Un poema
Hernán Tejeda C.
El transeúnte pasa
por los filos delgados de la lluvia
en que disuelve el día sus ánforas de luz;
despoblados parajes,
errabundos caminos en que flota
volátil
el polvo inveterado de sus pasos;
camina entre la niebla de los días
y nunca sabe
a dónde va;
perdida sombra errante
golpea
sobre
la piedra insulsa
para escuchar el eco sin campanas
del tiempo que se acuesta en la penumbra
de su infinita
soledad
Transeúnte fugaz,
sombra del humo de las fraguas en que arde
fatigado,
el magma pensativo
que se presiente ser.
Luciérnaga en la noche intempestiva;
efluvio,
bruma inconsutil que sube a la montaña
para leer
el libro,
para indagar que en la maraña
de sus sueños
escucha el paso de enormes multitudes que transitan
en oscuro tropel,
y que ninguno
sabe
a dónde va.
¿Preguntarán por ti los desterrados que el viento,
el huracán,
la furia,
ha despoblado en falanges de fósforo sangriento?
Yo erigiré tu nombre en el violento
relámpago de luz,
elevaré el estruendo del sonoro
ritmo
de las siringas que en el viento,
sobre la copa aérea del boscaje,
anuncie entre las frondas del paisaje
la apoteosis feliz del pensamiento...
Yo pulsaré la lira con que el hombre
suba por las escalas del asombro
a la bóveda azul, en que el sonoro
ritmo de las palabras,
lance el coro
de música triunfal...
Esculpiré en el mármol o en la piedra
la columna que guarde para siempre
su inmarchito laurel,
porque la gloria
de su esfuerzo tenaz,
ha tallado
en el árbol de la vida
del ser, la eternidad...
Yo seré en las ánforas del templo
el eco que repita en el silencio
sus mensajes de amor;
abriré con la llave de mis versos
las cancelas selladas por la herrumbre
del tiempo que vendrá,
y otra vez las clepsidras enterradas
golpearán con su arena silenciosa,
como el ala de leve mariposa,
las umbelas abiertas y gozosas
del eterno jardín...
y a la sombra del árbol de la vida
correrán los regatos abundosos
de la egregia progenie, que elegida
por la mano del Dios Omnipotente
vencerá los embates de la muerte:
para siempre, jamás...
Elevemos al hombre
a la eminente cima donde la luz fulgura,
a la región celeste
donde en columnas de oro
se apoyan los relámpagos...
Cuzco, 24 de febrero de 1999