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La bienal de los jóvenes Si tenemos en cuenta que la ganadora de la ultima Bienal de Venecia fue Louise Bourgeois con sus más de ochenta años de creatividad y de vida, y si las ojeras del director de la misma, Harald Szeeman, nos hablan de apostar a los nuevos artistas, terminaremos por comprender que el siglo termina esperanzado para el pequeño "mundo del arte", incluyendo lo que pudo verse en la Feria de Basilea en Suiza. Los artistas, críticos o simples amantes del hecho creativo tuvieron de todo y para todos. La inclusión de artistas sudamericanos, aunque poco numerosa, digna e interesante, pero esa cuestión de número impidió en parte apreciar el punto en el que se encuentra la producción de nuestras latitudes. No fue el caso de la irrupción, por todas partes y en todos lados de la presencia de Taiwan. Ver enormes carteles anunciando la muestra de artistas taiwaneses desde la piazza San Marcos, como un verdadero "dembarco", fue la nota diferente a otras anteriores. Una sana envidia, y un anhelo de verse así, como representación, por ejemplo, del Mercosur, nos dejan la ilusión, y quizás el desafío de tener que trabajar para lograrlo en las próximas ediciones. Pero Venecia siempre juega un contrapunto interesante entre la ciudad y las muestras, esta ciudad, única, incomparable, es en sí la mayor obra de arte de todas. Ofrece un marco extraordinario y sublime, pero todo está teñido de ese contexto insuperable, y la ausencia del feroz automóvil, vuelve todos los recorridos más cordiales y más placenteros, caminando o en "vaporetto"; hay espacio para disfrutar o para criticar "a piacere". Entonces, ¿qué ha sucedido en esta última edición del siglo de la Bienal de Venecia? Que a diferencia de otras anteriores mas pesimistas, ésta tuvo la renovada visión de Harald Szeeman, quien además de apostar a la vida y a los jóvenes, fue el responsable de la última y excelente Bienal de Lyon. Pareciera que a Szeeman le interesa que el arte, además de servir para modificar las cosas, pueda servir para modificar, o hacer reflexionar a las personas. La palabra "abierto", o mejor, "apertura", fue utilizada como herramienta y de un modo correcto, dando un claro ejemplo de que "abrir" no es sinónimo de "todo vale", sino de ampliar los horizontes. Su intención, lograda, fue equilibrar la presencia "institucional" de los pabellones de cada país, con la participación de artistas en forma individual, artistas en los que él cree, más allá de sus "pertenencias". Para esto, puso en funcionamiento varios nuevos "viejos" espacios, que además resultaron "disparadores" de cada una de las propuestas; así, cuatro mil metros cuadrados de espacios no convencionales fueron ganados para la propia bienal, antiguos arsenales, depósitos, galpones de todo tamaño y forma permitieron "instalar" trabajos inmensos como los de Paul McCarthy, y sus alegatos contra el ultraconsumo, o más poéticos, como las miles de botellas iluminadas de Serge Spitzer; o la instalación participativa de los tibetanos, en la que el público podía hacer sonar los diferentes cueros de gigantes muebles. Bordeando el canal, una "burbuja" de Pipilotti Rist explotaba en el aire, no lejos de un simple banco de plaza pintado de plateado que observaba desde el agua; o de una alfombra flotante de tejidos artesanales. Así, todos los sitios del Arsenal fueron ocupados por las propuestas más interesantes, una manera cordial de dar lugar a las nuevas tendencias, dado que los pabellones de países no presentaron nada muy renovador. Es sobre ese espíritu de "apertura" donde los países de América Latina deberemos trabajar para que una mirada conocedora como la de Szeeman pueda posarse y "descubrirnos". Animarse a cambiar, animarse a aceptar "al otro", animarse a dejar crecer las ideas, ese ha sido el éxito que queda "flotando" en esta bienal. La mejor participación de país fue, a gusto del jurado, de los propios italianos, a pesar del despliegue tecnológico y la indiscutida creatividad presentada por ejemplo por Ann Hamilton en el pabellón norteamericano, o la inclusión de un chino, Huang Yong Ping como representante de Francia, junto a un artista francés, concibieron una instalación de clara preocupación ecológica; en cambio, España apostó al arte del valenciano Manolo Valdés, un consagrado bien meritorio con una propuesta más formal, pero que legitima el lugar que el arte aún reserva a la pintura y a la escultura; con otra visión, y sobre todo, con otra apropiación del espacio, el trabajo del suizo Thomas Hirschhorn "inventa" un aeropuerto totalmente real e inquietante. Quizás, nuevos artistas, no generacionalmente hablando, irán sonando, habrá que mantener todos los caminos abiertos para evitar los sectarismos que tanto mal han hecho al arte del este siglo. Lo que resulta un buen augurio, sin dudas, es que si los directores de la bienal ahora tienen mandato por cuatro años, sea el propio Szeeman, y su "aire fresco" quien gerencie la próxima.
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