Recordando en su cumpleaños a este escritor universal enamorado de México (Parral, Chile, 12 de julio de 1904; Santiago de Chile, 23 de septiembre de 1973).
Hablar de Pablo Neruda o, mejor dicho, Neftalí Reyes, es hablar de amor, exilio, ideología, lucha, solidaridad, poesía y unión latinoamericana.
Pero, ¿que decía Pablo Neruda sobre nuestro México? Quiero compartir un fragmento de “México, florido y espinudo” donde el escritor trasandino muestra el amor por nuestra tierra.
Vagué por México, corrí por todas sus costas, sus altos acantilados, incendiados por un perpetuo relámpago fosfórico. Desde Topolobambo bajé por esos nombres hemisféricos, ásperos nombres que los dioses dejaron de herencia a México cuando en su territorio entraron a mandar los hombres, menos crueles que los dioses.
Anduve por todas esas sílabas de misterio y esplendor, por esos sonidos aurorales. Sonora y Yucatán, Anáhuac, que se levanta como un brasero frío donde llegan todos los confusos aromas desde Nayarit a Michoacán, desde donde se percibe el humo de la pequeña isla de Janitzio y el azufre del nuevo volcán del Paricutín juntándose en la humedad fragante de los pescados del lago de Pátzcuaro.
México, el último de los países mágicos, mágico de antigüedad y de historia, mágico de cultura y geografía. Valles abruptos atajados por inmensas paredes de roca, de cuando en cuando se ven colinas elevadas recortadas al ras como por un cuchillo, inmensas selvas tropicales fervientes de madera y de serpientes, de pájaros y de leyendas.
Y no hay en América, ni tal vez en el planeta, país de mayor profundidad humana que México y su gente. A través de sus aciertos luminosos, como a través de sus gigantescos errores, se ve la misma cadena de grandiosidad generosidad, de vitalidad profunda, de palpitante historia de germinación inagotable.
Con el siguiente poema de mi autoría vaya mi homenaje a ese gran poeta americano y universal.
Mirada poética al Sur
Hacia donde mira el poeta,
a las oscuras, ígneas, difusas,
hendiduras del alma.
Inicia viajes sin horizontes reconocibles
a través de su escritura
a lugares
sólo visitados por él.
Otras veces se sumerge en los pantanos
más lúgubres del alma,
se transforma en explorador
de insondables veredas.
Habla del olvido sin retorno,
del exilio,
de las sombras,
de los cielos y fantasmas,
del amor y del encono,
del delirio y la soledad,
de la mirada y el tacto,
del recuerdo y los ecos,
del hombre y la mujer,
de vida y muerte,
de amor y guerra.
Mira al norte y al sur,
navega sin cesar,
buscando su Isla Negra
para anclar.
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