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Relatos
Tiene en sus entrañas un flagelo muy arraigado. No le permite avanzar. Ignora su forma, tamaño o color. Cuando intenta embarrarse con la humanidad su enemigo lo cubre nuevamente, como una manta, lo hace lucir ridículo. Ha pensado enésimas maneras para fulminarlo, solamente logra apaciguarlo por un breve lapso para luego subir hasta la superficie de su psiquis. Ahora él está sentado en un rústico y frío banco en un parque imaginario, pensando otra vez cómo zafarse de su rival. Mira hacia atrás y su mirada tropieza con un grupo de palomas más sociables que los humanos, parejas que se estrujaban ajenas a la vista pública, limpiabotas que inocentemente jugaban bolas, a un tráfico macuteado sin importar el qué dirán... y los envidió a todos. A todos, ellos disfrutaban de un pedazo de existencia mientras él vagaba a cuestas con su encargo indeseable. Cansado de meditar se paró del banco y de inmediato se sumergió en los bajos de la ciudad. Caminó sin rumbo fijo y así lo hizo durante casi dos horas insufribles, sintiendo un amargo en el paladar y el angustioso sentimiento de que de nada valía vivir de esa forma. Entró sin aliento al edificio donde vegetaban sus huesos. Penetró a su cuartucho insípido. Otra vez su enemigo le asediaba. Se encerró, sólo recibió el saludo de sus enseres revueltos, ahí dentro se olfateaba mucho mejor el hedor de su soledad. Se desnudó entre sus dudas y se lanzó sin pensarlo sobre la cama, dispuesto a esperar indefinidamente hasta que su enemigo se hartara, y lo dejara en paz...
Cuando el mundo no era más que un pequeño poblado. Un hombrecillo estaba sentado, aburrido en su reducida casa. Pensaba en algo que le entretuviera. Estuvo sentado ahí hasta que la primera idea afloró: se le ocurrió pregonar que el mundo se iba a terminar, e iba a comenzar por esa comarca; se levantó de su asiento, salió a anunciar su ocurrencia. Nunca sospechó el éxito de su empresa. Empezó por el puerto y terminó en los burdeles, toda la gente le creyó sin importar prueba alguna. Todos abandonaban sus viviendas, los animales salvajes cambiaron de rumbo, los domésticos fueron liberados sin evaluar cantidades; en pocas horas el mundo quedo vacío, todos se dirigieron hacia la otra mitad —la desconocida—, la que nunca se había explorado, sólo querían salvar sus vidas de cualquier manera. El hombrecillo se quedó solo. Se sentía abandonado, triste y una vez más aburrido. Sabía muy bien que era mentira. Los días pasaban y el mundo continuaba igual, algunas personas regresaron molestas. Los hombres fuertes entraron a la casa del hombrecillo para lincharlo, pero solamente encontraron la mesa y la silla solitaria...
La mujer vieja se observa con aires de criticismo frente al espejo. Está totalmente desnuda como para despejar cualquier duda a los espectadores invisibles: añora al cuerpo voluptuoso de años atrás comparable al de Brigitte Bardot. Ahora sólo queda un despojo de carnes mal distribuidas, cientos de arrugas faciales que le reiteran que ya nada es igual a otrora... Peina su pelo, un mechón se queda enredado entre sus dedos... Acaricia sus ojeras vampirescas, el antaño surca su piel irrespetuosamente... Detrás descansa un retrato ampliado de su época gloriosa: sus ojos comparan el antes y el demoledor después... Siente una y otra vez su completa anatomía escapársele de las manos. Al palpar sus senos éstos caen socarronamente sobre el suelo... Cuando alisa su melena encanecida se le desprende de golpe dejándola en absoluta calvicie... Sus lágrimas corroen poco a poco su rostro... Por un instante fijó la mirada hacia un extremo de la habitación, arrancó de golpe toda su piel, quedó como esqueleto desafiando al frío nocturno, caminó algunos centímetros de la estancia, depositó sus despojos dentro del cajón centenario donde reposaban sus vestidos, joyas y las osamentas de su marido, rest in peace my dear.
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