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Memorias inconclusas de Encerrado

Bruno Soreno

    Sin cesar, el terror se renueva con la vejez que avanza. Incesantemente nos devuelve al origen. El origen que atisbo al borde de la tumba es el cerdo que hay en mí, ese cerdo que ni la muerte ni el oprobio son capaces de asesinar. El terror al borde de la tumba es divino, y me sumerjo en el terror, de quien soy hijo.
    Georges Bataille, Mi madre.

    Decir mil noches es decir infinitas noches, las muchas noches, las innumerables noches. Decir "mil y una noches" es agregar una al infinito.
    Jorge Luis Borges, Siete noches

Encerrado. Drug City, Dirt City, Dusk City, Drag City, Dog City, Dust City, Dawn City Dick City, Dark City. El carro detenido, las ruedas girando locas en retroceso sobre el pavimento rasgado en movimiento, la carretera sinuosa, el polvo, las faunas famélicas, los árboles grises y agotados, los postes del alumbrado inútiles, las flechas de dirección mentirosas y los letreros indicadores de distancia fútiles (Drug City, 28; Dirt City, 31; Dusk City, 133, Drag City, 12), el universo entero y gris y entrópico viajando vertiginosamente hacia atrás. Dniwer City. Encerrado, alejándose, reflejándose en el espejo retrovisor, es la mentira. El espejo retrovisor es un reflejo de Encerrado.

Drag City, asiento trasero del carro: La Pata le aplicaba un bloullob fenomenal al miembro fláccido del Cuajo, que dormía roncando como una bestia. Abre los ojos, de súbito, El Cuajo, grandes. Mira hacia ambos lados del cuadrante, asombrado, el falo se erige en una erección instantánea, se viene, vuelve a su estado de flaccidez, cierra los ojos El Cuajo, ronca, todo en el mismo segundo. La Pata traga duro, se relame los belfos, se duerme la cabeza de La Pata en el regazo del Cuajo, sobre el falo blando, que practica esporádicamente alguna palpitación ocasional. El Pelú, al volante, escupe el cigarrillo por la ventana abalanzándolo al aire en movimiento de Encerrado. Yo fumo aún, en el asiento del pasajero, y leo, absorto en las páginas de un libro flaco y azul, de derecha a izquierda, partiendo de la contraportada intentando llegar al límite, al origen, a la promesa imaginaria de Encerrado.

Buscábamos al Maestro de Ceremonias.

El humo de mi cigarrillo quieto, yo bajando vertiginosamente, con ímpetu gravitacional hacia el abismo de la superficie. Las páginas del libro ciegas, quietas, mis ojos viajando raudos en un viaje, en retroceso. Las noches de Encerrado son cosas verticales y las estrellas parecen alejarse infinitamente de uno hacia arriba, pero no es verdad. Es uno quien cae sin fondo hacia el fondo, hacia siempre Encerrado.

No fue saliendo de Do City, estoy seguro, que atropellamos al perro a 87 millas por hora o a la mujer. La hitchhiker fue luego. Voló por los aires head over heels igualito que el amor como 75 pies por segundo en un segundo, bien duro. Cuando tocó suelo tembló la tierra. Detuvimos el mundo y fuimos a ver. Todo un asco. Como ya tenía ganas, oriné sobre el cuerpo espantado en cantos. Fue solamente por variar que yo lo hice, yo siempre me meo encima y no me importa, los otros me joden, pero yo no hago caso. El mundo será Tlön, y como El Cuajo se había quedado roncando como un cerdo en el asiento trasero del carro, pues se lo perdió. Nos montamos en el carro. No chillamos goma, y la carretera y el mundo recomenzaron el movimiento vertiginoso en retroceso.

No es verdad que no haya salida de Encerrado. Si uno supiera la frontera, el fin del territorio mustio, del suelo duro, del viento recio raspándole las sienes a uno y masticándole el alma a uno y las entrañas, uno podría salir. Si uno quiere.

Dark City. Iluminada por incendios lejanos, en llamas los arbustos podados en formas de bestias domésticas. Fuimos a la librería y allí estaba yo o algo muy similar a mí leyendo las Obras Completas de Poe. Me pegué el tiro en la sien, saqueamos la librería y nos largamos. El mundo volvió a correr y El Cuajo, como siempre. Encerrado es un país de hierro, ancho y profundo. Grande es el territorio que abarca . Son grandes sus llanuras y sus lagos. Grandes son su cielo y la tierra debajo de los cielos, y sangra.

Al bom le pegamos fuego en Dust City, en la plaza. Ya El Cuajo estaba dormido y se lo perdió. Estaba loco como un chivo, el bom, y gritaba a galillo pelado. Yo estaba leyendo y me estorbaban sus gritos en los oídos, los míos, los del bom, los gritos. Hice un gesto desganado de disgusto, como cuando le revuelven a uno el pelo en demasía o cae la noche. El Pelú

    :se percató
    :se levantó del banco en el que analizaba los libros
    :fue al carro
    :sacó una soga del baúl
    :se acercó al bom
    :lo jamaqueó un poco
    :lo llevó al árbol grande
    :lo amarró
    :lo abofeteó un poco
    :silbó.

El bom, por su parte

    /se meó
    /se sacudió
    /habló malo
    /alzó la mano derecha a lá neonatzi
    /refunfuñó
    /se cagó
    /jeringozó incoherencias
    /palpitó como un sapo asfixiado
    /se estremeció
    /se acordó de la fórmula de Einstein
    /farfulló imprudencias
    /tarareó un bolero de Sylvia Rexach
    /tiró pedos
    /mencionó al Maestro de Ceremonias

Yo levanté los ojos del libro. Hubo viento. Me salí del carro, caminé hasta donde estaban el amarrado y el desamarrado amarrador y le hablé al primero.

"¿Qué?", le pregunté.

"En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. ¡Loado sea Dios, Señor de los Mundos! ¡La bendición y la salud desciendan sobre el señor de los enviados, nuestro amo y dueño, Mahoma, y sobre sus familiares y compañeros; desciendan incesantes, continuamente, hasta el día del juicio!", me respondió.

Lo bañamos de gasolina. Metí mi mano en el bolsillo derecho. En el izquierdo estaban los cigarrillos.

He conocido las gentes, las geografías, los climas de Encerrado. He visto litorales, tundras, acantilados vociferantes, centros comerciales, tornados arrasando con casas y con ganado vacuno, luces de neón algunas noches y otras auroras boreales, que son lo mismo. He detectado el golpe seco de los desiertos y el hielo de las antípodas en la piel, la mía, el hielo, el de Encerrado. He detectado el fuego. He provocado el fuego. He sido el fuego. He hablado con gentes. En taparrabos los he visto. Con uniformes bélicos y túnicas religiosas los ha captado mi mirada. Han ido y los he visto en vistosos bikinis, luciendo turbantes y en camellos rubios los he presenciado. En trajes de oficina, de noche, de baño, de novia, de Eva, en mortajas, en yamulkas, en pavas. A algunos he matado, a otros he saludado con cortesía. He interrogado a otros, torturado aún a algunos otros, violado o acariciado tiernamente a algunos o a otros y nunca he amado a ninguno.

A la hitchhiker no la atropellamos. La subimos al carro, le preguntamos las preguntas de rigor, la carretera se detuvo al borde del carro y la violamos. La Pata fue la primera, y a la hitchhiker le gustó. El Pelú tiró segundo, y la desesperó. Yo lancé último, y la hitchhiker me odió. El Pelú fue por el hacha y la despedazó. El Cuajo estaba dormido y otra vez se lo perdió.

No es nada peculiar el olor constante de Encerrado. Simplemente hay un trasunto de fragancia a final de página, a promesa casi a punto de cumplirse, a corazón anunciando su próximo y último. Como una guerra, que se cierra pero que nunca termina, es Encerrado. Y huelen las balas.

Por fin, y cuando ya habíamos decidido largarnos de Encerrado dimos con el Maestro de Ceremonias. Fue en Dawn City. No mintió el bom, allí estaba muy sentadito en la barra Aquí me quedo, leyendo The Book of Thousand Nights and One Night, traducción de Burton. El Cuajo dormía. Por única vez enternecido, incrédulo de tenerlo al fin ante mis ojos después de tantas noches, le pregunté: "¿En cuál de todas las noches es que habitas, Maestro?". "En la milésima primera noche, hijo. Han hecho bien, este cuento tendrá un final feliz", me respondió. Le entregué el tomo con la página marcada, atestado de alegría y de alivio, sintiendo algo parecido a la redención, loco por irme, al fin. Estoy casi seguro de que el al fin sentía lo mismo. Leía sonreído, alegre, ansioso. Una lágrima le bajó del ojo a la mejilla al cuello al corazón justo cuando leyó la última palabra. Era The Thousand-and-Second Tale of Scheherazade, de Poe. El Pelú haló el gatillo, pero lo hirió. Yo disparé después.

Salimos de Dusk City al amanecer. No fue difícil escapar a las patrullas y a los albatros que nos perseguían intentando colgarse a nuestros cuellos, dada la rapidez del mundo. Letrero, en movimiento perpetuo hacia nosotros, hacia atrás, hacia el tiempo: Drag City, 12.

El Cuajo se despertó con los ojos grandes y peludos, miró a ambos lados del cuadrante y preguntó: "Are we there yet?". Cerró los ojos, roncó. La Pata le bajó el ziper. Agachó su cabeza, la de la Pata, sobre su regazo, el del Cuajo.

Buscamos al Maestro de Ceremonias.

    San Juan, enero, 1999


       

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