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Un refugio de la melancolía

jueves 20 de agosto de 2020
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Amedeo Modigliani
El concepto de melancolía juega un papel fundamental en las obras de Amedeo Modigliani (1884-1920).

No es un secreto que las más grandiosas obras de arte se hallen particularmente impregnadas de melancolía. Tal es el caso de Amedeo Modigliani. Sus pinturas, por entero enigmáticas, despiertan en quien las aprecia una carencia de un algo por completo incomprensible e inasible.

Modigliani fue aquel rebelde que trastocó los absurdos valores morales de una sociedad que se ruborizaba de su propio sentir considerándolo vergonzoso. Su magnificencia radica en que lo hizo mediante el arte, y con una avaricia tal que pintó cosas que estaban por encima del arte. Rompió criterios artísticos fútiles y banales y creó arte allí donde otros sólo veían ruinas.

“El mendigo de Livorno” (1909), de Amedeo Modigliani
El mendigo de Livorno, óleo sobre lienzo (1909).

Si Baudelaire despertó el spleen en la poesía, Modigliani lo hizo en la pintura. Los retratos de Modigliani alargados casi al infinito, tristes y voluptuosos, encierran en sí un aura lúgubre que atrae, encierra y cautiva. Sus obras expresan el sentir de una Francia consumida por la bohemia, el arte y la libertad.

Se rescata de sus obras no sólo el valor estético, sino también su valioso esfuerzo por rescatar el erotismo y la sensualidad en una sociedad donde los preceptos de decencia anulaban otras posibilidades susceptibles de aprecio y admiración. Y, en este punto, Modigliani no es asimétrico con sus compatriotas italianos, pues en sus obras también pretende rescatar la subrepticia sensualidad femenina, asunto también presente en Botticelli y Boccaccio, pues mientras el uno presenta la desnudez femenina de manera subversiva poniendo trazos casi angelicales en las mismas, el otro busca, mediante la escritura, legitimar el valioso papel que juega la mujer en la sociedad y suprimir, a través del arte, la posición de privación y represión en que se encontraba (o se encuentra) la mujer. Aún más, Boccaccio tiene la valentía de escribir en su época: “Ellas, en sus delicados pechos, esconden timoratas y vergonzosas sus amorosas llamas (…); además, las mujeres viven restringidas por las órdenes de sus padres, madres, hermanos y maridos” (El Decamerón, Boccaccio). Modigliani no sólo se opone a dicha represión, sino que usa la representación del cuerpo femenino como un mecanismo de protesta para visibilizar una inconformidad social, no sólo con respecto a la mujer, sino también contra un arte al servicio del mercado, que consistía en imitación y donde se pretendía alcanzar lo bello mediante representaciones idealistas ajenas a toda realidad.

El concepto de melancolía juega un papel fundamental en las obras de Modigliani, y en este punto se refleja la influencia que tuvo Baudelaire en su obra. Aún más, esto explicaría cómo pueden confluir en sus pinturas percepciones tan disímiles como beatitud y aflicción, pobreza y magnificencia, beldad y tristeza. La vorágine infinita que emana de sus obras, sus retratos de vagabundos, hombres tristes y prostitutas, enseñan, a quien las ve, la mortalidad, la banalidad de pretensiones absurdas, la tristeza y el rostro de un mundo triste, olvidado e incoloro. Al mismo tiempo sus obras emanan la belleza, la beldad, la magnificencia que subyace allende a la superficie y que sólo quien tiene la osadía de aventurarse por terrenos enigmáticos encuentra.

“Mujer sentada vestida de azul” (1917-1919), de Amedeo Modigliani
Mujer sentada vestida de azul (1917-1919), Moderna Museet de Estocolmo.

El sentimiento de culpa es propio de los retratos de Modigliani. Particularmente en los ojos de sus retratos; ojos infinitos, que no miran hacia ningún lugar, pues no tienen pupilas, pero lo abarcan todo, lo devoran todo a su paso. Sin embargo, estos ojos aguardan consigo un sentimiento de culpa, de lujuria y desdén. De manera análoga, la vida de Modigliani está impregnada de este sentimiento de culpa: arriesgar todo por pintar lo que nadie jamás se atrevería, morir pobre, pero con una infinita sensibilidad frente a la realidad, vivir vituperado por una sociedad que creía en falsos preceptos morales, pero ser capaz de penetrar en la ruina, en la tristeza, en la melancolía, y construir a partir de allí un universo artístico inimaginable.

Una manera muy pertinente de definir las obras de Modigliani es con una cita de Balzac: “No tenía la belleza que le agrada a la gente, pero con esa hermosura fácil de reconocer, y que sólo enamora a los artistas” (Eugenia Grandet). En efecto, en su época fue rechazado porque no imitaba lo ordinario, porque no se sometió a estereotipos de belleza. Pero quien tiene la capacidad de entender su obra encuentra retratos que, aunque se asemejan a la realidad, paralelamente se vuelcan por lo inhóspito, lo enigmático, lo lúgubre. Modigliani fue capaz de entrar y sumergirse en la infinita sensibilidad humana como pocos, el problema fue que ésta lo envolvió y no pudo ya jamás salir de allí.

Tabernas, pobreza, vinos, poesía, prostitutas, drogas, nostalgia, desconsuelo, libertad y extrema belleza son asuntos inherentes a la obra de Modigliani, pero también a su vida. Desdichado y autodestructivo, consumía alcohol y drogas hasta la saciedad. Tal vez para olvidar que sus obras eran menospreciadas por sus mismos colegas quienes las consideraban por completo poco interesantes en la medida en que retomaba la desnudez, pues era un tema concerniente al arte renacentista y la antigüedad. Sin embargo, no dejaban de reconocer que sus desnudos traían consigo algo particularmente distinto y era, no sólo la posición de los retratos, sino hacia dónde se dirigía la vista de éstos. Pues están mirando fijamente al espectador, lo que lo obliga a reconocer que está, no sólo viendo, sino admirando a una prostituta. Este detalle (de hacia dónde se dirige la mirada) causó escándalo en su época.

Influido por el simbolismo, se decía de él que en noches de bohemia, poesía y pintura citaba de memoria versos tristes de los más grandes poetas: Mallarmé, Verlaine, Baudelaire… Pero sobre todo se recuerda de él citar de memoria La Divina Comedia hasta su muerte. Se habla frecuentemente de que Modigliani hacia uso constante de drogas y alcohol, pero muy pocas veces de su acérrima afición por la literatura. Además, su relación con las “musas venales” de París es particularmente explícita en sus obras. Su relación con la poeta Anna Ajmátova, con quien recitaba versos a dos voces, el trágico final de su gran amor Jeanne, con quien comparte en su epitafio: “Compañera devota hasta el sacrificio extremo”, es bien conocido, pero no menos apropiado para entrever cómo vivió Modigliani.

Sus obras guardan con él una relación implícita que tal vez sólo él pueda comprender, pero quien se acerque a ellas podrá intuir la relación que éstas guardan con su autor. Sus temáticas, lozanas, voluptuosas, pálidas y con un aire particularmente cautivante, como si quisieran expresar una profunda tristeza, manifiestan, a su vez, la vida de Modigliani, pobre por los barrios de Montparnasse y Montmartre atreviéndose a pintar lo que nadie había siquiera imaginado. Como en los verdaderos artistas su obra es un espejo de su vida, tal vez sus pinturas eran su refugio de una sociedad hostil incapaz de ver allende la superficie, su refugio de un mundo tosco y ordinario, su refugio del arte a disposición del mercado, su refugio de la irremediable soledad; sus obras eran, en fin, su refugio de la melancolía.

Autorretrato de Amedeo Modigliani (1919)
Autorretrato (1919), Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de São Paulo.

Quiero terminar este escrito con una cita de Baudelaire que puede resumir la vida y obra de Amedeo Clemente Modigliani: “Soy el vampiro de mi sangre / uno de esos abandonados, / condenados a risa eterna / cuya sonrisa es imposible” (“El heautontiomorumenos”).

 

Bibliografía

  • Balzac, Honoré de: Eugenia Grandet. Oveja Negra, 1972.
  • Baudelaire, Charles: Las flores del mal. Oveja Negra, 1982.
  • Boccaccio, Giovanni: El Decamerón. Círculo de Lectores, 1965.
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