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Cavilaciones sobre el arte teatral y el caso de La lujuria

viernes 10 de febrero de 2023
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“La lujuria”, de Rubén Monasterios
La obra teatral La lujuria es la materialización de un ideal acariciado desde muy temprano en mi vida, a partir del deslumbramiento debido al teatro musical de Broadway; de esas experiencias nació el anhelo de lograr darle forma a una comedia musical breve.

Un decir de la gente dedicada al arte del teatro es “Una pieza no está terminada en tanto no se vea en el escenario”. Bastante tiene de verdad, sin ser del todo cierta. Y no lo es porque el espectáculo, lo que se muestra en el escenario y el público ve desde su butaca, es el resultado de una variedad de creaciones de artistas y técnicos de diferentes especialidades, comenzando con la obra y seguida por las creaciones interpretativas de actores, las del escenógrafo, utileros, vestuaristas, iluminadores, y me quedo corto en esta enumeración. Y todas estas creaciones individuales o especializadas se realizan a partir del criterio del director y son ensambladas hasta formar una Gestalt de acuerdo al criterio del director; incluso no es raro que el texto dramático sea editado según el criterio del director, descartando parlamentos, desde su punto de vista, apreciados como superfluos, o por la necesidad de recortar una escena; de hecho, el director interviene el texto hasta sin alterar una letra, cuando hace que el actor verbalice un parlamento con cierta intención; o modificando la iluminación súbitamente, o incorporando un efecto de sonido… con el fin de motivar estados emocionales en el espectador, válidos a su juicio, sin que correspondan literalmente a lo ideado por el dramaturgo.

Un espectáculo dramático es, en realidad, el resultado de dos creaciones básicas fusionadas: la pieza, creación usualmente individual, y una síntesis de las creaciones mencionadas supra, realizada por el director. El autor escribe la obra, pero es el director el que le da corporeidad, sustancia, vida; es el auténtico demiurgo.

Lo mostrado en el escenario con frecuencia no es exactamente lo que ha sido escrito, aunque sí, siempre, de alguna forma revela su espíritu. Rara vez una puesta en escena o montaje teatral es “literal”, en el sentido de ajustarse sumisamente al texto dramático, y si lo es, a mi modo de ver suele ser menos emocionante que aquel montaje enriquecido por la imaginación del metteur en scène.

Por tal razón una obra de modesto alcance en cuanto a ideas o calidad de escritura, puesta en escena resulta un soberbio espectáculo, y en sentido contrario, una pieza de alto vuelo puede resultar un bodrio escénico a partir de un tratamiento infortunado por el director.

Algunas de estas elucubraciones teóricas se hacen sentir en la realización de mi comedia La lujuria.

La obra es la materialización de un ideal acariciado desde muy temprano en mi vida, a partir del deslumbramiento debido al teatro musical de Broadway; de esas experiencias nació el anhelo de lograr darle forma a una comedia musical breve, de bajo costo en cuanto a producción, idónea en un país en el que no estaban dadas las condiciones (ni lo están todavía, casi medio siglo más tarde) para producir esos rutilantes y fastuosos espectáculos; una comedia musical del “tercer mundo” o de “países en vías de desarrollo”, como prefiera, podríamos decir.

La oportunidad vino al ser invitado por el director Antonio Constante a escribir el sketch correspondiente a la lujuria, uno de los del espectáculo Los siete pecados capitales, que produciría El Nuevo Grupo.

Tuve el honor de compartir la autoría con notables escritores responsables de los demás pecados: Manuel Trujillo (Avaricia), Isaac Chocrón (Pereza), José Ignacio Cabrujas (Soberbia), Luis Britto García (Gula), Román Chalbaud (Ira), Elisa Lerner (Envidia).

Tres de ellos murieron; los recordamos con afecto y admiración por la huella indeleble de su obra impresa en la cultura venezolana. Dos aceptaron figurar como la representación de lo intelectual en la nómina del régimen más delincuencial, incompetente y represivo habido en nuestra historia lo que equivale a una muerte moral. Los dos restantes intentamos sobrevivir en el caos con una pizca de decencia.

Fiel a mi idea, antes expuesta, le di forma a mi tema de comedia musical versificada; dos personajes: un actor, el Cura, y una actriz, la Mujer, en ambiente litúrgico, aunque sin escenografía alguna; dicho ambiente sería sencillamente sugerido por una silla obispal o cosa semejante, por música monacal de fondo y recitativos por los actores como de canto gregoriano, en algunas partes acompañados por vocalizaciones corales (murmullos, sollozos, suspiros…) grabados.

El texto, en manos de Constante, experimentó una notable transformación. Descartó el acompañamiento coral acotado y en su lugar incorporó la música a la escena, haciendo aparecer a un tercer actor tocando un órgano y travestido como monja, puesto a un lado del escenario. Este personaje no tenía asignado ningún parlamento, de modo que solamente interpretaría la música y haría una actuación pantomímica siguiendo con acotaciones gestuales los acontecimientos entre los dos personajes principales.

Constante se valió de un recurso de formación del discurso escénico tan viejo como el teatro mismo, aunque sin haber perdido un ápice de su eficiencia en lo de aportar riqueza, vivacidad, encanto… a la puesta en escena; hizo que el personaje incorporado por él se desempeñara en dos planos paralelos: realidad y fantasía, al personificar dos roles simultáneamente: el de la realidad, el de músico interprete del órgano (instrumento litúrgico por excelencia: no se pierda de vista el detalle) y el de la ficción distorsionado con pinceladas grotescas, la Monja Travesti.

Fue un acto demiúrgico extraordinario del director, y no menos logrado de Jesús Aquiles, actor; la forma como resolvió su personaje dual aportó una especie de irreverente toque de humor surrealista a la acción escénica, por su variedad gestual, espontaneidad y extravagancia; en tal sentido fue un agregado de alto calibre a las no menos hilarantes y convincentes actuaciones, de Francis y Pedro J., al éxito humorístico de la puesta en escena.

Tanto fue el impacto del tratamiento impartido por Antonio, que en una nueva versión de la obra, dándole el debido crédito por su idea, incorporo a la Monja Travesti como personaje dramático. También añado otro personaje, el Galán; éste asume parte de los textos originalmente asignados a la Mujer, dándole variedad a la dinámica de la obra, sin alterar su desarrollo ni su intencionalidad.

La versión aludida está inédita; la original, en el libro Los siete pecados capitales, cuenta con dos ediciones por Monte Ávila (1974 y 1992) y ha sido llevada a la escena en varias oportunidades.

 

Comentario del director, Antonio Constante

“La lujuria”, de Rubén Monasterios
La lujuria fue representada por primera vez en 1974 por El Nuevo Grupo. De izquierda a derecha, Jesús Aquiles Vásquez (†), Monja Travesti y musicalizador; Francis Rueda, la Mujer; Pedro J. Díaz (†), el Cura. En primer plano Antonio Constante, director.

Querido Rubén:

Lo primordial en tu escrito es la explicación del mecanismo de la representación teatral; el espectador medio no tiene ni idea de lo laborioso y de la notable cantidad de factores que intervienen en una producción teatral.

Un montaje de teatro parte de un texto; mientras las palabras y las tramas de ese texto no se vean en un escenario, es sólo literatura a la espera de la gran metamorfosis de una puesta en escena, creada por el director, quien funge de eslabón entre el dramaturgo y los actores, escenógrafos, vestuaristas, etc.

Como tú bien lo explicas la función del director-demiurgo es peligrosa; el director puede enaltecer un texto o hundirlo irremediablemente. En Venezuela no se tiene claro qué es un director; normalmente lo confunden con el productor o lo conciben como un manipulador de marionetas. Para diferenciar y calificar este personaje, en Italia se le llama regista, y la dirección regía; en Francia es metteur en scène y la puesta en escena es regìe. El español no define específicamente el rol; director puede ser de teatro, de orquesta, el director ejecutivo de alguna rama del quehacer teatral, etc.

Me abrumas en referencia a mi colaboración con tu texto, te lo agradezco y te explico el porqué de mi eventual acierto: porque era una época en la que entendía y practicaba la lujuria, vocablo que ahora me suena a sánscrito.

Un gran abrazo.

 

La lujuria
Comedia breve musical pornohumorística
(2ª versión, 2007)

Personajes dramáticos

Cura, actor de voz grave; viste como tal.

Mujer, actriz cantante; lleva falda larga, blusa escotada y chal negro con el que inicialmente se cubre la cabeza y el busto.

Monja Voyerista, personaje en travesti; músico actor que toca el órgano en escena; viste hábito monjil. Papel pantomímico: la Monja apoya mediante gestos faciales y expresiones corporales ad libitum toda la acción escénica; al principio aparece recatada, con la actitud propia de su condición; a medida que evoluciona la pieza se muestra escandalizada; luego, complaciente, y termina desatada como los demás.

Galán, tenor.

 

Acto único

Música de acento religioso en oscuro. Luces y aparece el Cura de pie, en el centro del escenario; a su lado una silla de aspecto monacal.

En lateral del escenario, hacia el proscenio, la Monja Voyerista al teclado.

Cesa la música inicial.

 

Canción de la lujuria

Salmodia primera

Cura (recitativo, dramático):

La lujuria es un estado
de la conciencia humana
que se caracteriza
por un comportamiento
¡a la romana!

Entra la música de corte gregoriano, el Cura, cantado:

La líbido se exalta,
estalla, se alborota,
las normas se relajan…
¡la moral queda rota!
La pasión se desborda
cual río tumultuoso,
la carne se enfebrece…
¡es algo tormentoso!
Hay gritos y susurros,
dulcísimos quejidos,
suspiros leves, risas,
aullidos y gemidos.
Deviene desgarrado
el íntimo ropaje…
¡queda así preparado
perverso maridaje!

 

Salmodia segunda

Dejan al descubierto
las tibias oquedades…
¡los sitios donde anidan
las peores maldades!
Carnes duras, turgentes,
abren todas las rutas…
¡Dios mío, Dios mío,
que mujeres tan putas!

En marco terciopelo
el húmedo agujero
aguarda listo, inquieto,
el embate certero.
Los nervios están tensos,
la sangre, coagulada,
sudor hirviente brota,
la carne macerada.

El inmenso obelisco
está tenso y arqueado:
¡resulta evidente
que va a ser enterrado!

Le muerden un botón,
agoniza la paloma,
¡él ruge como un león!
¡Es Sodoma, es Sodoma!

 

Salmodia tercera

Desde el punto de vista religioso
es un sucio pecado
que empaña el alma y condena
a la más feroz pena
a la que lo comete y a su amado.
Dicen los Santos Padres
que en el Infierno
el lujurioso sufre el peor castigo:
Tricel, diablo malvado,
con un falo candente anda armado,
y lo introduce por el agujero
que tiene el lujurioso en el trasero.
Estando el pecador así empalado
¡debe ver cómo le hacen lo mismo
a su cuñado!
Mientras tanto, hormigas a millones
te devoran el sexo hasta los riñones.
¡Pues dicen las Sagradas Escrituras
que por donde gozaste,
sufrirás las torturas!

 

El Cura ocupa la silla. Entra la Mujer, corre ansiosa hasta el Cura y se postra a sus pies; canta:

Mujer:

¡Acúsome, padre,
de graves pecados!:
¡He visto montañas
de falos parados!

 

Cura (recitado):

¡Me enternece tu visión!

 

Mujer (cantado):

¡Y en mi visión los veía
grandes y chiquitos,
horrendos y bonitos;
blancos, altaneros e impolutos,
torcidos, negruzcos e hirsutos!
¡Ay!
¡Cómo me excita
esa rara visión!
¡Me pongo húmeda,
vibro de la emoción!
¡Siento una fiebre!…
¡Qué rara sensación!

 

Cura (recitado):

¡Oh!,
¡me vienes a perturbar
cuando yo, querida niña,
reposaba en soledad,
entregado al suplicio
de la santa castidad!
No obstante,
a mi santo sacramento
debo rendir
humilde acatamiento;
así, pues:
Cuenta, niña, tus ardores,
tus angustias, tu pasión,
tus tensiones, tus temblores,
y tu extraña sensación.

 

Mujer (recitado):

Se trata de un hombre, ¡Ahhh!
Después de tantos años de abstinencia,
de mantener mis muslos secos y cerrados,
después de toda esa continencia,
de años de oración, como alelados…
Se trata de un hombre, ¡Ahhh!

 

Canción al Galán Amado

Mujer:

¡Bello es mi Galán!
Tiene algo de patán…
pero a la vez,
es exquisito y misterioso.
Me enamora en francés…
Y a veces, en inglés…
¿No es fa-bu-lo-so?
Me dice: “Oui, madame!”,
Welcome, welcome, sweet heart!”,
me baña de champán,
¿No es gla-mo-ro-so?
Me harta de caviar,
me enjoya sin cesar,
me encama sin parar,
¿No es un go-lo-so?
Con un hombre como ese,
cualquier mujer enloquece:
se estimula la aventura,
¡y una llega a la locura!
¡Ay, me enternece, me provoca,
me espeluca, me disloca!

 

Cura (recitado):

¡Calma y cordura
te exige el señor cura!
¡No te arrebates en la locura:
serena el pathos, cobra mesura!

 

Mujer (recitado):

Nos conocimos algo de prisa;
cuando pasé por su lado
desgranó galante sonrisa
y dijo:

 

Entra el Galán.

Galán:

¡Sea el Señor por siempre alabado!

 

Cura (recitado):

¡Oh, un piropo religioso!:
¡Se ve que es varón piadoso!

 

Galán:

¡Mirad, sicarios:
el bello pompi que me ha deparado!

 

Mujer (recitado):

¡Ahhh!, se trata de un hombre…

 

Canción de la exaltación frenética del trasero

Galán:

Dios te dio un regalo imponderable,
un detalle anatómico apreciable:
ese trasero en forma de manzana
¡que tú mueves como te viene en gana!
¡Sublime culo, no tiene parangón!
¡Por eso eres tú: una, en un millón!
Con ese pompi altanero y nervioso,
enardeces al varón más virtuoso.
¡Motivo de mis fuegos y ansiedades
son tus redondas adiposidades!

 

II

¡Yo quiero ese trasero para mí!,
lo quiero para usarlo de almohadón,
pues parece relleno de plumón
de minúsculo pichón de colibrí.
O lo usaría como copa extraña
para beber mis vinos de Bretaña.
¡También podría usarlo como plato
para tomar la sopa, yo y el gato!

 

Mujer, Galán y Cura:

Bis a trío de la estrofa II del cantable.

 

El Galán hace mutis.

Mujer (recitado):

¡Mi pompi es una joya,
me ha convencido
de que no debía tenerlo
tan reprimido!

 

Cura (cantado):

¡Basta ya de prolegómenos!,
vamos al grano:
cuéntame los fenómenos,
¡no exaltes más tu ano!

 

Mujer (recitado):

Cuando nos conocimos,
me invitó a comer helado.

 

Cura (cantado):

¡Debo advertiros
que eso no es pecado!

 

Mujer (recitado):

¡Oh, sí, padre, sí lo es!
Cuando en vez de cucharilla,
para llevarte a la boca el bocado,
el hombre usa esa varilla
que Dios le ha dado.

 

Cura:

¡Horror!
(Transición, ahora reflexivo:)
Sabía yo de usos muy extraños,
por ejemplo, como tapón de baño,
pero jamás pensé la cosa más sencilla:
¡usarlo como cucharilla!

 

Mujer (recitado):

Recuerdo ese exquisito momento:
¡Repica la campana, siento un redoble!
¡Oh, padre,
el bruto me castigó con su mandoble!
¡Ay, papaíto, papaíto!

 

Cura (cantado):

Hija, ¡me has anonadado!

 

Mujer (cantado):

Comenzó por tocarme la rodilla…

 

Cura:

¡Sospecho que hay indicio de pecado!

 

Mujer:

Luego de acariciar mi pantorrilla…

 

Cura:

Se puso audaz, entonces, el amado.

 

El Cura da muestras evidentes de inquietud: se revuelve en la silla, etc.

Entra el Galán.

 

Balada de la lujuria satisfecha

Mujer:

Suavemente, ¡ay!, acarició mi vientre,
su mano tibia, sobre mi piel serena…

 

Mujer y Galán:

Y ella sintió la sangre, correr entre sus venas,
como un torrente de amor,
como un torrente de amor…

 

Mujer:

Su mano hábil, entre muslos morenos,
su lengua dúctil entre mis labios plenos…

 

Mujer y Galán:

Y ella sintió la sangre, correr entre sus venas,
como un torrente de amor,
como un torrente de amor.

 

Mujer:

Ave ligera, penetró en mi morada,
rompió la rosa que entregué enamorada…

 

Mujer y Galán:

¡Y así clavada, como una mariposa,
sintió morirse de amor,
sintió morirse de amor!

 

Cura (cantado):

¡Basta, mujer impía,
cómo me has dañado!
¡Por tu culpa me hundido,
en el turbio pecado!
¡Excomunión, penitencia,
exorcismo, anatema!
(Suplicante:)
¡Sólo te pido ahora
que termines mi pena!

 

Mujer (cantado):

¡Pues al infierno juntos,
ministro bien dotado!
Es claro lo que dijo
el abate Trincado:
¡que aquel que con placer
al infierno se condena,
jamás ha de volver
como inquieta alma en pena!

 

La Monja Voyerista se suma al grupo.

Mujer, Cura, Galán y Monja Voyerista:

¡Al Averno nos vamos
y entre las llamas
nos refocilamos,
ahítos y extasiados,
plenos y enamorados!
¡Queremos ser asados.
quemados y ensartados
por mil diablos cornados!
Porque claro lo dijo
el abate Trincado:
¡Aquel que con placer
al infierno se condena
jamás ha de volver
como inquieta alma en pena!

 

Mujer:

¡Y así clavada, como una mariposa,
sentí morirme de amor,
sentí morirme de amor!…

 

Todos:

¡Y así clavada, como una mariposa,
sintió morirse de amor,
sintió morirse de amor!…
¡Ella murió de amor!

 

Música triunfal, de fin de fiesta.

TELÓN

Rubén Monasterios
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