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Vera Giaconi: “Intento romper los moldes y descubrir qué más tiene el cuento para ofrecerme”

domingo 10 de septiembre de 2017
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Vera Giaconi
Vera Giaconi: “Me da miedo estar haciendo algo que aburra”. Fotografía: Natalia Fanucchi

Vera Giaconi nació en 1974 en Montevideo, Uruguay, pero siempre vivió en Buenos Aires. En 2011 publicó su primer libro de cuentos, Carne viva (Editorial Eterna Cadencia). Su segundo libro, Seres queridos, fue publicado por Editorial Anagrama en 2017.

En la mayor parte de las fotos a Vera Giaconi se la ve con un gesto de seriedad que parece haber abandonado al entrar sonriendo al bar Margot del barrio de Boedo.

A los siete u ocho años escribía cuentos a los que después les hacia las ilustraciones, les doblaba las hojitas, los cosía y del lado de atrás les había hecho una especie de sello que decía Cuentos de entrecasa.

Vera se sienta. Pide un té. Vuelve a sonreír y asegura que no tiene rituales, sino necesidades. “Me voy de casa porque es el lugar de todas las interrupciones y de las cosas que tengo pendientes para hacer y no hice. Por lo general voy a bares porque me sirve mucho el ruido, me obliga a concentrarme doblemente en lo que estoy haciendo. Una vez instalada, hago el esfuerzo de apagar el teléfono porque si está prendido es fácil chequear el mail y distraerse, en cambio si está apagado, prenderlo es toda una decisión que te da tiempo para arrepentirte y volver a lo que estabas haciendo; además, en el intento de tirada de la primera versión trato de soltar lo más posible la mano y como escribo en papel no necesito la computadora ni nada. Al ser correctora literaria y editora freelance, trabajo en la computadora con textos todo el tiempo. Para mí ese es el lugar de la edición donde lo escrito se puede mejorar, se puede tocar, por eso recién cuando puedo decir acá más o menos está el cuento, paso a la computadora. En esa primera transcripción hay correcciones, edición, se descartan párrafos y páginas del esqueleto que surgió en el cuaderno y fue el resultado de todo lo que venía observando y anotando. Después de todo esto digo que hay una primera versión”.

—Cuando uno es chico casi siempre juega a ser algo. ¿Vos jugabas a ser escritora?

—Los recuerdos que tengo son muy vagos pero todo el mundo me recuerda siempre inventando historias para jugar. Cuando mi mamá, que era profesora de dibujo, me daba hojas para que dibuje, yo alrededor les escribía cosas. A los siete u ocho años escribía cuentos a los que después les hacia las ilustraciones, les doblaba las hojitas, los cosía y del lado de atrás les había hecho una especie de sello que decía Cuentos de entrecasa. Era todo: la editora, la escritora, la correctora. Mi mamá tiene todo eso guardado en una caja que no le tengo permitido andar mostrando por ahí.

Desde pequeña la escritora uruguaya estuvo en contacto con los libros. Recuerda una biblioteca familiar llena de textos y el momento en que se sintió una verdadera lectora: “Cuando tuve ansiedad por leer otro libro de un mismo autor”. Hoy, según Vera, su casa es “un lío de libros que están por todas partes y se mezclan como también lo hacen en mi cabeza”.

—Y de esa mezcla, ¿recordás algún libro que te haya marcado?

—Recuerdo que a mis once años estaba con mi familia de vacaciones en un balneario de Uruguay en Atlántida, que solo tenía una librería, y que ahí fue donde encontré una colección de libros con tapa verde que no sé por qué se le adjudicaban a Alfred Hitchcock. Eran historias de detectives muy bien escritas y protagonizadas por tres chicos que investigaban asesinatos y robos. La colección tenía un montón de libros pero el primero que leí fue El misterio de la calavera o La muerte de la calavera, algo así era. Me acuerdo el entusiasmo de haber terminado ese libro y querer el siguiente. Fue todo un verano de haber estado leyendo. Al año siguiente volví a esa librería y encontré El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez, pero creo que fue después de haber terminado de leer Mujercitas que dije esto es un libro gordo, esto es leer.

La relación que Vera tiene con los libros no disminuye ni aun cuando está escribiendo. “No tengo miedo de que lo que pueda estar leyendo en ese momento se mezcle con lo que estoy escribiendo porque además de corregir y editar, doy talleres, entonces me interesa estar al tanto de lo que otros hacen”.

Seres queridos fue uno de los cinco finalistas del Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero 2015. “Que mi nombre apareciera junto al de Samanta Schweblin, Cristina Cerrada, Alberto Olmos y Edmundo Paz Soldán, toda gente con mucha obra, mucha carrera y yo con sólo un libro publicado, fue un regalo para mí.

—Desde que terminaste de escribir Seres queridos en 2015 hasta su publicación en 2017 pasaron casi dos años. ¿Cómo viviste esa espera?

—Con la ansiedad de haber concluido mi segundo libro y querer mostrarlo. Es como terminar de tejer una bufanda y tener que guardarla en el placard por dos años.

—¿Desde que concursaste en 2015 hasta que se publicó en 2017 cambiaste algo del libro?

Me pasa mucho de empezar a escribir a partir de algo que está pasando.

—Sí, el libro que se está leyendo hoy no es el mismo que el de principios de 2015. En la espera agregué cuentos y corregí un poco más los que ya estaban. Ese continuar escribiendo nació de la dificultad de soltar el libro de adentro de mi cabeza. Me sentaba a escribir y seguía escuchando la música que tenía Seres queridos. Todo lo que salía iba encaminado en la misma dirección y sentía que no iba a poder cambiar de tema hasta que el libro estuviese publicado. Al momento de cerrar el archivo para publicar revisé la cita que había elegido en un principio para abrir el libro y me di cuenta de que ya no hablaba del texto que tenía en mis manos. Fue casi magia encontrarme con esas líneas que usé del cuento “La mujer más pequeña del mundo”, de Clarice Lispector, eran las palabras perfectas para darle la bienvenida al lector, algo así como decirle pase por acá, más o menos con lo que se va a encontrar es con esto, y sin duda esas palabras sí reflejaban lo que terminó siendo el libro.

Vera es fanática de los tiburones pero asegura que su cuota de peces en un cuento ya está cerrada.

—¿Cómo nació “Pirañas”?

—Me pasa mucho de empezar a escribir a partir de algo que está pasando. “Pirañas” lo escribí un verano que hizo mucho calor y hubo invasión de palometas en Rosario. Todos hablaban de embates pero nadie te contaba el detrás de escena, el qué pasaba después con toda la gente que había sufrido esos ataques. Yo me la imaginaba volviendo a su casa con algunos dedos menos porque se los habían comido los peces. Me pareció que se podía hacer mucho con eso y el hecho en sí me permitía hablar de un nivel de violencia que involucraba la sangre y estaba lejos de personas acuchillándose, que no es sobre lo que me gusta escribir. Traté de que el lector desde el comienzo visualizara la imagen de un ataque de piraña que es claramente sangre en el agua. En el cuento busqué trasmitir la idea de algo chico, un pueblo, una comunidad, hasta reducirlo a una familia. Me pareció que las pirañas y el río daban esa sensación de pequeñez.

—¿En algún momento se te cruzó por la cabeza reemplazar las pirañas y poner tiburones?

—No, porque el tiburón te remite a un balneario con muchas personas y a un espacio mucho más grande: el mar. Además, el único tiburón que metería es el de la película de Steven Spielberg. Gloria a ese tiburón.

—“Dumas” y “A oscuras” hacen referencia a la última dictadura militar en Uruguay y Argentina. Esos relatos, ¿son autobiográficos?

—Sí. Dumas es mi abuelo paterno. Esa historia es mi historia, esa chica que está junto a él abrazada a su bebé es mi mamá, pero le hice una especie de pequeña edición a la verdad. El cuento es un homenaje porque él es una figura muy importante para mí. Mi abuelo murió cuando yo tenía cuatro años, entonces su imagen es más bien la que yo me fabriqué. Tuvo una vida muy especial. Se había ido de la casa de sus padres cuando tenía diez años, se cambió el apellido y se hacía llamar Farías y no Giaconi. Todo el mundo lo conocía como Farías pero sin embargo a su hijo le dio su verdadero apellido: Giaconi. “A oscuras” también forma parte de mi historia personal y está dedicado a mi hermano Mauro. Ciertos rasgos de Roxy, la protagonista, son míos, pero hay otros que le pertenecen a una amiga mía muy cercana que era muy valiente, muy decidida y muy determinada. Yo en cambio era muy miedosa. Roxy y Facundo son y no son nosotros sino el reflejo, las voces y las personalidades de todos esos chicos con los que jugábamos y con los que nos criamos en esa especie de germinador que fue el grupo de exiliados que durante la dictadura se vino a la Argentina y armó como una microfamilia para paliar las faltas.

De los diez relatos que forman parte de Seres queridos, el último cuento, “Reunión”, es sin duda el más tenebroso porque no involucra monstruos del pantano, seres espaciales o demonios, sino personas de carne y hueso que Vera asegura haber inventado. “No conozco una Clara, un Javier, y nunca se me ha cruzado una Mali en el camino, aunque me gustaría mucho conversar con Clara y estaría encantada si alguien me dice que Mali existe, que está a mi alcance y la puedo ir a ver. No tendría miedo. Definitivamente iría”.

—Mencionaste a todos los personajes de “Reunión” salvo a la narradora, que como vos es correctora literaria y editora. ¿Hay algo de Vera en quien narra?

—Casi nada, salvo cómo pienso algunas cosas. Es más el resultado de ciertas lecturas, fantasías de mí misma como persona y de mi experiencia vital, de las que quizás algún día pueda escribir. Creo que la narradora funciona un poco como yo en esa cuestión de poder estar en una situación y al mismo tiempo pensar en lo que está ocurriendo. Esos son momentos que me fascinan por hermosos, por lúgubres o por violentos.

Seres queridos abarca relaciones muy cercanas que van desde la amistad hasta lazos familiares. ¿Temiste que alguien cercano a vos sintiera que hablabas de su historia?

—Con algunos cuentos de este libro tuve temor de lastimar o que se pudiera leer mal algo de lo que yo estaba poniendo. Por suerte no pasó y me siguen levantando el pulgar como diciendo está todo ok. Son muy comprensivos y entienden que no soy una documentalista de la BBC y que esto es ficción.

—Y como escritora, ¿le temés a algo?

Quisiera descubrir qué más tiene el cuento para ofrecer u ofrecerme a mí, me gustaría darle una vuelta más. Siempre intento romper con algunos moldes.

—A que se me borre todo por algún virus o a guardar archivos en algún lugar y después olvidarme dónde. Eso me da terror por lo despistada que soy a veces. Por suerte, por ahora, mi computadora me entiende y tiene buena onda conmigo, pero si un día se revira estoy en el horno. Quizás me daría miedo volver a una etapa en la que, no sé por qué, releía algo que había estado escribiendo y si no me gustaba lo borraba, como si fuese a contaminar el resto de los archivos con eso. Por suerte se me pasó, porque eliminé cosas que no había que borrar, sino que convenía esperar. Lejos de lo tecnológico, durante catorce años viví con Mervyn y Titina (La Titi), mis gatos. La Titi era una dulzura total, una especie de miniatura que se paseaba por el teclado apretando todo a la vez. Me dejaba la computadora configurada con la barra de tareas de costado o cosas por el estilo. Cuando yo volvía al monitor la encontraba sentadita al lado con cara de no tener absolutamente nada que ver con eso. Más de una vez tuve que torcer el cuello para buscar en Internet cómo volver a la normalidad la pantalla. Ahora que ya no están reina en casa Mago, mi gato-atorrante-encantador, que corre por arriba del teclado como si fuese otra parte de la casa y no le importa nada.

Vera se queda pensando unos segundos y dispara: “De aburrir, me da miedo estar haciendo algo que aburra”.

—Con Seres queridos ya editado, ¿tenés algún proyecto a futuro?

—Escribir algo diferente, y con diferente no me refiero a cambiar de género sino a salir de la concepción bastante clásica del cuento que se lee en Carne viva y Seres queridos. Quisiera descubrir qué más tiene el cuento para ofrecer u ofrecerme a mí, me gustaría darle una vuelta más. Siempre intento romper con algunos moldes y así fue como del primer libro al segundo pude lograr cosas que no había podido lograr antes, y me enamoré de esos logros. Entre ellas el uso de la primera persona. Me fascinó poder trabajarla y si no lo hice en Carne viva fue porque nunca me terminaba de cerrar el incluirla. En el intento de buscar otras formas de cuento hace algunos años que les vengo dando vueltas a Kelly Link y Aimee Bender, dos cuentistas completamente extraordinarias que están haciendo un escándalo con el cuento y tienen frescura, profundidad y una gran capacidad de cambiar de un relato al otro.

—Suponiendo que te encontraras con una versión alternativa de Vera Giaconi, ¿qué le preguntarías?

—No sé qué le preguntaría, pero estoy segura de que no le creería nada de lo que me responda porque conmigo hablo un montón y me cuento las cosas recambiadas. Quizás me fijaría en lo que deja ver o cómo dice las cosas. Vera gesticula mucho al punto de quedar en evidencia. Es muy fácil saber cuándo está mintiendo por sus gestos o por el tono de voz que es muy marcado. Algunos se dejan engañar. Pero no son muchos.

Dando los últimos sorbos al té y antes de encontrarse con sus seres queridos de carne y hueso, Vera dice no tener héroes ni heroínas, por lo menos en esta etapa de su vida. “Esta piel que habito es elástica y, además, todavía no sé quién soy. No lo tengo muy claro y los modelos me complican. Me enamoro un tiempo pero me desenamoro rápido de esas figuras. Además tampoco soy de idealizar, por eso escribo los cuentos que escribo”. Vera de nuevo se ríe, toma aire y continúa: “A todos les puedo imaginar sus dolores, sus quiebres, sus debilidades, sus inseguridades y sus traumas. Con los míos voy bien y los llevo de a poco. Me cuesta imaginarme a alguien pleno, completo, y querer eso. Me resulta imposible imaginarme en el registro sensible de otro. ¿A quién comprás completo? Yo creo que a nadie”.

Gabriel Bianco
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