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Arte vida literatura

martes 19 de julio de 2022
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Arte vida literatura, por María Méndez Peña
Tiempo y espacio exhiben la decadencia de los poderosos.

Ese tenue punto azul… Así llamó Carl Sagan al planeta Tierra en medio del polvo cósmico cuando una fotografía nunca antes tomada mostraba al planeta desde una nave espacial que en febrero de 1990 transitaba entre los anillos de Saturno. La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida, agregaba. Es una mirada desde la ciencia hacia el futuro.

Desde el pasado, las sandalias de un faraón perviven mostrando vínculos entre la vida, el arte y la escritura iniciados en el alba de los tiempos. Se conservan en perfecto estado esas piezas confeccionadas en oro, cuero y fibra vegetal con símbolos hieráticos plasmados en las suelas. Sabiduría y artesanía ancestral labrada en objetos arqueológicos que hoy muestran señas de aquellas misteriosas culturas milenarias. Sandalias que representan lo particular enlazado a lo universal. Sólo el arte y la literatura subsisten y trascienden.

Están en exhibición en el Museo de El Cairo, un hallazgo conservado en perfectas condiciones desde los tiempos predinásticos. La joya de la exposición es el par encontrado en la tumba de Tutankamón —dinastía XVIII— confeccionadas en fino cuero repujado con figuras pintadas, piezas dispuestas en el ajuar funerario del faraón para que caminase en el viaje por el inframundo y el más allá. Muestra ritual de significado (objeto) religioso con significantes (relaciones) ceremoniales.

Siglos atrás en el desierto una tormenta de arena escondió una gran esfinge.

En una fotografía de 1882, una colosal estatua luce casi pequeña, semihundida en las arenas del desierto. Esa imagen hoy me trae recuerdos de otras antiguas figuras y tradiciones. Éstas cuentan que siglos atrás en el desierto una tormenta de arena escondió una gran esfinge. Sucedió en Egipto, donde Tutmosis IV, faraón de la dinastía XVIII, ordenó trabajos para retirar la arena que la había ocultado, y por semejante devoción él fue recompensado, tuvo un reinado venturoso tal como el dios Sol en un sueño revelador le había prometido. Efigie artística entre sueños y arenas.

También se cuenta que, durante años, la arena del de­sierto cubrió y ocultó una efigie de la diosa Hathor, quien llevaba en sus manos el disco solar y la cruz ansada, según muestran las pinturas de un templo dedicado a Nefertari, es­posa de Ramsés II. Desde las más antiguas dinastías, la construc­ción y la arquitectura de los templos estaban perfectamente calculadas y proporcionadas de manera tal que sólo dos días al año, sólo durante los solsticios, la luz solar llegaba al fondo del santuario alumbrando a medida del orto, uno a uno, los rostros de piedra de las distintas divinidades allí representadas. Entre 1880 y 1890 un poeta encontró ese templo inclinado en la roca viva y a la entrada leyó una inscripción labrada en pulido mármol que decía: “A Nefertari, por cuyo amor se eleva el dios Sol”.

Se transmitieron alusiones a Ozymandias y llegaron al poeta inglés Percy B. Shelley, quien en 1817 escuchó recitar esta inscripción: “Rey de Reyes soy yo, Ozymandias”. Desde Egipto un faraón legó un apodo y una estatua que cimentaron vínculos entre el arte y la literatura más allá del quehacer local y el andar humano. La estatua inspiró un soneto, los dos elementos de este caso particular: Ozymandias era el apodo de Ramsés II, de la dinastía XIX, y en el siglo XIX llega a Londres una colosal escultura previamente adquirida para el Museo Británico entre muchas otras piezas negociadas por aventureros en los mercados de El Cairo.

Contemplando la figura de piedra, Shelley escribió un poema considerado como pieza ejemplar de toda la literatura universal, y hasta décadas recientes la estatua y el soneto son ampliamente aprovechados en la creación, inspiración y trasmisión de más arte y más literatura. El poema “Ozymandias” es una joya de la poesía de todos los tiempos en razón de su contenido y simbolismo. Soneto famoso por las metáforas del desierto y el trasfondo atinente a la brevedad de la vida, a la extinción ineludible del poder mientras que el tema gravita en torno a la decadencia y la ruina de los imperios bajo los efectos del tiempo en las arenas infinitas.

Hay un poderoso trasfondo histórico, pues el poeta entreteje hilos e historias plasmando la fragilidad y la arrogancia del dominio político. Aún persiste la recia sabiduría contenida en las metáforas referentes a la fugacidad de los reyes y gobernantes. Aún se transmite la sapiencia de las relaciones significantes implícitas entre cinco sujetos enlazados en los versos, el poeta, un viajero, un rey, un escultor y otros reyes. Perdurable belleza y asombro por la sintaxis y gramática del soneto recitado en diferentes idiomas. Es la mirada de un escéptico sagaz que observa la realidad y el dominio de reyes y poderosos destinados a desaparecer. Es la ruina de ese dominio bajo el efecto del tiempo que todo lo devora. Este es el soneto:

Encontré a un viajero de un antiguo país
y me dijo: dos piernas de piedra colosales
se yerguen sin su tronco en medio del desierto.
Junto a ellas se encuentra, semihundido en la arena,
un rostro hecho pedazos cuyo ceño fruncido
y sonrisa de burla y de arrogante dominio
confirman que su autor comprendió esas pasiones,
y grabadas en piedras inertes, sobreviven
a la mano que supo copiarlas con desprecio
y al mismo corazón que las alimentará.
Sobre el pedestal se leen estas palabras:
Mi nombre es Ozymandias, soy Rey de Reyes.
Considerad mis obras. Y rabiad, ¡oh poderosos!
Nada queda a su lado. Más allá de las ruinas
de ese enorme naufragio, desnudas e infinitas,
solitarias y llanas se extienden las arenas.

Viajando por desiertos los escritores se inspiraron y, ya que la lista es larga, valga invocar un pasaje del poeta Rainer Maria Rilke: “Hoy recorrimos a caballo el grandioso valle donde reposan los faraones. A cada uno de ellos lo sostiene la carga de una montaña entera y sobre ésta el sol se apoya con todo su peso y esplendor como si la ta­rea de contener a esos reyes fuese superior a sus fuerzas”. Rilke alude a las estatuas talladas entre las rocas y al interior de los templos en Abu Simbel, Luxor, Menfis, Carnac y Abidos.

Antaño los templos fueron construidos en honor al dios Sol, hogaño las enormes estatuas aún perviven por él iluminadas.

Artistas, poetas y escritores venían observando que a las estatuas de los faraones, el sol al amanecer las perfila absortas, con el semblante duro, la pupila fija, los la­bios tensos. Luego, el orto solar los corona llenando los ojos de flama dorada, luz que, al rozar los labios, las bocas tiem­blan y una ligera sonrisa parece iluminar la faz de cada rey. Es la luz solar deslumbrando, deslumbrante durante los instantes de los solsticios, luz que todo lo transmuta en fulgor dorado. Antaño los templos fueron construidos en honor al dios Sol, hogaño las enormes estatuas aún perviven por él iluminadas.

Otra efigie de Ramsés II fue hallada en Menfis en el templo de Ptah, dios creador, señor de la magia, maestro constructor y protector del arte, patrón de artesanos, arquitectos y escultores; las sandalias de Tutankamón y la máscara funeraria tallada en lapislázuli y oro fueron localizadas en Luxor, Valle del Nilo. Muestras de arte particular que trascendieron como creación universal. Monumentos y elementos artísticos recuperados desde la arqueología.

En Egipto las arenas milenios atrás cubrían y ocultaban pirámides, templos, recintos funerarios y estatuas mientras la luminosidad del desierto, gracias al cielo sin nubes, pro­ducía ostentos solares y visiones oculares. Han pasado siglos y se constata que la es­finge en Guiza subsiste y resguarda su enigmática sonrisa. Es una estatua colosal con rostro humano y cuerpo de león tumbado que impresiona a los paisanos, quienes lo apodaron Tío Miedo. Ellos aún repiten a los turistas que, desde lo alto, el coloso murmura: “Viajeros que hasta Egipto hoy llegáis, cuarenta y seis siglos os contemplan”.

Tiempo y espacio exhiben la decadencia de los poderosos, el orgullo y la vanidad de dominio (negociado y pregonado hoy por los mass media y la televisión) de presidentes, ministros y senadores, supremacía atada a los efectos implacables del tiempo. Del polvo vienen y al polvo volverán… Entre las ruinas urbanas, las arenas del desierto y aquel punto azul cósmico.

María Méndez Peña
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