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Los robots con inteligencia artificial no reemplazarán a los poetas

viernes 31 de agosto de 2018
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Yuval Noah Harari
Para Yuval Noah Harari, si la inteligencia artificial pudiera hacer que los robots fueran lo suficientemente inteligentes como para ser poetas, aún les faltaría algo esencial: la conciencia.
Al doctor Rafael Mendoza Castillo

Con referencia a esta temática se llevó a cabo hace unos días, en la Universidad Hebrea de Jerusalén, un congreso internacional bajo la denominación “Lo que nos hace humanos: de los genes a las máquinas”, celebrado en el Centro para las Ciencias del Cerebro de esta casa de estudios.

La conferencia magistral de cierre estuvo a cargo del profesor Yuval Noah Harari, autor de dos obras que han alcanzado la categoría de best-sellersSapiens, de animales a dioses: una breve historia de la humanidad y Homo Deus: breve historia del mañana.

Para Harari, si la inteligencia artificial pudiera hacer que los robots fueran lo suficientemente inteligentes como para ser poetas, aún les faltaría algo esencial: la conciencia.

El historiador y filósofo natural de Haifa sugiere que piratear humanos podría conducir al fin de la democracia, tal como la conocemos. (“La democracia se basa en la idea de que nadie me conoce mejor que yo”) y a la creación de una “clase inútil de personas desde el punto de vista económico y político. Es entonces cuando los robots superan a las personas en el trabajo”.

Según el investigador, ninguna profesión estará absolutamente a salvo de la automatización. Incluso es posible que las carreras que necesitan una importante dosis de inteligencia emocional como docentes, abogados y médicos, podrían ser superadas por los robots, al menos en teoría. Eso es porque la inteligencia artificial (IA) tendrá la capacidad de reconocer e imitar los patrones bioquímicos de las emociones humanas.

Harari estima que algún día la gente podrá “piratear” a otros seres humanos y no sólo computadoras o cuentas bancarias. El profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén afirma que “para hackear a un ser humano se necesita un gran poder de cálculo y una enorme cantidad de datos, especialmente biométricos, sobre lo que sucede dentro del ser humano. Nunca habíamos tenido esa capacidad”.

Para Harari, si la inteligencia artificial pudiera hacer que los robots fueran lo suficientemente inteligentes como para ser poetas, aún les faltaría algo esencial: la conciencia, un ingrediente clave que los mamíferos usan junto con la inteligencia para la resolución de problemas. “Hasta ahora ha habido cero desarrollo en la conciencia de la computadora”.

“La conciencia no es un órgano o una idea metafísica como el alma o el espíritu. La conciencia es la experiencia subjetiva directa que es lo más real para cualquier ser humano: miedo, amor, dolor, o placer. La corriente de tales experiencias es lo que llamamos mente”.

Y de ahí surge la poesía, al decir del escritor Juan Pablo Carrillo Hernández: “Si la conciencia es una ilusión, quizá la poesía es la mejor forma de descubrirla”.

Como el poema “Muerte sin fin”, del escritor tabasqueño José Gorostiza, escribimos un verso de nuestra vida cada día, incansablemente con el transcurso de los años.

Mientras las ciencias del cerebro han avanzado, la ciencia de la mente sigue siendo un misterio. La teoría científica actual sostiene que la mente emerge del cerebro, pero nadie sabe “cómo miles de millones de neuronas que disparan en un patrón particular en el cerebro se traducen en dolor, miedo o amor en la mente”, explicó Harari.

Los expertos en inteligencia artificial sostienen que las máquinas jamás podrán llegar a tener sentido común, por lo tanto, no podrán competir con la inteligencia natural humana.

Recordemos que el filósofo y académico estadounidense Douglas Hofstadter —quien ganara el Premio Pulitzer de ensayo en 1980 con la obra Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle, y quien funge como profesor de literatura comparada y psicología en la Universidad Bloomington de Indiana, donde dirige el Centro para la Investigación sobre Conceptos y Cognición— elaboró una propuesta en la que combina teoría de sistemas y neurociencia, y sostiene que la conciencia es una ilusión de la capacidad de autorreferencia que desarrolló evolutivamente el cerebro humano.

De ahí que, como el poema “Muerte sin fin”, del escritor tabasqueño José Gorostiza, escribimos un verso de nuestra vida cada día, incansablemente con el transcurso de los años. Y somos conscientes de nuestra existencia y de su lectoescritura, digámoslo metafóricamente.

Recordemos al sevillano Gustavo Adolfo Bécquer cuando, en su Rima IV, nos dice:

Mientras la ciencia a descubrir no alcance las fuentes de la vida…

(…)

Mientras la humanidad siempre avanzado no sepa a dó camina…

Esa ciencia que descubre y avanza, que construyó robots y los dotó de inteligencia artificial, parece ser que no entendió que siempre habrá poetas y siempre habrá poesía. Indudablemente los robots nunca sentirán lo que siente un poeta al escribir su primera línea. Lo plasmo en el siguiente poema de mi autoría:

Primera línea

Mientras trato de escribir,
mastico un poco de sol.

Las hojas sueltas y
pálidas me rodean.
Pasan poco a poco los minutos
y
expulso lentamente
la primera línea de un poema.

Escritura escarpada, ambigua e infinita.

Plasma historias
de pesimismo maldito
y
soledades humanas,
que conducen a una batalla
de final incierto
¿autómatas o poetas?

Washington Daniel Gorosito Pérez
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