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Artistas bifrontes
(un insólito caso venezolano)

viernes 21 de octubre de 2022
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Artistas bifrontes (un insólito caso venezolano), por Rubén Monasterios
Artistas bifrontes existen a todo lo largo y ancho de la historia, y los hay de todas las posibilidades de creación estética.

Se me ocurre llamar así a los artistas que se mueven en dos frentes: el público y el privado o íntimo. En el primero exhiben obras ajustadas a lo políticamente correcto, vale decir, compatibles con el estándar de aceptación de la sociedad; en la zona privada, en cambio, atesoran creaciones subversivas. Y con frecuencia el elemento irritante de la tranquilidad del establecimiento es el contenido pornoerótico de la obra, que irrita el sentido de la moral imperante en el momento.

Conviene clarificar que el aludido contenido porno no es el único del que se valen para alterar la paz del honesto pequeñoburgués; los músicos, por ejemplo, logran su maligno propósito alterando los cánones del clave bien temperado. Es rara la innovación musical, sea popular o sinfónica, cuyas primeras oídas no hayan sido condenadas por el sector conservador de la comunidad.

Artistas bifrontes existen a todo lo largo y ancho de la historia, y los hay de todas las posibilidades de creación estética; son tantos los casos, que resulta difícil seleccionar uno para ejemplificar; en forma azarística opto por uno de aspecto paradigmático, y este es el de Felix Salten (1895-1945); en el correr de la década de los ochenta, la investigación literaria descubrió que la famosa novela pornográfica austríaca Josephine Mutzenbacher, biografía ficticia de una prostituta vienesa, hasta entonces considerada anónima, era de su autoría. Ocurre que Salten también es el autor del enternecedor cuento infantil Bambi (1923), popularizado a través de las generaciones en todo el mundo gracias al filme del mismo nombre debido a Walt Disney (1942).

Las escrituras secretas constituyen un dolor de cabeza de los estudiosos de la literatura.

Las escrituras pornográficas secretas casi siempre son cartas destinadas a amantes; también narraciones usualmente leídas por el autor a un puñado de amigos íntimos, o que hace imprimir en pequeñas ediciones no comerciales; más raras son las comedias destinadas a ser representadas en funciones privadas para las personas de un grupo íntimo.

Las escrituras secretas, anónimas o firmadas con seudónimos, sin data, conservadas en unos cuantos ejemplares —a veces en un ejemplar único— perdidos en un remoto y polvoriento estante de una biblioteca, o popularizadas mediante reproducciones alteradas, sea por arbitrariedad o descuido, constituyen un dolor de cabeza de los estudiosos de la literatura, y un poderoso acicate para los investigadores de la materia, quienes suelen hacer ingentes esfuerzos y pasar años tratando de averiguar la autoría de una obra.

Por cierto, entre los más notables enigmas de la literatura figuró una célebre novela aparecida anónima en Londres en 1893, en un tiraje de cien ejemplares; se trata de Teleny, originalmente titulada Cosmopolis, or The Reverse of the Medal; después de mucha especulación y búsqueda, la investigación identificó a Oscar Wilde como su autor. Los hallazgos indican que fue una escritura colectiva, realizada por algunos miembros de uno de los tantos círculos de uranistas existentes en Londres en el siglo XIX, actuando bajo la sombra magnífica del autor del conmovedor De profundis, quien guio la redacción e hizo la corrección de estilo final, dándole su impronta. Teleny es la obra fundacional de la literatura homófila en Occidente.

En su vida pública Wilde poco se ocupó en disimular su homosexualidad, puesta de manifiesto por sus amaneramientos sofisticados y sus persistentes afinidades afectivas con hermosos muchachos; sin embargo, su obra en esta región de frente no refleja su disposición, al menos no en forma explícita; eso lo dejó para su única obra conocida de la región de fondo; única, aparte de las cartas a su amigo muy particular, el joven a quien le puso el cariñoso apelativo de Bosie (lord Alfred Bruce Douglas, segundo hijo del marqués de Queensberry); pero las cartas (1892-1897) son literatura homófila light, comparada con la novela.

Wilde fue un bifronte larvado, tanto como Alfred de Musset al otro lado del canal unos años antes. El adalid del Romanticismo en Francia, laureado poeta y gloria de las letras universales, también fue el autor solapado de la novela entre lésbica y heterosexual Gamiani, o Dos noches de placer (1833), obra maestra del pornoerotismo.

Entre los autores de literatura epistolar obscena es imperativo citar a dos talentos de la magnitud de Voltaire y Joyce.

Ha sido llamado “el genio que iluminó el siglo XVIII”, y con una luz tan intensa que sus más refulgentes llamaradas se sienten todavía hoy, corriendo el tercer milenio; es Voltaire, cuya obra abarca todos los géneros literarios y ocupa cincuenta volúmenes, aunque en ellos no figuran las numerosas cartas escritas (1742) a Marie Louise Mignot, luego madame Denis; fue un amor incestuoso y adúltero, por cuanto la dama era sobrina consanguínea de Voltaire y el romance se inicia cuando ella todavía estaba casada con el señor Denis. Se descubrieron las cartas en 1957, y fueron publicadas ese mismo año. Los amantes se entendían en italiano; en una de ella escribe:

Vi baccio mille volte. La mia anima baccia la vostra, mia pinga, mio coure sono innamorati de voi. Baccio il vostro gentil culo e tutta vostra persona.

Te beso mil veces. Mi alma besa la tuya; mi pinga, mi corazón están enamorados de ti. Beso tu precioso culo y toda tu persona.

Y en otra:

…io figo mille baccii alle tonde poppe, alle transportatrice natiche, a tutta vostra persona che m´ha fatto tante volte rizzare e m’ha annegato in fiume di delizie…

…yo doy miles de intensos besos a los redondos pechos, a las enloquecedoras nalgas, a toda tu persona que me lo ha parado tantas veces y me ha sumergido en un río de delicias…

Un caso raro concierne a James Joyce, no tanto porque hubiese escrito cartas indecentes, sino porque la destinataria de ellas fue su esposa, Nora. Algunos de sus demonios sexuales se asoman ya en su más célebre novela, Ulises, pero en sus cartas aludidas (escritas en 1909) salen a montones y a tropel; quien es visto, por numerosos críticos, como el más importante de los escritores del siglo XX, expresa en una de ellas:

…junto a este amor espiritual que siento por ti, hay también un ansia salvaje y bestial de cada centímetro de tu cuerpo, de cada parte secreta y vergonzosa de él, de cada olor y acción de él. Mi amor por ti me permite rezar al espíritu de la belleza y la ternura eterna reflejadas en tus ojos o tirarte al suelo sobre tu suave vientre y debajo de mí y cogerte por detrás, como un puerco cabalgando a una cerda, regocijándome con la abierta vergüenza de tu vestido y de tus blancas bragas de niña revueltas y con la confusión de tus mejillas enrojecidas y de tu pelo enredado. Me permite estallar en lágrimas de compasión y amor ante una palabra trivial, temblar de amor por ti ante el sonido de un acorde o cadencia musical o tumbarme con la cabeza en los pies de la cama sintiendo tus dedos acariciarme los cojones y hacerme cosquillas o metidos en mi culo y tus cálidos labios chupándome la pinga, mientras yo tengo la cara encajada entre tus gruesos muslos y agarro con las manos los redondos cojines de tu culo y te chupo, voraz, el frondoso coño rojo…

Y en las letras venezolanas no faltan ejemplos de bifrontismo; el más desconcertante probablemente sea el de un autor consagrado por el establishment literario y político nacional —porque en ambos campos fue relevante.

El hallazgo también fue el resultado de la búsqueda acuciosa de un investigador literario, el escritor y profesor Efraín Subero (1931-2007), hurgando en la documentación conservada en la Biblioteca Nacional, en Caracas. Decidida su publicación, el doctor Subero me encargó la escritura del ensayo de presentación del libro.

Su título es Alcoba y no está datada; probablemente haya sido escrita en el discurrir de la década de los veinte del pasado siglo.

Legó a la posteridad este escritor una comedia en un acto, pornoerótica por su contenido, enmarcada en la idea de teatro del absurdo, o surrealista, con lo que se anticipa al menos en cuatro décadas a las proposiciones de Ionesco, sea dicho al desgaire. Su título es Alcoba y no está datada; probablemente haya sido escrita en el discurrir de la década de los veinte del pasado siglo. El surrealismo cobra forma precisamente en esa década: en 1924 aparece el Manifiesto de Breton; no es de extrañar que un intelectual venezolano de vanguardia estuviera informado de la nueva propuesta.

Alcoba es una comedia, e impresiona como un ejercicio de seducción de una dama cuya identidad está velada en la enigmática dedicatoria: “azul para tus verdes, esperada mía”. El asunto de la obra es el tránsito de la niñez a la edad adulta en la vida de una mujer; los personajes son El Hombre, La Mujer, varios peluches, La Muñeca, El Pantalón Azul; el único acto discurre en la desordenada alcoba de una joven, y la acción dramática es un persistente contrapunteo erótico de celos y amapuches entre los personajes, cuyo eje es La Mujer; en dicha acción, la combinación de elementos sexuales de sesgo fetichista y rinoflerista e infantiles, es genialmente pervertida; he aquí un ejemplo de los diálogos:

El Oso: Yo la he sentido… me ha tenido entre sus rodillas.

El Gato: Yo he dormido entre sus muslos, sobre un divino calor.

El Pingüino: Yo he metido el pico por sus piernas, como el cisne entre las piernas de la diosa.

La Muñeca: Ella me ha dado sus pezones; con una mano ha sacado sus pechos y me ha puesto un pezón en la boca, como una madre…

El Pingüino: Es un juego…

El Pantalón Azul: Pero en las noches altas, cuando ella sueña con el hombre, sus muslos se aprietan uno contra el otro, se separan y vuelven a apretarse, y soy yo el único que siente su angustia, que arde en su ardor y que aspira su savia…

Entra El Hombre y poco después el autor hace la siguiente acotación: “El Hombre avanza y toma en sus manos a El Pantalón Azul, lo huele, lo oprime contra su boca”.

Parece mentira que esta pequeña joya del teatro pornoerótico pudiera ser imaginada por un escritor cuya obra en su “región de frente” se caracteriza por el más acendrado pudor y cierto toque sentimental, por el ingenio y a ratos por la picardía.

El autor de esta pieza insólita es un poeta emblemático de nuestra nacionalidad, amado, respetado, recitado por todo el mundo, y aparece en el libro titulado Andrés Eloy Blanco: obras de teatro inéditas, bajo el sello editorial de la Comisión Especial del Senado de la República para el centenario del autor (Caracas, 1997). No hay noticia de que la comedia en cuestión hubiera sido representada, y se desconoce el destino de la edición a partir de que el país cayera en las garras del socialismo.

Rubén Monasterios
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