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Conchita Valido, de una inteligencia de mujer que floreció entre espinas

Octavio Santana Suárez

A punto de despertar pensé consagrar a la lectura todos los instantes que mueren en silencio desde la madrugada hasta los repetidos avisos de almuerzo, pero llegó el momento deseado y la condenada sonata del timbre de la calle parecía no querer dejar de sonar; ¡qué fastidio!, a los apremios del pulsador asocio irremediablemente la desazonadora acción de soltar el libro, ¿cabe interrumpir por tamaña banalidad la urgente vocación que hice mía hace tanto? No, por nada sometería el íntimo disfrute de mi más amada soledad a los torpes compromisos que la cortesía paisana impone al que atiende a una llamada en su domicilio.

—¿Quién es? —pregunté con tono más fuerte del normal, de pie en el zaguán.

—Paz, ¿está la señora? —contestó e interrogó una voz femenina.

No abrí, no abrí, ¿a qué perder más tiempo de mi tiempo?

Con el malhumor característico de las molestias que conllevan motivos ajenos, respondí parapetado detrás del enorme portalón.

—La señora salió.

Al poco, la mujer que mi intemperancia obligó a hablar del inclemente lado de la acera, empezó a colaborar en los quehaceres de la casa.

Su trato difícil condicionó sobremanera que el tipo de conversación acomodable no franqueara los estrictos márgenes de las reglas domésticas, ¿qué atrevido arriesgaría una graciosa cercanía a un desplante más que probable? Lentamente, aflojó su ajustado corsé de inseguridades y una brizna de ternura endulzó sus modales: al principio esporádicamente, después con mayor frecuencia y más tarde a diario garabateaba con trazos embrollados los apuntes de la compra del mercado y pedía que mi esposa corrigiera su grafía y sanara su ortografía —jamás vi que experimentara bochorno alguno por tropezar y volver a tropezar con similares escollos de la gramática; no, nunca advertí que encallara en ninguno y menos que desistiera.

Como corresponde con los faltos que moldean golpe a golpe sus adustos temperamentos en el aprendizaje de una vida en verdad áspera, procedimos con la calma adecuada que aconseja una elemental prudencia, ¿no apostamos de confianza en confianza con idea de ganar terreno a los infinitos páramos de sus naturales desconfianzas? Bajo su capa de piel más externa pronto descubrimos la inequívoca textura de los auténticos fajadores: la abnegada voluntad de no sucumbir; una muy cálida sensación de secreto esfuerzo humano surgía a flote con la sudoración de los poros en faena, ¿acaso no logró aumentar palmo a palmo la inteligencia con que vino al mundo con una más valiosa que adquirió a salto de mata y sin la básica disciplina de cualquier escuela?

Temprano probó los complejos efectos de la política, ¿qué terrible atentado significarían los gritos ebrios de "¡viva el comunismo!" que su padre profería en mitad de la plaza?; y así, apenas insistía en refrescar el gaznate con ron terminaba por dormir entre rejas por culpa de tales expansiones. A la mañana siguiente, su fragilidad de niña comparecía en el cuartelillo de la policía municipal... decía que lo peor del encargo de su madre ocurría entonces, ¿no me contó cuán cara le costó la vergüenza de un hombre ya sereno frente al desayuno con que cargara su hija? Quizá por mis permanencias universitarias en La Habana suponía que podría satisfacer sus viejas cuestiones, ¿qué cosas sucederían en Cuba que por sólo pronunciar en Telde esa penalizada exclamación padecía su familia entera?

Unas navidades desbordó nuestra capacidad de sorpresa con un volumen en prosa de Pablo Neruda; mientras distinguía la alcurnia de un alma en su atinada dedicatoria, recuerdo que espetó un desafiante "Usted no debía creer que yo tuviera cerebro para este regalo"; aunque no retengo las palabras que dije porque juzgo que carecieron de la mínima importancia, sí agradecí de corazón la insospechada altura del gesto con la profundidad que merece, ¿en razón del creador chileno y por la intermediaria canaria que lo había traído a mis manos, no recorrí con el detenimiento de una fundada devoción las novelescas páginas que refieren paradas de un barco en puertos distantes y detallan exóticos amoríos de París a Ceilán en "Para nacer he nacido"?

De sus pretendientes sacó la dura lección de que el príncipe azul se presenta exclusivamente en relatos de infancia y en sueños de inmaduros. De joven, cuando la belleza destacaba espléndidas formas hembras en su apretado cuerpo moreno, cuando los enrojecidos labios asemejaban educados de siempre en el carmín, cuando la recogida melena del color de la noche deslumbraba a más de un galán ocasional ocupado en el beneficio de tocar y gozar, apagaba el súbito encandilamiento aclarando los oficios de quienes la criaron "una trabaja de lavandera y el otro cobra por barrendero"; respecto a los polloperas de mejor posición que ahuyentó en el primer encuentro, y luego casaron con muchachas de su misma categoría, sentenció "cada oveja con su pareja", y continuó tranquila por sus andares.

En la cocina compartimos a menudo su ilimitado afán de saber y mi enfermizo miedo a publicar; mucho antes de entregar los tímidos artículos al desnudo impúdico de un periódico escuchaba de mí con atención las concienzudas impresiones de viajes que iniciaba a poner en papel, ¿no intervenía cuantas veces no entendía bien una frase?; por los palpitantes ratos de narración comentada en un ambiente brujo de comidas hirviendo al fuego, afirma con inolvidable orgullo que considera el ejemplar que di a la luz más de su propiedad que de los demás; ciertamente, ¿no resulta magnífico que una persona de gran sencillez califique de más suya una obra en extremo barroca por comprender su contenido directamente del autor?


       

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