera que por qué ese tipo no apareció cuando ella era jovencita, quizás se iba a quedar solterona como realmente era, pero por lo menos no se iba a morir sin saber de los placeres ocultos de los que siempre escuchaba historias inconclusas, te sostuvo del hombro, aconsejándote que aprovecharas tu tiempo al máximo, que conservaras tu matrimonio y que siempre tuvieras presente cada vez que hicieras "eso" de la gran cantidad de jamonas que deliran ansiosas aunque sea de una palabra tosca de los hombres comunes de la calle pero prefieren reprimirse las ganas en los confines de las misas domingueras de las siete de la mañana... miraste hacia la pantalla, en ese instante ofrecían un anuncio de los nuevos preservativos ingleses... el dependiente se sintió ofuscado y busco el canal de música instrumental... la gente se dispersó nuevamente hacia sus puntos originales, te quedaste varada en el mismo sitio ignorando los consejos de la abuelita improvisada y pensando ¿cuál sería la ropa más adecuada para el día de mañana cuando tuvieras que buscar tu dinero pendiente? se suponía que ya no era ético utilizar el uniforme de la empresa ni mucho menos usar una ropa muy informal, diste media vuelta, dejaste a la señora rezongando al dependiente, saliste en dirección hacia tu casa, quizás buscando en la guía telefónica podrías investigar la dirección del sitio donde estaba detenido tu amado, no estaba de más visitarlo, llevarle algo de ropa, comida, y hasta un poco de dinero del cobrado de tus prestaciones, después de todo, ya ese individuo, en cierto modo, formaba parte de ti, no era apropiado dejarlo a su propia suerte... ¿o sí?


       

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