El muchacho llegó a casa, levantó la pistola y disparó. El perro de la vecina ladró tan fuerte que la madre del joven supo de inmediato lo que acababa de ocurrir. El padre yacía en el suelo retorciéndose en medio de un creciente charco de sangre.
*****
Pedro había ingresado a la guerrilla por voluntad propia cuando trasegaba sus primeros 14 años de vida. La noche de la despedida, entre besos y sollozos lánguidos, dijo a su madre que algún día volvería a cobrar venganza.
María de los Ángeles, conocida en el pueblo como “Mary” y más tarde como “la Mocha”, vivía con Julio desde que dos teticas en forma de limón afloraron sobre su pecho. Una noche el hombre llegó borracho. Sin importarle el clamor de Pedro, de 11 años por ese entonces, único hijo de la pareja, le propinó un machetazo a su mujer.
Una luz tenue penetraba por la ventana tiñendo de azul el cuarto. Era evidente que la silueta sobre la cama correspondía al cuerpo de Julio.
Pedro nunca olvidaría que el brazo cercenado de su madre parecía tener vida después del acto violento. Por tres noches tuvo pesadillas con una figura amorfa parecida a un pescado peludo, que irrumpía por la ventana del cuarto dando brincos.
Cuando le preguntaron cuál era su principal motivación para decidirse por la vida dentro de la guerrilla, al muchacho no le tembló la voz al decir que daba ese paso para aprender a manejar armas y finalmente matar a su padre. Los líderes del frente 35 de las Farc lo recibieron en su seno como a un hijo más incrementando en él su deseo de tomar venganza.
Tendría la instrucción y el adiestramiento, pero Pedro tenía que esforzarse para convertirse en un experto en el manejo de las armas. Entre sus manos tuvo pistolas, revólveres, escopetas y fusiles. Finalmente se decidió por una pistola calibre 45 automática de fabricación alemana. Su padre tenía que pagar el ultraje cometido a su madre con un tiro en la frente.
Pero en la vida insurgente nada es gratuito. Mientras el joven adquiría experiencia se vio precisado a participar en tomas armadas a poblaciones, acciones de secuestro y extorsión en los Montes de María, otrora zona guerrillera en el Norte de Colombia. En tres años conoció que el valor de la vida es poco o ninguno cuando quien la vive es un eterno desdichado.
Poco hablaba después de aquel suceso familiar. En sus ratos de ocio hacía figuras de madera utilizando cuchillo y lija fina. Durante la noche trazaba planes sobre la mejor y más certera forma de cometer el crimen. Matar a su padre se le convirtió en una obsesión.
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Tendría que ser de noche, pero mirándolo a los ojos. Por nada en el mundo desecharía la oportunidad de presenciar el instante en el que la vida se le apagara en las pupilas y el cuerpo adquiriera rigidez inmediata.
Un tiro en la frente no bastaría. Otros dos en el pecho servirían para refrendar el acto de justicia. Entonces la sangre de Julio, campesino sembrador de banano y plátano, un hombre bueno cegado por los celos, bañaría de más violencia la región.
Entraría por la puerta del patio aprovechando una noche sin luna, caminaría despacio sin hacer el menor ruido. Su padre estaría dormido, profundo, quizá soñando con la tarde que sus ojos vieron a “Mary” con un hombre bañándose en otro río.
Una rodilla tendría que ejercer presión sobre el cuello de su padre. Por reacción natural aquel abriría los ojos e intentaría liberarse. No habría tiempo que perder. Un tiro, dos más enseguida y misión cumplida.
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Dicen que cuatro cosas en la vida se van y no regresan jamás: una bala disparada, las palabras, el tiempo y las oportunidades.
“Mary” estaba aburrida de la rutina diaria y las telenovelas que veía donde la vecina abrieron en ella un espectro de ilusiones. Soñaba con ser una dama de alta alcurnia, tener finos vestidos, carros, una casa enorme y que Pedro se educara en la universidad.
El hijo de la vecina regresaba los fines de semana al pueblo. Seducir a “Mary” no fue difícil. Le enseñó un aparato diminuto llamado celular y ella, que no era boba, pidió que le permitiera hablar por teléfono con una hermana que vivía en un caserío lejano.
Aquella semana el hijo de la vecina no volvió a la ciudad, se quedó en el pueblo y una tarde calurosa de lunes se encontró con “Mary” en el río. A Julio se lo dijo su instinto. Desde el momento en que llegaba el hijo de la vecina, “Mary” vivía otra telenovela, su propia telenovela.
No dijo nada mientras los observaba. Su mujer y el hijo de la vecina bebían licor y se zambullían en las aguas de la lujuria. Julio prendió un cigarrillo sin filtro, lloró como un niño y se dirigió a la cantina del pueblo donde nadie lo conocía. Era la primera vez que Julio se emborracharía.
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Sonaba aquella canción ranchera que extrañamente habla de infidelidad. Con manos temblorosas metía las monedas en la máquina de música haciendo repetir la canción una y otra vez. Después de la octava, decidido, se levantó de la silla y abandonó la cantina.
Pocas personas tomaban el fresco de la noche en las terrazas cuando Julio caminaba blandiendo el machete e impactando con éste cualquier elemento que se le atravesaba. Suponían que estaba ebrio. Nadie sospechaba lo que se proponía.
“Mary” se sorprendió al verlo llegar borracho y más aún en lunes. Se aprestaba a servirle la cena cuando Julio comenzó a recriminarle todo lo que sus ojos habían visto. La mujer lo negó una y mil veces. Un solo machetazo bastó para que, en adelante, a “Mary” la rebautizaran como “la Mocha”.
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Pasaron seis años con sus largos días y noches eternas. El hecho permanecía en la mente de Pedro como si hubiera ocurrido ayer. Se había aferrado a las piernas de su padre. Imploró, rogó, pero no fue escuchado. El brazo de “Mary” había rodado por el suelo, vívido, sangrante.
Con esos pensamientos y la consigna de hacer justicia, Pedro abandonó el campamento guerrillero en horas del mediodía. El plan entraba en marcha, nadie lo acompañaba, excepto su pistola de dotación.
La noche empezó a caer cargada de ansias. En el pueblo la gente celebraba el día de su santo. Nadie lo reconoció con una barba larga y gorra de beisbolista. Se acercaba el momento. Matar a un padre no es tarea fácil. Nunca lo ha sido ni lo será.
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La puerta del patio estaba cerrada con candado por dentro. Las ventanas de la casa tenían rejas protectoras que hizo instalar la misma “Mary” temiendo lo peor. Aunque dormían en cuartos separados, los padres de Pedro parecían una pareja normal. Julio había perdonado a su mujer y quizás pronto volverían a dormir juntos.
La única opción para entrar a la casa era a través de una claraboya en lo alto de la pared que colindaba con el patio. Una escalera y su cuerpo delgado permitieron a Pedro deslizarse por el pequeño espacio después de desprender los listones de madera que servían de obstáculo a las palomas y otras aves.
Dentro de casa el plan tenía que ejecutarse sin más dilaciones. Caminó hacia un cuarto. Alcanzó a distinguir la silueta de su madre. Se dirigió al otro con la seguridad de encontrar a su padre dormido. No lo estaba. De rodillas repetía lo más parecido a una oración religiosa.
Pedro recordaría momentos gratos al lado de su padre, como la vez que lo llevó a conocer el circo y le compró una pequeña guitarra. Otro día estuvieron juntos en el río, el mismo río de la desgracia. Ese fue el día que el joven aprendió a nadar.
Pronto se despabiló. Ningún recuerdo tenía el contrapeso para abortar el plan. Su padre pronto dormiría sin saber el destino de sus rezos. Una luz tenue penetraba por la ventana tiñendo de azul el cuarto. Era evidente que la silueta sobre la cama correspondía al cuerpo de Julio. Pedro lo contemplaba, impávido, esperando que el sueño lo llevara a un estado de completa indefensión.
Entró sigiloso acercándose a la cama. Puso una rodilla sobre el cuello de su padre y con las manos libres apuntó la pistola hacia su cabeza. Disparó una vez. De inmediato se escucharon dos tiros más. Rápidamente “Mary” llegó al cuarto. Julio sangraba por una oreja y se retorcía de dolor en medio de un charco de sangre creciente en el suelo.
El párroco del pueblo ofició el rito religioso. Todo el pueblo se volcó a la iglesia para darle el sentido pésame a “Mary”. Era la segunda vez en su vida que Julio se emborrachaba y se sentía morir, maldiciendo el odio, el amor y la vida…
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