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El cerebro racista

martes 25 de septiembre de 2018
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El cerebro racista, por Amira Armenta

Ahora que el racismo, el supremacismo blanco, el nacionalismo y la xenofobia tienen gran visibilidad en la arena política mundial, algunos científicos insisten en identificar en el cerebro (o en su funcionamiento) la superioridad de unas razas sobre otras.

En su libro Amor. Un sentimiento desordenado (2009), el filósofo y ensayista alemán Richard David Precht trae a cuento una anécdota del neuroanatomista francés del siglo XIX Paul Broca, conocido por sus investigaciones sobre el cerebro humano.

Broca pesó los cerebros de seres humanos, hombres y mujeres. Y (para su regocijo) encontró que el de los hombres era un 10 y hasta 15 por ciento más grande y pesado que el de las mujeres. Conclusión: el hombre es más inteligente que la mujer. Después, Broca y sus colegas compararon también los cerebros de personas de diferentes nacionalidades… con resultados menos felices. Cuenta Precht que el investigador perdería el interés en pesar y medir cerebros cuando se encontró que los cerebros de los alemanes son más grandes que los de los franceses.

Aunque nunca nadie ha llegado a probar que hay pueblos o razas biológicamente mejor que otros, algunos, como los nazis, lo dieron por hecho, y ya sabemos lo que pasó.

Pero eso era en el siglo XIX. Hoy día, parece que el criterio del tamaño y el peso ha quedado descalificado entre los neurocientíficos para determinar la inteligencia. Después de todo, el cerebro de los neandertales era más grande que el del Homo sapiens, y sin embargo el primero se extinguió, y el segundo conquistó el planeta. Como en muchas otras cosas en la vida, no es el tamaño lo que cuenta.

Siempre han existido pueblos que se han considerado a sí mismo más bellos y más inteligentes que otros. Creo que no es descabellado decir que la historia de la humanidad se confunde con la historia de la discriminación racial y étnica. La esclavitud y la colonización, ambos fenómenos que datan de épocas remotas, se ha ejercido con el convencimiento de que el pueblo esclavizado o colonizado es inferior: más feo y menos inteligente. Los genocidios se han justificado al atribuirle al pueblo que se quiere eliminar una categoría de “subhumano”, como se dijo de los judíos durante la segunda guerra mundial, o se dice de los rohingyas en la Myanmar de hoy.

Pero esta discriminación siempre se había basado en la mera fantasía del poderoso, incapaz de compararse o de reconocerse con alguien más pobre, más ignorante o de piel más oscura que él. En el siglo XIX, el desarrollo de las ciencias biológicas le ofreció al colonizador europeo la posibilidad de fundamentar científicamente esta fantasía. Es decir, demostrar que no es una fantasía sino una realidad objetiva. Las ideologías supremacistas se han apoyado desde entonces en este trabajo “científico” de antropólogos, psicólogos evolucionistas, y otros investigadores del cerebro humano para justificar su superioridad. Y aunque nunca nadie ha llegado a probar que hay pueblos o razas biológicamente mejor que otros, algunos, como los nazis, lo dieron por hecho, y ya sabemos lo que pasó.

Después del shock que causó en el mundo el genocidio judío, los cerebros racistas se quedaron un poco tranquilos. Pero no por mucho tiempo. Un extenso artículo del periódico The Guardian analiza el “resurgimiento de la ciencia de la raza” en los últimos años. Los promotores más entusiastas de esta ‘ciencia’ son, no es de extrañar, las cabezas más visibles de la llamada alt-right, la ultraderecha contemporánea. El tristemente famoso Steve Bannon afirma que “los negros tienen más predisposición genética para la violencia que los otros”. ¿Cómo habrá hecho Bannon para saberlo? Hasta ahora, el gen de la violencia todavía no ha sido aislado como para que se le pueda atribuir claramente a alguien. Tampoco el gen de la inteligencia.

Desde que el tema del tamaño y el peso del cerebro se quedó anticuado, los científicos racistas echaron mano de un instrumento más sutil: el coeficiente intelectual, CI. Así, en Estados Unidos, estos “científicos” encontraron, con base en pruebas de CI, que el resultado de las personas blancas suele ser más alto que el de las negras. Y decidieron que esta superioridad se explicaba en la genética: los blancos tienen mejores genes. El Apartheid de Suráfrica estuvo sustentado en este tipo de argumentos. Este sistema político ya desapareció como tal, pero gente como Bannon, los crecientes grupos de supremacistas blancos en los EEUU, y el nacionalismo xenófobo y racista de cada vez más países de Europa que apoyan estas teorías, están en ascenso.

A nadie le sorprende que los grupos neonazis alemanes organicen festivales y conciertos, y proclamen en sus consignas que ellos hacen parte de una raza superior. Como se sabe, estos festivales se caracterizan por el desorden y los excesos. Pero que unos tipos que se consideran científicos y trabajan en prestigiosas universidades estadounidenses persistan en imponer acomodados criterios genéticos para justificar la superioridad de una raza sobre las otras es algo más difícil de digerir. Hoy día una investigación científica sobre la inteligencia incluye muchos más factores que los meramente genéticos: el entorno social, económico, la alimentación, el nivel educativo de la persona observada. Es decir, todo aquello que explica por qué hay más negros en las cárceles estadounidenses, por qué hay más pobres de raza negra, y por qué sus CI resultan más bajos.

Además, ¿qué tan confiables son las pruebas de coeficiente intelectual? Estas pruebas tienen que ser actualizadas cada cierto número de años porque las que se hacían hace cuarenta años, por ejemplo, hoy las resuelve sin mucha dificultad cualquier cerebro promedio. ¿Quiere esto decir que la gente ha cambiado genéticamente? ¿Que la gente de hoy es más inteligente que la de hace cuarenta años? Lo más probable es que hace cuarenta años no había los instrumentos que hoy se tienen para sacar ciertas deducciones más ágilmente.

El artículo de The Guardian mencionado antes trae una cita de Craig Venter, el biólogo estadounidense que dirigió la iniciativa para decodificar el genoma humano: “No hay ninguna base en el hecho científico o en el código genético humano para la noción de que el color de la piel sea predictivo de la inteligencia”. De hecho, las investigaciones del ADN humano sugirieron “un antepasado común, africano, para todos los humanos vivos en la actualidad: una ‘Eva mitocondrial’, que vivió hace unos 200.000 años”. Es decir, todos los seres humanos, independientemente de su color de piel, ojos, cabellos, estatura, inteligencia, bienes materiales y educación, comparten en una alta proporción los mismos genes. Más claro aún: en materia de genes nada diferencia a Steve Bannon, a Jason Kessler y a los cientos de supremacistas blancos que se reunieron en 2017 en la ciudad estadounidense de Charlottesville (la alt-right) para demostrar la fuerza de la derecha, y proclamar su superioridad de los afroamericanos o latinos de los barrios pobres de las ciudades estadounidenses.

La especie humana ha sido racista durante tantos siglos y siglos de su historia que no parece inminente un cambio de esta mentalidad.

Algunos estudios “científicos” dedicados a probar la inteligencia de unos grupos sobre otros han producido resultados paradójicos: según el mismo artículo de The Guardian, en 2005, el famoso psicólogo evolucionista Steven Pinker promovió en sus estudios el punto de vista según el cual los judíos ashkenazi son por naturaleza particularmente inteligentes. Curiosamente unas pruebas de CI realizadas en las primeras décadas del siglo XX habían mostrado que los ashkenazi americanos presentaban resultados de inteligencia mucho más bajos que el del promedio de los americanos. ¿Cómo explicaría esto Pinker? ¿No tendría algo que ver el hecho de que en la primera década del siglo XX los ashkenazi americanos eran pobres, mientras que en la primera década del siglo XXI son los que tienen la sartén por el mango?

La especie humana ha sido racista durante tantos siglos y siglos de su historia que no parece inminente un cambio de esta mentalidad. Hace unos días el periódico El País de Madrid publicó una nota sobre un Test de Asociación Implícita (TAI) que realiza la Universidad de Harvard, que ha revelado que los europeos blancos asocian los rostros de personas negras con conceptos negativos. Es muy posible que mucha de la gente que hizo esta prueba ni siquiera sea consciente de sus niveles de racismo. Se dice que hay un racismo implícito, oculto. El que reproducimos involuntariamente debido a la carga cultural y educativa que poseemos. Afortunadamente, el racismo explícito (el que se reconoce abiertamente) ha caído significativamente. Según este artículo de la BBC, en los años ochenta el 50 por ciento de la población británica se oponía a los matrimonios interraciales. En 2011, solamente el 15 por ciento todavía se opone.

Tristemente, la nueva oleada ultraderechista, nacionalista y racista que azota hoy el mundo podría revertir las cifras del racismo explícito (para el implícito se va a necesitar bastante más tiempo). Este es un temor muy realista, basado en lo que leemos a diario hoy en las noticias. En Europa, prácticamente no hay día en que no aparezca en la prensa que habitualmente leemos alguna nota sobre manifestaciones racistas, o sobre las posiciones extremas en este tema que están adoptando los partidos de la ultraderecha en Europa.

Amira Armenta
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