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Sobre la perseverancia

jueves 14 de noviembre de 2019
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Sobre la perseverancia, por Israel A. Bonilla
La gota atraviesa la piedra porque siempre da en el mismo sitio.

El adagio es conocido: a fuerza de martilleo incesante, la gota atraviesa la piedra; así, mantenernos constantes en nuestros propósitos garantiza el triunfo. Como todo buen adagio, concentra la sabiduría extraída de incontables experiencias. Ya decía Erasmo, en el siglo XVI, que no era despreciable esta forma discursiva, pues los profetas mostraban parcialidad hacia ella en sus oráculos. Pero el tiempo lo llena todo de herrumbre, y aun las palabras más prístinas se opacan. Dos extremos, al menos, se han encargado de ofuscar esta humilde apología de la perseverancia.

Del lado de la ligereza, la idea del genio descalifica socarronamente lo que la imagen evoca de esfuerzo. Quien es amado por los dioses reluce su don sin discordia. ¿No mostró Heracles aptitud desde la cuna, jugando con las serpientes mientras Ificles no podía contener su temeroso llanto? O, si se quiere un giro secular, quien nace con la carga genética apropiada prescinde de los desvelos del desheredado. ¿No son testimonio suficiente las tres primeras composiciones del pequeño Mozart, quien a sus cinco años desbancaba la proeza musical de Nannerl? Los ejemplos abundan, pero todos apuntan a lo mismo: si hay huellas de laboriosidad, la chispa falta. Simplificación cercana a nuestros corazones, ya que absuelve. ¿Se me dificulta manipular símbolos? Bueno, la vida no quiso que fuera matemático. ¿Se me dificulta expresar mis pensamientos por escrito? Bueno, la vida no quiso que fuera autor. Vago determinismo que incluso los científicos se empeñan en exaltar. El caso de Cyril Burt, ilustre mago de las correlaciones, es prueba de que son pocos los que se resisten a la seductora visión de una aristocracia biológica.

Del lado de la pesadez, la idea del deseo agiganta lo que la imagen evoca de instinto ciego. Ininterrumpidos residuos del nuevo pensamiento nos invitan a desdeñar el concepto de posibilidad y reducen todo a un acto mental. Si lo deseas de verdad, lo tienes. Se postulan leyes en lenguaje riguroso con el fin de darnos una palmada en la espalda mientras estamos perdidos en el laberinto de nuestras pasiones, ponderando erráticamente el itinerario. Vagas esperanzas que atrofian los músculos necesarios para encontrar salida. El caso de William McGonagall, egregio poetastro, enfatiza los resultados de una atropellada entrega.

La perseverancia demanda un abandono ordenado, algo de la consigna del emperador Augusto: festina lente. Los poetas románticos, férvidos propagadores de la creencia en la llama divina, son viva refutación de sus propios principios. ¿Que Coleridge compuso su “Kubla Khan” luego de un sueño de opio, poseído in totum? Livingston Lowes, en su arduo Camino a Xanadu, muestra la prodigiosa tenacidad que una obra de esa naturaleza requiere. ¿Que Shelley era cual lira eólica, impulsado por viento etéreo? Los estudios de Brinkley revelan a un meticuloso corrector. ¿Que Keats era cual árbol, inconsciente creador de hojas? Stillinger retrata a un literato receptivo, casi artesano en su atención a las minucias propuestas por sus colegas.

La perseverancia demanda “el sentimiento familiar del trabajo silencioso”, como lo declaró Barrett; compele a asistir a la cantera día tras día, pico en mano, alertas a los traspiés, a las irregularidades, a los lenitivos; la tierra, bondadosa, expondrá la veta. Hazlitt y Carlyle, esos dos grandes intérpretes de la fertilidad, no dejaron de insistir en la dicha surgida de un trabajo bien hecho: su realización insinúa el perfeccionamiento de nuestras facultades. La gota atraviesa la piedra porque siempre da en el mismo sitio.

Israel A. Bonilla
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