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Atenea: del mito a la creación artística y literaria

lunes 3 de mayo de 2021
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Atenea: del mito a la creación artística y literaria, por María Méndez Peña
La diosa de las mil ocupaciones y oficios, así invoca Publio Ovidio a Atenea.

Despliegues y transiciones

Argumenta Robert Graves que el mito ha sido siempre una validación sucinta de leyes enigmáticas, ritos y usos sociales. Es la reducción a taquigrafía narrativa de pantomimas rituales arcaicas realizadas en festivales estacionales, registradas gráficamente en paredes y frisos de grandes templos y palacios y trazadas en cráteras y ánforas de cerámicas, sellos, cofres, lozas, miniaturas en marfil, cascos y escudos, y esos registros refieren prácticas vinculadas a la fertilidad agrícola en los campos y la estabilidad del poder de la realeza.

Las reinas-diosas en toda la región griega habían precedido a los reyes y la tríada de las fases lunares representaba a una sola diosa, Atenea la doncella, Afrodita la ninfa y Hera la anciana. “Contemplamos la luna —escribe Jorge Luis Borges— como espejo del tiempo y la idea de tiempo nos recuerda que la luna es muy antigua, que está llena de mitos y es tan vieja como el tiempo”.

La luna y sus fases correspondían a cambios asociados a la diosa-reina y sus cultos se extendían por distintos pueblos del Mediterráneo. Las investigaciones recientes informan pormenores de los mitos y ritos asociados al matriarcado durante esos períodos arcaicos e indican que la mitología griega incluía adquisiciones de Mesopotamia, Creta, Egipto, Palestina, Libia y Frigia. Esa mitología luego fue plenamente asimilada por los romanos.

Gracias a las excavaciones comenzadas en el siglo XIX recién podemos apreciar cerámicas, miniaturas y frisos que recogen siglos de mitos mediante figuras de reinas, héroes y deidades. Los mitos eran narraciones orales acerca de lo invisible que expresaban vínculos entre los hombres, los animales, la madre naturaleza, las divinidades y los astros y el cielo. Es frecuente en la mitología griega encontrar términos afines al narrar sucesos referidos a una diosa o una reina, especialmente en los tiempos arcaicos del matriarcado cuando la maternidad era un misterio y esa afinidad también se manifestaba en los ritos y cultos religiosos.

Junto al despliegue de esa mitología hubo creaciones artísticas inspiradas en la diosa patrona de Atenas exhibidas en templos, esculturas y artesanías.

Entre esas narraciones orales, las de Homero sobre la guerra y las de Hesíodo sobre la paz marcaron hitos en contextos determinados por importantes cambios político-religiosos. Quienes estudian la mitología griega sostienen tesis que guardan rigurosa relación con los registros antropológicos, históricos y arqueológicos atinentes a esos cambios. Anotamos una primera tesis respecto a la mitología que corresponde a las relaciones cambiantes entre la diosa-reina y sus amantes, época vinculada a sacrificios y ritos estacionales periódicos y que terminó aproximadamente cuando se conoce la Ilíada escrita; otra tesis alude al eclipse de la reina-diosa y al tránsito hacia una monarquía masculina que es la transición de la Grecia prehelénica a la Grecia helénica, y otra refiere los tránsitos del matriarcado hacia el patriarcado en cuanto a descendencia, sucesión y herencia desde la línea paterna. En fin, son distintos los estudios que apuntan a un argumento general… en sucesivas etapas las cambiantes dinámicas limitaron la creación de nuevos mitos.

La antropóloga Jane Ellen Harrison se dedicó a analizar las relaciones entre los descubrimientos arqueológicos del siglo XIX con la religión y los mitos griegos. Respecto el nacimiento de Atenea señala que “se trata de un exagerado recurso teológico para despojar a Atenea de su condición matriarcal con una insistencia dogmática en torno a la sabiduría como prerrogativa masculina”.

En ese contexto se inscriben los mitos referidos a Atenea que narran distintas dinámicas en las regiones del Mediterráneo donde cada cultura mantuvo sus cultos e ídolos primigenios, y junto al despliegue de esa mitología hubo creaciones artísticas inspiradas en la diosa patrona de Atenas exhibidas en templos, esculturas y artesanías. Mitos y artes conformaron una singular dinámica, transmitiendo un poder civilizatorio de alcance universal.

En la mitología griega los animales y las bestias ocupaban lugares destacados; igual en la religión y la vida cotidiana. Consideremos la quimera, que era una cabra, y hace cuatro mil años no podía resultar más fantástica que cualquier otro emblema religioso, heráldico, propagandístico y turístico en la actualidad; era un animal solemne y de forma compuesta: tenía cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente, y se encontraron quimeras en las paredes de un templo hitita y en la cuenca del Mediterráneo se localizaron muestras de otros animales compuestos como el unicornio, el fénix y la esfinge; la quimera era una representación dramática y sus registros iconográficos se convirtieron en la primera autoridad o la primera carta constitucional de las instituciones religiosas de cada tribu, clan o ciudad. Circulan por Internet cientos de mapas y recreaciones de bestias y animales referidos a las antiguas mitologías y respecto a Grecia encontramos un maravilloso mapa con bestias de agua y tierra; allí aparecen el centauro, el hipocampo, el minotauro, la pitón, el cebero, la gorgona, el tritón, el pulpo, la quimera, el unicornio, las nereidas, la arpía, la esfinge, Pegaso, el fénix, los sátiros y otros más. El toro también era un símbolo ampliamente apreciado, pues era un marcador de calendario animal cuya temporada de parto comenzaba en mayo, el mes de Tauro, de manera que varios animales en su origen primario eran símbolos marcadores de ciclos y ritmos del tiempo en calendarios donde cada componente representaba una estación del año sagrado.

Los primeros dioses autóctonos fueron de los pelasgos y eran dioses terrestres. Gea era la diosa Tierra y con sus deidades subalternas habitaba en cavernas, ríos y árboles; había un dios para cada virtud y cada vicio, cada profesión u oficio, cada viento, río y manantial, y había otras deidades aterradoras que moraban en cavernas subterráneas. En otra etapa, los mitos aluden a unos dioses que habitan en el cielo y esta es una invención de los invasores aqueos luego de sustituir a Gea por Zeus. Es la imposición de la religión de los señores dominantes y son las transiciones del matriarcado de la diosa-tierra hacia el patriarcado de unos guerreros que se proclamaron reyes descendientes de dioses. En síntesis, las diosas eran reinas en los tiempos arcaicos y los reyes fueron dioses desde la dominación de los aqueos.

Indro Montanelli, en su fascinante obra Historia de los griegos, expone dos rasgos específicos de la Grecia antigua: la mezcla de razas, pelasga, aquea y doria, y la plétora de divinidades que llegaron a venerar, tantos que, según Hesíodo, “no hay hombre en el mundo que pueda recordar a todos”. Esas divinidades, prosigue Montanelli, conformaron un panteón, inquieto, chismoso, litigioso sin jerarquía definitiva y de luchas continuas entre familias, y si bien cada polis elegía su protector o patrona, todas llegaron a reconocer la suprema superioridad de Zeus.

En Delfos, Apolo destruyó el templo de Gea, se impuso como dios victorioso y retuvo a una sacerdotisa, la pitonisa.

Robert Graves, al examinar a un héroe como Heracles —Hércules entre los romanos—, antepone una argumentación pertinente para abordar y estudiar los mitos: la fábula de Heracles es “una clavija donde se han colgado un gran número de mitos relacionados, no relacionados y otros contradictorios”; no obstante, él representa al rey sagrado en la Grecia primitiva, consorte de una ninfa tribal, la diosa Luna encarnada.

En la mitología, Zeus unas veces se disfrazaba de hombre y otras veces aparecía personificando a un rey, porque cuando cada rey sagrado renacía en su coronación se convertía nominalmente en hijo de Zeus y renunciaba a su ascendencia mortal. Además de las contradicciones, también se detectan variaciones confusas en las genealogías que por entonces se exaltaban, de manera que Diodoro Sículo habla de tres héroes llamados Heracles, un egipcio, un cretense y el hijo de Alcmena; Cicerón comenta de seis y Varrón menciona cuarenta y cuatro. Además, la vida de héroes como Heracles y Dédalo alcanzaba varias generaciones, pues no se aludía a un nombre sino a un título. La fábula de Heracles era también una variante primitiva de la epopeya del Gilgamesh babilonio y ambos tenían ascendencia divina. En fin, se trata de narraciones complejas que unen elementos diversos tomados en préstamo a regiones vecinas en el Mediterráneo.

Templo de Atenea Pronea en Delfos
Templo de Atenea Pronea en Delfos, Grecia.

Narraciones complejas, elementos diseminados y dioses en disputas caracterizan los mitos de un santuario de la Grecia primitiva, es Delfos en el monte Parnasos. Las luchas por territorios eran frecuentes entre caudillos locales y entre dioses también surgían por un templo santuario; en unos prevalecía la ocupación de territorios y en otros la posesión de oráculos. La mitología narra que en Delfos, Apolo destruyó el templo de Gea, se impuso como dios victorioso y retuvo a una sacerdotisa, la pitonisa, y por Homero se conocen detalles sobre ese gran espacio religioso, el más visitado desde el siglo VIII a. C., el ombligo u ónfalo del mundo, y por Cicerón se conocen leyendas de cuatro dioses con el mismo nombre, Apolo. En Delfos gobernaba una teocracia y el recinto abarcaba el majestuoso templo del dios, el santuario de Atenea Pronea, otros templos menores, aras y pilares de sacrificios, rotonda, fuentes de agua, teatro y ágora.

Otras fuentes explican que, tras una rebelión de la población prehelénica, tratada en la Ilíada como una conspiración contra Zeus, las diosas quedaron subordinadas a éste aunque no excluidas por completo (como sí lo fueron en Jerusalén), pues ellas conservaron sus títulos y cultos; que el dios Apolo poseía extensiones de tierras y esclavos y los sacerdotes del templo recibían cuantiosos regalos de reyes y hombres ricos que acudían a Delfos a consultar el sagrado oráculo.

Por etapas sucesivas el mito se frenó y la literatura épica se encumbró. Disminuyó el mito como expresión oral y creció el impulso de la observación e historia escrita. Apolo permaneció como dios solar de la sabiduría, nueve musas lo acompañaban y la fundación de las colonias griegas en el Mediterráneo se hacía obedeciendo sus faustos anuncios. Hasta el período clásico, la filosofía, la astronomía, la música, la matemática y la medicina se practicaban bajo su protección. Apolo enseñaba la moderación y las frases “conócete a ti mismo y nada en demasía” surgieron de sus labios según la leyenda, si bien fueron atribuidas a dos filósofos que las incluyeron en sus escritos.

En Delfos las primeras exploraciones se realizaron en 1686. A fechas recientes las imágenes muestran monumentos suntuosos y trazados armoniosos en la construcción de una polis que exhibe las cimas de aquella cultura refinada y modelo de civilización. Al inicio de las excavaciones, siglo XIX, el poeta inglés Percy B. Shelley, autor del famosísimo soneto “Ozymandias”, considerado una joya de la poesía en razón del trasfondo mítico y las lecciones históricas, exaltaba esa herencia cultural afirmando: “Nuestras leyes, nuestra literatura, nuestra religión y todas nuestras artes tienen su raíz en Grecia”.

 

Mitos y aedas

Comenzamos considerando unos textos de Homero pues la épica revela pormenores acerca de los atributos y poderes de Atenea y otras divinidades del panteón olímpico. La Ilíada y la Odisea son obras que todavía conservan la singular belleza de sus hexámetros y el atractivo épico que las distinguió desde la versión escrita sobre tabletas de arcilla en el siglo VII a. C. En la Ilíada, canto V, se encuentran estos versos:

Atenea, hija de Zeus, que lleva la égida, dejó caer al suelo el hermoso peplo bordado que ella misma tejiera y labrara con sus manos, vistió la coraza de Zeus, que amontona las nubes, y se armó para la luctuosa guerra. Suspendió de sus hombros la espantosa égida floqueada que el terror corona: allí están la Discordia, la Fuerza y la Persecución horrenda; allí la cabeza de la Medusa, monstruo cruel y horripilante, portento de Zeus que lleva la égida. Cubrió su cabeza con áureo casco de doble cimera y cuatro abolladuras, apto para resistir a la infantería de cien ciudades. Y subiendo al flamante carro, asió la lanza poderosa, larga, fornida con que la hija del prepotente padre destruye filas enteras de héroes cuando contra ellos monta en cólera.

Este pasaje épico realza los atributos de Atenea, diosa guerrera, belicosa y temible tanto como Aquiles, a quien Homero enaltece desde la primera la línea de la Ilíada con aquel verso que cuando adolescentes escuchamos: “¡Canta, oh diosa! La cólera del pélida Aquiles”. Ya se trate de una diosa o un héroe, la épica resguardaba y transmitía los modelos ínsitos de la antigua Grecia. Estos versos sobre Atenea muestran correspondencias con las cerámicas de figuras rojas sobre fondo negro trazadas en un ánfora del año 470 a. C. denominada “Atenea armándose”, de manera que la épica homérica así como los mitos y artesanías coinciden respecto a los símbolos atribuidos a la diosa. El pasaje transmite señas acerca de las acciones previas a un combate, cuando ella cambia de vestimenta, suelta el delicado peplo bordado y se cubre con las armas de una guerrera; los adjetivos califican su figura y su accionar que movilizan el terror, el espanto, la fuerza, la discordia, la cólera y la guerra. Zeus es aludido cuatro veces en tan pocas líneas y se exalta su suprema jerarquía no dejando dudas de que la hija heredó sabiduría y poderes por vía paterna.

Una aristocracia militar masculina se reconcilió con la teocracia femenina existente, no sólo en Grecia peninsular sino también en la Creta insular.

Anotamos consideraciones que los especialistas han sistematizado acerca del nacimiento de Atenea. Se estima que probablemente era la diosa protectora de un palacio real, pues en una inscripción de Cnosos es mencionada como Señora de Atenas y también en una tablilla minoica es nombrada como Atenea de Zeus o Divina Atenea; los autores de obras del período clásico registran otra etimología y es el caso de Platón, quien en el Cratilo argumenta que el nombre de Atenea corresponde a una inteligencia divina mientras que Ovidio la invoca como la diosa de mil ocupaciones.

La maternidad era el misterio primordial del matriarcado en los tiempos arcaicos. Una vez aceptada la relación entre el coito y el parto, la posición religiosa del hombre comenzó a mejorar poco a poco y se dejó de atribuir a los vientos y los ríos la preñez de la mujer. Además, las invasiones aqueas del siglo XIII a. C. debilitaron la tradición matrilineal y cuando llegaron los dorios en el segundo milenio la sucesión patriarcal se había convertido en la regla imperante. Una aristocracia militar masculina se reconcilió con la teocracia femenina existente, no sólo en Grecia peninsular sino también en la Creta insular, donde los guerreros invasores fueron aceptados como hijos de la diosa-reina local y ésta aportó reyes descendientes. El rey se imponía como representante de Zeus, Poseidón o Apolo, y todos los mitos que narran seducciones de ninfas o princesas por dioses corresponden a casamientos entre los nuevos caudillos y las sacerdotisas locales.

Los señores aqueos contrataban a aedas como Homero para escuchar las gestas de sus antepasados que alababan y narraban pormenores de un árbol genealógico donde se unía a cada señor-rey con un determinado dios del panteón olímpico. Cuando todavía no había templos, el señor se autoproclamaba rey, concentraba todos los poderes (religiosos, militares y judiciales) y reunía a los grupos de familias en asambleas; aún no había leyes escritas y las guerras que los aqueos emprendieron, primero contra Creta en Cnosos a cargo de Teseo, y luego contra Troya con Agamenón y Menelao, reportaron inmensas riquezas, abrieron las rutas comerciales a todo lo ancho del Mediterráneo y los reyes alcanzaron total supremacía.

Mientras estudiaba textos antiguos, la antropóloga inglesa Jane E. Harrison analizó el manejo y la inclusión de recursos teológicos en las dinámicas del matriarcado hacia el patriarcado, cambios que los historiadores reportaron como transiciones religiosas y transacciones políticas. Igualmente reveló que los aedas y mitógrafos iban intercalando dogmas al narrar esas dinámicas.

Se estima que la transición del matriarcado al patriarcado se realizó tanto en el Medio Oriente como en otras regiones del Mediterráneo a partir de una rebelión del consorte hacia la reina-diosa contra sus poderes, atributos y títulos. Siendo así, la primitiva mitología griega describe las cambiantes relaciones entre los miembros de la realeza y narra el ocaso de la reina-diosa-madre de la Tríada Lunar y el ascenso de una monarquía masculina ilimitada.

Que Zeus se tragara a Metis y diera a luz a una Atenea adulta por un orificio de su cabeza no es una fantasía, sino más bien un ingenioso dogma teológico que unifica tres versiones contrapuestas acerca del nacimiento de Atenea, a saber:

  • Atenea era hija partenogénica de Metis, la figura más joven de la Tríada encabezada por Metis, diosa de la sabiduría.
  • Zeus se traga a Metis; vale decir, los aqueos suprimieron su culto y atribuyeron toda la sabiduría e inteligencia a Zeus, dios patriarcal.
  • Atenea era hija de Zeus; es decir, los aqueos no destruyeron los templos de Atenea siempre que sus adoradores aceptaran la suprema soberanía patriarcal de Zeus.
Atenea Niké y Zeus
Atenea Niké y Zeus. Pieza de cerámica del siglo VI a. C.

Una hermosa pieza de cerámica del siglo VI a. C. muestra a Atenea Niké conduciendo un carro de cuatro caballos al lado de un Zeus que entabla un mítico combate con relámpagos contra un gigante. Venimos comentando muestras artísticas y aportes de especialistas que abren comprensiones hacia los mitos en general y los de Atenea en particular, sea ella presentada como princesa local o como diosa del Olimpo. Seguimos con la Ilíada, donde Homero realza otros aspectos de Atenea cuando la diosa acude presurosa a animar a los aqueos y entre sus preferidos están Odiseo y Diomedes Tidida; acerca de éste, los versos dicen:

Entonces Palas Atenea infundió a Diomedes Tidida valor y audacia para que brillara entre todos los argivos y alcanzase inmensa gloria, e hizo salir de su casco y de su escudo una incesante llama parecida al astro que en otoño luce y centellea después de bañarse en el Océano. Tal resplandor despedían la cabeza y los hombros del héroe cuando Atenea le llevó al centro de la batalla, allí donde era mayor el número de guerreros que tumultuosamente se agitaban.

Con la épica de Hesíodo, Homero y Virgilio, se extendió el arco de las manifestaciones artísticas.

Mediante metáforas Homero invoca a Atenea y las fuerzas sobrenaturales para infundir osadía y coraje a Diomedes en el fragor de la batalla. La épica homérica pinta la guerra entre dos grandes ejércitos frente a las murallas de Troya y narra las luchas entre las divinidades del panteón olímpico, deidades que protegen a sus héroes favoritos, sean helenos o troyanos. Era una guerra entre ejércitos y una lucha entre diosas y dioses. Transcurrieron los años de esa cruenta guerra, tras los cuales dos insignes héroes sobrevivieron, cada uno con un destino superior según transmiten las leyendas en Occidente. De uno se cuenta que resistió por su valor y astucia, retornando a Ítaca para ser inmortalizado por Homero como Odiseo. El otro, Eneas, atacado precisamente por Diomedes Tidida, y segundo jefe entre los troyanos después de Héctor, estaba predestinado hacia un glorioso destino que Virgilio canta sobre la fundación de Roma en la Eneida.

Con la épica de Hesíodo, Homero y Virgilio, se extendió el arco de las manifestaciones artísticas, y gracias a los aedas las leyendas y la literatura se multiplicaron entre pueblos y regiones. Las transiciones abrieron camino al logos en cuanto lenguaje y pensamiento, de manera que ese nivel de abstracción se diseminó por doquier.

 

Atenea escribiendo
Atenea escribiendo. Ánfora de 470 a. C. Museo de París.

Atenea escribiendo

Un ánfora del año 460 a. C. muestra a Atenea escribiendo… sobre una tableta de arcilla con un cáñamo en la mano; el escudo se apoya en la pierna izquierda, la lanza descansa sobre el pedestal, una piel de cabra cubre a la diosa, su cabello oscuro y largo sobresale del yelmo y ella luce ataviada con el típico peplo dórico. Tenemos por delante la sobria figura artística de una mujer adornada con los símbolos que la mitología le ha consagrado. Según ésta, la diosa residía en la Acrópolis como guardiana de la polis, era la diosa de la sabiduría y la patrona de muchas ocupaciones y oficios.

El artesano creador coloca la figura sobre un mosaico bordeado con la inconfundible llave griega que distingue las esculturas y artesanías de diferentes épocas. El marcado contraste entre el fondo negro y la figura ocre dorada resulta atrayente y poderoso. Esta pieza denota la transición de una Grecia arcaica a una Grecia clásica, corresponde al período de las figuras sobre fondo negro, fue localizada cerca de Atenas y se exhibe en el Museo de París. Han pasado veinticuatro siglos y la pieza conserva su misterio y exhibe aquellos símbolos míticos apegados a la diosa protectora de las técnicas y las artes en Grecia, donde el nombre de Atenea podía corresponder a una diosa o un ídolo, nombre también asociado a Pronea, Niké y Promacos según los lugares y cultos celebrados en su honor.

Contemplamos por la Web un ánfora ática donde aparece Atenea con una tableta y un cáñamo entre sus manos. La diosa está escribiendo, imitando a los humanos. Cabe imaginar a un hábil artesano enalteciendo su figura mediante la escritura, la noble invención que nos hizo humanos y distinguió a los griegos en virtud de las otras artes civilizadas que, según leyendas, la diosa les inspiró. Ella graba signos arcaicos, es una diosa humanizada y escribiendo se comunica con los atenienses y con quien hoy puede admirar esa modesta ánfora moldeada en la antigua Atenas y rescatada intacta entre humildes escombros a finales del siglo XIX.

En el otro extremo del eje temporal, hoy la escritura se hace sobre tableta plástica digital con lapicero táctil del siglo XXI y se preparan textos utilizando laptops y teclados con escritura cuneiforme de origen sumerio y acadio de 4.000 años a. C., y se usan textos con alfabetos antiguos y pasajes épicos clásicos en lenguas que hoy erróneamente algunos llaman muertas. En fin, todo un tratamiento informático integrado bajo la codificación denominada Unicode. Es el despliegue histórico de un conjunto de creaciones, de cambios radicales en cuanto a los soportes y formas del lenguaje escrito y de innovaciones progresivas en la transmisión de los saberes, las ciencias y las tecnologías.

Atenea escribiendo… es una frase que trae luces acerca de la vida cotidiana en la antigua polis griega. Es un ánfora que mediante la percepción visual enseña aquello que la escritura transmite al lector, una vasija que muestra eventos míticos narrados por iletrados o por filósofos. Hoy sobre esta mitología prevalecen documentales en Internet y series de televisión para quienes no optan por los libros. Además desde el siglo XX los hallazgos de cerámicas áticas resultaron muy valiosos en razón de la cantidad y el valor artístico de las piezas rescatadas y por el predominio de figuras inspiradas en el inagotable repertorio mítico que abarca desde grandiosos eventos épicos hasta nimios detalles domésticos. Expertos y legos recién contemplan numerosas vasijas griegas clasificadas según forma, tamaño y uso; por caso, las ánforas destinadas al transporte y la reserva del aceite de oliva, el maravilloso don que Atenea trajo a la polis.

Ante la figura de una diosa escribiendo, ella ¿a quién escribe?, se pregunta un observador al contemplar esta singular pieza artesanal. Apuntamos conjeturas: la diosa algo escribe a… ciudadanos de Atenas, a héroes favorecidos, Heracles, Teseo, Ulises o Perseo; escribe a un arconte o magistrado; a una sacerdotisa o una doncella que borda peplos; a un poeta, a un filósofo en el ágora. Si está escribiendo a un ciudadano entonces luce imitando a los mortales. Si es protectora de artes y oficios, tejiendo y bordando un peplo con sus manos —según Homero la describe—, entonces semeja una joven ateniense experta en ese oficio.

Cabe destacar las ánforas panatenaicas fabricadas en Atenas con ocasión de las fiestas a su patrona.

Son distintas miradas alrededor del ánfora. Recién admirando esas piezas surgen gratos momentos y asombros, pues pareciera que cada pieza resguarda la perfecta expresión de un mito específico, que cada ánfora recoge mitos de semidioses y héroes, princesas reales y ninfas tribales. Se trata de una mutua determinación entre el mito y las bellas artes; el sentido relacional entre mitos, técnicas y prácticas artesanales; los significantes relacionales entre Atenea y los diversos cultos paganos del Mediterráneo. Hoy contemplamos un mármol convertido en escultura viva gracias a los orfebres del Ática y admiramos una sobria vasija griega moldeada con barro húmedo siglos atrás.

Ánfora para el aceite de oliva usada en las fiestas panatenaicas
Ánfora para el aceite de oliva usada en las fiestas panatenaicas. Atenas, 530 a. C.

Cabe destacar las ánforas panatenaicas fabricadas en Atenas con ocasión de las fiestas a su patrona. Hoy se cuenta con datos precisos y preciosos que los especialistas han sistematizado en las últimas décadas, a saber: la panatenaica es una vasija grande ofrecida como premio a los ganadores en los torneos y juegos panatenaicos; podía contener unos cuarenta litros de aceite extraído de los olivares sagrados situados en las afueras de la Acrópolis; se distinguía por su gran tamaño, justamente apropiado para almacenar y transportar ese aceite; presentaba finas asas, cuello y base estrechos y cuerpo ancho ovoide, y se fabricaba por encargo a los talleres de alfarería en honor a Atenea Promacos. Por registros recientes se sabe que en Atenas hacia el 530 a. C. se llegó a precisar un tamaño estándar entre los talleres y artesanos locales. La pieza denominada Ánfora Burgon presenta una inscripción en griego antiguo que dice: “Ánfora de las hazañas que tuvieron lugar en los Juegos Panatenaicos”. Fue hallada en 1813 y se exhibe en el Museo Británico de Londres.

Algunas ánforas y cráteras se usaban como ornamentos funerarios y ofrendas votivas; unas eran dedicadas a santuarios y otras eran vendidas, lo cual explica la alta valoración artística y religiosa que se tenía antiguamente de ellas y la gran cantidad de piezas localizadas durante las excavaciones de los arqueólogos en las últimas décadas. Siguiendo a los expertos, se estiman datos a partir de las ánforas panatenaicas halladas en tiempos recientes: después del año 350 a. C. se calcula que cada cuatro años durante esas fiestas se entregaban aproximadamente unas 1.450 ánforas a los ganadores en deportes, artes, poética y teatro.

Pasamos a examinar una pieza de orfebrería en metal labrado que exhibe siglos de mitos y ritos reunidos en las figuras de Ariadna y Dionisos. Nos referimos a la Crátera de Derveni, localizada en 1962 cerca de Tesalónica, Macedonia central, y que data del siglo IV a. C. Es una crátera de gran tamaño, pesa cerca de cuarenta kilos y tiene capacidad de mil litros; labrada sobre una aleación de bronce y estaño, aún exhibe el esplendor de un brillo dorado y se estima que fue fabricada por orfebres de la corte real de Alejandro Magno; destaca una pareja en el cuerpo anchuroso de la crátera, es la princesa Ariadna de Cnosos y el dios Dionisos acompañados de un thíaso, cortejo de ninfas y ménades, silenos y sátiros. Esos cortejos tan elogiados en los mitos fueron cultos protegidos por las leyes en la polis.

La Crátera de Derveni es una pieza excepcional y valiosa tanto como la Crátera de Vix, de origen griego, fabricada en bronce y desenterrada en 1953 en Borgoña, Francia. Las investigaciones demuestran que se trata de fina orfebrería celta del período arcaico, y los celtas desde Vix, que era un eje encrucijada, compartían con los griegos rutas comerciales y tradiciones artísticas y funerarias. Si la Crátera de Derveni recoge siglos de mitos, la Crátera de Vix ostenta signos conexos a la prehistoria celta. Mitos y leyendas sobreviven en ambas piezas artesanales.

Gracias al ánfora Atenea escribiendo… son numerosos los escritores y artistas que se inspiran en esa figura mítica que representa un quehacer distintivo a la especie Homo sapiens, la escritura. Las piezas artesanales nos aproximan a la vida de aquellos pueblos griegos que atravesaron las mudanzas del mito al logos y la historia, que enseñaron la geometría mediante la percepción y la abstracción e inventaron teorías sobre la justicia, la democracia, la belleza, el amor y la civilidad.

Respecto a teorías de origen griego, el filósofo venezolano José M. Briceño Guerrero escribió una síntesis por demás esclarecedora acerca del principio racional. Desde su nacimiento griego, filosofía y ciencia han sido parte esencial del destino de Europa, se trata del principio racional en tanto contenido, haber conservado y transmitido actitud y actividad, temple e intención, proceder, método, convicción y práctica. “El europeo, en la medida en que es griego, opone a la realidad el pensamiento. Ante grandes preguntas, en vez de la sumisión religiosa o embriaguez mítica, las respuestas interinas de orden intelectual que permiten establecer relaciones, calcular proporciones, medir y predecir con apertura hacia nuevos pensamientos y nuevas experiencias”.

La experiencia acumulada dio impulsos a una nueva ciencia, la experimental desde el siglo XVII, elevando el modelo científico racional a cimas no alcanzadas en el pensamiento y en la historia de la humanidad. Es la techné articulada al logos o la tecnología integrada a la posibilidad de repetir experimentos y el manejo ampliado de disposiciones conexas a la racionalidad científica, la heurística investigativa, la etiológica explicativa y la sistemática ordenadora. Es la creación incesante y el despliegue de modelos teóricos, procesos e innovaciones. Aquí y ahora, la literatura científica-tecnológica difundida en papel o por Internet da cuenta de los avances de esa ingente creación a escala mundial.

 

Atenea pensativa
Atenea pensativa. Relieve en mármol del 460 a. C. Museo de Atenas. Localizado en Atenas hacia 1890, el relieve manifiesta el amargo e inmenso pesar que embarga a la diosa por la destrucción ocasionada a su ciudad a manos de los persas durante las guerras médicas.

La obra por sí misma y el nombre asignado amontonan historias de la humanidad.

Atenea pensativa

También del siglo V a. C. proviene un relieve denominado Atenea pensativa. Es un mármol blanco donde la diosa Atenea porta la típica túnica griega y el casco corintio que la caracterizan. Luce pensativa mientras contempla una estela funeraria donde están grabados los nombres de muchos ciudadanos que perdieron la vida en guerras defendiendo la Acrópolis de Atenas. La joven diosa va descalza, revela un halo de sobriedad y no lleva el escudo ni la égida que la identifican con la guerra.

El relieve, localizado en Atenas hacia 1890, manifiesta el amargo e inmenso pesar que embarga a la diosa por la destrucción ocasionada a su ciudad a manos de los persas durante las guerras médicas, entre los años 490 y 449 a. C. Si el relieve data del 460 a. C., entonces cabe estimar que el artista lo trabajó y cinceló precisamente en los años de guerra que la polis padeció.

La obra por sí misma y el nombre asignado amontonan historias de la humanidad. Es una pieza de factura artesanal resguardada en el Museo de Atenas que un artista modeló dejando a la posteridad la figura de una diosa ensimismada, y que levanta más y más controversias entre los especialistas en razón de su simbolismo e indiscutible valor artístico, pero también por las reflexiones que la figura de una diosa pensativa continúa suscitando. Pieza por siglos sepultada que recién remueve inquietudes entre quienes la contemplan o se inspiran en aquella diosa que nació adulta y sabia.

Atenea era diosa de la guerra y en numerosas cerámicas luce cual joven guerrera armada con casco, lanza, coraza y escudo; va protegida con una égida de piel de cabra adornada con terribles serpientes y en su escudo reluce la cabeza amenazante de la Gorgona, escudo que el héroe Perseo le había obsequiado. El mármol no habla de una diosa combativa sino pensativa cuando evoca las desgracias que asolaron a su ciudad. Hemos visto que en un ánfora Atenea aparece escribiendo y en esta otra pensando. Ella piensa y escribe, dos operaciones relativas al conocer y el saber, a las facultades de la mente y el lenguaje, el logos en sentido griego. Entre las obras rescatadas, ambas corresponden al título con el cual la mitología la distinguió, la diosa de la sabiduría.

Las piezas áticas de cerámica y mármol son obras que a nuestro juicio parecen insinuar huellas de la vida interior en la figura dibujada, sea un héroe o una diosa, como si cada una manifestara un talante, una virtud y una actitud, y es el caso de Atenea luego de revisar numerosas vasijas donde ella aparece como única y/o principal figura. Veinticinco siglos han pasado y las piezas exhiben la maestría de los creadores y la perfección de sus técnicas. La palabra griega techné significa acción y saber, artesanos y artísti­cos. La técnica alude a una acción artesanal con apego a un saber artístico, a la práctica de artesanos que se esmeraban en algo aprendido individualmente que la polis socialmente valoraba.

Atenas no fue la única ciudad que a la diosa veneraba, puesto que otras acrópolis con hermosos templos le fueron dedicados en Argos, Esparta, Rodas, Epidauro y Esmirna, y hubo una región que disputaba su soberana divinidad y transmitía la leyenda de que Atenea había nacido cerca del lago Tritonis, Libia, donde era identificada con la diosa egipcia Neit y la semítica Anat.

La imaginación nos permite ampliar conocimientos y percepciones respecto a esta diosa del panteón olímpico y aproximarnos a la historia local de la polis mediante una pequeña cerámica de la colección rojo-negro correspondiente al período clásico, que es el de mayor esplendor en cuanto a la belleza de las esculturas y artesanías que en la Grecia de entonces se producían. Gracias al trabajo arqueológico e histórico hoy contamos con piezas, testimonios y muestras provenientes de aquel pueblo que como ningún otro mediante el arte creó y transmitió lo mejor de sí.

La diosa de las mil ocupaciones y oficios, así invoca Publio Ovidio a Atenea.

También la imaginación nos aproxima a otros detalles del ánfora Atenea pensativa. La pieza nos retorna a los atributos que caracterizaban a la diosa… y así como Atenea escribe a los atenienses, también los filósofos legaron métodos y teorías sustentadas en una racionalidad que se arraigó y predominó en Europa. Con el Renacimiento los esplendores de la cultura griega se esparcieron por todo Occidente en razón del variadísimo repertorio inspirado en escenas y eventos afines a esa mitología primigenia. ¿Enaltecer a los héroes o humanizar a una diosa? Ambas manifestaciones fueron prácticas conexas a las transmisiones del mito al arte desde la antigua Atenas hasta la exquisita Italia renacentista. Un edificio de Atenas hoy exhibe la estatua de un Sócrates meditando; de un lado está la estatua de Apolo y del otro la diosa Atenea. Todavía las leyendas cuentan que el filósofo meditaba bajo la mirada luminosa del dios del sol.

La diosa de las mil ocupaciones y oficios, así invoca Publio Ovidio a Atenea. En su obra Fastos el poeta romano aporta valiosos detalles conexos a nombres, cultos, fiestas, calendarios y ciclos astronómicos, y en la sección dedicada a los oficios aparece este bello pasaje dedicado a Palas Atenea:

Ahora rezad a Palas Atenea, tiernas muchachas y muchachos: quien aplaque bien a Palas será una persona instruida. Que las mujeres aprendan a cardar la lana, una vez aplacada Palas, y a descargar las ruecas llenas. Ella también enseña a recorrer la urdimbre estirada con la lanzadera y espesa las madejas espaciadas con el peine. Sé devota de ella, si quitas las manchas a los vestidos estropeados; sé devota de ella, quienquiera que prepare un barreño de bronce para los vellones. Si Palas es contraria, nadie atará bien las correas de un zapato; si Palas está irritada, será manco. También vosotros, los que elimináis las enfermedades con el arte de Febo, traed unos pocos regalos a la diosa. Ni vosotros, maestros, la despreciéis, porque ella atrae más discípulos. Y tú, que le das al cincel y pintas cuadros con colores al incausto, y tú que con hábil mano das formas suaves a las piedras. Ella es diosa de mil ocupaciones. Desde luego, es la diosa de poemas y poetas. Si me lo merezco, que ella asista a mis afanes amigablemente.

Cabe resaltar el ingenio de Ovidio en ese denso pasaje donde se entremezclan significados (objetos) y significantes (relaciones) al rememorar los atributos de Palas Atenea. A la diosa protectora de poetas, él dedica un poema que reúne gratitudes y alabanzas. Ovidio se dedicó a la mitología grecorromana, escribió in extenso sobre el arte de amar, sobre cronologías y calendarios, y vivió en una época precisamente determinada con un antes y un después, vale decir, un deslinde de fechas convencional y posteriormente establecido. Ovidio vivió del año 43 a. C. al año 17 d. C.

Athenea Parthenos, Nashville
Athenea Parthenos, colosal estatua en Nasville, Estados Unidos. Fotografía: Ron Cogswell

Atenea Partenos era el nombre de una imponente escultura creada por Fidias, el egregio maestro de Atenas. Desde su creación recibió elogios porque abrió un nuevo estilo, dando paso a un mayor refinamiento en razón de la belleza, tamaño y materiales utilizados, marfil y oro. Hoy hay una estatua semejante en el Partenón de la ciudad de Nashville, Tennessee, construido según el modelo clásico de Atenas, y este moderno edificio exhibe una réplica colosal de aquella antigua Atenea Partenos que mide trece metros de altura y fue fabricada con cemento, yeso y fibra plástica hacia 1990, y recubierta con oro de veinticuatro quilates el año 2002. Posteriormente la ciudad recibió el apelativo de la Atenas del Sur.

Otra gran obra de Fidias fue Zeus en Olimpia, considerada como una de las siete maravillas del mundo antiguo; medía doce metros de altura, fue trabajada en marfil con remates y detalles en oro y un trono adornado con piedras preciosas y ébano. Se cuenta que la obra deslumbraba por su apariencia religiosa, pues Fidias encumbró una nueva figura de Zeus, aquella que desde entonces se consideró como el modelo de un dios superior que desde el Olimpo se revela a los mortales. Según una fuente, la estatua fue posteriormente trasladada a Constantinopla, año 400, y desapareció en un incendio. Cayo Suetonio nos cuenta en sus historias que el emperador Calígula, al conocer la fama de la colosal estatua, en su obsesión y locura por lucir como un dios supremo, ordenó traerla a Roma, que quitaran la cabeza y plantaran la suya. Cuando los soldados iban a cumplir la orden oyeron unas carcajadas de Zeus y, aterrados ante semejante mal agüero, huyeron sin parar ni mirar atrás. En San Petersburgo hay una enorme réplica de aquel Zeus, expuesta en el Museo del Hermitage.

La riqueza artística labrada en un diminuto marfil pulido, una modesta cerámica o una estatua colosal ha sido extensamente aprovechada en Occidente a través de la literatura, las artes y novelas gráficas, la cinematografía, la fotografía, la literatura infantil, los cómics y la televisión, logrando enaltecer el atractivo de la mitología grecorromana entre gente de todas las edades en el siglo XXI.

Desde la antigüedad hasta ahora, el arte y la literatura forman conciencia, fortalecen el corazón y ennoblecen el alma.

Las mitologías antiguas continúan atrayendo, algo proveen para todos y todo tipo de público, anuncia la promoción por televisión e Internet, y comprometen a los museos que han logrado por todo lo alto enriquecer colecciones e incrementar exhibiciones. El Ministerio de Cultura Británico informa en el año 2021 sobre miles de objetos desenterrados desde 2018, muchos localizados por detectores de metales, y entre esos, 347 tienen específico valor histórico para los museos locales. Desde El Cairo la televisión recién muestra al mundo un impresionante, majestuoso e inolvidable espectáculo: una caravana de carrozas doradas que traslada del Museo Egipcio al Museo de la Civilización las momias de dieciocho reyes y cuatro reinas de los períodos faraónicos; la ceremonia presencial y virtual duró tres horas y exhibía réplicas de símbolos y atuendos del misterioso Egipto entremezclados con los efectos visuales de las telecomunicaciones ultramodernas. En París, el Museo del Louvre tiene abierta desde 2020 una nueva base de datos sobre unas 480.000 obras, y todas las colecciones y las obras, expuestas o no, están a la disposición del público a través de Internet; a diario la información es ampliada por especialistas en investigación y documentación. Tres ejemplos institucionales nos muestran que, desde la antigüedad hasta ahora, el arte y la literatura forman conciencia, fortalecen el corazón y ennoblecen el alma.

 

La diosa civil

Estas palabras las encontré en una de las obras del insigne poeta venezolano Rafael Cadenas bajo el título “La Orestíada del Schaubühnne”. Se refieren a la tríada de Esquilo presentada hacia 1959 en el Teatro de Berlín. Tres pasajes enmarcan ese texto del teatro griego; en uno, el poeta alude al vigía, en el segundo al coro de los ancianos y en el último menciona a las Erinias:

Eran seis mujeres jóvenes que con sus rostros y sus cuerpos encantaron la noche. De pronto volvieron a ser las terribles, las portadoras del espanto. En aquel momento desconocían lo que les asignaba el destino: ser domadas por Atenea, la diosa civil.

Diosa civil, dos palabras que unidas pueden lucir discordantes; sin embargo, otra expresión, la diosa reina, no luce menos. Esta frase de Cadenas me acompaña desde hace muchos años y recién me permite reordenar ciertos elementos del teatro griego al escribir este ensayo y después de contemplar piezas de cerámica catalogadas por maestros de antigüedades como valiosas e inestimables obras de arte.

Rafael Cadenas compendia en un breve comentario su visión del teatro griego al seguir Las Euménides, obra de Esquilo, año 499 a. C. Las Erinias y la diosa Atenea son las figuras mitológicas principales en la tercera parte de esta tragedia, donde sobrevienen al final dos intervenciones de la diosa favorables a la vida ciudadana en Atenas: la primera, hacia Orestes, individuo acosado y castigado por las temidas Erinias debido al crimen que había cometido en Micenas, pero ante el tribunal ateniense del Areópago Atenea dictamina su absolución; luego surge el segundo arbitraje, que resulta con un marcado provecho colectivo hacia la polis en razón de la mediación de la diosa, pues desde entonces aquéllas pasaron a ser referidas entre los atenienses como las Euménides, las benevolentes. Esta obra de teatro finaliza reportando civilidad, protección y civilización a la polis gracias a la mediación de Atenea, la diosa civil.

Seguidamente comentamos otras reflexiones de Cadenas respecto al teatro, el lenguaje y la literatura, a fin de ampliar comprensiones en torno al significado de su singular expresión, la diosa civil.

La palabra escrita pone ante nuestros ojos el pasado cercano y remoto pues, mediante la escritura, pueblos y culturas persisten enaltecidos por encima del polvo de los siglos. El lenguaje oral y escrito es la vía cardinal de comunicación no sólo en el presente sino también hacia el pasado, y así lo expone el distinguido poeta: “Cuando hablamos, en nuestras palabras resuenan siglos; cuando leemos libros de épocas remotas, nos topamos con palabras que aún escribimos; es el hilo que viene del ayer entrelazado con el hilo de la historia”.

El gusto y la atracción colectiva por el teatro recuerdan la cuota de catarsis que Aristóteles atribuyó al teatro en Grecia; por entonces se en­tendía que representar las desgracias de algunos héroes era una manera de suplicar a Dionisos que evitase semejantes destinos e infortunios a los espectadores. También otros filósofos estimaban que las tragedias expuestas en los teatros al aire libre abrían vías hacia otros niveles de conciencia que en lo individual resultaban tan insospechados como temibles e intimidantes. Desde entonces y con ocasión del teatro se expusieron al aire de los tiempos los laberintos hacia una introspección. Entre esos majestuosos teatros al aire libre sobresalían por su arquitectura el de Dionisos, en Atenas, o los de Epidauro, Éfeso, Delfos, Dodona y Pérgamo. Además, desde la antigüedad era distintivo del teatro griego el manejo de un lenguaje complejo y abstracto, la inclusión de estilos refinados y el uso de una métrica armoniosa y perfectamente rimada.

Hamlet como personaje alcanzó la cima de la inmortalidad, y mediante monólogos descendió a la sima y a los abismos de la introspección ante un público londinense entusiasmado y deslumbrado. Eran representaciones para un colectivo atraído por el espectáculo. De su parte, en prosa y verso, Rafael Cadenas reflexiona sobre la introspección como asunto estrictamente individual e íntimo, como ejercicio de una vida interior tan vital e imprescindible como el aire al respirar. Él hizo de la introspección el ejercicio abisal y purificador por excelencia. Era una riqueza que el poeta atesoró tras años de meditación en torno a las tragedias del teatro griego y el teatro isabelino. “Es oportuno agregar que debo, sobre todo a ciertas lecturas, vislumbres que de otro modo no hubiera tenido”.

Indro Montanelli señala que el teatro griego comenzó llevando a escena un conflicto de entonces y de todos los tiempos, el antagonismo entre el dogma y el libre examen.

Entre los personajes inventados por Shakespeare, Hamlet es el ingenio corrosivo más señero, y su evolución dramática hace de él una conciencia que bulle y arrastra a todos en la corte de Elsinore, donde los monólogos brotan como reflexiones sobre el sentido de la vida, el destino y las desgracias humanas porque Shakespeare pone en continuo movimiento aquella herencia del antiguo teatro griego, la introspección. Mediante el teatro el dramaturgo logró una representación interior del individuo y la transformó en personajes espectaculares actuando en los corrales londinenses, mientras él iba prescindiendo de la piedad, la caridad y otras virtudes cristianas hasta conver­tir el ideal de lo sagrado en un divertimento popular, de manera que entre los géneros literarios el teatro resultó ser el más atrayente en razón de su intrínseca fuerza según sus diálo­gos, su intensidad, su alteridad y su tensión, con efectos emocionales y psicológicos inmediatos.

En Rafael Cadenas esas dinámicas se conciben como viva voz interior, monólogo y meditación dolorosa hasta arribar al examen del misticismo español en Juan de Yépez. Según Cadenas, se trata de un conjunto de vivencias (no creencias) hacia una última realidad en pos del sosiego, la nada, la salud interior, el vacío, la liberación sin desdeñar la palabra, sin autocomplacencias, ni la intromisión de la mente, ni del ego, ni parapetos defensivos. Allí donde la humildad es un refinamiento. Para el poeta la fuerza de la introspección es interior, personal e íntima, no es relacional ni social. Es descender hacia los laberintos oscuros interiores sin caer en la sumisión religiosa y sí apuntando a la posibilidad de una liberación… Después de todas las vueltas se regresa al mismo punto, el misterio.

Escucharse a sí mismo, decía el Quijote de Cervantes; oír la voz del daimon, proponía el griego; descender al abismo, como Hamlet, son giros de una misma dinámica interior hacia la conciencia introspectiva libre de mirarse a sí misma. La introspección como meditación y como experiencia del yo fueron prácticas que Occidente aprendió de los griegos gracias a la literatura, la filosofía y el teatro. Indro Montanelli señala que el teatro griego comenzó llevando a escena un conflicto de entonces y de todos los tiempos, el antagonismo entre el dogma y el libre examen. En el diálogo El banquete, de Platón, encontramos un pasaje que describe la andadura de Sócrates y los pormenores de una dinámica interior semejante:

Habiéndose concentrado en algo, permaneció de pie en el mismo lugar desde la aurora, meditando, y puesto que no encontraba la solución, no desistía, sino que continuaba de pie investigando. Era ya mediodía y los hombres se habían percatado, y asombrados, se decían unos a otros: “Sócrates está de pie desde el amanecer meditando algo”. Finalmente, cuando llegó la tarde, unos jonios, después de cenar —y como era entonces verano—, sacaron sus petates y, a la vez que dormían al fresco, le observaban por ver si también durante la noche seguía de pie. Y estuvo de pie hasta que llegó la aurora y salió el sol. Luego, tras hacer su plegaria al sol, dejó el lugar y se fue.

“Palas Atenea”, de Gustav Klimt
Palas Atenea, obra de Gustav Klimt (1898). Museo Histórico de Viena.

Desde 1898 está en exhibición en Viena una pintura de Gustav Klimt donde Atenea revela a plenitud sus pavorosos atributos guerreros, obra moderna a color donde hace gala de sus ojos glaucos y mirada de lechuza. Predominan tonos y contrastes dorados oscuros. Ella porta el yelmo con grifos, la lanza en la mano derecha y la égida amenazante —égida floqueada que el terror corona. Hoy en Viena ella luce temible como lo fue en Atenas, donde era venerada como guerrera para combatir a los dárdanos y tan belicosa que inspiró entre sus héroes preferidos la treta del caballo de Troya y los alentó hasta incendiar la mítica ciudad.

Hubo otras expresiones de cultos en honor a esta diosa; nos referimos a las panateneas, fiestas celebradas en Atenas. Cuenta una tradición que fueron establecidas por Teseo, héroe ateniense protegido por la diosa, y él agradecido implantó en su honor rituales religiosos y fiestas populares que duraban tres días consecutivos; otro héroe preferido fue Heracles, fundador de los Juegos Olímpicos.

Desde los hermosos frisos y los antiguos relieves que adornan la fachada del Partenón, ha sido posible recién reconstruir la riquísima trascendencia que para los atenienses tenían esos cultos y fiestas en honor a Atenea. Todo comenzaba en el templo de la Acrópolis al encender el fuego sagrado y la gente desfilaba en procesión desde el Ágora hasta el Partenón portando diversos ídolos que representaban a la diosa. Se realizaban muchas competencias y juegos deportivos, certámenes de teatro y recitales de poesía, y los ganadores recibían odres con aceite de olivos plantados en las afueras de la ciudad, porque tal premiación formaba parte de otro ritual solemne para agradecer cada año a la diosa sus dones primigenios a la ciudad: el árbol de olivo, las aceitunas y el aceite tan valorado como el oro. Pericles en su época ordenó construir el Odeón, un hermoso teatro apropiado para honrar a la diosa, ubicado cerca de otro dedicado a Dionisos. Durante esas fiestas los ancianos llevaban ramas de olivo, las mujeres traían cráteras vacías para las libaciones con vino y los menores portaban cestas con flores y frutas. Las celebraciones finalizaban con ofrendas ante una enorme y hermosa estatua de la diosa, y era el momento de otro ritual solemne mayor al ofrendarle un exquisito peplo confeccionado durante todo el año por tejedoras atenienses bajo la guía de las vírgenes que custodiaban los misterios religiosos del templo. Respecto a esas fiestas panateneas se conservan unos versos de himnos que los efebos entonaban a la protectora de la ciudad: “A Palas Atenea, la ilustre diosa, comienzo a cantar; la de claros ojos, rica en labores que indómito corazón posee. Doncella venerable que la ciudad protege, valerosa”. En las fiestas se usaban enormes vasijas de metal labradas, eran cráteras destinadas al transporte del vino así como las ánforas lo eran para el aceite de oliva. Las cráteras contenían hasta 1.100 litros de vino mezclado con agua y especias, puesto que en la antigüedad el vino especiado, llamado ambrosía, se servía al término de los banquetes para aligerar los desmedidos efectos que sobrevenían por el consumo de plantas alucinógenas o por tomarlo en demasía. Las libaciones colectivas eran prácticas frecuentes.

Los antiguos mitos encendieron una riquísima e inagotable fuente de inspiración hacia las bellas artes y la literatura.

Era la ocasión en la búsqueda de otras realidades, según calendarios religiosos, mediante trances, ayunos, visiones, embriaguez mítica, oráculos, ejercicio de poderes adivinatorios, proféticos y curativos. Eran tránsitos hacia otros niveles de conciencia y nuevas percepciones sensoriales al consumir tortas sa­gradas, hojas de laurel, hongos, frutos de la sabiduría y el licor de los dioses. Si tales prácticas eran inducidas por una sibila o un sacerdote, daban acceso a un paraíso de secretos celestiales o infernales… y si se realizaban en templos consagrados y ante aras tutelares, entonces las experiencias eran parte de ritos esotéricos. Era un descenso a otros mundos mediante la ambrosía y eran aperturas hacia la introspección gracias en parte a las catarsis que el teatro promovía. Hoy los psiquiatras identifican ese agente activo en drogas de origen vegetal como ácido lisérgico, cuya potencia abre tránsitos reveladores del yo interior del hombre.

Cerramos nuestro ensayo con unas conclusiones generales. Se corrobora que los antiguos mitos encendieron una riquísima e inagotable fuente de inspiración hacia las bellas artes y la literatura con expresiones en múltiples y distintos oficios. Ambos, mitos y artes, cimentaron y multiplicaron la cultura griega por toda la cuenca mediterránea. Se confirma que los mitos eran narraciones y no fantasías; tampoco eran historias, en ellos no hay un antes, en y después, porque el mito es atemporal, no precede a la historia, no afirma que las narraciones sean reales ni tratan sobre hechos objetivos. Además, los mitos ya han sido descartados como fantasías quiméricas, como un legado encantador e infantil de la inteligencia griega que los teólogos judíos y cristianos menospreciaron durante siglos para así realzar la importancia de la Biblia. Gracias a publicaciones de la antropología, la historia y la arqueología, se comprende que los mitos desde el alba de los tiempos transmitían guías apropiadas para vivir en este mundo, atisbar en sueños otros e imaginar el más allá…

María Méndez Peña
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