El festín que se prolonga
Fréderic Pouchol
Te espera un invierno lleno de promesas.
Esta vez, el dormir solo no importa tanto.
Sólo te alienta el recuerdo de una vieja predicción,
de unas palabras semejantes a un cuento para niños.
Ellas derrocan aun más tu antigua soledad.
Te espera un invierno lleno de presentimientos,
de ecos, de murmullos, de colores y de agobios,
de plegarias y de cantos en la bruma.
Te esperan viejas promesas y nuevos amores,
el mismo miedo inmóvil.
Te espera la magia de una ausencia,
Y la imagen de un desierto.
Son sólo laberintos de arena.
La toma entre sus brazos, la estrecha, la abraza,
La cubre de besos y de caricias,
La abastece de tiernas palabras murmuradas
En voz baja.
Escupo sobre las palomas, mis únicas amigas.
Mía, desnuda, única entre tantas hembras.
Solitaria, mía, más mía aun apartándote entre mis labios.
Eres árbol de sombra y reposo saciando la sed que me das
Apaciguas con tu silencio el desierto que en mí viste nacer.
En un derrocado anfiteatro de paredes tibias
se trama el desenlace último de nuestros primeros besos.
En el goce de una ensangrentada arena,
en el espasmo de una lucha nocturna
batallamos por ser un sólo y supremo cuerpo.
Fortaleza de aguas silenciosas,
En frente tuyo me alzo en armas.
Abro trincheras.
A tus pies decreto el estado de sitio
Y largo las amarras.
Alguna vez me fui.
Los muelles están desiertos.
Había alzado el vuelo para no volver nunca más.
Sonreíste y regresé a tierra.
Sonreíste. Y renací en un instante.
Eras época de risas y festejos.
De ti guardo el recuerdo de grandes noches boquiabiertas.
Noches tibias, noches tensas, noches de reencuentros
infinitos. Noches sin más destino que aquel de despertar
nuevamente entre tu cuerpo.
Contigo llegaron también los primeros inviernos y las hambrunas.
Ahora te busco de pueblo en pueblo. Pero nadie da rastro de ti
(Llegaron más inviernos en tu corazón,
se posaron más heridas sobre mis manos).
Un sólo nombre
El pájaro de noche, el unicornio, la perra preñada,
la medusa, la paloma desgarrada, la rosa, el alga,
el opio, la hoja y la corteza, la espuma marítima,
la savia intranquila, la miel, la sal y el rocío, la leche,
la mordedura y el beso de sangre y sudor.
Eres y fuiste y seguirás siendo tierra
negra que reposa sobre mi hombro.
Un festín de mujeres y risas desplegadas.
Una mujer extiende tu imagen, tu vivo retrato.
Es otra. Y eres tú.
El pálido espectro que fuiste
Amanece en su sonrisa,
Sobre tus labios de mar y sal.
La misma boca de espuma y coral
Se derrama sobre mí para despertar
Con violencia el recuerdo de una caricia;
y sus palabras, el dulce vaivén de las olas.
Si dejara de verte alguna vez, tendría entonces la infame sensación de
habitar los días más tristes y fríos del invierno, desprovistos de luz y de
calor, de tu húmeda sonrisa matutinal.
Si dejara de contemplarte, desnuda, blanca, serena, no habría más camino
que el de acabar con este invierno de mala muerte y retomar sus noches las
más tristes, las más inciertas.
A punta de lágrimas te construiré un castillo, o una cuna de agua. En ella
podrás recostarte; y permanecer, vida mía, entre mis brazos, sangre mía.
Amor mío, amor de agua y frutas.
Eras un extraño país de caricias secretas.
Flor de agua, tierra marítima, maleza,
Humus, algas acorralando mi deseo.
Fuente, riachuelo, lluvia de besos frescos
disueltos entre mis brazos.
Pantano, ciénaga en tus horas sombrías,
antro de flores muertas cuanto estabas triste.
(¿fueron éstas las horas las más lúcidas al lado mío?)
Había sólo bruma en tus ojos.
Nunca vi lumbre alguna despertar en ellos.
Sólo tierras calcinadas y sombras de pájaros.
alzando el imposible vuelo.
Tu piel de ángel cubierta de destellos.
Eras resplandor, llama, llamarada, incendio.
¿O acaso fue simple locura de la carne,
el haberte creído tierra de fuego?
Demencia que sólo supo apaciguar el invierno,
la llegada de las primeras borrascas,
tus primeros besos de nieve, duros y tristes.
Ahora derrocaré la más frágil sonrisa tuya.
Sediento, hambriento de tu cuerpo de mar y algas,
embriagado del tierno rocío que depositas
sobre mis labios al hacerte mía entre dos espasmos.
Flor de mar, savia intranquila, beso líquido,
Aún se estremece entre mis manos el tacto inquieto
Y la húmeda caricia de tu cuerpo de nieve y sal.
En tus brazos de bruma y sal mil muertes ahuyenté.
¿Fueron acaso tus besos de fuego, tu deseo abierto
Los que derrotaron el tiempo y la desesperanza?
¿El miedo que engendran las tinieblas?