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El poeta Octavio Paz y el 68 mexicano

martes 26 de octubre de 2021
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Octavio Paz
Octavio Paz escribiría en Posdata: “En 1968 se rompió el consenso y apareció otra cara de México: una juventud encolerizada y una clase media en profundo desacuerdo con el sistema político que nos rige desde hace cuarenta años”.

Al enterarse de lo que denominó “represión sangrienta”, el escritor mexicano Octavio Paz decide que no podría seguir representando a un gobierno que había obrado de una manera tan abiertamente opuesta a “mi manera de pensar”. Recordemos que Octavio Paz cuando ocurre la matanza de Tlatelolco era embajador de México en la India. A continuación parte de la carta que enviara a su amigo y jefe el secretario de Relaciones Exteriores de México, Antonio Carrillo Flores. En el extremo superior derecho de la misma, Paz puso: “Confidencial y personal”.

Anoche por la BBC de Londres me entero de que la violencia había estallado de nuevo. La prensa hoy amplía y confirma la noticia de la radio: las Fuerzas Armadas dispararon contra una multitud compuesta en su mayoría por estudiantes. El resultado: más de veinticinco muertos, varios centenares de heridos y un millar de personas en la cárcel. No describiré a usted mi estado de ánimo. Me imagino que es el de la mayoría de los mexicanos: tristeza y cólera.

Ante los acontecimientos últimos, he tenido que preguntarme si podría seguir sirviendo con lealtad y sin reservas mentales al gobierno. Mi respuesta es la petición que ahora le hago: le ruego que se sirva ponerme en disponibilidad, tal como lo señala la Ley del Servicio Exterior Mexicano. Procuraré evitar toda declaración pública mientras permanezca en territorio indio. No quisiera decir aquí, en donde he representado a mi país por más de seis años, lo que no tendré empacho de decir en México: no estoy de acuerdo en lo absoluto con los métodos empleados para resolver (en realidad reprimir) los derechos y problemas que ha planteado nuestra juventud.

Al conocer la noticia de que Octavio Paz no continuaría al frente de la representación diplomática de México en la India como consecuencia de los sucesos de Tlatelolco, una serie de intelectuales mexicanos, entre los que se encontraban Carlos Monsiváis, Gabriel Zaid, José Emilio Pacheco, Fernando Benítez, Vicente Rojo, Jesús Silva Herzog, Fernando del Paso, Elena Poniatowska y Juan García Ponce, firmaron una carta en la que decían: “Su valiosa actitud y alto ejemplo de dignidad humana merece nuestro más cálido elogio y afectuosa solidaridad”.

Al día siguiente de la masacre de Tlatelolco, Octavio Paz enviará al Encuentro Mundial de Poetas, al que había sido invitado y declinó participar, el siguiente poema, escrito en Nueva Delhi y que sería publicado en México por la revista Siempre:

México: Olimpiada de 1968

A Dore y Adja Yunkers

La limpidez
(quizá valga la pena
escribirlo sobre la limpieza
de esta hoja)
no es límpida:
es una rabia
(amarilla y negra
acumulación de bilis en español)
extendida sobre la página.
¿Por qué?
La vergüenza es ira
vuelta contra uno mismo
si
una nación entera se avergüenza
es león que se agazapa
para saltar.
(Los empleados
municipales lavan la sangre
en la Plaza de los Sacrificios).
Mira ahora,
manchada
antes de haber dicho algo
que valga la pena,
la limpidez.

Este poema fue la primera respuesta literaria importante a la matanza de Tlatelolco.

En 1972, el escritor mexicano Carlos Fuentes, quien fuera hijo de diplomático y que también estará en el Servicio Exterior mexicano como Embajador en Francia, escribió:

La ruptura más clara y digna de la inteligencia con el poder represivo la protagonizó Octavio Paz al renunciar al cargo de embajador de México en la India a raíz de la matanza de Tlatelolco. La naturaleza de la represión contra quienes se atrevían a soldar la inteligencia y acción la comprobaron en carne viva, al ser privados de la libertad, José Revueltas, Heberto Castillo, Eli de Gortari.

Aunque tres años antes de esta carta Octavio Paz, el 29 de mayo de 1969, le escribía a Carlos Fuentes dándole a conocer su desacuerdo con la siguiente afirmación: “Si Díaz Ordaz hubiese cedido a las peticiones de los estudiantes, México hubiera regresado a la anarquía y de ahí a una dictadura de izquierda”. Paz afirma:

El movimiento estudiantil no puso en peligro las estructuras sociales de México, sino a las políticas, en primer término a la anacrónica, anquilosada burocracia del PRI, y a la tradicional, sagrada imagen del Señor Presidente (una imagen con raíces prehispánicas y una indeleble coloración mágico religiosa).

Creo que la incapacidad del régimen para dialogar con los estudiantes e iniciar una reforma política democrática indica que el verdadero peligro reside en la extensión e intensificación de la represión (que no ha cesado desde el 2 de octubre). Ahora bien, la política de represión implica el fortalecimiento del Ejército. El PRI y el “Señor Presidente” dependerán más y más de las Fuerzas Armadas.

Una vez interrumpido el proceso de democratización el desarrollo económico se hará más lento hasta paralizarse: dictadura militar, marasmo económico, recaída en el ciclo espasmódico de la historia latinoamericana. La otra posibilidad (remota) es la reforma democrática… Pero ¿cómo y con qué fuerzas? Habría que movilizar a la clase media (eso estuvieron a punto de lograrlo los estudiantes) y, sobre todo, los obreros. Esto último, como muestra la historia del siglo XX en todo el mundo, es lo más difícil.

En “Crítica de la pirámide”, en su libro Posdata, Octavio Paz afirmaba:

En 1968 se rompió el consenso y apareció otra cara de México: una juventud encolerizada y una clase media en profundo desacuerdo con el sistema político que nos rige desde hace cuarenta años. Los tumultos de 1968 revelaron una grieta en el interior de la sociedad mexicana que podemos llamar desarrollada, es decir, en ese sector predominantemente urbano que forma cerca de la mitad de la población y que ha pasado en los últimos decenios por un acelerado proceso de modernización. Pero lo que otorga dramatismo y urgencia a la crisis del México moderno y desarrollado en su trasfondo: el otro México en andrajos, los millones de campesinos pobrísimos y las masas de semidesocupados que emigran a las ciudades y se convierten en los nuevos nómadas, los nómadas del desierto urbano.

En su ensayo “A cinco años de Tlatelolco”, Octavio Paz dice:

Lo que ocurrió el 2 de octubre de 1968 fue, simultáneamente, la negación de aquello que hemos querido ser desde la Revolución y la afirmación de aquello que somos desde la Conquista y aún antes. Puede decirse que fue la aparición del otro México, o, más exactamente, de uno de sus aspectos. Apenas si debo repetir que el otro México no está afuera sino en nosotros: no podríamos extirparlo sin mutilarnos.

Es un México que, si sabemos nombrarlo y reconocerlo, un día acabaremos por transfigurar: cesará de ser ese fantasma que se desliza en la realidad y la convierte en pesadilla de sangre. Doble realidad del 2 de octubre de 1968: ser un hecho histórico y ser una representación simbólica de nuestra historia subterránea e invisible.

Y hago mal en hablar de representación porque lo que se desplegó ante nuestros ojos fue un acto ritual: un sacrificio. Vivir la historia como un rito es nuestra manera de asumirla; si para los españoles la Conquista fue una hazaña, para los indios fue un rito, la representación humana de una catástrofe cósmica. Entre estos dos extremos, la hazaña y el rito, han oscilado siempre la sensibilidad y la imaginación de los mexicanos.

Washington Daniel Gorosito Pérez
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