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Querido Sergio

jueves 18 de enero de 2018
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Sergio Ramírez

Después de mucho andar por las librerías de Buenos Aires, a fines de octubre logré dar con un ejemplar de la emblemática novela de Sergio Ramírez: Margarita, está linda la mar. Ese libro le valió el Premio Alfaguara de Novela, en su primera edición, con un jurado presidido por Carlos Fuentes, y compuesto, entre otros, por Rosa Regàs, Tomás Eloy Martínez y Marcela Serrano.

Un correo del autor me prometía un encuentro en el mes de noviembre, en Buenos Aires. Retomar un diálogo iniciado el año anterior, en un hotel porteño, durante su visita a la Feria del Libro.

Comprendí toda la vida de Sergio: la intensa vida de Sergio Ramírez, de compromiso y literatura.

Así, avanzando las páginas de Margarita empezaba este noviembre. Sergio vino a participar del Foro Iberoamérica, una reunión que congrega, anualmente, intelectuales, políticos y empresarios. Molestarlo, en medio del cónclave, me pareció inoportuno. Además, leerlo, disfrutarlo en su obra, era una forma de seguir dialogando.

Y así, con Margarita, está linda la mar, entre las manos, recibí con júbilo, como muchos, la noticia del Premio Cervantes a este nicaragüense alto y corpulento, de gesto adusto. Un hombre que pareciera levantar un muro para intimidar al otro. Nada más alejado del espíritu generoso y afable de Sergio y su mujer, Gertrudis, a la que todos llaman Tulita. Dos encantos, por la sencillez y la generosidad. Sin duda, a la alegría y el honor del premio le habrán seguido un estruendo para la cotidianidad familiar en Managua.

Seguí leyendo la novela, cada vez más atrapado cuanto más me acercaba al final. Concluí una semana después del Cervantes y entonces comprendí toda la vida de Sergio: la intensa vida de Sergio Ramírez, de compromiso y literatura. Y sin ser amigos me enorgullecí de él, de su obra, de su merecido premio. Porque después de leer Margarita, está linda la mar, uno concluye que para un intelectual de su estatura era inevitable no trabajar para el fin de la dictadura somocista, del poder feudal de la larga dinastía de los Somoza, que imperó buena parte del siglo XX en Nicaragua.

Hay también un dejo de cierta familiaridad en la narrativa de Sergio Ramírez, en esa precisión narrada, que hace que los lectores seamos parte de ese mundo que leemos.

Es que esa novela que evoca un verso de Rubén Darío, y en la que estará presente, vivo, hasta que se disputaran su cerebro, una vez muerto, también nos relata la conspiración para matar a Anastasio Somoza, el iniciador de esa dictadura, en un lenguaje limpio, brillante, sin pretensiones, por donde asoman la ironía, el humor, la poesía y la precisión. Así son los cuentos y novelas de Sergio: Sara, Catalina y Catalina, Castigo divino, Mil y una muertes, El reino animal, La fugitiva.

Una escritura visual, producto —quizás— de su trabajo de joven: proyeccionista del cine de su tío, en un pueblo de Nicaragua. Un maestro de la técnica. Pero siempre comprometido: ya sea con la revolución sandinista que derrocó al último de los Somoza y lo llevó a él, Sergio Ramírez, a la Vicepresidencia de su país, junto a Daniel Ortega, aunque luego, desilusionado del rumbo de la revolución, abandonara definitivamente la política; a un compromiso siempre vigente con su país: no sólo en su narrativa —tan presente con sus preocupaciones e injusticias, con sus personajes y sus leyendas— como con su admirable labor cultural que despliega desde una fundación, Luisa Mercado, en su pueblo natal de Masatepe, en homenaje a su madre, donde funcionan un centro cultural y una biblioteca, al encuentro, cada vez más grande, de Centroamérica Cuenta: un foro donde se dan cita los cuentistas más importantes de la lengua en Managua para intercambiar experiencias con los jóvenes escritores centroamericanos.

Hay también un dejo de cierta familiaridad en la narrativa de Sergio, en esa precisión narrada, que hace que los lectores seamos parte de ese mundo que leemos. Como bien dice su compatriota Gioconda Belli: “Al crear sus mundos de ficción, llama la atención en su literatura la minuciosidad con la que reconstruye el entorno en que se mueven sus personajes. Los pone a vivir en su época registrando hasta los más mínimos detalles: la música que escuchan, el jabón con que se duchan, las noticias que leen. Su amor por esa realidad llena de ficción que vivimos en América Latina lo ha hecho extraer de los archivos de nuestra realidad historias como las del envenenador Oliverio Castañeda en Castigo divino, o esa aleación de Rubén Darío y Rigoberto López Pérez que se halla en Margarita, está linda la mar”.

Por estas y muchas otras razones es que celebramos tanto, tanto, el premio Cervantes a Sergio Ramírez.

Ramón Alfredo Blanco
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