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Raimundo Lulio, precursor español de la informática

domingo 31 de octubre de 2021
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Raimundo Lulio (Ramon Llull)
Raimundo Lulio o, en catalán, Ramon Llull, creía en la posibilidad de convertir al cristianismo, la religión verdadera, a musulmanes y judíos.

La arrogante y soberbia cultura anglosajona se ha negado persistentemente a reconocer que el verdadero precursor de la informática fue el sabio filósofo, poeta, misionero, teólogo, inventor y místico español de los siglos XII y XIII Raimundo Lulio, quien nace en la isla de Mallorca en 1232 y fallece en 1315 o 1316 después de regresar de arriesgada misión religiosa en África. Ingleses y estadounidenses dicen vehementemente que el iniciador de la informática fue el desgraciado sabio Alan Turing (1912-1954), un extraordinario hombre de ciencia y lógico británico del siglo XX. Esto no es enteramente cierto.

Quien hace esta extraordinaria afirmación que engalana a nuestra cultura hispana y mediterránea es el semiólogo italiano Umberto Eco (1932-2016) en un libro titulado La búsqueda de la lengua perfecta (1994). No pude menos que quedar sorprendido gratamente con las afirmaciones de este reputado intelectual latino. Hasta entonces creí ingenuamente que fue el empirismo anglosajón el padre de esta creatura que como las ciencias de la información se ha convertido en una de las revoluciones científicas más importantes de la historia, comparable o si no superior a la que ocasiona Gutenberg en el siglo XV con la imprenta o la máquina de vapor de James Watt en el siglo XVIII.

En efecto, Lulio tenía en mente una idea decididamente hispana, la evangelización, impulso que era como proemio a otra singular creencia medieval, la segunda venida de Jesucristo en la parusía. Como misionero creía en la posibilidad de convertir al cristianismo, la religión verdadera, a musulmanes y judíos, así como también sacar de su error a las herejías de su tiempo, tales como el averroísmo racionalista. Al convertirse el último hombre al cristianismo sobrevendría entonces la parusía.

Según Lulio, la máquina podía probar por sí misma la verdad o mentira de un postulado.

Ramon Llull, que tal es su nombre en la lengua catalana, se dedicó a diseñar y construir una máquina lógica. De naturaleza mecánica era tal artilugio; en ella las teorías, los sujetos y los predicados teológicos estaban organizados en figuras geométricas de las consideradas “perfectas” (por ejemplo, círculos, cuadrados y triángulos). Al operar unos discos y palancas, girando manivelas y dando vueltas a un volante, las proposiciones y tesis se movían a lo largo de unas guías y se detenían frente a la postura positiva (certeza) o negativa (error) según correspondiese. Según Lulio, la máquina podía probar por sí misma la verdad o mentira de un postulado.

Julián Marías nos explica de manera diferente la Ars Magna luliana:

Consiste en una compleja combinación de conceptos, referentes, sobre todo, a Dios y al alma, que forman unas tablas susceptibles de manejarse como un simbolismo matemático para hallar y demostrar los atributos de Dios. Estas tablas, de manejo difícil de comprender, se multiplicaron y complicaron cada vez más. Esta idea de construir la filosofía de un modo deductivo y casi matemático mediante una combinación general, ha ejercido luego una fuerte atracción sobre otros pensadores, en especial sobre Leibniz, pero el valor filosófico de estos intentos es más que problemático.

El religioso mallorquín bautizó su instrumento con el nombre de Ars Generalis Ultima (“Última arte general”) o Ars Magna (“Gran arte”), aunque hoy se le conoce a veces como Ars Magna et Ultima. El ingenio fue tan importante para él que dedicó la mayor parte de su gigantesca obra a describirlo y explicarlo. La realidad teórica subyacente en aquel artefacto era una fusión o identificación de la teología con la filosofía, orientada a explicar las verdades de ambas ciencias como si fueran una, una formidable idea que no agradó al cristianísimo papa Nicolás IV ni a la ortodoxia islámica.

En su afán de refutar a los musulmanes, Lulio exageró el concepto en el sentido opuesto: opinó que la doble verdad era imposible puesto que la teología y la filosofía eran en verdad la misma cosa. Equiparaba de este modo e identificaba a la fe con la razón. El incrédulo no era capaz de razonar, y el hombre de fe aplicaba una razón perfecta. De este modo creyó haber resuelto, gracias a las pruebas de significados lógicos y por supuesto al mecanismo por él ideado, la Ars Magna, una de las más grandes controversias de la historia del conocimiento: disolver la diferencia de la verdad natural de la verdad sobrenatural.

Estas explosivas ideas del monje mallorquín tuvieron gran repercusión con posterioridad a su muerte, ocurrida a comienzos del siglo XIV. Pico della Mirandola (1463-1494) confundió el método de Lulio con la Kábala, esoterismo que busca significados en la Torá hebrea; Giordano Bruno (1548-1600) termina en la hoguera al aplicar a ultranza su método; el filósofo germano Leibniz (1646-1716) se interesa en las ideas del monje medieval y las acerca al lenguaje informático.

Debemos tener en cuenta que Lulio vive y escribe en tiempos en que Cataluña era una gran potencia marítima en el Mediterráneo.

Lulio escribió la increíble cantidad de 243 libros que incluían materias tan diversas como la filosofía (Ars magna), la ciencia (Arbre de sciència, Tractat d’astronomia), la educación (Blanquerna, que incluye el Llibre de Amic e Amat), la mística (Llibre de contemplació), la gramática (Retòrica nova), la caballería (Libro del Orden de Caballería), novelas (Llibre de meravelles, que incluye el Llibre de les bèsties), y muchos otros temas y recursos (como el proverbio Llibre dels mil proverbis, o el silogismo (Llibre de la disputa de Pere i de Ramon, el Fantàstic. La ciutat del món), que el mismo autor de inmediato traducía al árabe y al latín. Toda su monumental obra fue escrita no en latín, la lengua de la cultura y el saber en ese tiempo, sino en su lengua natal, con lo cual se constituye en uno de los primeros autores en lenguas neolatinas, el catalán.

Debemos tener en cuenta que Lulio vive y escribe en tiempos en que Cataluña era una gran potencia marítima en el Mediterráneo, y es la expresión su obra de la madurez de la conciencia nacional catalana, un largo proceso que aún tiene sus dramáticas consecuencias en la España de nuestros días: la aspiración independentista de esta genuina y creativa versión de la cultura hispánica que goza de todo nuestro aprecio.

El espíritu enciclopédico de Lulio me recuerda a otro notable religioso, el sacerdote jesuita alemán de la época barroca: Atanasio Kircher (1601-1680), el último hombre que quiso saberlo todo y que tanto influye en nuestra poetisa mexicana sor Juana Inés de la Cruz (1648-1696). En España es Lulio el santo patrón de los informáticos, en tanto que el joven italiano de quince años Carlos Acutis, fallecido por leucemia en 2006, podría ser el santo patrono de Internet. Después de siete siglos la beatificación está aún a la espera de este genial y anticipativo hombre que como Lulio murió como consecuencia de su lapidación en Túnez, víctima de la intolerancia de la ortodoxia musulmana que no entendió el mensaje ecumenista de este singular monje catalán que aun en el siglo XXI nos maravilla con sus extraordinarias clarividencias.

Puso su vida el monje mallorquín al servicio del diálogo entre cristianos y musulmanes, un encuentro que todavía resulta inaplazable en los días que corren. Cuando escribo estas notas recibo la terrible noticia de una serie de atentados criminales en Viena, la capital austríaca, lo que dramáticamente nos recuerda la máquina lógica de Lulio, artilugio con el que intenta conciliar las dos grandes religiones del monoteísmo ese hombre excepcional que vivió en un siglo iluminado, el siglo XIII, coetáneo al teólogo Tomás de Aquino, el viajero Marco Polo, el filósofo Roger Bacon, el santo Francisco de Asís, el rey Alfonso X el Sabio, el místico san Buenaventura, el filósofo Guillermo de Ockham, el poeta Dante. Toda una centuria magnífica que anuncia claramente el nacimiento de la modernidad y que tuvo en Raimundo Lulio a uno de sus más brillantes precursores en este apóstol de la tolerancia y el diálogo del cual estamos tan ayunos en el tercer milenio.

 

Referencias

  • Eco, Umberto. La búsqueda de la lengua perfecta. Editorial Crítica. Biblioteca de Bolsillo. Barcelona, 1994. 320 págs.
  • Marías, Julián. Historia de la filosofía. Revista de Occidente. Madrid, 1976. 506 págs.
  • Ordóñez, Javier, Víctor Navarro, José Manuel Sánchez Ron. Historia de la ciencia. Editorial Espasa Calpe. Colección Austral. Madrid, 2006. 639 págs.
Luis Eduardo Cortés Riera
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