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La otra Cuba

jueves 3 de marzo de 2016
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El Vedado

La hora no importa. Es tarde y camino por una calle del Vedado acompañado de Olexys, Ángel y Jorge. Siento inquietud. Es la primera vez que visito la isla. En mi mente, Cuba es sinónimo de represión y escasas libertades.

Jorge trae una botella de ron Varadero y la destapa sin dilación. Me apresto a servir los tragos cuando percibo una mirada que se proyecta desde la sombra envolvente de una vetusta mansión de “la época del capitalismo”, expresión muy común en la isla que encierra nostalgia y romanticismo.

De la nada aparece la joven quinceañera que deambula por las calles con una niña de dos años en brazos. Me dice que su hija tiene hambre.

Sus ojos son negros como el cielo de esta noche sin luna. Viste uniforme color gris y exhibe el cabello recogido. Es una agente de policía de mirada dócil y complaciente. Solo me mira, sigo caminando. Nadie me detiene.

Olexys, Ángel y Jorge perciben nerviosismo en mis pasos. En verdad, las piernas me tiemblan. Miro hacia atrás una y otra vez. La silueta de la agente de policía parece perderse en un pozo negro y profundo. Por un instante me imagino preso en una cárcel junto a recalcitrantes opositores al Gobierno.

A esta hora de la noche, la porción de La Habana que recorremos es un hervidero humano. En una esquina tres jóvenes toman cerveza Cristal y hablan de las muchachas de faldas cortas y exuberantes traseros que se encuentran al otro lado de la calle.

El portero del “night club”, un moreno de dos metros de altura que viste de smoking, comenta sobre las dos chicas solteras que acaban de entrar. Realmente son dos chicos en tacos altos y vestidos ceñidos al cuerpo. Muy lindas.

De la nada aparece la joven quinceañera que deambula por las calles con una niña de dos años en brazos. Me dice que su hija tiene hambre. Es evidente: los ojos de la niña presentan un brillo inusual que los hace ver tristes y apagados.

Hay hambre pero los cubanos han aprendido a resolver el problema.

La tarifa es de cinco pesos convertibles, cinco billetes que mitigarán el hambre de las dos niñas —una un poco mayor que la otra— y el deseo sexual de otro cliente en la penumbra de cualquier portal o callejón. Sin luna no hay testigo.

Nos movemos hacia La Habana Vieja. El viejo del tabaco Cohíba muestra un profundo placer al expulsar el humo blancuzco que se funde lentamente con el cielo de ébano. Es fiel admirador de Fidel y del Che. Dice que todos los días lleva alimentos a la mesa gracias a la Revolución.

El cielo comienza a presentar los primeros pincelazos de luz. En el viejo Fiat modelo 72 de Olexys se mezclan en mi mente las imágenes de la noche que recién termina. Reflexiones y conclusiones siempre emergen al final.

Hay hambre pero los cubanos han aprendido a resolver el problema. Quienes te observan pueden ver o no ver. Los extranjeros son tratados con exquisita amabilidad en la isla y mujeres lindas abundan por todas partes. Lo dicen Olexys, Ángel y Jorge. No puedo decir algo distinto. En ciertas controversias es difícil ponerse de acuerdo…

Daniel Castropé
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