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Fernando Vallejo y la lectura

viernes 2 de abril de 2021
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Fernando Vallejo
Vallejo no defrauda nunca; lo podrán tachar de histrión, soberbio, sentencioso, radical, faltoso, pero tiene una voz propia.
“Por eso yo digo aquí tantas palabrotas, porque están devaluadas, porque ya nada vale nada, hay demasiada gente, todo perdió su efecto, la palabra se ha vaciado de sentido y explota como una pompa de jabón”.
Fernando Vallejo, Entre fantasmas

Hablemos de la lectura. Todos lo sabemos, los prejuicios entre los que leen y los que no son de doble dirección. Ahora bien, de una cosa estoy seguro, porque aquí hay que decantarse, si bien es cierto que una persona que no lee no tiene por qué ser menos lista que otra, no olvidemos que hay una inteligencia natural; también lo es, o más, que la lectura siempre beneficia al que la practica, ya sea por el placer o conocimiento que le proporciona, o porque está más que demostrado, siquiera en nuestras propias carnes, que a la larga también proporciona la facultad de desarrollar ideas propias y ponerse en el lugar de los demás. De ese modo, nada resulta más ridículo, nada desacredita más al que lo hace, que reprochar a alguien su afición lectora; esto es, reprocharle incluso querer ir por la vida de superior, de listillo, sabiondo, pedante, por el solo hecho de abrir libros y hasta leerlos del principio a fin Alguno habrá, no digo yo que no, pero así como generalización, suena a complejo del que lo dice, porque sabe o intuye lo que se pierde y aun así se ve incapaz por pereza o impericia, razón por la que busca, siquiera de un modo instintivo, motivos para sospechar o denigrar al lector aludiendo a un supuesto elitismo, soberbia o ya sólo impostura. En todo caso, nada nuevo dentro de lo que se ha dado a llamar “antiintelectualismo”, esto es, la tendencia cada vez más arraigada en las clases populares que, por lo general, nutren los electorados de Trump, Bolsonaro, Maduro y otros, de despreciar por principio todo lo que huela a cultura o ya sólo a la pretensión de razonar, intentar ir más allá del cliché al uso o del eslogan empleado como un mantra con todo aquel que no es de nuestro palo. Nada nuevo, de no ser la condescendencia e incluso arrogancia con la que de unos años a esta parte los fanáticos de lo informático te martillean la cabeza con argumentos, tan interesados como representativos de lo que nos viene encima con las nuevas generaciones, de que la lectura ya no interesa a nadie, que los libros van a desaparecer, que en los tiempos venideros serán considerados poco más que una antigualla, esas cosas que utilizaban nuestros abuelos. No te hablan, no, de que los hábitos de lectura serán los que cambien, ni siquiera de que precisamente ahora con Internet el acceso a la cultura es más fácil y universal que nunca y la oferta, en especial la que atañe a los grandes clásicos cuya gratuidad es o será en breve inminente, prácticamente ilimitada. Los agoreros digitalizados a los que aludo se complacen de la idea de que ya no se leerá libros, ni en papel ni en pantalla. En realidad, se les nota demasiado el plumero, se les nota también que estarían más a gusto en un mundo sin libros porque así podrían sentirse en igualdad de condiciones con toda la gente, a la misma altura, no me pregunten cuál, no lo sé, no es mi problema, yo ni juzgo ni trato a las personas por lo que son sino por cómo son, espero que en general buenas, y si además son inteligentes pues mejor que bien, lo cual, por supuesto, ya sé que es esperar mucho. En todo caso, asunto peliagudo este del igualitarismo intelectual al que aspiran los que en vez de intentar desarrollar sus facultades cognitivas o intelectuales prefieren que otros dejen de hacerlo para no sentirse de menos. Pues eso, ellos se lo pierden, como otros nos perdemos el caviar ruso, los subidones de adrenalina haciendo puenting o el sexo tántrico.

Vallejo es un autor que ha hecho todo lo posible, a lo largo ya de su fecunda obra, por evitar ser a toda costa “positivo”.

Con todo, estimo que lo más importante que pierde el que renuncia a la lectura es la capacidad, precisamente, de discernir, no ya sólo cuánto puede haber de verdadera y hasta repulsiva jactancia en el discurso del prójimo, sino, sobre todo, qué parte de ésta es pura fachada para epatar, ya no sólo al burgués en exclusiva, sino a cualquier lector que tenga la suerte de disfrutar con la queja, el improperio más o menos gratuito, la hipérbole tirando a barriobajera, como verdadero género literario. Me refiero a un campo de las letras que ha sido cultivado, generando tanta devoción como rechazo, a lo largo de la historia, desde la antigüedad con Marcial, como el mejor exponente de la escritura sin pelos en la lengua, hasta nuestros días pasando, cómo no, por ese deslenguado y mala víbora que era Quevedo. Un género que en época contemporánea ha tenido como grandes figuras a autores de la talla de Céline, Thomas Bernhard o Fernando Vallejo, esto es, maestros de la exageración, de buscarle las cosquillas a todo, tocapelotas por mera inercia, eternos culos de mal asiento, o resumiendo, simples y puros quejicas. En su caso, claro está, la queja es todo eso que decía al principio, siquiera el principal combustible de una literatura cuya principal virtud es ofrecer el retrato vehemente, puede que hasta visceral, y siempre, siempre, original, personal, propio y poco más de un mundo o realidad previamente deformado por su cúmulo de prejuicios, manías y odios personales, un mundo o realidad que de ese modo se alejará de la mera fotografía costumbrista, de la mirada autocomplaciente o el efectismo esteticista. El resultado puede que no haga justicia a esa realidad, que la deforme hasta extremos de oprobio premeditado, que peque de mezquino y hasta de corto de miras; pero no hay nada exento de riesgo.

Esa es la teoría literaria o como se quiera llamarla. La práctica ya es otra cosa; tomemos como ejemplo al tan renombrado como discutido Fernando Vallejo (Medellín, 24 de octubre de 1942), escritor, biólogo, pensador y cineasta colombiano, nacionalizado mexicano, como ejemplo del efecto purgante y divertido de la queja como ingrediente principal de un relato, un autor que ha hecho todo lo posible, a lo largo ya de su fecunda obra, por evitar ser a toda costa “positivo”, “generoso”, “optimista”, transmitir buenas vibraciones en todo momento (como que las únicas que conozco yo son las del consolador).

Por lo demás, donde las ratas del Congreso colombiano les diera por regular también los entierros, esta es la hora en que no tendríamos menos de cinco millones de cadáveres insepultos, apilándose en diferentes grados de descomposición en las casas: unos más podridos que otros. ¡Qué tentación para los gallináceos! ¡Pobres! Como si a mí me pusieran un colegio de muchachitos en pelota enfrente y no los pudiera ni tocar.
Fernando Vallejo, El desbarrancadero

Sal de tu encierro oscuro de la neurosis y hazme caso a lo que te digo, yo que he ejercido veinte años la profesión con el doctor Flores Tapia: no hay mejor psiquiatra que una buena verga, Maruja, lo demás son cuentos. Dales rienda suelta a los desenfrenos de tu imaginación sin importarte Dios ni la sociedad. Dios no existe y la sociedad es una puta entelequia, Tú no, Tú eres real, de sangre y carne y hueso. Actúa en consecuencia, en congruencia contigo misma. Después, que se coman los gusanos tu recuerdo.
Fernando Vallejo, Entre fantasmas

La puta, la gran puta, la grandísima puta, la santurrona, la simoníaca, la inquisidora, la falsificadora, la asesina, la fea, la loca, la mala; la del Santo Oficio y el Índice de Libros Prohibidos; la de las Cruzadas y la noche de San Bartolomé; la que saqueó Constantinopla y bañó de sangre Jerusalén; la que exterminó a albigenses y a los veinte mil habitantes de Beziers; la que arrasó con las culturas indígenas de América; la que quemó a Segarelli en Parma, a Juan Hus en Constanza y a Giordano Bruno en Roma; la detractora de la ciencia, la enemiga de la verdad, la adulteradora de la Historia; la perseguidora de judíos, la encendedora de hogueras, la quemadora de herejes y brujas…
Fernando Vallejo, La puta de Babilonia

…no hay mezcla más mala que la del español con el indio y el negro, producen changos, monos, simios… salen una gentuza tramposa, ventajosa, perezosa, envidiosa, mentirosa, asquerosa, traicionera, ladrona y asesina, esa es la obra de España la promiscua, eso es lo que nos dejó cuando se largó con el oro…
Fernando Vallejo

La humanidad necesita para vivir mitos y mentiras. Si uno ve la verdad escueta se pega un tiro.
Fernando Vallejo, La virgen de los sicarios

Puede que Vallejo te incomode con la crudeza de sus libros, que te provoque un rechazo instintivo.

Vallejo no defrauda nunca; lo podrán tachar de histrión, soberbio, sentencioso, radical, faltoso, de todo lo peor para horrorizar y sobre todo escandalizar a los mojigatos de guardia. Empero, insisto por enésima vez, tiene una voz propia. Te podrá gustar o no, estarás de acuerdo con sus diatribas o todo lo contrario, pero nunca podrás decir que lo suyo te deja indiferente. A los biempensantes o bienquedas de oficio, los mansos de conciencia —de los creyentes mejor ni hablamos…—, seguro que les molesta la vehemencia exacerbada con la que arremete contra sus monstruos particulares: su Colombia natal con su prebostes corruptos e inútiles por igual a la cabeza, sus paisanos con su brutalidad y estulticia innatas como una condena heredada desde los tiempos de la Colonia, la perniciosa impronta de la Iglesia a la que tilda siempre como mujer de moral distraída a cambio de plata, su amor hacia los animales y el odio hacia todos aquellos que los maltratan o se sirven de ellos, el sexo liberador y esclavizador a partes iguales por culpa de los demonios resultantes de haber nacido en un continente donde la homosexualidad todavía es un gran tabú, la memoria de la infancia en el seno de una familia de posibles de Medellín y de cómo aquel paraíso se fue para siempre por su famoso desbarrancadero.

Así pues, puede que Vallejo te incomode con la crudeza de sus libros, que te provoque un rechazo instintivo, que hasta te aburra en algún momento cualquiera de sus letanías por ya reiterativas o gratuitamente provocadoras, pero sólo quien ha aprendido a disfrutar del placer de la lectura, e insisto que por muy en desacuerdo que pueda estar con las cosas que el de Medellín escupe en tinta, podrá reconocer que en esa forma descarnada de escribir hay una estética cuya última razón de ser es dejar constancia de un mundo literario propio y original. Eso es Literatura en mayúscula, lo demás, incluso lo que hacemos muchos en comparación, no va más allá de emborronar hojas.

Txema Arinas
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