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África como un continente artístico

jueves 21 de febrero de 2019
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África
África no es la niña harapienta en busca de amparo, África es la muchacha rebelde, guerrera, respetuosa de sus tradiciones, que baila al ritmo del tambor. Fotografía: Ian Macharia • Unsplash

África siempre nos ha sido presentada como una niña harapienta en busca de amparo. Las imágenes de pobreza, hambruna y tragedia acuden a nuestra mente con rapidez tras la mención del continente. Hemos sido condicionados desde pequeños para tener esta perspectiva generalizada, exagerada y estereotipada de África. No cuestionamos esta imagen, contribuimos a la perspectiva errada de África con silenciosa sumisión. Y, sobre todo, barbáricamente, hablamos de “África” como si todo el continente fuese igual. Sin embargo, quizás no existe nada más lejos de la verdad. Viva, palpitante, siempre cambiante, madre de la humanidad: África se ha reconstruido, se ha regenerado y se ha sacudido el polvo una y otra vez para seguir bailando.

El arte en África cumple un papel social y religioso, que debe ser compartido con y por todos.

 “Every step we take is rhythm; every word we speak is rhythm; everything is rhythm”, explica el hombre malinke en el documental Foli, que nos presenta al grupo étnico mandinka en oriente-central en Guinea. “Todo es ritmo”, y con esta afirmación confirmamos el hecho de que África tiene una voz propia, una voz que hemos ignorado por mucho tiempo pero que en este momento lucha por ser escuchada. Y esta voz es precisamente transmitida por medio del arte, del ritmo. El arte tiene una importancia cultural en cada comunidad, no es algo apartado de la vida diaria de estas personas, es algo arraigado a su memoria. Las historias y la importancia de la oralitura demuestran por ejemplo que la práctica de la narración y la idea de compartir historias no es una práctica privada permitida a unos pocos sino que es algo que compone y explica la raíz de las distintas culturas. Asimismo, el arte es una práctica cotidiana en las culturas africanas. La importancia del color, por ejemplo, no se reduce, como en la mayor parte de Occidente, a un uso caprichoso y puramente estético. Los colores tienen toda una connotación importante: por ejemplo, en Ghana, el color naranja es empleado para mostrar hospitalidad y ayuda al otro; el rojo es símbolo de orgullo; el negro es símbolo de unidad, y ambos colores, rojo y negro combinados, son colores de muerte y luto; blanco es vida y felicidad; amarillo es representativo de fortuna; verde son los regalos naturales; el azul es cambio, y así sucesivamente. Vemos entonces, por ejemplo, que los taxis en Ghana suelen tener el color naranja para así demostrar servicio y ayuda al otro. Vemos igualmente a la gente en funerales con vistosos vestidos rojos para lamentar su pérdida. Así, entonces, África surge como un continente que por medio del arte: las historias, la música y los colores, transmite su historia y la vive. Es quizás ahora el momento adecuado para entender a África como una sociedad artística. Compuesta, compartida, transmitida, y lograda por medio del arte.

Es el arte el aspecto que encontramos en común a la hora de discutir la idea de África, el arte que se encuentra presente en cada aspecto de la vida de cada comunidad independiente. El arte no es una disciplina apartada y elitista como sucede en muchas partes del mundo, particularmente Occidente; sino más bien, una disciplina compartida por todos que no se limita a aquella idea del siglo XIX de “el arte por el arte”, sino que el arte en África cumple un papel social y religioso, que debe ser compartido con y por todos. Esto resulta evidente en las máscaras, por ejemplo, usadas en rituales sagrados. Estas máscaras, aunque en distintos estilos y para diferentes propósitos, son utilizadas por los pove en Gabón, por los hombres cuando hay un entierro o alguien importante viene, también se usan para proteger a los magos de fuerzas negativas; los senufo, en particular los Kulebele, crean máscaras que combinan rasgos de animales y de humanos y ayudan a comunicar a los vivos con los ancestros muertos, y son usadas también en los rituales poro; los fang en Guinea ecuatorial usaban asimismo máscaras para las ceremonias de ngil de magia. Y estos son sólo unos pocos de los innumerables ejemplos que hay del uso de las máscaras y del arte en la vida cotidiana de distintas culturas en África.

El baile, tan esencial en distintas culturas, hace parte del espíritu mismo en África. Podemos ver los masái en Kenia y Tanzania practicando el Adumu, que es el baile realizado cuando los jóvenes guerreros cumplen la mayoría de edad; o vemos el baile que realizan en Guinea las mujeres malinke que han pasado por una gran adversidad bailando el Moribayasa dejando su pasado atrás: enterrando sus ropas viejas y siendo apoyada la mujer en cuestión por todas las demás mujeres de la aldea; el Kakilambe, un baile realizado tanto en Guinea como en Mali, es parte de un ritual de fertilidad en el que se incluyen también las máscaras previamente mencionadas y se les hacen preguntas a algunos profetas sobre las cosechas del año, sobre la salud y sobre los niños que nacerán; también, el Muchongoyo, de Zimbabue, es un baile que conmemora, celebra y sirve de testimonio para eventos importantes. Estos son sólo algunos de los numerosos ejemplos que sirven para ilustrar esta idea de la importancia del arte en la cotidianidad de cada cultura. Casi cada acción que hacen los miembros de una de estas comunidades tiene una fuerte connotación simbólica transmitida a través del arte.

Comprender a África como casa de la cultura, como hogar de las artes, está todavía lejano del pensamiento popular.

En cuanto a los aspectos literarios u orales también podemos ver la importancia de la narración de historias. La memoria se mantiene viva y se transmite gracias a las palabras. No hay que esforzarnos mucho para encontrar las maravillosas narraciones de los yoruba en Nigeria, por ejemplo, que cuentan de Obatalá, creador del cuerpo humano, o quizás la historia de cómo Lituolone venció a Kammapa, el monstruo que devoró a casi toda la humanidad, contada por los sesuto; o la gran tradición oral que hay en Ghana sobre Ananse, la araña. Esta última, por ejemplo, Ananse, es una araña que sirve para explicar ciertas cosas, como por ejemplo por qué los animales se ven como se ven, o para dar origen a ciertos aspectos de la naturaleza, pero es también utilizada para subrayar aspectos morales que los niños deben aprender, como no mentir o esforzarse en el trabajo. De forma que las historias cumplen un papel importante en la sociedad que va más allá del puro entretenimiento. El mito y la fábula se unen para generar toda una rama de historias que son transmitidas para preservar la memoria, para dar explicaciones y para enseñar a los niños.

La importancia del arte, la importancia del ritmo, la importancia de lo simbólico y la importancia de la narración es tal que moldea el pensamiento y la percepción que se tiene del mundo. En el libro Arrow of God, escrito por Chinua Achebe, el escritor nigeriano dice: “The world is like a mask dancing. If you want to see it well, you do not stand in one place”; de esta manera, las máscaras (es decir el arte y la artesanía) en conjunto con el baile y los ritmos, nos permiten comprender el mundo. El arte compone, define y explica el mundo en el que vivimos; así lo entienden varios pueblos africanos y así lo expresan, ya sea por medio de un baile ceremonial o gracias a la narración de una historia, o por el uso de máscaras y colores. África es un continente artístico. Un continente que no sólo da origen a la raza humana, sino también da un origen a la cultura, a las artes.

Sin embargo, comprender a África como casa de la cultura, como hogar de las artes, está todavía lejano del pensamiento popular; debemos primero superar todas aquellas ideas que ya han sido implantadas en nosotros como verdades absolutas, ideas trágicas de pobreza y hambruna, para poder al fin comprender la riqueza cultural de cada pueblo en África. Tenemos mucho que aprender aún de las artes africanas, pero cada vez con mayor frecuencia y mayor fuerza el arte africano va cobrando relevancia en el exterior. Recordemos que no hace mucho, en 1986, Wole Soyinka fue el primer escritor de origen africano, para ser precisos de origen nigeriano, en ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura; años más tarde escritores de este mismo continente recibieron el reconocimiento: Naguib Mahfuz (Egipto), Nadine Gordimer (Suráfrica) y J. M. Coetzee (Suráfrica). Poco a poco África ha salido de las tinieblas para enseñarle al resto del mundo todo lo que tiene aún por ofrecer.

Ese puente artístico que se ha ido logrando a medida que hay mayor exposición del arte africano ha influenciado distintas corrientes artísticas y se ha ido forjando un nombre propio. Resulta, por ejemplo, curioso descubrir canciones como Flawless, de Beyoncé, en la que participa Chimamanda Ngozi, la escritora nigeriana. En la mitad de la canción, Chimamanda inicia un discurso feminista que empata con la letra previamente cantada por la artista americana. En esta convergencia artística de dos estilos muy distintos, ambas mujeres utilizan su voz para hacer una afirmación social de importancia. Descubrimos entonces que este arte africano, cotidiano, de importancia social, se puede traducir al arte de entretenimiento más conocido en América y Europa. El arte que corre por las venas de la nigeriana casi por transmisión cultural y el arte más provocativo y osado que trae la cantante americana a la vida, y la unión de estas dos corrientes es tan sólo un ejemplo de la presencia del arte africano en el exterior y de la influencia que éste ha tenido en nuestro propio estilo y cultura.

África es un continente artístico, esto ya ha sido establecido con suficiencia y se ha comprobado con multitud de ejemplos. La oralitura, fuente de conocimiento que se mantiene gracias a la memoria colectiva de los pueblos, sabiduría que se transmite a través de la palabra, es una de las muchas formas de arte más arraigadas que encontramos esparcidas a través del continente. Las máscaras, el color y las representaciones artesanales son un puente en el tiempo, o quizás aún mejor, en el no-tiempo comprendido en África; son un símbolo de unión entre generaciones e historias y hacen parte de sus creencias y de su estilo de vida. La música y los ritmos, que perduran hasta el día de hoy, son también firma del continente, prueba gloriosa del espíritu vivo del que goza África.

África es la mujer que está presente y aunque se aferra al pasado no se estanca en él.

Mos Def, artista americano de hip hop, entiende el arte africano y su verdadera función en la comunidad: “African art is functional, it serves a purpose. It’s not a dormant. It’s not a means to collect the largest cheering section. It should be healing, a source of joy. Spreading positive vibrations”. Entender el arte como herramienta, entender que cuenta con una función social importante, entender que el arte se vuelve requisito obligatorio y se convierte también en forma esencial de comunicación y aprendizaje es el mayor paso que hay que dar para poder comprender con profundidad el alcance que el arte puede tener en nuestras vidas.

África como una sociedad artística. Compuesta, compartida, transmitida y lograda por medio del arte. De esta idea partimos, pero no al arte africano como ha sido entendida hasta ahora: un objeto de estudio arqueológico en el que los antropólogos pueden entrever creencias sagradas, sino que debemos entender el arte africano como una disciplina contemporánea, atemporal, vigente y en todo su esplendor que describe más que el modo de vida de un pueblo. El arte es la esencia misma de una comunidad que no ha permitido que su arte se industrialice, se trivialice y pierda su valor espiritual. África es un continente tan rico y tan poco estudiado, que no sería sorprendente encontrar toda una nueva práctica del arte y la sabiduría recogidos en el continente, de la misma forma como el conocimiento estaba recogido en aquella calabaza que cargaba Ananse en uno de los cuentos populares de África occidental.

África no es la niña harapienta en busca de amparo, África es la muchacha rebelde, guerrera, respetuosa de sus tradiciones, que baila al ritmo del tambor. África es la muchacha que no olvida, porque conoce el valor de la memoria, y sabe que en la memoria se oculta su identidad. África es la mujer que está presente y aunque se aferra al pasado no se estanca en él, es la mujer a la que le piden consejos, la mujer a la que admiran, la mujer que ha sido criada bajo las artes y por eso puede con voz firme narrar la historia de su pueblo. Cada vez que el resto del mundo necesite recordar el valor de las artes, la importancia de éstas, sólo ha de dirigir su mirada a los cantos ceremoniales o a la música polirrítmica, o prestar atención a la narración de cuentos que hablen por ejemplo del Ubuntu, o admirar los saltos vigorosos realizados en el Adumu. Basta con aprender a apreciar las artes africanas para escuchar, en medio de un ruido disonante la claridad de una voz persistente, una voz que grita: África es arte.

Laura Sofía Maldonado
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