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La escritura y la lectura como diálogos

Myriam Burgos de Ortiz
Luis Augusto Ortiz González

"Falsearíamos la realidad diciendo tan sólo
que los libros son el más destacado
de nuestros productos civilizados,
pues resulta ya más justo señalar que nosotros,
los que hoy nos tenemos por civilizados,
somos ante todo el producto de muchos libros".
Fernando Savater.

La lectura y, sobre todo, la escritura, siguen siendo dos procesos que no tienen el suficiente reconocimiento y valoración por parte de los estudiantes, independiente del nivel de estudios que cursen. No obstante las potencialidades que leer y escribir encierran, más allá de acceder y acumular información, se les sigue mirando como dos tareas (con todas las implicaciones que esta expresión encierra) que impone la escuela a quienes a ella asisten.

Existen diversas hipótesis y múltiples estudios frente a la situación antes señalada, desde las que responsabilizan a los medios de comunicación (en especial a la televisión) por distraer a los jóvenes de los procesos textuales, pasando por los que exaltan el poder de los medios audiovisuales y, de paso, decretan la muerte de los libros y con ello la pérdida de importancia de prácticas tan antiguas —pero valiosas— hasta aquellas que explican dicho distanciamiento por el tratamiento que se le da a los textos en el ámbito escolar.

Seguramente mucho de verdad puede haber en cada uno de los planteamientos antes anotados, pero aun así, es necesario que quienes tenemos la responsabilidad de ser maestros, intentemos descubrir qué hay detrás de dicha apatía y de paso creemos y creamos en otros posibles caminos para llegar a que los estudiantes asuman la escritura y la lectura como prácticas que formen parte de su diario vivir, como otras formas de comunicación.

Un primer paso, indispensable por cierto, es reflexionar acerca del sentido que se les asigna a los procesos citados, una mirada crítica que nos lleve a cuestionar incluso aquello que hemos tenido como verdad y sobre lo cual hemos construido nuestro trabajo en la escuela.

Si somos sinceros en nuestra reflexión, en buena medida leer y escribir han tenido dos características esenciales: imposición por parte del maestro y monólogo del autor. Veamos en detalle lo que implica cada una de estas concepciones que, consciente o inconscientemente, se vivencian en el medio escolar.

Con la primera característica, la imposición —todos los sabemos— se puede lograr obediencia, pero nunca despertar amor por lo que se hace. Es apropiado rescatar una frase de León Tolstoi, que puede servir de referente para orientar los procesos de escritura y de lectura y, de paso, como orientación para el ejercicio docente: "La clave de la vida no es hacer siempre lo que uno quiere, sino querer siempre lo que uno hace".

La lectura y la escritura son fenómenos de índole cultural y no de carácter biológico, por lo cual es necesario que exista alrededor del niño una serie de prácticas que hagan posible que éste vea dichas actividades como algo ligado consustancialmente a su existencia misma. Papá y mamá, como los seres más cercanos física y afectivamente a los niños, deberán mostrar con sus ejemplos el interés que sienten por leer y escribir. Allí no podremos hablar de imposición y, por el contrario, se despierta el interés y se genera la motivación que todo tipo de aprendizaje requiere.

Ahora, en el marco de la escuela, dicha situación es posible de lograr si el maestro asume un rol de orientador, de guía. No podemos desconocer que en mayor o menor escala el maestro constituye en un ejemplo, en un modelo por imitar. Es precisamente esa imagen, ese reconocimiento, el que le da la posibilidad, la invaluable posibilidad de motivar mediante el ejemplo para que los/las estudiantes se lancen a la aventura de explorar y de construir textos. El comentario (oral y escrito) del fragmento de un libro y las breves lecturas seleccionadas, serán algunos de los medios con los cuales se puede mover a sus estudiantes a familiarizarse cada vez más con los textos.

Una segunda estrategia para lograr motivar a los estudiantes hacia la lectura y la escritura es hacer de ellas parte constitutiva de cada curso, sin importar el tipo de asignatura que oriente. Se puede pensar que ciertas disciplinas casi no se prestan para ello —como podría ser el caso de las matemáticas— pero la lectura de biografías de destacados personajes de este campo, el recorrido por anécdotas y paradojas matemáticas, unido a aprender a leer/interpretar y formular/escribir problemas matemáticos, son sólo unos pocos ejemplos de medios a través de los cuales se puede lograr la presencia de la lectura y de la escritura en un campo que tradicional y erróneamente se ha querido ver como desligado del mundo de las letras.

Como tercera posibilidad está la de invitar a los/las estudiantes a realizar prácticas de escritura sobre temas seleccionados de mutuo acuerdo, que conduzcan a la socialización de los textos que se produzcan y en la cual el/la docente presente su producción, la someta al análisis y la crítica de los/las estudiantes, con el ánimo de estimular la reflexión acerca del contenido y del tratamiento dato al objeto/sujeto sobre el cual se escribe. Será en esa medida que quien oriente un proceso pedagógico muestre no sólo su labor desarrollada, sino también asuma una actitud receptiva frente al aprendizaje permanente de lo que implica leer y escribir.

La segunda característica hace referencia a la manera como se han asumido tradicionalmente la lectura y la escritura en nuestra escuela, como monólogos, lo cual nos remite necesariamente a reflexionar sobre la importancia de la comunicación entre las personas.

Si aceptamos que en todo proceso textual que realiza una persona (bien sea de lectura, como una forma de acceso al mundo de las ideas concebidas por el autor, o, en caso contrario, escribir como la posibilidad de construir y reconstruir el mundo que nos rodea para darlo a conocer a otras personas), es una comunicación bidireccional, es decir, diálogos entre personas que pueden no conocerse, la lectura y la escritura se constituyen en el medio ideal para establecer dicho intercambio de ideas.

...Y, ¿cuál es la importancia que se le asigna a la comunicación y a sus nexos con la lectura y la escritura..? Así como se puede asegurar que el lenguaje construyó al hombre como un ser social, podemos afirmar, a su vez, que el ser humano es, en esencia, lenguaje, comunicación. Piénsese lo que constituye el quehacer diario de una persona; lo que hacemos todos los días y a todas horas las personas es hablar: habla el conductor en la manera como dirige su vehículo, aunque no musite palabra alguna; habla el médico cuando lee un diagnóstico, aunque sus labios ni su pluma se muevan para nada; habla el peatón que dirige sus pasos hacia un sitio predeterminado, eludiendo obstáculos y acortando caminos, aunque vaya solo y en silencio.

El ser humano es comunicación permanente, es el ser con capacidad de conversar con el otro, con el entorno y consigo mismo. Habla hasta en los sueños, lenguaje bastante —pero aún no suficientemente— estudiado.

Pues si el ser humano habla de diversas, de múltiples maneras, en variedad de espacios y contextos, despierto y dormido, ¿por qué la escuela no ha sabido emplear esta capacidad-necesidad que tiene el ser humano de estarse comunicando permanentemente..?

La escritura y la lectura se han tomado —por lo general y sin pretender ofender a nuestros colegas de dentro y fuera de la universidad— como tareas que caen más en el plano de la codificación/decodificación de signos, como un escuchar a un autor que expresa sus ideas, pero con poca incursión en hacer de estos procesos verdaderos diálogos, donde el estudiante asuma ese doble rol de aprender a escuchar (leer) y de asumir el riesgo de hablar (escribir) con otras personas que a lo mejor no conoce.

Esta concepción hace que en ocasiones nuestros maestros quieren saber si hemos leído tal o cual texto y conducen al estudiante a volverse eco de X o Y autor. Así, nos vemos diciendo que ..."durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior...", pero con una voz que no es la del estudiante, que de una manera mecánica reproduce lo que nuestro Nobel dijera, pero con sus palabras, en una comunicación que sólo proviene del autor, sin la necesaria reacción por parte del estudiante.

¿Qué tipo de situación hemos propiciado en los estudiantes frente al hecho de leer..? Se ha generado en la práctica un monólogo, un habla sin sentido, una labor de muñecos de ventrílocuo. Y lo hemos estimulado por la sencilla y casi única razón que, tal como se asume la lectura, Gabriel García Márquez lo dijo, lo escribió, sólo que lo hizo en una sola dirección, hacia nosotros.

Y, ¿cuándo esa lectura se vuelve diálogo y, por lo tanto, tiene sentido para las personas involucradas..? Cuando el autor habla y nosotros le hablamos; cuando el autor expresa sus ideas y nosotros —con respeto, pero también con coraje— somos capaces de responderle, de decirle que sí compartimos sus puntos de vista, pero que aun así se quedó corto, le faltó algo, olvidó u omitió expresar que... Esto es lectura: la capacidad de escoger un sitio tranquilo, sosegado, para sentarnos junto con el autor para dejar que él, palabra por palabra, línea por línea, nos hable, párrafo tras párrafo nos cuente de su cosmovisión, nos haga saber qué piensa y cómo lo piensa.

Y allí, al frente, en la otra silla estemos nosotros —pero no mudos, aunque sí expectantes— escuchando, pero también interactuando, dialogando palabra tras palabra, línea por línea, expresando a su vez el estar o no de acuerdo con lo que nos dice, escuchándole pero haciéndole preguntas; bien sea sonriendo, como también frunciéndole el ceño, pero, a fin de cuentas, hablando con él.

Pero este diálogo no puede quedar allí; las palabras del autor deben retumbar y quedar oscilando en nuestro cerebro, haciendo de nuestra cabeza una gran caja de resonancia, un mar de dudas. Y no sólo la cabeza debe trabajar; es inaplazable que nuestra mano se mueva y asiendo una pluma, seamos capaces de construir una respuesta a sus expresiones, que le podamos también contar lo que pensamos acerca de lo por él dicho y, por qué no, de narrarle de nuestras ilusiones y fantasías, de anhelos y frustraciones, de dichas y congojas.

Como se puede observar, la posibilidad de transformar la apatía de los estudiantes por la lectura y la escritura tiene en nosotros, los maestros, un gran aliado, siempre y cuando decidamos darle a los procesos textuales otra mirada, construyamos otros enfoques, que hagan de leer y de escribir procesos vivos, dinámicos y que, sobre todo, inviten a los estudiantes a participar, a vivenciarlos.

Sólo cuando nuestra escuela esté dispuesta a invitar a los/las estudiantes a descubrir en el libro la escritura y la lectura como otras manifestaciones de la capacidad, de la infinita capacidad de comunicarnos que habita en todos y cada uno de nosotros, sólo a partir de ese instante estudiantes y profesores podremos dimensionar lo que en realidad es leer y escribir y, de este modo, lanzarnos a la aventura de construir personajes y acciones, dramas y tragedias, mitos y leyendas, así como de poder hablar con los seres vivos que habitan en ellos.

    Jamundí, 27 de febrero de 1999.


       

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